Las sombras de la lluvia
Publicado: 27 May 2004 21:27
Infinita se suicidaba la lluvia desde el cielo hasta perforar la tierra aquel día en que la noche había invadido al sol. Mi ropa parecía estar sedienta: seguía tragando el agua que chocaba contra ella. Mis pasos estaban encharcados y andaba y no andaba, me movía en mis imaginaciones y pensaba que estaba caminando, pero mis piernas permanecían fosilizadas, ancladas en el mismo sitio. Entonces, olvidando todo, en un arrebato, comencé a correr en busca de refugio, asustado al pensar que la lluvia podría atravesar mi carne tal y como agujereaba el suelo.
Mis piernas corrían desbocadas, de forma incontrolable. Me movía sin dirección, como si unos manos implacables angelicalmente diabólicas me empujasen, y mi mente se había quedado en blanco. Creí que sólo seguía viva mi vista y pude ver una mansión enorme donde me dirigí para refugiarme. Antes de que mis dedos llegasen a rozar el aire que la acariciaba, la puerta se echó hacia atrás, como intimidada. Pude distinguir una forma, una silueta, una sombra tan puramente blanca como el azahar cuando besa el sol. Pasé dentro sin que la silueta me invitara y me acomodé. Se había escapado de mi vista y mis ojos la buscaban. Se había escondido como suelen hacer las cosas realmente importantes y, ahora que no la veía, deseaba verla más que nunca, y la desesperación se untaba por todo mi cuerpo. Tras unos minutos se acercó a mis ojos, por el suelo, la sombra de la silueta. Me impacienté por ver su rostro; me levanté en un impulso y puse mi aliento a un palmo de ella, pero al intentarla ver se volvió y me dio la espalda.
Estuvimos callados cuatro horas. La lluvia había cesado, y yo ya no estaba allí para refugiarme, estaba preso de la sombra. Cada cierto tiempo me acercaba a ella y le preguntaba cómo se llamaba, quién era o qué hacía allí, pero no obtenía respuesta, ella marchaba siempre sigilosamente arrastrando su traje sin hacer el menor ruido con los pies. Estaba a punto de darme por vencido y a marcharme del caserón sin conocer la identidad de aquel cuerpo cuando lo seguí hacia otra habitación y vi cómo permanecía quieto. No podía ver desde la puerta, desde tan lejos, qué estaba haciendo. Me acerqué despacio para no asustarla. Tenía un espejo frente a sí misma: era mi oportunidad para observar su rostro. Me coloqué detrás de ella y pude ver su cara: estaba perforada por rayos de agua. Temblaban su rostro y las lágrimas que escapaban de sus ojos. Al observar su máscara de piel, empecé a notar cómo la lluvia salía ahora de mi interior y fluía por mi rostro, demacrándolo. La sombra vio entonces mi cara en el espejo, se volvió, me abrazó y no sentí que nada me tocase, sólo su ropaje, que quedó pegado a mi piel. Ella había escapado, yo tendría que esperar hasta que volviese a llover para lograrlo.
Mis piernas corrían desbocadas, de forma incontrolable. Me movía sin dirección, como si unos manos implacables angelicalmente diabólicas me empujasen, y mi mente se había quedado en blanco. Creí que sólo seguía viva mi vista y pude ver una mansión enorme donde me dirigí para refugiarme. Antes de que mis dedos llegasen a rozar el aire que la acariciaba, la puerta se echó hacia atrás, como intimidada. Pude distinguir una forma, una silueta, una sombra tan puramente blanca como el azahar cuando besa el sol. Pasé dentro sin que la silueta me invitara y me acomodé. Se había escapado de mi vista y mis ojos la buscaban. Se había escondido como suelen hacer las cosas realmente importantes y, ahora que no la veía, deseaba verla más que nunca, y la desesperación se untaba por todo mi cuerpo. Tras unos minutos se acercó a mis ojos, por el suelo, la sombra de la silueta. Me impacienté por ver su rostro; me levanté en un impulso y puse mi aliento a un palmo de ella, pero al intentarla ver se volvió y me dio la espalda.
Estuvimos callados cuatro horas. La lluvia había cesado, y yo ya no estaba allí para refugiarme, estaba preso de la sombra. Cada cierto tiempo me acercaba a ella y le preguntaba cómo se llamaba, quién era o qué hacía allí, pero no obtenía respuesta, ella marchaba siempre sigilosamente arrastrando su traje sin hacer el menor ruido con los pies. Estaba a punto de darme por vencido y a marcharme del caserón sin conocer la identidad de aquel cuerpo cuando lo seguí hacia otra habitación y vi cómo permanecía quieto. No podía ver desde la puerta, desde tan lejos, qué estaba haciendo. Me acerqué despacio para no asustarla. Tenía un espejo frente a sí misma: era mi oportunidad para observar su rostro. Me coloqué detrás de ella y pude ver su cara: estaba perforada por rayos de agua. Temblaban su rostro y las lágrimas que escapaban de sus ojos. Al observar su máscara de piel, empecé a notar cómo la lluvia salía ahora de mi interior y fluía por mi rostro, demacrándolo. La sombra vio entonces mi cara en el espejo, se volvió, me abrazó y no sentí que nada me tocase, sólo su ropaje, que quedó pegado a mi piel. Ella había escapado, yo tendría que esperar hasta que volviese a llover para lograrlo.