GALGO CORREDOR
Publicado: 24 Abr 2004 00:16
GALGO CORREDOR
- En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor...
Esta vez le vino a la cabeza la primera vez que le llamó así: galgo corredor... “su galgo corredor”...
Era ese momento del amanecer en que como cierres los ojos unos segundos más allá de un simple parpadeo luego al abrirlos tienes que acomodar la vista a esa cantidad de luz que ha aumentado de forma tan palpable.
Llevaba dos horas despierta, dos horas contemplando ese paisaje en el que podía perderse durante toda una noche: esos hombros que le acompañaban a su lado en la cama.
Siempre había sentido una predilección por los hombros, pero sentía una especial por estos de perfil suave. Le recordaban a las fotografías de aquellos montes leves, los panes de azúcar, que había visto en los libros de geología cuando estaba en el instituto. Fueron fotos que siempre le hipnotizaron, según ella tenían algo mágico, y esa misma magia la había encontrado en aquellos hombros y su prolongación hacia los brazos y espalda.
Sabía que llevaba dos horas en vela porque, justo por encima de su hombro derecho, podía ver el reloj en la mesilla de noche.
Al principio, según se despertó sólo alcanzaba a ver la fluorescencia de las manillas, consiguiendo adivinar la hora debido la posición relativa de estas.
Más tarde, poco a poco, según la luz iba entrando a través de la persiana enrejillada, fue descubriendo las siluetas y detalles de los escasos muebles que vestían aquella habitación.
Al rato de despertarse, cuando los primeros haces de luz atravesaban el dormitorio, se le acercó lentamente en busca de calor bajo las sábanas, la brisa mañanera era fresca y había erizado el vello de todo su cuerpo en un ligero escalofrío.
Alzó la cabeza ladeándola para dirigir su mirada hacia ella y, con los ojos entreabiertos, esbozó una sonrisa de medio lado, aquella sonrisa entre picarona y tierna que mil veces le había dedicado.
- No tengo muy claro si sigo dormido y me lo estoy inventando o de verdad estás aquí pero prefiero no pensarlo y disfrutar de tu presencia...
- Shhhh, calla y sigue durmiendo “Galgo Corredor”, que aún es temprano.
Se acercó a ella, apartando de su cara aquellos mechones de cabello que, como esas cortinas de tiras en las puertas de las casas de pueblo, no dejaban ver del todo lo que habían más allá y le besó en la frente mientras con una mano le acariciaba la mejilla.
Volvió a girarse y se desplomó en su postura inicial: Boca abajo, con los brazos bajo la cabeza y mirando hacia el lado contrario en que ella se encontraba, de manera que sobre sus hombros caían aleatoriamente algunos rizos de su melena.
Así llevaban dos horas aproximadamente. Él durmiendo y ella jugando con sus rizos, jugando con los dedos a dibujar y recorrer una y otra vez el perfil de sus hombros, aquellas curvas que se antojaban infinitas en su mente, al ritmo de su respiración.
Aquella fue la primera vez que ella le llamó Galgo Corredor.
No fue la última.
Al día siguiente le preguntó acerca de aquel galgo corredor y ella le recitó el comienzo de El Quijote.
Le decía que era flaco como un galgo, fibroso y astuto y que la velocidad era algo que le caracterizaba.
Ya lo creo que le gustaba la velocidad. Era algo que le transportaba a otro mundo. Había intentado transmitirle aquella sensación de placer cuando le llevaba en su antigua Ducati, la que tenía desde hace más de quince años, pero nunca fue consciente de si realmente llegaron a sentir lo mismo por aquello.
A cambio ella había intentado transmitirle su pasión por la literatura. Siempre para dormir le leía algo mientras le acariciaba la cabeza.
En una mano sostenía aquello que estuviera leyendo para los dos a media voz mientras con la otra le hacía carantoñas en la cabeza enredando sus dedos entre su pelo.
Habían tratado de compartir sus pasiones durante el tiempo que estuvieron juntos, hacer disfrutar al otro de eso que les llenaba de vida.
Él ahora no podía conciliar el sueño sin leer aunque fuera un par de páginas. Incluso, en la última etapa que compartieron, se turnaban la noches para leer para los dos.
Había pasado mucho tiempo de todo aquello, pero en él permanecía la curiosidad por la literatura que había surgido de las veladas compartidas.
Hacía menos de un mes que había decidido leer aquello que un día le comenzó. Aquello por lo que le llamaba “galgo corredor”. Quería saber más de aquello que le inspiró para llamarle así.
Había intentado leerlo noche tras noche durante el último mes.
Hoy había vuelto a pasarle.
No conseguía pasar de “...galgo corredor.”, siempre había algún momento compartido que le venía a la cabeza.
Parecía su sino, no conseguir pasar de aquel galgo corredor.
Quizás no era capaz de seguir adelante tras ella.
- En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor...
Esta vez le vino a la cabeza la primera vez que le llamó así: galgo corredor... “su galgo corredor”...
Era ese momento del amanecer en que como cierres los ojos unos segundos más allá de un simple parpadeo luego al abrirlos tienes que acomodar la vista a esa cantidad de luz que ha aumentado de forma tan palpable.
Llevaba dos horas despierta, dos horas contemplando ese paisaje en el que podía perderse durante toda una noche: esos hombros que le acompañaban a su lado en la cama.
Siempre había sentido una predilección por los hombros, pero sentía una especial por estos de perfil suave. Le recordaban a las fotografías de aquellos montes leves, los panes de azúcar, que había visto en los libros de geología cuando estaba en el instituto. Fueron fotos que siempre le hipnotizaron, según ella tenían algo mágico, y esa misma magia la había encontrado en aquellos hombros y su prolongación hacia los brazos y espalda.
Sabía que llevaba dos horas en vela porque, justo por encima de su hombro derecho, podía ver el reloj en la mesilla de noche.
Al principio, según se despertó sólo alcanzaba a ver la fluorescencia de las manillas, consiguiendo adivinar la hora debido la posición relativa de estas.
Más tarde, poco a poco, según la luz iba entrando a través de la persiana enrejillada, fue descubriendo las siluetas y detalles de los escasos muebles que vestían aquella habitación.
Al rato de despertarse, cuando los primeros haces de luz atravesaban el dormitorio, se le acercó lentamente en busca de calor bajo las sábanas, la brisa mañanera era fresca y había erizado el vello de todo su cuerpo en un ligero escalofrío.
Alzó la cabeza ladeándola para dirigir su mirada hacia ella y, con los ojos entreabiertos, esbozó una sonrisa de medio lado, aquella sonrisa entre picarona y tierna que mil veces le había dedicado.
- No tengo muy claro si sigo dormido y me lo estoy inventando o de verdad estás aquí pero prefiero no pensarlo y disfrutar de tu presencia...
- Shhhh, calla y sigue durmiendo “Galgo Corredor”, que aún es temprano.
Se acercó a ella, apartando de su cara aquellos mechones de cabello que, como esas cortinas de tiras en las puertas de las casas de pueblo, no dejaban ver del todo lo que habían más allá y le besó en la frente mientras con una mano le acariciaba la mejilla.
Volvió a girarse y se desplomó en su postura inicial: Boca abajo, con los brazos bajo la cabeza y mirando hacia el lado contrario en que ella se encontraba, de manera que sobre sus hombros caían aleatoriamente algunos rizos de su melena.
Así llevaban dos horas aproximadamente. Él durmiendo y ella jugando con sus rizos, jugando con los dedos a dibujar y recorrer una y otra vez el perfil de sus hombros, aquellas curvas que se antojaban infinitas en su mente, al ritmo de su respiración.
Aquella fue la primera vez que ella le llamó Galgo Corredor.
No fue la última.
Al día siguiente le preguntó acerca de aquel galgo corredor y ella le recitó el comienzo de El Quijote.
Le decía que era flaco como un galgo, fibroso y astuto y que la velocidad era algo que le caracterizaba.
Ya lo creo que le gustaba la velocidad. Era algo que le transportaba a otro mundo. Había intentado transmitirle aquella sensación de placer cuando le llevaba en su antigua Ducati, la que tenía desde hace más de quince años, pero nunca fue consciente de si realmente llegaron a sentir lo mismo por aquello.
A cambio ella había intentado transmitirle su pasión por la literatura. Siempre para dormir le leía algo mientras le acariciaba la cabeza.
En una mano sostenía aquello que estuviera leyendo para los dos a media voz mientras con la otra le hacía carantoñas en la cabeza enredando sus dedos entre su pelo.
Habían tratado de compartir sus pasiones durante el tiempo que estuvieron juntos, hacer disfrutar al otro de eso que les llenaba de vida.
Él ahora no podía conciliar el sueño sin leer aunque fuera un par de páginas. Incluso, en la última etapa que compartieron, se turnaban la noches para leer para los dos.
Había pasado mucho tiempo de todo aquello, pero en él permanecía la curiosidad por la literatura que había surgido de las veladas compartidas.
Hacía menos de un mes que había decidido leer aquello que un día le comenzó. Aquello por lo que le llamaba “galgo corredor”. Quería saber más de aquello que le inspiró para llamarle así.
Había intentado leerlo noche tras noche durante el último mes.
Hoy había vuelto a pasarle.
No conseguía pasar de “...galgo corredor.”, siempre había algún momento compartido que le venía a la cabeza.
Parecía su sino, no conseguir pasar de aquel galgo corredor.
Quizás no era capaz de seguir adelante tras ella.