Sollozos serenos

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FuSiLeRo
perro infiel bretón
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Registrado: 21 Abr 2004 20:51

Sollozos serenos

Mensaje por FuSiLeRo »

La idea de un segundo “yo” es mágica, pero horrible. Se llama locos a los que van más allá, a esos que creen que ellos no son ellos mismos, sino otros, aquéllos que no se contentan con aceptar lo que ven. Y yo estoy entre éstos, pero no me considero un desquiciado ni mucho menos, simplemente mi inteligencia es distinta e incomprensible para los demás. Asimismo, mis reflexiones asustan a ésos que no nos entienden, pero sé que estoy en lo cierto, estoy seguro de que alguien dentro de nosotros maneja nuestros hilos. Mi talento, que yo no defino así, es adorado por algunos; otros me condenan con su mirada por ser como he de ser, no como deseo ser, sino como alguien en mí quiere que sea.
Las cartas infernales del destino están rotas. El destino no existe, está quebrado por los impulsos inimaginables. Crear una imagen allí donde no existe es, como la sextina de un poeta, la catedral de un arquitecto, la melodía de un músico, el cuadro de un pintor o la muerte de un dios, una obra de arte. Pero en este caso, el don no será venerado como el de los demás líricos, dibujantes, pintores o compositores, sino que, lejos de tal extremo, su capacidad divina se rebajará a lo más terrenal para ser apelada locura, como si el creador de la imagen fuese un Quijote que atraviesa los límites de la realidad y cuyo Sancho, el gentío, le llamase desquiciado en busca de su cordura, procurando que se notase diferente a los demás. Pero el loco más loco es cuando se pretende que sea cuerdo, pues es tan imposible hacer que cambie como convertir en artista a alguien sin don, a un don nadie.
Decidí vivir solo por la tranquilidad y la paz de los días solitarios, por el alcance de una imperturbabilidad que otros llaman misantropía. Conocerse a uno mismo es el mayor descubrimiento para los seres humanos. La psicología, como la sociología, investiga los diferentes caracteres humanos buscando una explicación al comportamiento de los hombres en situaciones adversas y antagónicas entre sí. Sin embargo, aún hoy se desconocen algunos porqués de los misterios del cerebro y la mente humanos y sus reacciones en entornos críticos. La estancia en una casa grandiosa en plena soledad constituye uno de los ambientes idóneos para el análisis de los trastornos propiciados por una previa obsesión. La pérdida de la noción del tiempo, las diversas imágenes irreales fruto de otro mundo paralelo y no de éste y los deseos oníricos que surgen durante la vigilia parecen los claros síntomas del consumo de heroína o marihuana; sin embargo, no son más que la consecuencia de unos
ojos que no diferencian qué está bien y qué mal, qué delimita con la muerte y qué se sumerge en la vida, qué puede ser real y qué irreal, unos ojos en duda, unos ojos míos.
Los paseos escalera arriba y abajo son continuos, la conciencia de ellos, mínima. Hoy, como si nada hubiese ocurrido, discurre en mi mansión la vida monótona de cada día. Hace noches hallé un vacío en mí, la ataraxia me ayudaba a alcanzar el grado más alto de libertad, mas algunas de mis obsesiones necesitaban de un compañero para verse realizadas. Conocía la inmundicia del salón y la muerte de los libros de mi escritorio; los cuadros milagrosamente más jóvenes cada hora que pasaba, no como mis arrugas, los vientos pasajeros, ladrones incapaces de adentrarse por los cristales. Pero me desconocía a mí mismo. De aquella precisa noche jamás podré olvidar mi presencia debido a la ausencia de otros ni la soledad de los demás porque estaban en mi mundo, no en el nuestro, en mi mundo...y por eso no estaban. El reloj, como estaba marcado, sonó a su hora, en mis oídos. Las palabras de las páginas debían cesar por entonces.
Incomprensiblemente, tras cerrar la vida que transcurría impresa en el libro, la caída de otro libro se me acercó a los oídos y, aunque opino que los sentidos a menudo nos mienten acerca de la realidad, mi sobresalto y mi terror fueron enormes, pero no tanto como mi curiosidad. No tomé ningún candelabro ni llama alguna, pues la sensación producida por la oscuridad total en semejante angustiosa situación me hacía creer que me encontraba en las entrañas de un dragón, de un caballo de Troya y era horrible, magnífico y horrible. Si lo triste puede parecernos a veces gracioso, patético incluso, ¿por qué no puede tener lo horrible un matiz magnífico?
Descalzo iba, clavándome los cristales invisibles de la oscuridad, mientras subía las escaleras y los sonidos se repetían ahora tal y como si se tratase de caídas, pero no de un libro, de un cuerpo mayor, humano. Tales señales me hacían temer más lo que desconocía que lo que conocía, tal vez no era la oscuridad exterior la que me aterrorizaba, sino la interior. Unos pasos más y las llamas de lo irracional volverían mis ojos negros como cenizas. El suelo parecía abrirse a cada movimiento y, en el momento más aterrador, justo antes del Apocalipsis, antes del golpe mortal, las paredes volvían a su sitio, la tierra se reunía de nuevo y todo continuaba con normalidad hasta el siguiente movimiento. Era un ir

y venir de la muerte rozando a ésta, sin sobrepasar el ecuador de los dos mundos, la peor muerte: la vivida. El viento había empujado la ventana de mi habitación lo suficiente, había logrado entrar en ella. Abrí la puerta con unas manos no de carne, sino de sudor, y, una vez dentro, contemplé cómo el aire impetuoso compartía la estancia con una luna ígnea. Observé el suelo y pude ver, clavada en él, una sombra que la brisa despeinaba y, de esta forma, la distorsionaba más aún para mis pupilas ebrias. Surgió enfrente de un espejo, pero no podía tocarla, quizá porque no existía, quizá porque escapaba de mí como el agua de entre tus manos. Con inmensa paciencia, me puse detrás de aquello que había visto y miré hacia el espejo, en busca de su rostro. Sin embargo, su figura no apareció delante de mí, sino que su presencia se dio a conocer tras mirar fijamente al espejo durante unos segundos. Surgió detrás de mi doble dibujado en el espejo y sólo pude ver que sus gestos me recordaban que iba a morir y, después de avisarme, desapareció, mas yo me quedé desconcertado ante el espejo, mirándome, a pesar de que mi imagen se resbalaba por cada centímetro del cristal y se tambaleaba en él. Entonces, un humo líquido brotó de mi cabeza y empapó mi tez. El magma de mi mente había cubierto la realidad y me veía, después de esta erupción, encharcado en arrugas, moribundo. Mi aspecto espectral me hizo incluso llorar por momentos, pero mis manos, colocadas sobre mi rostro, parecían haber ocultado las lágrimas sangrientas, pues, al despertar de mis sollozos, todo había huido: la lluvia rojiza, la sombra perversa, la puerta cerrada, la ventana abierta.

Tras mi sentimiento pavoroso, decidí relajarme y pasar la noche en vela. El aroma de aquellas plantas y la infusión de aquellas otras hierbas del campo me permitiría descansar de la pesadilla durante unas horas.

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