De la tragedia del Rey Lear:
ESCENA II
ANTE EL CASTILLO DE GLOUCESTER.
ENTRAN KENT Y EL MAYORDOMO, OSVALDO, SEPARADAMENTE.
Osvaldo.-Buen amanecer para ti, amigo. ¿Eres de la casa?
Kent.-Sí.
Osvaldo.-¿Dónde podemos dejar los caballos?
Kent.-En el lodo.
Osvaldo.-Te lo ruego, si eres tan amable, dímelo.
Kent.-No soy amable contigo.
Osvaldo.-Bien, entonces no hago caso de ti.
Kent.-Si te tuviese en la punta de mi escarpín, verías cómo haces caso de mí.
Osvaldo.-¿Por qué me tratas así? No te conozco.
Kent.-Camarada, yo a ti sí.
Osvaldo.-¿Y cómo me conoces?
Kent.-Como a un bellaco, un sinvergüenza, un comedor de desperdicios; ruin, arrogante, frívolo, miserable bellaco con tres trajes, cien libra e inmundas medias de lana; un bellaco pendenciero con hígado de lirio; un bribón hijo de puta, fatuo, remilgado, servil; un esclavo cuya heredad cabe en un baúl; uno que haría de alcahuete por entregar sus servicios, y no es más que la fusión de un canalla, un pordiosero, un cobarde, un rufián, y el hijo y heredero de una perra mestiza; y uno al que golpearé hasta hacerle proferir clamorosos aullidos si niegas la más mínima sílaba de este título.
Osvaldo.-¡Pero qué monstruo eres, para injuriar así a uno a quien no conoces ni te conoce a ti!
Kent.-¡Qué truhán desvergonzado eres para negar que me conoces! ¿Han pasado ya dos días desde que te hice una zancadilla y te hice caer delante del Rey? Desenvaina, bribón; pues aunque sea de noche brilla aún la luna, hijo de puta patrón de barbería!¡Desenvaina! (DESENVAINA SU ESPADA.)
Osvaldo.-¡Fuera!¡No tengo nada que ver contigo!
Kent.-¡Desenvaina, sinvergüenza! Vienes con cartas en contra del Rey; y tomas partido de la marioneta Vanidad contra la realeza de su padre. Desenvaina, bribón, o haré jamón con tus zancas...¡Desenvaina, canalla!
Osvaldo.-¡Auxilio!¡Asesino!¡Socorro!
Kent.-¡Pelea, esclavo!¡No huyas, bellaco!¡Esclavo melindroso, ataca! (LO GOLPEA.)
Osvaldo.-¡Auxilio!¡Asesino!,¡asesino!
(Entran Edmundo con su estoque desenvainado, Cornualla, Regania, Gloucester y sirvientes)
Edmundo.-¿Qué hay?¿Qué pasa aquí?
Kent.-Con vos, buen muchacho, si os place: venid, os dejaré en carne viva; venid, joven señor.
Gloucester.-¡Armas!¡Espadas!¿Qué está pasando aquí?
Cornualla.-¡Quedaos quietos, por vuestras vidas! Será muerto el queataca otra vez. ¿Qué es lo que ocurre?
Regania.-Los mensajeros de nuestra hermana y el Rey.
Cornualla.-¿Cuál es vuestra disputa? Hablad.
Osvaldo.-Me falta el aliento, mi señor.
Kent.-No me sorprende, tanto has meneado tu valor. Cobarde sinvergüenza. La naturaleza reniega de ti. Un sastre es tu hacedor.
Cornualla.-Eres un hombre extraño: ¿un sastre que hace a un hombre?
Kent.-Un sastre, señor. Un escultos o un pintos no pueden haberlo hecho tan malo, aunque sólo hubiesen estado dos horas en el oficio.
Cornualla.-Sigue hablando, ¿cómo empezó vuestra disputa?
Osvaldo.-Este anciano rufián, señor, cuya vida he perdonado en consecuencia de su barba gris...
Kent.-¡Tú, hijo de puta de la zeta, letra innecesaria! Mi señor, si me lo permitís, convertiré a este canalla sin coraje en argamasa y me embadurnaré con él la pared de un retrete. ¿Perdonar mi barba gris, tú, rabilargo?
Cornualla.-¡A callar, hombre! Tú, bruto bellaco, ¿no conoces el respeto?
Kent.-Sí, señor; pero la ira tiene privilegio.
Cornualla.-¿Por qué estás furioso?
Kent.-Porque un esclavo semejante lleve espada, sin llevar la menor honradez. Sonrientes pícaros de esos, igual que ratas, suelen partir con los dientes los sagrados lazos demasiado intrincados para desanudar; halagan todas las pasiones que en el ánimo de sus señores se rebelan;
Las faltas de mecanografía son mías. Os jodéis y os las coméis, claro.
Transcrito de aquí.