Rebelión.

Adoradores de Ken Follet, seguidores del Marca, Gafa-Pastas afiliados al Kafka, histéricos del Harry Potter...
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Shin
moromielda
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Mensaje por Shin »

El sonido mecánico y repetitivo del rotor me ensordecía. El mundo estaba en guerra, ahora ya no se trataba de una revuelta de las clases bajas, teníamos ante nosotros ojos un mar de decadencia. Los civiles, armados con palos, piedras, botellas y armas de pequeño calibre nos emboscaban entre las calles estrechas y oscuras. Arremetían con fuerza contra nuestros efectivos que se repartían por toda la ciudad intentando evitar que el cáncer se extendiera hasta hacerse terminal. Difícil tarea la nuestra. Pero si no intentábamos mediar la paz nosotros, ¿Quien lo haría?

Pero todos no teníamos el mismo concepto de mediar la paz. Sentado frente a mi, el sargento miraba sonriente las humeantes calles de la ciudad, mientras ponía a punto su rifle de pulsaciones. Esta claro que los de arriba querían permanecer arriba y los de abajo no pensaban en otra cosa que ascender a las nubes, mientras los que nos encontrábamos en medio cosechábamos lo que sembraban ambos. Las cosas estaban calientes, la información estaba siendo adulterada por los dos bandos, creando aún más discordia.

_¿Estáis listos?_ La voz del sargento se hundió en lo mas profundo de mi mente, como si el aguijón de un escorpión se hubiese clavado en mi nuca. Contemplé al resto del escamote, sediento de sangre, esperando que los patines del helicóptero tocasen tierra para saltar a la desbandada en busca de objetivos fáciles. La fiesta iba a empezar y todos teníamos nuestra invitación, recién abierta, esperando ser mostrada ante el resto de asistentes.

_ Tres, dos, uno... Contacto! _ De nuevo la aspera e irracional voz del sargento, esta vez dando la señal de salida.

Mis pies tocaron el suelo, abrupto, como la corteza de un árbol, era incomodo de pisar, los restos de piedras, calzada levantada, carne y cenizas abarcaban los siguientes 100 metros de nuestra ruta. No tardaron en empezar a silbar las balas. Los disparos venían de un edificio al norte, entre coches volcados y montañas de sacos de cemento, un chico de unos 20 años disparaba a voleo hacia nuestra unidad. Buscamos la cobertura de un vehículo que se encontraba tumbado con las ruedas hacia arriba. De ser un campo de entrenamiento con el equipamiento adecuado, podría haberle atinado un certero disparo sin necesidad de cobertura, pero claro, esto ya no era un juego y aquí se premiaba tu capacidad de supervivencia más que tus arrestos.

El sonido de los rotores se fue perdiendo en la distancia, para hacer más audibles los disparos desde la lejanía. Me situé en el borde del honda, esperando que no me acertase el maldito chico, mientras intentaba vislumbrar mejor su posición. En verdad el pobre lo tenía bastante crudo, los otros dos escuadrones de soldados estaban rodeando ya el edificio. Las comunicaciones por radio eran fluidas, un ir y venir de palabras técnicas. Agazapados el escuadrón azul entro repentinamente en el refugio del chico, que sucumbió ante los disparos. Los gritos se oyeron calle abajo.

Lentamente fuimos recuperando la ruta. Hombres cansados y mal alimentados, un símbolo inequívoco de la mala situación de la población, salían de los recovecos más inverosímiles, pequeños focos de resistencia intentando parar nuestro cometido. Avanzábamos vigilando los flancos, como el comandante nos había enseñado. Nos dirigíamos a la escuela mayor, donde tenían el centro de operaciones los rebeldes. Ya podíamos vislumbrar la reja exterior del edificio cuando algo estalló junto a nosotros.

Shin.

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Shin
moromielda
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Un constante pitido resonaba a lo largo de mi cráneo, usando este como una improvisada caja de resonancia. Mis labios estaban húmedos, el liquido que los mojaba tenía un sabor metálico, algo que ya había probado anteriormente, no recordaba cuando. Me dolía la muñeca en demasía, seguramente intente amortiguar el golpe contra el suelo con ella. La tenía rota, no era médico, pero en la escuela militar nos enseñan estas mierdas. Me escocía la cara, más de lo habitual, o mi acné estaba más revolucionado de lo corriente o me habían herido. Yacía cara a tierra, estirado. Realmente no sabía cuanto había pasado, la explosión hizo saltar mi casco, y mi cabeza no estaba protegida al golpear contra el duro suelo. La colisión contra el asfalto me dejo inconsciente. No gocé abrir los ojos, supuse que la quemadura me habría sellado los párpados y no me veía preparado para una dosis mayor de dolor.

Lentamente el volumen del pitido fue disminuyendo hasta ser casi imperceptible, dejando paso a una pequeña vibración, algo parecido al silencio. Pero algo lo quebrantó, el estruendo se precipitaba del vacío sobre mi, como un trueno en plena tarde de otoño, de hecho era eso, ya que segundos después empecé a notar lo que parecían gotas de agua. El escozor de mi cara se fue aliviando, lo suficiente como para que mi débil voluntad osara separar los párpados. La escasa luz que entraba por la dolorida rendija me alivió aún más, puesto que no tenía la seguridad de poder volver a ver.

El negro asfalto empezaba a cambiar de color, su tono oscurecía más, las gotas de agua limpiaban todo a su paso. Elevé la mirada un poco, para poder ver la calle entera, intentando no hacer ningún movimiento, no quería caer en manos de algún rebelde. Me encontraba a un metro de distancia de la acera, y a unos dos del edificio más próximo, el mortero nos había alcanzado desde el colegio, así que podían verme. Me urgía esconderme y entablillar la muñeca. Recorrí todo el campo de visión, intentando localizar cualquier Sniper. Odiaba esas palabras apoderadas del Inglés. Estaba todo despejado, era hora de empezar a dirigirme hacía la pared. No tenía daños grabes, aparte de la quemadura en la cara y la muñeca. Me arrastraba con suficiente velocidad, la que me permitían mis entumecidas y doloridas piernas.

Shin.

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Shin
moromielda
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El estomago me estaba matando, la ulcera estaba en ebullición, parecía ser que los nervios habían provocado su enaltecimiento, como si quisieran fastidiar nuestro plan. Como si todo se aliara en nuestra contra. Pero no todo eran malas noticias, poco antes habían llegado provisiones al colegio. El hambre estaba empezando a exaltarnos y alguien fue a por comida, arriesgando el culo en ello. Habían llegado cargados de comida y bebida, incluso traían una caja de cervezas. Lo mejor no fue eso, sino las noticias que traían. Nos informaron de dos escuadras de militares uniformados, por lo que parecía se dirigían al colegio, querían asaltar el centro de mando. Cuando estábamos reorganizando a nuestros pocos y malogrados hombres pretendían pillarnos en bragas, pero por suerte los vimos antes. Colocamos uno de los morteros que habíamos conseguido de la mafia poco antes de la revuelta apuntando hacia la calle y esperamos..

Unos minutos después un grupo de soldados se acercaba por ella, pobres ingenuos, no esperaban una recibida con proyectiles de mortero, sus mentes pensantes no creían que todo aquello estuviese planeado, como si no pudiesen creer que las clases inferiores pudiésemos llegar a una batalla en condiciones. Avanzaban despreocupados, armados hasta los dientes, mirando por las callejuelas de la ciudad de una manera poco ortodoxa, como si fuesen una panda de novatos engreídos mostrando al mundo sus insignias de las fuerzas especiales.

El Proyectil detonó en pleno escuadrón, los cuerpos salieron despedidos hacia todas partes. Mientras los gritos de alegría saltaban a mi alrededor. _ Demasiadas películas han visto estos soldaditos _ dijo uno, con los consiguientes comentarios de aprobación de los demás. Yo intente concentrarme de nuevo en mi tarea, volví a situar el ojo en la mirilla. Nunca pensé que los años en el ejercito me servirían para cambiar el mundo, pero ahora en plena crisis social y con una guerra civil en curso, me estaban resultando mas que útiles, necesarios.

Tras unos segundos de silencio estallo un trueno en el cielo, el rayo cruzo por el horizonte distrayendo mi atención de la calzada un segundo. Las gotas empezaron a caer sobre nosotros.

La cruz del visor estaba situada sobre uno de los cuerpos, el que estaba más alejado de la detonación. Fije la mirilla en su rostro, al tiempo que Él abría los ojos. Observó todo su ángulo de visión, esperaba localizar algún Sniper, como decían los mandos. Esperé, sin moverme, a que su cuerpo empezase a deslizarse hacia una cobertura. Comenzó a reptar, se sostenía la muñeca, parecía tenerla rota. Cuando se encontraba a un metro de la pared apunte a su cabeza descubierta, recé unas oraciones en su nombre. Pensé un instante en su familia, si tendría hijos, si su novia le estaría esperando en algún lugar. Me dispuse a apretar el gatillo, ahora pensando en mi hijo y mi mujer, en sus cuerpos destrozados por la metralla de un proyectil lanzado desde un helicóptero. El silenciador silbó. Una sacudida del cuerpo y una posterior tranquilidad.

Shin.

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