La incomodidad del asiento del tren le estaba destrozando la espalda. Sentía un escozor poco habitual entre los párpados, como si sus ojos tuviesen vida propia y quisiesen salir de sus huecos. Se frotaba continuadamente, atrayendo la mirada de los otros dos pasajeros del vagón, ya se sabe que las vueltas nocturnas a casa son de lo mas íntimas. Soltaba improperios en voz baja, esperando que nadie pudiese oírle y saciando así la mala uva que había acumulado durante su salida. Estaba claro que no era de las mejores noches que puede vivir un chico de 25 años en plena depresión sentimental. La cosa empezó bien, como empiezan la mayoría de las noches de sábado.
A las doce de la noche sus colegas le habían pasado a buscar. Llegaron a su destino, un local de de música dance, sin problemas. La entrada le costo una pasta, quizá demasiado para lo que luego sucedió. A las 3 llevaba una borrachera, de esas en las que te da el momento tierno y terminas por abrazarte algún tipo horrendo mientras le cuentas los grabes problemas que acontecen en tu vida diaria. Pero claro, en pleno momento cariñoso no le había dado por dejar de beber, así que sobre las 4 se encontraba de rodillas frente a la taza de un baño nocturno, de esos en los que los usuarios no acostumbran a tener mucha puntería. Rodeado de papel higiénico, charcos de orines y mixturas alimentarias, aún le resultaba más difícil contener sus arcadas y ascos.
Los colegas en plena subida de anfetaminas habían desplegado velas, dejando a él y su borrachera en un local a 70 km de su casa, sin un duro en la cartera, con la ropa empapada de líquidos corporales ajenos, un olor nauseabundo y una ojeras hasta la cintura. Descolocado y con una mala leche que no le dejaba pensar con claridad, se había colado en el tren esperando que el revisor se ahorrase la vuelta habitual.
El tren se detuvo era la última parada antes de su destino. Las puertas se abrieron. Se levanto del asiento y se acercó a la puerta hurgando en sus bolsillos. Sus dedos encontraron el paquete de tabaco que había comprado en el bar de la estación con sus últimas monedas. Encendió un cigarrillo. El tren a esas horas acostumbraba hacer paradas largas, lo suficiente como para poder terminarse el pitillo. Mirando el amanecer desde la puerta del vagón, inhalando el humo y pensando en como iba a vengarse de la traición de sus amigos, si en realidad podemos tratarlos como amigos.
El olor del humo se entremezcló con un perfume a melocotón, una chica joven, vestida con una chaqueta de pana negra, intentaba subir al tren. Cargaba con una maleta de viaje de esas con ruedas, unas gafas de sol tapaban sus ojos a la vista de los demás. Intentaba elevar la maleta por encima de la escalera de acceso al tren, pero parecía demasiado pesada. El le acercó la mano, ella la cogió y se impulso al interior del tren. " Gracias" dijo ella y se dirigió a los asientos, dejó la maleta en el asiento del pasillo, justamente al lado de la puerta, y ella se sentó junto a la ventanilla.
El tren dio la señal de la puesta en marcha. Lanzó el cigarrillo y exhaló la última bocanada de humo a la par que la puerta se cerraba por completo. Sus dedos habían perdido movilidad a causa del frío. Se sentó en los asientos frontales a la chica. Ella se sacó las gafas de sol y las colocó sobre su frente, sosteniendo su flequillo hacia atrás, cogió un libro de su bolso y empezó a leer. Sus ojos verdes se perdían entre las paginas de su libro, el movimiento que realizaba al finalizar cada frase recordaba al del carrete de una maquina de escribir. Sus labios se mueven como musitando palabras, las palabras que su mente van absorbiendo y ordenando. Sonríe levemente. Él perdido en la profundidad de sus ojos pierde la noción del tiempo.Ella coloca de nuevo el pequeño mechón de pelo que se le ha deslizado entre las patas de sus gafas y prosigue con la inmersión literaria. Lentamente el animal que se había apoderado de la mente de él, va calmando su ira. Ella se muerde el labio inferior, como si le agradase tanto la lectura que estuviese recibiendo un placer físico de ella. El se va excitando a cada leve movimiento de ella. La temperatura del vagón va elevándose. El se quita la chaqueta y la deja sobre el asiento libre de su costado. Ella deja la lectura, se saca las gafas y las introduce en el bolso, extrayendo a su vez un caramelo de menta, que desenvuelve y coloca lentamente sobre su lengua, cogiendo a continuación el libro. Sus mejillas se van deformando a cada movimiento del caramelo y él lo sigue con las vista.
El tren se detiene de nuevo, la bajada es inminente. La desesperación se adueña del corazón del chico, que no osa levantarse de su asiento, esta en el mejor momento de la noche, posiblemente en el mejor momento del último año. Sabe que su suerte ha durado demasiado y que el revisor no tardara en pasar, son casi las 8 y todavía no ha hecho aparición. Ella levanta la mirada un segundo, lo suficiente como para que sus ojos crucen un instante en común. El se levanta, coge la chaqueta y se dirige a la puerta, se para y dice " Gracias a ti".
Shin.
Última parada.
Re: Última parada.
Shin escribió:Él perdido en la profundidad de sus ojos pierde la noción del tiempo.
Sólo hay que saber elegir los ojos en los que perderse...
Pazita