La sala
Publicado: 21 Jun 2004 01:38
El traqueteo de la ventana estaba inquietando a Herman, que intentaba mantener la compostura. El hedor de los cubos de basura de la cocina se filtraba por los filamentos de su nariz, situándose justo entre los ojos. Era una situación realmente incomoda. Siempre le había gustado su trabajo, dentro de los limites lógicos, nadie está contento con tener que trabajar, pero no era un mal trabajo. Como la mayoría de trabajos, este era agotador y su horario era francamente malo, turnos de doce horas, pero tenía sus cosas buenas. Su expresión pasó a una pose más relajada al empezar a pensar en la exposición de objetos de Elvis que hacía poco habían traído a la ciudad. La verdad, vigilar aquel recinto le parecía una cosa estupenda. Recordó la chaqueta, la guitarra, incluso el cadillac de Elvis.
Su rostro volvió a reflejar la angustia cuando centro su mirada en la camilla, con la bolsa negra encima. El bulto que escondía era de un tamaño cercano al metro sesenta, una complexión más bien esbelta, seguramente una mujer. No eran divertidas las guardias del turno de noche en el hospital. La vigilancia de un cadáver era absurda, por más vueltas que le diese continuaba encontrando estúpido permanecer de pie junto a un muerto, < ¿a donde iba a ir? >.
La puerta de la sala se balanceó y los ojos de buey que tenía en lo alto reflejaron la luz del exterior hacia donde estaba Herman. Ante sus ojos se situó el carro de la limpieza de Marcela, la mujer que se ocupaba de limpiar la cocina tras la cena.
-Buenas noches Herman - Dijo Marcela. Era una mujer de unos cincuenta años, con el cabello recogido en una coleta en lo alto de su cogote. Su tono de piel, oliváceo, casi amarillento, le daba un aspecto plástico. Se formaron unas pequeñas arrugas en los costados de sus labios, como una nueva hendidura en su maltrecho rostro.
-Buenas noches Marcela - Herman devolvió el saludo.
Marcela regresó a su tarea habitual. Empujo la puerta abatible de la cocina y introdujo el carro dentro, tras esto encendió la luz. Herman volvió a evadirse de la situación. Recordó alguno de los conciertos a los que había asistido, como vigilante de seguridad o como consumidor hambriento de música. Vinieron a su mente imágenes de la iluminación del concierto de Phakir al que había asistido hacia dos semanas, su imaginación se situó en aquel preciso momento, dejó de notar el olor de la basura y la fragancia a césped, marihuana y sudor se apoderaron de sus glándulas olfativas. Las luces de colores diversos arañaban sus ojos, dejándole casi ciego. Entre las luces se podían ver las sombras de Robert Smichel, el cantante de Phakir, y Jarrison O'tool, el bajista. Herman empezó a sudar, la camisa azabache se empapaba por momentos. La imagen se deterioraba, hasta que desapareció por completo, justo cuando una bandeja de metal golpeaba el suelo en la cocina.
-¿Marcela, se encuentra bien?- dijo Herman mientras se acercaba a uno de los ojos de buey de la cocina.
No había respuesta del interior. Herman parpadeo mientras intentaba alcanzar el suelo de la cocina con la vista. En el suelo, una bandeja metálica repicaba con sus bordes contra las baldosas en forma de tablero de ajedrez, blancas y negras. A un palmo de la bandeja, una de las manos de Marcela, con los dedos medio abiertos, seguida de su brazo y tras este su cuerpo. Su cabeza se encontraba junto al brazo, con la mejilla apoyada en una baldosa negra. Una mancha oscura surgía de bajo su cara, cogiendo un color rojo carmesí cuando llegó a la altura de las baldosas blancas colindantes. Herman no pudo evitar soltar un gemido mientras dirigía la mano derecha a su cartuchera. Una sombra corrió por la cocina, hasta golpear la puerta donde el se encontraba. El cristal del ojo de buey golpeó en la cabeza de Herman, que no pudo evitar caer contra el suelo. Lentamente la puerta se abrió. Asomo una mano delicada y pálida, con las uñas cuidadas y limadas. Una melena surgió de entre la madera, su color castaño claro y sus ondas perfectas disimulaban el tono crudo de la piel. La larga cabellera, ondeaba por sus hombros, situándose justamente sobre sus senos.
Herman empuño la pistola.
-¡No te muevas!.
La chica se detuvo un instante, sus ojos claros pero negados de brillo contemplaron un momento a Herman. Su corazón empezó a latir con fuerza, parecía que las costillas no podrían retenerle en el interior de su caja torácica. Los labios de la chica se deslizaron en un leve movimiento y las palabras sonaron en el interior de la cabeza de Herman, justo cuando contemplaba la bolsa negra colgando de la camilla.
" No tengas miedo. Yo no lo tengo."
Su rostro volvió a reflejar la angustia cuando centro su mirada en la camilla, con la bolsa negra encima. El bulto que escondía era de un tamaño cercano al metro sesenta, una complexión más bien esbelta, seguramente una mujer. No eran divertidas las guardias del turno de noche en el hospital. La vigilancia de un cadáver era absurda, por más vueltas que le diese continuaba encontrando estúpido permanecer de pie junto a un muerto, < ¿a donde iba a ir? >.
La puerta de la sala se balanceó y los ojos de buey que tenía en lo alto reflejaron la luz del exterior hacia donde estaba Herman. Ante sus ojos se situó el carro de la limpieza de Marcela, la mujer que se ocupaba de limpiar la cocina tras la cena.
-Buenas noches Herman - Dijo Marcela. Era una mujer de unos cincuenta años, con el cabello recogido en una coleta en lo alto de su cogote. Su tono de piel, oliváceo, casi amarillento, le daba un aspecto plástico. Se formaron unas pequeñas arrugas en los costados de sus labios, como una nueva hendidura en su maltrecho rostro.
-Buenas noches Marcela - Herman devolvió el saludo.
Marcela regresó a su tarea habitual. Empujo la puerta abatible de la cocina y introdujo el carro dentro, tras esto encendió la luz. Herman volvió a evadirse de la situación. Recordó alguno de los conciertos a los que había asistido, como vigilante de seguridad o como consumidor hambriento de música. Vinieron a su mente imágenes de la iluminación del concierto de Phakir al que había asistido hacia dos semanas, su imaginación se situó en aquel preciso momento, dejó de notar el olor de la basura y la fragancia a césped, marihuana y sudor se apoderaron de sus glándulas olfativas. Las luces de colores diversos arañaban sus ojos, dejándole casi ciego. Entre las luces se podían ver las sombras de Robert Smichel, el cantante de Phakir, y Jarrison O'tool, el bajista. Herman empezó a sudar, la camisa azabache se empapaba por momentos. La imagen se deterioraba, hasta que desapareció por completo, justo cuando una bandeja de metal golpeaba el suelo en la cocina.
-¿Marcela, se encuentra bien?- dijo Herman mientras se acercaba a uno de los ojos de buey de la cocina.
No había respuesta del interior. Herman parpadeo mientras intentaba alcanzar el suelo de la cocina con la vista. En el suelo, una bandeja metálica repicaba con sus bordes contra las baldosas en forma de tablero de ajedrez, blancas y negras. A un palmo de la bandeja, una de las manos de Marcela, con los dedos medio abiertos, seguida de su brazo y tras este su cuerpo. Su cabeza se encontraba junto al brazo, con la mejilla apoyada en una baldosa negra. Una mancha oscura surgía de bajo su cara, cogiendo un color rojo carmesí cuando llegó a la altura de las baldosas blancas colindantes. Herman no pudo evitar soltar un gemido mientras dirigía la mano derecha a su cartuchera. Una sombra corrió por la cocina, hasta golpear la puerta donde el se encontraba. El cristal del ojo de buey golpeó en la cabeza de Herman, que no pudo evitar caer contra el suelo. Lentamente la puerta se abrió. Asomo una mano delicada y pálida, con las uñas cuidadas y limadas. Una melena surgió de entre la madera, su color castaño claro y sus ondas perfectas disimulaban el tono crudo de la piel. La larga cabellera, ondeaba por sus hombros, situándose justamente sobre sus senos.
Herman empuño la pistola.
-¡No te muevas!.
La chica se detuvo un instante, sus ojos claros pero negados de brillo contemplaron un momento a Herman. Su corazón empezó a latir con fuerza, parecía que las costillas no podrían retenerle en el interior de su caja torácica. Los labios de la chica se deslizaron en un leve movimiento y las palabras sonaron en el interior de la cabeza de Herman, justo cuando contemplaba la bolsa negra colgando de la camilla.
" No tengas miedo. Yo no lo tengo."