Hola, buenas tardes, buenos días, buenas noches.
Me pasé por aquí a primera hora un momentito y habría de escribir un megamensaje para poder contestar a todo lo que he leído. Sé que es una grosería reaparecer a estas alturas, pero tampoco es obligatorio leerme, en compensación.
Lo que sigue es para Prez.
- El antiguo director de la venerable corporación era Fernando Lázaro Carreter. Marilyn acertó. El artículo en el que aparecen esas palabras se titulaba “Norma y uso del idioma” y se publicó en 1976, pero no sé en qué periódico. Yo lo leí en la recopilación “El dardo en la palabra”.
-Tiene pinta de que el empecinamiento en la existencia de una función normativa de la RAE es un caso de reiterada confusión terminológica. Habitualmente hablamos de norma para referirnos a un precepto. En ese sentido, y lo digo una vez más, la función de la Academia no es normativa, porque entre sus prerrogativas no está la potestad imperativa. Eso queda claro en los propios textos que se han colgado para rebatirlo (y dejemos al margen la cuestión de si un director de la Academia debe o no ser creído cuando afirma rotunda y expresamente que dicha corporación tiene una misión fedataria).
Claro que la RAE pretende orientar sobre la norma a seguir. Claro que yo misma digo que la RAE recomienda.
Orientar y
recomendar es una cosa,
prescribir y
prohibir es otra. La RAE no puede obligar, ni pretende obligar. Distinto resulta que entendamos “norma” en el sentido —que también posee esta palabra— de (véase el denostado Diccionario de la RAE) “conjunto de criterios lingüísticos que regulan el uso considerado correcto”. Ahí sí que sería apropiado asignar a la RAE una función normativa, y ella misma se la atribuye. Ahora bien, volveremos a lo mismo una y otra vez: tal función normativa jamás puede ir más allá de lo notarial, porque ¿cómo se establecen los criterios lingüísticos de corrección? Si releemos la definición anterior, veremos que dicha corrección se basa en
el uso considerado correcto. La palabra clave es
uso: la RAE reconoce la corrección por el uso —por lo cualificado de los usuarios o por lo extendido del empleo de una palabra.
- El género es una característica de la lengua española. Cómo y por qué apareció y si es mejor o peor son asuntos históricos y de valoración. Pero existe y, en mi opinión —y esto es valoración—, es una característica útil. Por eso me parece importante no renunciar a ella, y por eso me parece lógico que, al adaptarse nuestro idioma a las necesidades cambiantes de quienes lo hablamos, no renunciemos en nombre de cierta
ideología de la pureza al uso del género en los sustantivos.
- Las alusiones a la situación social de hombres y mujeres en un debate sobre el género gramatical me parecen imprescindibles cuando una de las razones, bien evidente, de que muchas palabras como “juez” y “presidente” se estén feminizando ahora, es la identificación de estas palabras con el género masculino, en un contexto histórico en el cual se designaba con ellas profesiones o cargos que sólo podían ser desempeñados por hombres. “Juez” es neutro desde el punto de vista de su terminación, pero socialmente, culturalmente —que es, en fin, como se entienden las lenguas— es, ha sido hasta hace apenas nada, masculino. Lo mismo cabe decir de todas las palabras acabadas en “a” que se suelen reivindicar como pruebas de la generosidad de los hablantes de sexo masculino, que aceptan sin problemas ser llamados “periodistas”, “taxistas”* o “reservistas”.
En fin, que yo creeré en la posibilidad de dejar de lado las consideraciones sobre el estatus de las mujeres y su incidencia en el lenguaje el día en que vea que a los mozos que atienden al pasaje en los aviones de algunas compañías se les puede hacer acudir al grito de “¡azafata, oiga, azafata!”, sin que pongan mala cara.
- “Huéspeda” no es un vulgarismo, como no lo es, por poner un ejemplo, “sargento”, que proviene de “sargente”, a su vez tomada del francés, o como no lo es “poetisa”, que también es, por cierto, una palabra feísima y que a mí no me gusta nada. Pero no pretendo erigir mi gusto en regla, ni pedir que se decida la incorporación de una palabra al diccionario con arreglo a él. Si fuera por eso, que vayan quitando “obsecuente” y "maculoso".
- Sobre la improcedencia del adjetivo pseudomachista,
touché, estimado contertulio,
touché. Me di cuenta después de enviar el mensaje y... ¡esta maldita soberbia de no editar!
Ahora, me perdonarás un quotito de nada, Prez:
Sobre el hecho concreto de que dos escritores —que si bien Juan Ruiz me resulta obviamente anticuado, a Leopoldo Alas lo admiro profundamente hasta considerarlo el mejor cuentista español y junto a Borges el mejor cuentista hispanohablante— utilicen esas formas que mencionas me parece fenomenal, ya que son formas frecuentemente utilizadas de manera coloquial. Ahora bien, que lo admita la academia es otra cosa. Y yo a quien he criticado es a la academia, no a ningún escritor.
Me apuesto contigo pincho de tortilla y caña de cerveza a que sabes que éste es el punto más débil de tu argumentación. Parafraseando a Mr. Rabbit, ¡por mil razones, por mil razones! Porque el noventa y nueve por ciento de las palabras de nuestro idioma empezaron siendo coloquiales. Porque una forma léxica que utilizan famosos escritores en obras literarias fundamentales de nuestro idioma ya es, evidentemente, algo más que coloquial. Porque, en todo caso, algo que es coloquial desde hace siglos es parte del idioma y ha adquirido sobrada carta de naturaleza para figurar en nuestro diccionario. Porque la RAE haría diez veces el ridículo negándose a dar cabida a un uso léxico que puede documentarse desde hace casi setecientos años. Porque, en fin, tú escribiste “nos encontramos disparates tales como (...) «presidenta» (...), ignorantes quizá de que las palabras (...) «presidente» —así como el resto de participios activos— (...) NO SON MASCULINAS, sino que son neutras, por lo que carece de sentido feminizarlas”, y creo haberte dado no sólo un argumento razonable que demuestra que feminizarlas tiene mucho sentido (léase el mismo sentido que cualquier otra feminización o masculinización en un idioma —como el nuestro— en el que existe el género gramatical), sino una prueba contundente de que desde hace cientos de años ha sido habitual dicha feminización en nuestro idioma, hasta el punto de incorporarse a textos literarios muy conocidos, sin que tú por tu parte hayas encontrado una respuesta mejor que ésta de “bueno, bah, coloquialismos”, la cual, reconócelo, no puede haberte dejado satisfecho. Hasta te encuentro más bien incongruente cuando llamas a Juan Ruiz anticuado, cuando aquí lo que discutimos es el buen o mal criterio de la RAE a la hora de aceptar innovaciones. Si Juan Ruiz es anticuado y usa participios latinos feminizados, eso mismo demuestra que admitir la feminización de los participios latinos no es una innovación criticable, es que ni siquiera es una innovación.
Dicho todo lo anterior, te ruego lo revises y elimines todo aquello que sean condescendencias e ironías. Y va sin segundas.
[Bueno, tal vez esto último no ha sonado bien. ¿Cómo lo diría yo? A ver así: que no te enfades, hombre (también va sin segundas). Pues eso, oye: que no te lo tomes a mal. Que no quiero ser sarcástica ni nada de eso. Que aunque parezca que disparo, mis balas son todas de fogueo*].
*Alusiones hechas en honor del inmarcesible recuerdo de Azulyverde. Y de mi papá y de mi mamá.