Sadomaso a las puertas del Infierno [25-09-02]

Adoradores de Ken Follet, seguidores del Marca, Gafa-Pastas afiliados al Kafka, histéricos del Harry Potter...
Avatar de Usuario
Cíclope Bizco
Mulá
Mensajes: 1375
Registrado: 13 Ene 2004 03:43

Sadomaso a las puertas del Infierno [25-09-02]

Mensaje por Cíclope Bizco »

Sadomaso a la puertas del Infierno

Harland caminaba por el alto y estrecho pasillo principal ; premeditadamente despacio, pasos tortuosos, nariz inquieta, oídos aguzados e imaginación libidinosa. El olor a vicio, a sexo bruto, rezumaba de las puertas por las que el había pasado tantas veces, aire caliente, espeso, casi masticable. Reconocía los jadeos entrecortados entre el dolor y el placer, el splash del cuero tensado, los resoplidos del orgasmo que nunca llega, el fru-frú del latex, los silencios contenidos y los gritos asfixiados por mordazas de todas y cada una de las chicas de madamme Budkowitz. Eran tantos los buenos momentos.

Unos gastados números dorados señalaban la habitación 53. La señora Budkowitz dijo que llamara tres veces, se recordó Harland. Toc, toc, toc. Adelante Mr.Harland, indicó una voz neutra y cristalina con un ligero acento extranjero .

La habitacíon estaba iluminada por un rojo sanguíneo, un sedoso chal carmín tamizaba la luz de una desvencijada lámpara de pie, ella estaba tumbada y medio erguida por un codo mientras describía círculos sobre su desnudo pezón carmesí. Era el vicio hecha persona. Sonrió dulcemente a Harland con su cara de ángel, de ángel caído y pronto la curvatura de sus jugosos labios hizo cambiar su sonrisa en maliciosa mueca. Le gustaba jugar con los hombres. Señaló con un movimiento de cabeza hacia una camilla, no, era un potro de tortura, su sedosa melena negra se movió en concomitante movimiento con la cabeza, los bucles rozaron el grácil cuello lentamente. Harland sentía escalofríos por el suyo propio, la líbido le subía eléctricamente por la médula hasta dejarle la garganta seca. Caminó unos pasos hacía el potro y se recostó expectante .

Que le dieran órdenes le excitaba, le parecía algo tan antinatural como si un manso cordero se le ocurriera atacar a la yugular a un lobo asesino. Eso le equilibraba mentalmente y la idea se le hacía mucho más atractiva que tomar antipsicóticos cada ocho horas. Ella se levantó con su camisón negro translúcido y unas medias de intrincado encaje, los turgentes senos marcados, uno destapado. Lasciva estampa. Se mordisqueaba los labios pensando en lo bien que se lo pasaría con el pobre desgraciado.

—¿Le gustan las sogas, las pinzas, las fustas, punzones, cuchillas...? Amo las cuchillas , ¿sabes! .«dijo la mujer con tono abstraído»

—¿D-e t-o-d-o, hazme sentir la muerte en vida. Amo el dolor ¿sabes !.«replicó Harland separando bien cada letra»

De nuevo le sonrió con su mueca maliciosa mientras observaba dubitativa los instrumentos de tortura a utilizar. Frunció el ceño y apretó sus labios con desapruebo. «Podemos prescindir de ellos», dijo casi para si misma. Se acercó a Harland con las palmas extendidas haciéndole ver que no llevaba nada. Se montó sobre el potro encima de Harland, una mano presa, la otra, mientras le ataba las muñecas a las agarraderas del potro le frotaba su seno descubierto contra la cara deseosa de Harland, este a duras penas y estirando la lengua podía lamérselos. Le desabrochó la camisa y le despojó de sus pantalones. Atado de pies y manos, inerme.

Esta le agarró fuertemente por la mandíbula, se la iba a reventar, esa fuerza no era humana. El labio superior de ella se levantó entonces un par de centímetros ciñéndose a unos potentes colmillos de bestia sedienta de sangre. Harland estiraba sus párpados al máximo, lo que veía no podía creerlo, estaba atónito, lívido del más puro horror. El pánico lo sobrecogió y hasta la vieja madamme Budkowitz, sentada en su mostrador, pudo oír y regocijarse al reconocer al señor Harland gritar de tal atroz manera; otro cliente satisfecho.

Nada más lejos de la realidad, Harland después de su agónico grito había enmudecido, era el miedo que le atenazaba su voz, ese miedo que impide a los niños pedir socorro a los padres cuando sienten que hay un monstruo dentro del armario abierto, el miedo que petrifica. Ella gozaba sádicamente de este momento, siempre lo hacía con sus víctimas. Le hendió en el pómulo una afilada uña, centímetro a centímetro, segundo a segundo, llegó hasta la oreja. Lamió con su puntiaguda lengua el rastro sanguíneo que había surcado con su uña. Sopló al turbado Harland detrás de la oreja con aliento húmedo e hirviente que le daba la sangre lamida, él se estremeció. Ahora jugueteaba con el lóbulo de su oreja apretando sus carnosos labios contra el, abrió la boca y de una dentellada lo seccionó limpiamente, lo chupó como un dulce caramelo relleno. Un verdadero manjar sanguinolento.

A ella le gustaba comer humanos sin piel como los humanos prefieren la fruta sin ella. El desollamiento era un arte que ni el mejor de los taxidermistas pudiera hacerla sombra. Hincando nuevamente una uña sobre la muñeca y haciendo una incisión de un centímetro en torno a ella fue retirando la dermis hasta el codo, era lo más parecido a quitar un condón demasiado apretado. Harland era un hombre fuera de lo común aun se encontraba consciente mientras de desgarraba el brazo, su umbral del dolor era excepcional. Ella perforaba con sus colmillos de alimaña el brazo descarnado haciendo que perdiera sangre como una manguera roída pierde agua. Se cansó de él. Quería una vena o arteria importante para saciarse y llenarse la boca a borbotones de caliente sangre. Puso su dedo índice sobre el ombligo del estoico Harland y lo hundió hasta el fondo, corazón, meñique, anular, pulgar, tenía un puño dentro de las entrañas de Harland .

Él con la vista ya nublada veía sombras ensangrentadas y un vientre hinchado, parecía la escena de un parto invertido. El puño dentro de él se abría paso entre los intestinos, la hendidura se hacía más grande hasta llegarle al esternón. Era un matadero humano, casquería de hombre, el gore más truculento, metros de intestinos desparramados, hígado palpitante, el páncreas reventado, el estómago mordisqueado. Ella introducía su cabeza para saciar su gula de sangre, mientras apartaba los órganos con las manos manchadas de rojo. Después de beber a sorbos y gorgoteos como a un niño al que no se le ha enseñado a tomar sopa, levantó la cabeza, Harland debería estar muerto, al menos claramente inconsciente. Sus ojos le decían que estaba aún vivo.

La criatura del mal, empapada en sangre humana, no sintió compasión, ni piedad, ni ningún sentimiento bondadoso, puesto que ninguno de los suyos lo conoce; sintió admiración hacia una ser inferior, a un mísero mortal, del que ella misma una vez fue, este hombre dominaba el dolor más allá de los límites de la demencia. Lo quiso, lo quiso egoístamente para sí misma, su propio chiquillo, un hombre excepcional sería un vampiro más que excepcional .

El tiempo corría en su contra el último hálito de vida se le escapaba a cada forzada bocanada hemorrágica que daba Harland. Se seccionó la yugular de un certero zarpazo y Harland bebió y bebió casi inconscientemente hasta casi matarla realmente después de la no-vida de su nueva ama.

La señora Budkowitz no se había equivocado cuando oyó el desgarrador grito, realmente sí tenía a otro cliente satisfecho.
Al pasar Nueva Orleans dejo atrás sus lagos iridiscentes y luces de gas amarillo pálido | pantanos y estercoleros | aligátores arrastrándose sobre botellas rotas y latas | moteles con arabescos de neón | chaperos desamparados que susurran obscenidades a la gente que pasa.

Nueva Orleans es un museo de muertos.

Responder