Las ladridos de ese maldito perro me despiertan cada noche, los escucho entre sueños, cruzándose con los silencios que producen tus labios. Hace tanto frío que me cuesta concentrar la mente en dormir, no puedo evadirme de las punzadas en mis pies. Me recojo en posición fetal, esperando que el calor que emana de mi cuerpo consiga aliviarme. Odio cuando me pasa esto, siempre hay alguien que tiene que joderlo. Busco entre las sabanas, intrigado por saber quien coño me ha destapado, ahí estas tu, enrollada y caliente, como una tarta recién salida del horno. Siempre haces lo mismo, estirar y enroscarte como una serpiente.
Por fin logro concentrarme en el sueño, habiendo recuperado la suficiente funda nórdica como para poder mantener mi cuerpo relativamente caliente. Vuelvo a verte, dándote un baño en el charco de mi imaginación, bailoteando desnuda entre pompas de jabón. Hasta que tus fríos pies se cuelan entre la pequeña rendija que dejan mis piernas. El despertar es horrible, tanto como el tiempo que pierdo en rehacerme de la sensación, como si me hubiese hundido en un pequeño agujero hecho sobre el hielo y me hubiesen sacado rápidamente.
Aguanto con valentía las estocadas que dan las agujas, esperando que tus pies entren en calor, mientras abrazo tu cuerpo. Supongo que es el precio que hay que pagar, por tener a una Venus del ártico reposando sobre mi lecho. Intento volver nuevamente al cálido contoneo de tus caderas entre el vapor del agua caliente. Me sorprende ver que me esperas, me llamas a gritos, gritos que se tornan pitidos.
Son las 5 y no he dormido.