oximoron escribió:Es lo mismo que le pasa a Nico cuando le preguntan por su sentido común y su temor al ridículo!!!
Dios, ya no me respetan ni los negros de Solano...
¿Y tu que harias para solucionarlo?POLLOPUTO escribió:Nisiquiera habría que tener que debatir asuntos como este en este siglo. Como no habría que debatir siquiera cosas como el aborto o la utilización de celulas madre embrionarias. Pero, yum yum, las cosas van hacia atrás, tiruli tirulá, y nosotros nos contentamos con creernos libres y anárquicos por poder piratearnos cedés de Monica Naranjo por el Emule..
El que haya que debatir de esto (y no se de por supuesto, por lo que yo he entendido), y cito...(de nuevo)POLLOPUTO escribió:¿Para solucionar el QUÉ?
Nisiquiera habría que tener que debatir asuntos como este en este siglo. Como no habría que debatir siquiera cosas como el aborto o la utilización de celulas madre embrionarias. Pero, yum yum, las cosas van hacia atrás, tiruli tirulá, y nosotros nos contentamos con creernos libres y anárquicos por poder piratearnos cedés de Monica Naranjo por el Emule...
Pero la cultura, la apertura de mente (entendida desde el conocimiento, cultural, filosófico, ético del mundo que nos rodea) y la orden de alejamiento al instrumental del miedo de las religiones, hacen mucho bien.
Pero aún así, también hay personas que se basan en otros motivos con mayor validez. De hecho, especialistas en pediatría y psicología infantil se dividen en torno a este tema: unos dicen que eso afectaría psicológicamente al niño por la confusión en cuanto a roles se refiere, y otros dicen que para una correcta formación emocional basta con que el niño se sienta querido.
CONCLUSIONES
Comenzaremos por reflexionar en torno a las respuestas
que nuestros resultados han ido dando para terminar planteando las conclusiones que se deducen de ellas:
Comenzando por la primera pregunta, que hacía referencia a cómo
desempeñaban gays y lesbianas sus roles parentales, nuestros datos parecen indicar
claramente que los padres y madres de la muestra estudiada reúnen características
personales que aportan, a priori, garantías de un buen desempeño en estas tareas. Es lo que deducimos del hecho de que sean padres y madres sanos, con buena autoestima y
flexibles en sus roles de género. A ello hay que añadir que se trata de padres y madres que, en general, disponen de recursos económicos suficientes para atender las necesidades materiales de niños y niñas.
Hemos de decir que estos resultados son concordantes con los encontrados en los
estudios llevados a cabo en otros países. Así, distintas investigaciones han coincidido en
demostrar que las madres lesbianas o los padres gay gozan de tan buena salud mental o
tan alta autoestima como los padres o madres heterosexuales (Chan, Raboy y Patterson,
1998; Green et al., 1986). Del mismo modo, otros estudios han encontrado perfiles
menos tradicionales, más andróginos, cuando han evaluado los roles de género de
madres lesbianas o padres gays (Green et al., 1986; ) perfiles que la sociedad actual
considera, de hecho, deseables, dado que los papeles que hombres y mujeres debemos
desarrollar en la actualidad están menos diferenciados de lo que estuvieron en el pasado
y, por tanto, requieren de unos y otras, actitudes y capacidades que durante bastante
tiempo se consideraron propias de un solo género.
A estas características personales hay que añadir su clara implicación con sus hijos o
hijas, tal y como puede deducirse del hecho de que un porcentaje muy alto de la muestra
planteara espontáneamente que la maternidad o la paternidad era “lo más importante de
sus vidas” en estos momentos. Probablemente, en el trasfondo de esta afirmación se
encuentra el hecho de que, para un conjunto amplio de estos padres y madres, la
maternidad o la paternidad no ha sido una circunstancia inesperada o fortuita, sino que
han reflexionado mucho sobre ella y la han buscado activa y propositivamente, por
procedimientos como la adopción o la reproducción asistida que suelen comportar dificultades de diversa índole (demoras, estudios, etc.). Por otra parte, quienes fueron
padres o madres en el seno de uniones heterosexuales y ahora se viven abiertamente como gays o lesbianas, han efectuado también una trayectoria que se aparta de los cauces habituales y que necesariamente ha forzado en ellos o ellas la autorreflexión acerca de sus circunstancias vitales y familiares, así como acerca de la educación de sus hijos e hijas.
También estudiamos las ideas evolutivo-educativas que mantenían
los padres y madres de la muestra. Tal y como recogimos en el apartado de resultados, los progenitores estudiados son bastante conocedores del desarrollo infantil, mantienen postulados interaccionistas en su explicación de éste, se atribuyen una alta capacidad de influencia sobre él, mantienen unas previsiones ajustadas de calendario evolutivo en sus logros más optimistas y muestran una gran sensibilidad a sus componentes psicológicos.
Todo ello les configuraba como padres y madres con ideas fundamentalmente “modernas” en la clasificación de Palacios (1988; Palacios, Moreno e Hidalgo, 1998), dato que no debe sorprender, dado que la muestra estudiada estaba integrada de modo mayoritario por padres y madres de estudios universitarios, entre quienes es más
probable encontrar este tipo de ideas.
Esta constelación de ideas suele estar ligada a una mayor implicación en la crianza y educación de sus hijos e hijas, al tiempo que hace más probable un tipo de interacciones educativas cotidianas que alientan el desarrollo, como nuestro propio equipo ha demostrado en estudios anteriores efectuados con familias heteroparentales (Palacios,
González y Moreno, 1987; 1992). No disponemos de observaciones directas de las interacciones reales de estas familias, pero sí disponemos de información indirecta de ellas, a partir de los resultados del cuestionario de estilos educativos. De acuerdo con ellos, estos padres y madres parecen preferir prácticas educativas caracterizadas por buenas dosis de comunicación y afecto, exigencias de responsabilidades y disciplina razonada. Este estilo educativo, que es conocido como “democrático” y que en primer
lugar describió Deana Baumrind (1971), ha demostrado ser el que se asocia con los resultados evolutivos más deseables: chicos y chicas con buena autoestima, responsables, con iniciativa, con un código moral autónomo, con buenas habilidades sociales y alta aceptación entre sus compañeros o compañeras. Estos datos serían coherentes con los obtenidos en diversos estudios, que han coincidido en demostrar que
madres lesbianas o padres gays suelen mantener un buen conocimiento del desarrollo infantil y de las mejores prácticas a desarrollar con chicos y chicas (Flaks et al., 1995; McNeill et al., 1998).
Terminamos las reflexiones acerca de nuestra primera pregunta de investigación al hilo de las valores educativos de los padres y madres estudiados. Tal y como aparece reflejado en el capítulo de resultados,la preocupación de la inmensa mayoría de estos padres y madres con respecto a sus hijos e hijas es que crezcan y sean felices, al tiempo
que el valor educativo principal que desean transmitir a sus hijos e hijas es “el respeto a los demás y la tolerancia”. De acuerdo con las investigaciones realizadas y revisadas por García, Ramírez y Lima (1998), éste es uno de los valores que los padres y madres españoles quieren para sus criaturas (junto con otros como la independencia, la cortesía,
la honradez o el gusto por el trabajo). Ese valor en concreto está más presente en madres y padres de hábitat urbano y de nivel educativo alto, circunstancias que confluyen en nuestras familias. En cualquier caso, el hecho de que sea el primero en ser citado por el conjunto más amplio de la muestra, puede tener que ver también, a nuestro juicio, con
sus experiencias vitales, con el hecho de pertenecer a un colectivo tradicionalmente rechazado o invisibilizado por su orientación sexual. Es probable que estas circunstancias hayan propiciado que estos padres y madres consideren el respeto a la diversidad como un valor imprescindible para la sociedad y en el que educar a sus propios hijos e hijas.
Nuestra segunda pregunta estaba orientada hacia conocer cómo es el entorno social de
estas familias, si son familias aisladas o integradas en la sociedad. Entendemos que
nuestros datos han dado una respuesta bastante clara a esta pregunta: las familias que
hemos estudiado están bastante integradas en la sociedad. Esto es lo que puede
deducirse a partir de los distintos datos obtenidos, que pueden resumirse así: estos
padres y madres disponen de una red de personas amplia y variada, con las que
mantienen relaciones frecuentes y que les prestan apoyo suficiente.
Como veíamos, la amplitud media de la red de personas de que disponían estos padres y
madres estaba justamente en el promedio de la sociedad española, de acuerdo con la
baremación de Guimón et al. (1985, cit. Díaz Veiga, 1990) y, si esto es relevante, no lo es
menos que un cierto número de estas personas tengan ellas mismas hijos o hijas. Todo
esto se vuelve particularmente valioso cuando se tienen criaturas, dado que surgen
muchas situaciones en las que hay que tomar decisiones o en las que se puede necesitar
un cierto apoyo instrumental o emocional (por ej., hay que decidir el centro escolar de una
criatura, ésta se encuentra enferma, o bien su padre o su madre está en una situación
personal complicada o, sencillamente, ha de ausentarse de la ciudad por motivos
laborales, etc.) En estas y otras situaciones que surgen con bastante frecuencia cuando
se cría y educa a hijos o hijas, resulta especialmente importante disponer de una red de
personas en las que confiar y a las que poder acudir (Palacios, Hidalgo y Moreno, 1998).
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Ya vimos que la red social que envuelve a estas familias es ciertamente variada, puesto
que es posible encontrar en ella personas con las que se mantienen lazos familiares o de
amistad, al tiempo que personas heterosexuales y homosexuales. El hecho de que haya
una ligera mayor presencia de amistades que de familiares dentro de la red social, es
coincidente con los hallados en otro estudio (Julien, et al., 1999).De hecho, las
comparaciones que efectuaba ese estudio entre una muestra de parejas de lesbianas y
otra de heterosexuales, informaban de que no diferían en el número de familiares que la
componía, pero sí en el número de amigos o amigas, más amplio en el caso de las
parejas de lesbianas.
Mención especial requieren, a nuestro juicio, los datos que informan de que la gran
mayoría de estas familias mantiene relaciones bastante frecuentes y cálidas con
miembros de sus familias de origen (abuelos, abuelas, tías, etc.); estos familiares,
además, muestran un alto grado de implicación en la vida de niños y niñas. Estos
resultados coinciden con los obtenidos en una investigación similar realizada en Estados
Unidos (Patterson et al. 1998, cit. en Patterson, 2000). A nuestro juicio, se trata de unos
datos que se nos antojan particularmente relevantes, de una parte, porque informan de
que estas familias cuentan con una importante fuente de apoyo emocional e instrumental
en una sociedad particularmente familista, como la nuestra; de otra parte, estos
resultados nos resultan relevantes también porque despejan bastantes dudas acerca del
posible aislamiento social en que pueden encontrarse estas familias y, sobre todo, los
niños y niñas que crecen en ellas. Parece claro, a juzgar por estos resultados, que tal
aislamiento no existe, o al menos que no es la norma en las familias que nuestro equipo
estudió.
Los datos relativos no ya a la red social y su amplitud, sino al apoyo social que padres y
madres perciben que esta red les presta, resultan particularmente tranquilizadores: de
acuerdo con los resultados obtenidos, padres y madres se muestran altamente
satisfechos con el apoyo emocional e instrumental que les prestan las personas que son
relevantes en sus vidas, datos que completan en tonos esperanzadores la respuesta a
nuestra segunda pregunta.
Por lo que respecta a la tercera pregunta que nos formulábamos, la relativa a la vida
cotidiana de estos niños y niñas, la primera conclusión que podemos extraer es que sus
rutinas y actividades cotidianas tienen al tiempo las dosis de estabilidad y de variedad
que se requieren para propiciar un desarrollo sano y armónico, tal y como estableciera
Lautrey (1980) hace ya más de dos décadas. Así, como se recordará, durante los días
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escolares, los chicos y chicas de nuestra muestra desarrollaban una vida con rutinas muy
claras y horarios bastante fijos (para ir al colegio, para comer, bañarse o acostarse). Esta
estabilidad rutinaria se flexibilizaba los fines de semana, en los que se relajaban horarios
y se introducía una mayor variedad de actividades. Todo esto configura una vida familiar
con los componentes imprescindibles de estabilidad para hacerla predecible, al tiempo
que con la variedad suficiente para enriquecerla.
Por otra parte, la vida cotidiana de los chicos y chicas de nuestra muestra resultaba
bastante “anodina”, si se nos permite la expresión, en el sentido de ser muy parecida a la
del resto de sus compañeros y compañeras de edad, tanto en sus rutinas, como en
cuanto a las actividades que desarrollaban. De hecho, las comparaciones que
efectuamos entre los chicos y chicas de nuestra muestra que estudiaban secundaria y
sus compañeros o compañeras de clase no evidenció que hubiera entre ellos una sola
diferencia significativa. Muy posiblemente tampoco habríamos hallado diferencias
significativas en las rutinas y actividades de los niños y niñas de educación infantil y
primaria, dado su parecido con las obtenidas en otros estudios efectuados en España y
de los que Palacios, Hidalgo y Moreno (1998) efectuaron una revisión reciente. Que
sepamos, éste es un ámbito que no se ha explorado en los estudios realizados con
familias homoparentales en otros países, por lo que no podemos comparar con ellos,
como ocurría en el resto de los contenidos de este estudio.
Abordamos ya las respuestas obtenidas a la cuarta y última pregunta de investigación
que nos planteábamos: ¿Cómo es el desarrollo y ajuste psicológico de los chicos y chicas
que viven con madres lesbianas o padres gays? Decíamos al inicio de este informe que
ésta es una pregunta que ya ha encontrado respuestas bastante coincidentes en los
estudios realizados en otros países. Las que aportan los datos de nuestro estudio
apuntan en el mismo sentido: los chicos y chicas que viven con sus padres gays o sus
madres lesbianas muestran un buen desarrollo y apenas se diferencian de sus
compañeros o compañeras de edad que viven con progenitores heterosexuales. A esta
conclusión se llega imprescindiblemente después de observar que las chicas y chicos
que hemos estudiado muestran, de media, una aceptable competencia académica, una
competencia social en sus niveles promedio, un buen conocimiento de los roles de
género, un buen ajuste emocional y comportamental, una autoestima en sus valores
medios-altos y una razonable aceptación social por su grupo, indicadores todos estos que
no mostraron diferencia significativa alguna con los obtenidos por las dos muestras de
control estudiadas.
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Permítasenos comentar que los perfiles evolutivos dibujados por nuestros datos eran de
algún modo previsibles, dados los resultados obtenidos en el conjunto de dimensiones
estudiadas en estas familias. Tal y como hemos ido exponiendo, se trata de familias en
las que viven progenitores sanos, al tiempo que comprometidos con el desarrollo y la
educación de sus hijos o hijas, que desarrollan prácticas educativas “democráticas”, que
se perciben como protagonistas del desarrollo de sus criaturas, que organizan para ellos
una vida cotidiana estable, en la que introducen razonables dosis de variedad y riqueza
de experiencias, con una red social amplia que les presta el apoyo que necesitan. Si
hubiéramos obtenido datos evolutivos desfavorables, habría sido la primera vez que
ocurriera algo así en la historia de la investigación en construcción del desarrollo en el
medio familiar.
Por tanto, los datos obtenidos son coherentes internamente, aunque también son
absolutamente paralelos a los hallados en diferentes estudios, de los que se pueden
encontrar buenas exposiciones y revisiones en Patterson (1992; 2000), Falk (1994),
Mooney-Somers y Golombok (2000) o Stacey y Biblarz (2001). Lo más interesante es que
los estudios que hallan datos coincidentes están realizados en países distintos (Estados
Unidos, Reno Unido, Suecia, Bélgica o Canadá), lo que aún da más fuerza a estos
resultados, puesto que no parecen ser específicos de una sociedad concreta, sino que
más bien caracterizan una tendencia general, un fenómeno que trasciende determinadas
particularidades.
Si estos datos anteriores nos hablan del buen ajuste psicológico y la ausencia de
diferencias entre chicos y chicas de familias homoparentales y los que crecen en familias
heteroparentales, no es menos cierto que en dos indicadores estudiados, sí obtuvimos
diferencias significativas: la flexibilidad en los roles de género y la aceptación de la
homosexualidad, ambos con puntuaciones mayores en las chicas y chicos de nuestra
muestra que en quienes integraban sus muestras de control. Estos datos no son
excepcionales, puesto que en otras investigaciones se han obtenido resultados paralelos,
sobre todo, en lo relativo al desarrollo de roles de género menos tipificados, más flexibles
(Green et al. 1986; Steckel, 1987). No deben extrañarnos estos datos, dado que los
propios padres y madres mostraban un perfil bastante andrógino en cuanto a sus roles de
género, o sea, ellos mismos eran poco tipificados, poco tradicionales en el modo de
vivirse como hombres o como mujeres. Es razonable pensar que, por tanto, también
eduquen a sus hijos e hijas en esta misma flexibilidad, que efectivamente éstos
mostraron en la entrevista de evaluación.
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En cuanto a la mayor aceptación de la homosexualidad, también resulta esperable que
sea así, dado que estos chicos y chicas, de una parte, pasan por la experiencia cotidiana
de vivir con un padre gay o una madre lesbiana que, de otra parte, tienen entre sus
valores educativos principales el respeto a los demás y la tolerancia. En cualquier caso,
el hecho de que estos chicos y chicas acepten la homosexualidad nos parece que indica
no sólo que han construido esquemas más flexibles en cuanto a este aspecto de la
realidad social, sino que también nos habla, de modo indirecto, de la normalidad con que
viven su realidad familiar.
Una última reflexión a propósito de los datos de aceptación social obtenidos. Sin duda,
una de las mayores preocupaciones sociales es que los chicos y chicas que viven en
familias homoparentales tengan problemas de integración social, o lo que es lo mismo, se
vean rechazados por sus compañeros o compañeras. Nuestros datos indican que chicos
y chicas tenían, de media, un nivel promedio de aceptación, nivel que no era distinto del
que presentaban quienes integraban las muestras de comparación. Por otra parte, los
chicos y chicas que estudiamos tenían amigos íntimos en la clase, indicador que, de
acuerdo con el criterio de Schneider (2000), es una experiencia muy importante para la
construcción de un desarrollo psicológico ajustado. Por tanto, éste es otro ámbito en el
que los resultados despejan preocupaciones, como ocurrió en estudios desarrollados en
otros países (Patterson, 1992; Tasker y Golombok, 1995).
Una vez discutidos los resultados obtenidos en cuanto daban respuestas a las preguntas
de investigación que este equipo se había planteado, creemos que se impone la
necesidad de efectuar una serie de reflexiones de índole más general.
En primer lugar, nuestros datos abundan en una idea en torno a la cual hay bastante
consenso en el momento actual en la comunidad científica: la estructura o configuración
de una familia (es decir, qué miembros la componen y qué relación hay entre ellos) no es
el aspecto determinante a la hora de conformar el desarrollo de los niños y niñas que
viven en ella, sino la dinámica de relaciones que se dan en su seno. O sea, no parece ser
tan importante si esta familia es biológica o adoptiva, con uno o dos progenitores, si estos
son de distinto o el mismo sexo, si previamente han pasado por una separación o si es su
primera unión. Por lo que sabemos a partir de distintas investigaciones, los aspectos
clave más bien están relacionados con el hecho de que en ese hogar se aporte a chicos y
chicas buenas dosis de afecto y comunicación, se sea sensible a sus necesidades
presentes y futuras, se viva una vida estable con normas razonables que todos intentan
respetar, al tiempo que se mantengan unas relaciones armónicas y relativamente felices.
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Por tanto, y particularizando en los objetivos de este estudio, la orientación sexual de los
progenitores, en sí misma, no parece ser una variable relevante a la hora de determinar
el modo en que se construye el desarrollo y ajuste psicológico de hijos e hijas.
En definitiva, si se nos permite la metáfora, lo importante de un hogar no es su forma
externa, si está construido de piedra o de madera, si tiene una o dos plantas o si tiene
tejado o azotea. Lo importante, realmente, es que sirva para las funciones de acomodo y
protección que debe ejercer. Del mismo modo, si algo parece claro es que las familias
son el marco imprescindible e idóneo para cubrir las necesidades de protección, afecto o
estimulación que tenemos los seres humanos, y particularmente aquellos y aquellas que
aún se encuentran en las primeras etapas del desarrollo. La composición de esta familia
es lo que resulta ser menos relevante, de acuerdo con nuestros datos y los de otros
muchos estudios, puesto que estas funciones imprescindibles pueden ejercerlas con
idéntico éxito aparente una constelación bastante variada de modelos familiares,
incluyendo dentro de ellos los formados por padres gays o madres lesbianas, vivan solos
o en pareja.
Si la primera reflexión es conceptual, la segunda nos conduce al terreno metodológico. La
muestra estudiada no ha podido elegirse aleatoriamente, sino que ha sido incidental, o lo
que es lo mismo, la configuran familias que aceptaron participar voluntariamente, como
suele ocurrir con los estudios que se realizan acerca de grupos o realidades sociales que
han sufrido el rechazo o la invisibilización. En este sentido, puede discutirse la
representatividad de la muestra pero, como argumentan Patterson y Redding (1996), “en
este momento hay tantas razones para argumentar que las muestras no representan a la
población de madres lesbianas, padres gays y sus hijos o hijas como las que existen para
argumentar que sí las representan” (pag.44). Ciertamente ni en nuestra sociedad, ni que
sepamos en ninguna otra, se dispone de datos fidedignos del conjunto de familias
homoparentales, por lo que no sabemos si estamos estudiando una muestra que
representa al conjunto completo o no.
En este sentido, podría plantearse que los datos obtenidos tuvieran un sesgo, dado que
la muestra incluía una sobrerrepresentación de familias de clase media-alta. Si esta es
una dificultad inherente a este tipo de estudios, dos circunstancias contribuyen a dar
credibilidad a los resultados obtenidos: de una parte, el hecho de que sean coincidentes
con los que han encontrado otros grupos de investigación de distintos países y, de otra,
que las muestras de comparación estén extraídas del entorno social de la propia muestra,
y no haya diferencias entre una y otras. Yendo un poco más allá en esta argumentación,
si se plantea que los datos obtenidos pueden deberse a la extracción social de la
muestra, sus recursos físicos y psicológicos, sus valores y prácticas educativas o su
implicación con el desarrollo y la educación de sus hijos e hijas, se está reafirmando lo
que exponíamos en la reflexión anterior: son todas estas dimensiones, y no la orientación
sexual en sí, las que pueden contribuir a configurar el desarrollo en uno u otro sentido.
Nuestra tercera reflexión tiene que ver con las preguntas a las que este informe no
puede responder. Este estudio, como cualquier otro, tiene un alcance limitado que viene
definido por las preguntas que pretendía responder (lo cual quiere decir que otras se
dejaron en el camino), por el método elegido, la muestra, el tiempo de estudio, etcétera.
Este es el primer estudio que se realiza en España, los chicos y las chicas tienen edad
escolar y se les ha visto una sola vez en la que no se les ha preguntado nada acerca de
su experiencia familiar. Creemos que sería muy interesante ampliar la muestra, no sólo
en número, sino también en edades: entrevistando a chicos y chicas mayores de edad,
que han vivido y crecido en hogares homoparentales, podríamos estudiar qué resonancia
ha tenido esta circunstancia en sus vidas, cómo la han experimentado, qué efectos, si
alguno, ha tenido para ellos, tanto favorables como desfavorables; cómo han cristalizado
como personas adultas, qué les caracteriza en distintos ámbitos : en cuanto a su salud,
sus relaciones sociales, su competencia profesional, su orientación sexual, etc. Por otra
parte, sería absolutamente interesante efectuar el seguimiento longitudinal de la muestra
que hemos estudiado e ir trazando las trayectorias vitales de estos chicos y chicas. En
definitiva, éste ha sido el primer estudio de un ámbito en el que aún quedan muchas
preguntas a las que esperamos dar respuesta en posteriores entregas.
Me ratifico en lo dicho. Religión lejos, mucha cultura, clases de ética, conocimiento de la historia, y no demasiado caso a cualquier médico, psicólogo o científico que crea en un dios.