Página 1 de 1

Acid Trip II

Publicado: 27 Sep 2004 04:26
por Nicotin
Imagen

Hoy he tenido experiencias con la luz.

Estoy sentado sobre la arena de la playa. Apenas hay luna, y la noche es oscura y fría. Agarro mis rodillas con los brazos, rodeándolas, haciéndome un ovillo para entrar en calor.
Entonces noto que hay algo entre mis dedos. Sí, es un cigarrillo. Pero no ha sido encendido.

Fumar me ayudará a sentir menos el frío.

Miro a mi alrededor. A unos cientos de metros veo a un hombre; quizá es alguien familiar, pero no puedo reconocerle a esa distancia. Le pido fuego.
Me sorprende ver cómo su brazo se alarga cientos y cientos de metros en un solo segundo: casi al instante sostiene un mechero ante mi cara, y me llevo el cigarrillo a la boca.

Un fogonazo me ciega mientras aspiro para que el cigarrillo se encienda. Cierro los ojos, pero el fogonazo sigue allí, grabado en mis retinas. Una mancha abstracta de colores luminosos, que se agita y retuerce como el magma de un volcán.
La luz empieza a formar rostros. Uno tras otro. No son rostros humanos, pero no me asusta su presencia. Simplemente me molesta no poder dejar de verlos, ni cerrando los ojos, ni volviéndolos a abrir. No puedo ver nada que no sean rostros luminosos que me miran con insistencia y cambian de forma continuamente. A veces es uno, a veces dos, a veces tres.

No puedo levantarme y caminar, porque no podría ver a dónde me dirijo. Sólo puedo esperar a que los rostros se marchen.

Pasa el tiempo, no sé cuánto. Los rostros son cada vez más pequeños y tenues, y su metamorfosis más lenta. Ya puedo distinguir tras ellos lo que hay más allá de mi cabeza: la arena azulada, el oscuro mar.

Finalmente desaparecen. Pero, al marcharse ellos, vuelvo a sentir un intenso frío.

Alzo la mirada y veo las estrellas. Son como blancas y borrosas esferas esponjosas. Me admira su infinito número. Mientras las observo se mueven, agrupándose en racimos, girando unas alrededor de las otras, latiendo, parpadeando. Sé que, a su manera, me están sonriendo, y me siento reconfortado.

Alguien me lleva a otro lugar y me quedo dormido. Al principio me despierto con frecuencia: veo rostros, que ahora sí son humanos, que vienen muy deprisa hacia mí, con la boca muy abierta, y escucho un estruendo de voces.

Estos rostros sí son humanos, y tal vez por ello sí me asustan.

Cuando me levanto está amaneciendo sobre el mar. El Sol es una grande y sólida esfera rojiza que se asoma tras el horizonte, y el mar se convierte en fuego. Me siento maravillado. Olas de llamas rompen silenciosamente en una playa de arena incandescente, mientras el cielo brilla como metal fundido.
Deseo intensamente que el amanecer dure diez años. Se me concede.

Después vuelvo a dormir.

Al regresar a casa, camino por la ciudad. Debe ser mediodía, y festivo, pues apenas hay gente caminando ni coches en las calles. Brilla un Sol veraniego, intenso, feroz.

Y entonces me doy cuenta. Las aceras son de oro puro. El asfalto es de oro puro. La calle refulge bajo el Sol, convertida en una senda divina del más precioso de los metales. Su reflejo produce una luz dorada tan intensa que lo envuelve todo y todo desaparece bajo ella. No sé si me siento feliz, o asombrado, o asustado, o indiferente. Las calles son de oro, y aun así tengo prisa por llegar a casa.