...un manotazo a la mosca. Y nada, la muy cabrona no desaparecía de allí. Encima del calorazo que hacía a las putas siete de la tarde, aguantar al puto insecto. Alguién le podría haber dicho que en ese país la gente era inmune al calor, porque lo que es él, no aguantaba ni uno solo de esos veintinueve grados a la sombre que estaba proclamando el termometro dígital del bar. Y según el camarero, el aire acondicionado "está on, jefe, lo que pasa, jefe, es que tiene musha potencia, ¿sabe jefe?, y hay que ponerlo poco a poco, jefe". Menos mal que era su último día allí. Pero eso no lo sabía todavía.
[Continuará, creo.]
Nos leemos.