El rechinar del tenedor contra el exquisito plato de porcelana me despertó de mi somnolienta realidad. Estaba ahí por un asunto. Empecé, pues, mi labor.
Todos los comensales me miraban furtivamente a través del destello de las velas tan bien dispuestas sobre la mesa. Y el blanco del mantel, que parecía reflectar, impoluta, toda la luz de la Luna estival que atravesaba los grandes ventanales, me produjo una sensación de bienestar inigualable.
La anfritiona, con ojos nerviosos y esquivos, no paraba de toquetear el borde de la servilleta posada educadamente sobre sus afiladas y desnudas rodillas. Moría de ansiedad, y esto me hacía sentir poderosa, casi cesariana, a un paso de provocarle el infarto.
Siempre he destacado por tener un paladar extraordinario, capaz de detectar hasta la más mínima presencia. Por eso soy conocida.
Empecé entonces con bocados muy pequeños, tan pequeños y con tal dedicación, que parecía, por momentos, que cortaba la comida en el aire.
Todos me observaban a tientas por encima de sus copas de fino champán, paralizando en el aire sus banales conversaciones.
En el fondo, buscaban de mi aprobación. Aunque me sentía como un monito de feria ambulante al que hacen bailar con un gorro sobre su cabeza, me arrebaté de orgullo y me jacté creyéndome el centro del universo.
Estaba ahí por un asunto.
Saboreé con las cejas bien arqueadas, como es común en mi. Moví mis labios arriba, abajo, arriba, abajo. Me deleité, a sabiendas de la espectación. Alargué el momento lo máximo posible, como quien aguanta la respiración al creer echar una magnífica instantánea fotográfica.
No se hizo bola, no. La textura de la fibra era suave y delicada como un pañuelo de seda. Se notaba que había sido tratado con atención, y muy bien escogidas las especias. El sabor dulzón me embriagó hasta límites insospechados.
Entonces bendecí para mis adentros, y dí mi veredicto, pues estaba ahí por un asunto:
Todos aplaudieron con las manos todavía manchadas en salsa gelatinosa, produciendo un furor de chasquidos inigualable, mostrándome sus perfectas dentaduras de nácar teñidas de sangre y algún que otro coágulo pendiendo entre los incisivos.
Gñe.
P.D.: Gracias negro por la aportación, pero quedará asín no más.