Ese monstruo que es hoy

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La caída de Ícaro
Perro infiel amiricano
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Ese monstruo que es hoy

Mensaje por La caída de Ícaro »

Al coger el vaso de nuevo, sólo quedaban unos polvos humedecidos.

― Tienes que bebértelo todo- se dijo a sí mismo-, no vale de nada toda esta mierda si ahora dejas todo ahí.

Frunció el ceño, cerró los ojos y con un gesto más propio de las arcadas, se llevo rápidamente el vaso a la boca.
Enseguida miró a la peinadora de la entrada. Las llaves, menos mal. Siempre suele tenerlas perdidas, o con un poco de suerte en un bolsillo de cualquier pantalón. Es todo un desamor lo tuyo con el cerrajero, le dice a veces su mujer para reírse de él.

¡ Cómo la odiaba!, y en gran parte la compadecía. De ser tan mala persona, según él, pero al fin y al cabo no es culpa tuya, tú no elejiste ser así.
Hace tanto tiempo que no pasa un día sin que discutan, que todo es una nube negra ( de un negro zaino), que ya casi no recuerda en que momento todo se convirtió en ese monstruo que es hoy.
Ella le maldecía. Maldito el día en que te conocí, y malditas tus sucias mentiras.
Según ella, él se caso sin estar enamorado, por casarse. Porque sí.

Nada más lejos de la realidad.

Él, sabía que no era así.
Pero, ¿ cómo decirle que en parte tenía razón?, ¿ cómo explicarle que el amor, al igual que la falsa felicidad que alguna vez fingieron vivir, se había gastado a golpe de grito, deshaciéndose como una madeja de lana que tira desganado, pero que no parece terminar?

Al amanecer, el nudo que se le hacía en la garganta se mezclaba con el hedor de su mono de trabajo. Era angustiosa la sensación, cada vez que pensaba en que estaría el resto de la vida así le entraban ganas de llorar. En vez de eso, se frotaba, preventivamente, con la base del pulgar los ojos humedecidos.
Su compañero de trabajo no soportaba verle así, y cuando llegan a descargar al vertedero y tienen que mirarse a la cara para sincronizar sus movimientos, éste agacha la cabeza y prefiere, con la boca bien pequeña, agonizar un A la una, a la de dos... No soporta verle así.

― Me cago en la puta.
El sobre de Frenadol ya no está vació, y mucho menos tiene esa abertura en una esquina. A la derecha un vaso de agua a la mitad. Le zumban los oídos cuando escucha de fondo a su mujer gritar.

― Tómate los puñeteros polvos...

Él no dice nada. Sólo mira la peinadora mientras vuelve a meterse las llaves en un bolsillo.

― ¿ Qué?, ¿ en casa del herrero...?.- Ella vuelve a la carga.

― En casa del herrero te callas la puta boca.- Le zumban más los oidos- Hola.

― Joder, nunca tiras la basura, tu propia basura...

Se queda callado, pensando, y se lleva los pulgares a los ojos. Ella sigue gritando.
La ve gritando. La ve gritando de joven. La ve gritando la noche de bodas. Grita también - como no- en la comunión del niño, y para no ser menos, la recuerda gritando todas las mañanas al entrar.

Se le tuerce la cara, el zumbido de los oidos se hace insoportable. Esa pasta verde no la hace más guapa.
Se le nubla la vista.

...a la de tres.

La caduta di Ícaro.

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