De bombines y facturas [24-08-02]

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Cíclope Bizco
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De bombines y facturas [24-08-02]

Mensaje por Cíclope Bizco »

De bombines y facturas

En una apartada casa, a las afueras de un tumultuosa ciudad, nació un buen día una carialegre niñita , con tiempo y miles papillas creció un poquito y hasta el momento, sigue despreocupadamente viviendo allí.

Sus hacendosos padres la llamaban Ari , era el diminutivo de Arianne. Desde luego demasiado glamouroso, para una niña cuya mayor diversión era ladrar enérgicamente a los gatos y maullar estrepitosamente a los perros; cuando al fin conseguía asustarlos con su fiera demostración de potentes gruñidos se descosía en francas y risueñas carcajadas como solo una niña de casi 4 años sabe hacer.

Inconscientemente, como suele pasar a menudo, sus queridos progenitores habían depositado todos sus sueños y anhelos en su hija, que por tener no tenía mas que sus humildes padres, pero eso sí, muchísimos años en blanco para representar una vida coloreada de satisfacción e intensa felicidad. Su padre y madre solo ansiaban un futuro color de rosa para Ari, para así poder embelesarse con brillantes pinceladas rosáceas que nunca tuvieron en su monótono y tétrico gris de cadena de montaje en serie.

Justo delante de la puerta principal de la casa de ella estaba el verde buzón de plástico. Un día, Ari tuvo una idea y ni corta ni perezosa, con sus témperas y unos pedacitos de papel de colores, transformó el utilitario verde buzón de plástico en un gracioso marcianito verdoso de tres pares de ojos multicolores, nariz y orejas atrompetadas, unas finas antenas que se mecían con el son de la brisa y una gran y ancha boca, que era la cavidad por dónde se introducen las cartas recibidas .
Todas las mañanas antes de irse al cole saludaba a su marcianito y él la saludaba escueta pero eficazmente dándole las cartas que hubieran llegado y los buenos días.

Aún no sabía leer y a veces, le preguntaba a su papá que era lo que significaban esas letras, dibujos feos y pequeñitos que ocupaban pequeñas partes del, para ella, gran trozo de papel; "Carta de tu tía Olga" a secas, contestaba su padre muy rara vez y casi siempre respondía mascullando entre dientes "Facturas, bancos, ¡ arghh !, cosas muy aburridas solo de mayores, cariño". No conocía a su tía Olga pero si la había visto en fotos antiguas y las que solía enviar conjunta con sus esporádicas cartas. Siempre había unos edificios grandes y bonitos detrás de ella, frecuentemente gente de piedra o sitios con muchas flores, animales y agua, mucha agua. Sus padres nunca hablaban bien de ella, ridiculizaban su pelo, sus maneras y su manera de vestir. Sin embargo a Ari le encantaban su pelo arcoiris, con esos tirabuzones púrpuras y rojizos cayéndole hasta las cejas, las divertidas muecas con los ojos vueltos y la lengua sacada tocándose la punta de la nariz y sobre todo, sus zapatos de cada color, las medias a rayas horizontales, la falda con retales de otras prendas, y los jerseys de mangas tan anchas que bien pudiera cobijarse dentro de ellas una pequeña personita como era Ari .

Las cartas de facturas eran tantas y las recibían tan a menudo, que el pobre marcianito ya las aborrecía por estar hechas a máquina y tener que tragar tantas por culpa de la mano cebadora del indiferente cartero. Pero a cambio de aguantar aquel suplicio, le llegaba de mes en mes, un manjar hecho mano, artesanal, deliciosa y adornada con sellos de países tan lejanos que si anduvieras tres días seguidos sin parar, no llegarías siquiera al mas cercano de ellos.

Una mañana una carta-factura, pegada a la mano de un hombre con bombín, pegó a la puerta y habló durante un tiempo exasperantemente largo con el padre de Ari, sólo cinco minutos, en un tono de voz monocorde, como si hubiera dicho lo mismo día tras día de su vida. El malhumorado papá cerró la puerta bruscamente en la bulbosa nariz del hombre del bombín, se escucho un ¡ay! pero el hombre aguanto estoicamente, no se movió y siguió esperando en la puerta. Al día siguiente otro hombre con bombín repitió la operación, esta vez enseñó una tarjeta y se repitió la misma situación, otro portazo, ¡ay! y ahora había dos hombres con bombín. Un día después, otro hombre, esta vez con frac y el sempiterno bombín, una corta e insultante parla, un típico ¡ay! y ya eran tres hombres con bombín. Ari empezó a interesarse por ellos, primero con ojos inquisidores y pícaros, luego con burla y al final los consideró compañeros de juego. A la mañana siguiente llegó otro hombre con bombín adherido a otra voluminosa factura con números grandes, legibles y rojos, luego un ¡ay! y estaban cuatro hombres-bombín en el correillo de juegos particular de Ari.

Pasaban los días y otros hombres con bombín se quedaban en la puerta con la nariz dolorida y una inconmensurable paciencia. Cinco, seis, siete, ocho... ¡quince! una quincena de compañeros de juegos, Ari nunca había tenido muchos juguetes, a decir verdad, solo un oso de peluche, ahora tuerto y cojo de una pierna. Para remendarlo como se le ocurrió meter un caramelo de toffee bien relamido para dejarlo redondo y poder dejarlo en la cuenca de gomaespuma y una alcachofa coloreada como pata de palo de este osito maltratado por niñas muy inquietas y curiosas. Las otras tenían a sus flamantes Barbies, altas, rubias, esbeltas y paradigma de la mujer perfecta. Ella tenía a sus hombres-bombín, bajos, casi enanos algunos, calvos, casposos seborreicos, hasta canosos con pelillos blancos en las orejas, rechonchos y abultados en el vientre por elásticos y gruesos michelines y ella dudaba mucho que cualquier hombre normal aspirara a ser alguna vez en su vida todo un hombre con bombín. A pesar de todo les caían bien.

Les hacía cosquillas en las orejas con el plumero para ver si reían estos hieráticos personajes, saltaba sobre sus voluminosas panzas para tocar el techo del descansillo, les tiraba del bigote para hacerles poner muecas que nunca en su vida había visto en nadie que tuviera mas de siete juiciosos años y le gustaba muchísimo apagar las luces del pasillo y soplarles detrás de la nuca para que tuvieran escalofríos y se asustaran como bebés ante los aspavientos de los pintarrajeados payasos del circo, ¡y algunos salían corriendo escaleras abajo! Se había acostumbrado a ellos y ya no quería que se marchasen nunca, eran realmente divertidos .

Un día cualquiera el marcianito recibió una carta muy especial, todo un delicatessen para él, era de su tía Olga. No la leyó, no sabía como hacerlo. Así que se la dio a su últimamente siempre encolerizado padre. Se le pusieron los ojos como platos y soltó un gritito apagado de alegría contenida, no lo comprendía siempre le cayó bastante mal la estrafalaria tita Olga .

A la mañana siguiente Ari no paró de hacer pucheros con sus angelicales ojos vidriados por las lágrimas, sollozó y se enjugó los cristalitos acuosos que se derramaban de sus tristes ojos. No se explicaba lo que había pasado. Los hombres-bombín se habían marchado. Alguien había pagado todas las facturas.
Al pasar Nueva Orleans dejo atrás sus lagos iridiscentes y luces de gas amarillo pálido | pantanos y estercoleros | aligátores arrastrándose sobre botellas rotas y latas | moteles con arabescos de neón | chaperos desamparados que susurran obscenidades a la gente que pasa.

Nueva Orleans es un museo de muertos.

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