la mujer
Publicado: 24 Ago 2004 12:08
La mujer se sienta con mirada distraída, lleva largos minutos despierta, apenas instantes levantada.
Mi baile de luces maquilla su cara con multitud de caprichosos colores, su expresión en cambio, sigue siendo la misma, ensimismada, aparcada la razón en un cajón desgastado, un armario arrinconado pero al alcance de la mano.
Mis voces histéricas golpean contra su cabeza de un modo caótico medido, con una sutil armonía que solo el subconsciente sabe apreciar.
Ha pasado una hora, o tal vez una multitud de ellas, será por tiempo.
A veces se resiste, abre el cajón, reflexiona sobre los continuos desaires de su marido, su lucha para llegar dignamente a final de mes sin pedir un adelanto, sus malabarismos para mantener la balanza equilibrada entre sus hijos...cambia la expresión de su rostro, arruga la frente, pero finalmente sucumbe ante mi abrazo, se deja llevar lánguidamente viendo el reflejo de sus penas en vidas ajenas. El cajón se cierra sin hacer ruido.
Hoy, como durante otro atardecer cualquiera, se agolpan las obligaciones, plato por lavar, ropa por planchar, cama por hacer, vida por ordenar.
Baja al supermercado a adquirir lo imprescindible, es obediente y termina por aprehender mis consejos como verdad y adquiere lo que le indico, siempre más de lo necesario.
Doy una vuelta de tuerca más, miserias excesivas, lágrimas exprimidas, reproches afilados, situaciones que reducen la realidad de la mujer a un cuento de hadas.
Suena la llave retorciéndose en la cerradura, resorte que saca a la mujer de su pasiva somnolencia.
Abandona su trono y lo cede a su marido, que se deleita con las últimas guerras y desastres del mundo que le ofrezco.
Ella vaga hacia la cocina. El tiempo justo para combinar huevos con patatas, tiempo que se me hace eterno. El marido de la mujer juega conmigo al despiste, mientras aturde a la mujer con necias palabras, agrias quejas sobre la falta de sal en su cena, sobre la cama sin hacer, sobre su arduo trabajo en la obra de sol a sol. Se esfuerza en brindarle su mejor piropo: a ver si te arreglas más, que estás gorda y no te puedes ni mover, y no opines de política que no tienes ni puta idea, tráeme el café.
Cuando medio vaso de café se deposita en su estomago, el sopor, mi aliado, hace acto de presencia.
El marido de la mujer se retira a dormir, al fin.
La mujer se sienta saboreando su ficticia, o no, soledad. Me mira implorando un remedio para la sensación de tristeza que le invade y sabe que no tardaré en darle su ración de cicaterías ajenas, de risas enlatadas, de insultos prefabricados, de acoso y derribo.
Las 3 de la mañana, ha estirado al máximo la hora de reencontrarse con el lecho conyugal, me revisa de uno en uno en busca de una luz aletargante que mantenga sus manos lejos del cajón, su cara se dice y me dice que acepte lo inevitable, estira la mano, coge el mando y me apaga.
Standby.
Mi baile de luces maquilla su cara con multitud de caprichosos colores, su expresión en cambio, sigue siendo la misma, ensimismada, aparcada la razón en un cajón desgastado, un armario arrinconado pero al alcance de la mano.
Mis voces histéricas golpean contra su cabeza de un modo caótico medido, con una sutil armonía que solo el subconsciente sabe apreciar.
Ha pasado una hora, o tal vez una multitud de ellas, será por tiempo.
A veces se resiste, abre el cajón, reflexiona sobre los continuos desaires de su marido, su lucha para llegar dignamente a final de mes sin pedir un adelanto, sus malabarismos para mantener la balanza equilibrada entre sus hijos...cambia la expresión de su rostro, arruga la frente, pero finalmente sucumbe ante mi abrazo, se deja llevar lánguidamente viendo el reflejo de sus penas en vidas ajenas. El cajón se cierra sin hacer ruido.
Hoy, como durante otro atardecer cualquiera, se agolpan las obligaciones, plato por lavar, ropa por planchar, cama por hacer, vida por ordenar.
Baja al supermercado a adquirir lo imprescindible, es obediente y termina por aprehender mis consejos como verdad y adquiere lo que le indico, siempre más de lo necesario.
Doy una vuelta de tuerca más, miserias excesivas, lágrimas exprimidas, reproches afilados, situaciones que reducen la realidad de la mujer a un cuento de hadas.
Suena la llave retorciéndose en la cerradura, resorte que saca a la mujer de su pasiva somnolencia.
Abandona su trono y lo cede a su marido, que se deleita con las últimas guerras y desastres del mundo que le ofrezco.
Ella vaga hacia la cocina. El tiempo justo para combinar huevos con patatas, tiempo que se me hace eterno. El marido de la mujer juega conmigo al despiste, mientras aturde a la mujer con necias palabras, agrias quejas sobre la falta de sal en su cena, sobre la cama sin hacer, sobre su arduo trabajo en la obra de sol a sol. Se esfuerza en brindarle su mejor piropo: a ver si te arreglas más, que estás gorda y no te puedes ni mover, y no opines de política que no tienes ni puta idea, tráeme el café.
Cuando medio vaso de café se deposita en su estomago, el sopor, mi aliado, hace acto de presencia.
El marido de la mujer se retira a dormir, al fin.
La mujer se sienta saboreando su ficticia, o no, soledad. Me mira implorando un remedio para la sensación de tristeza que le invade y sabe que no tardaré en darle su ración de cicaterías ajenas, de risas enlatadas, de insultos prefabricados, de acoso y derribo.
Las 3 de la mañana, ha estirado al máximo la hora de reencontrarse con el lecho conyugal, me revisa de uno en uno en busca de una luz aletargante que mantenga sus manos lejos del cajón, su cara se dice y me dice que acepte lo inevitable, estira la mano, coge el mando y me apaga.
Standby.