Página 1 de 1

Savater y los 7 pecados capitales

Publicado: 28 Ago 2005 02:33
por Stewie
LOS SIETE PECADOS CAPITALES
La ira







El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos y por lo tanto nos revelamos contra injusticias, amenazas o abusos, afirma Savater al caracterizar el sexto pecado capital. Según el autor de "Etica para Amador", lo peligroso de estos tiempos es cierta "tendencia a la ira fácil", que distingue a quienes postulan el contrasentido de "una ira razonada". Una forma de mirar el mundo que, afirma el filósofo español, une paradójicamente a Osama bin Laden y a George W. Bush.





FERNANDO SAVATER.






La ira, esa pasión arrebatadora, esa furia que de vez en cuando nos convierte en auténticas fieras. Aparentemente somos personas como los demás y ante un pequeño estímulo o una provocación, nos convertimos en auténticos salvajes.

El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos y por lo tanto nos revelamos contra injusticias, amenazas o abusos.

Cuando el movimiento instintivo pasional de la ira se despierta, nos ciega, nos estupidiza y nos convierte en una especie de bestias obcecadas. Ese exceso es malo pero yo creo que un punto de cólera es necesario.

Como en muchas cosas de la vida, con los pecados primero hay que tener la experiencia. Si eres una persona tan pacífica que nunca te has enfadado, aunque te describan mucho la ira, nunca la entenderás. Si eres justo te puedes sentir arrebatado por la ira, como me ocurre a mí de vez en cuando. Allí te toparás con el pecado. Y aunque consideres y busques motivos para la justicia de tu ira, es un estado que no te mejora, sino todo lo contrario: te empeora.

De cualquier manera y pese a mis reflexiones en un ámbito de calma, me acercan a la cólera quienes se sienten inmunes e impunes, que consideran que están en la tierra para obligar a los demás a creer lo mismo que ellos.

La violencia que ejercen en forma directa o a través de sicarios como un recurso que estimulan y por supuesto luego encubren. Combaten el escepticismo racional —tan sano para una sociedad— y promueven sentimientos masificantes, luchan contra la inmoralidad individualista, respaldan las razones del Estado, pero no se les mueve un músculo cuando desde ese mismo lugar se roba y corrompe. Son partidarios del aburrimiento que genera la seriedad y el rigor, cuando tienen su origen en la repetición ritual, y enfrentan con la misma pasión aquello que se crea sin desdeñar el placer como base de su veracidad. Estos personajes me alteran y hacen que no me haya callado nunca y creo que tampoco lo haré en el futuro.

Lo interesante en este caso es que pese a que la ira es un pecado, se le puede atribuir a Dios. Pero sería escandaloso hablar de la lujuria, la avaricia o la envidia de Dios. Es evidente que la divinidad se reserva el derecho a la ira.

Hoy el mundo tiene una tendencia a la ira fácil. Cada vez son menores los niveles de paciencia y reflexión. Lo que veo peligroso es la posibilidad de que en algún momento se conjugue la ira con el razonamiento, y que se concrete un mix que respalde lo que algunos llaman la ira razonada, lo que es un contrasentido, pero que puede ser una base riesgosa para justificar cualquier acción con la excusa de "aquí no hay otra manera de hacer las cosas".

Cuando fui a dar una conferencia para educadores a Dinamarca con motivo de la edición de Etica para Amador, me encontré con que la mayoría de los docentes son mujeres. En general cuando se producen conflictos entre alumnos, y hasta que salen del sistema escolar a los 17 o 18 años, las maestras cortan de raíz cualquier posible pelea entre chicos de edades parecidas. Cuando salen del sistema escolar y entran al mundo real, pueden morir en una pelea callejera, porque no tienen medida de lo que puede ocurrir en ella. No tienen noción del daño que pueden provocar y recibir. Lo cierto es que si has perdido tres o cuatro peleas en tu niñez vas aprendiendo lo peligroso que puede ser levantarle la mano a otro, o que te lo hagan a ti. Así comienzas a entender que el recurrir a la violencia no suele ser el mejor camino para andar por la vida.


Los días de furia

En el cristianismo se considera a la ira como el producto de "un apetito desordenado de venganza".

Para que la ira se transforme en pecado es imprescindible que exista el desorden, lo contrario a la razón, sino no se lo catalogará como pecaminoso. Se considera que existe una ira buena que es la que tiende a suprimir el mal y reestablecer el bien.

Los que somos coléricos por naturaleza no llevamos la ira a un nivel destructivo. Pero las personas que tienen un umbral de ira muy alto, se van cargando, sin dar señales hasta que al final la última gota rebasa la copa y estrangulan al portero cuando bajan a la calle o al primer individuo que se les cruza. Entonces comienzan las preguntas de los vecinos que dicen "¿cómo ha podido ser, si era una persona tan tranquila?" Con alguien de mal carácter hubiese sido distinto, todos hubieran estado prevenidos.

No hay por qué tolerar el enfado gratuito de los otros, pero no hay nada peor que el que va echando en su mochila todo lo que le causa fastidio hasta que se rompen las costuras y ocurre un desastre. Es más controlable la persona de habitual mal genio que aquella que pierde los nervios ocasionalmente, como el personaje de Michael Douglas en la película Un día de furia.

El individuo iracundo busca defectos en forma permanente, tropieza con la gente, dando gritos y creando situaciones incómodas, pero a su vez tiene un límite. Si lo ves venir lo evitas. En cambio aquel que está con un aire amable, de pronto pega un rugido y te salta al cuello. Esa es la ira que no hay manera de controlar.


La ira buena, la ira mala

La ira puede ser un motor para poner en marcha a las personas. Si te pones a reflexionar sobre el hambre en el mundo y llegas a la conclusión de que se trata de una situación indignante, intolerable para una persona decente, tal vez por el camino de la razón no movilices a mucha gente. Pero si argumentas poniendo una película de un gordo seboso, arrebatando un pedazo de pan a un niño famélico, la gente sentirá tal indignación que es capaz de echarse a la calle para impedir que eso ocurra.

La ira por sí sola como sublevación ante abusos e injusticias rara vez logra resolverlos. La puesta en marcha de la ira es imprescindible para buscar una solución y debe estar acompañada por momentos de calma que permitirán pensar cómo encontrar el camino.

Estas situaciones deberían manejarse por la vía de la reflexión, sin necesidad de ilustraciones patéticas. Los líderes que quieren controlar la masa, intentan despertar y manipular su indignación. Por ejemplo: el proceso para que las mayorías respalden las guerras, pasa por crear una figura diabólica del enemigo, es decir, cargarse de razón.

Pero también es cierto que los políticos populistas utilizan la ira en el sentido social, como un buen truco para tener en un puño a los sectores populares. Son los que aseguran que para mejorar las condiciones de vida de los pobres hay que castigar a los ricos. Hay una anécdota sobre Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los líderes de la Revolución de los Claveles en Portugal —el más radical—, quien hizo una gira por Europa para recoger fondos y respaldos para el nuevo gobierno. En Suecia se encontró con el primer ministro Olof Palme, quien simpatizaba con la situación portuguesa, y le preguntó: "¿Usted por qué cree que la revolución ha recogido tantas adhesiones dentro y fuera de Portugal?" a lo que Saraiva contestó: "Porque queremos acabar con los ricos", entonces el sueco respondió "la diferencia es que nosotros lo que queremos es terminar con los pobres". Esta es la distinción entre la cólera desordenada que quiere el castigo, pero que en el fondo no sabe como arreglar el problema, y la justificada que dice "yo estoy en contra, pero no de la riqueza, sino de la pobreza y del mal reparto. Hay que terminar con la injusticia de la mala distribución tratando de incluir dentro del sistema a aquellos que están excluidos. Este puede ser un ejemplo de una buena utilización del odio y la ira contra la pobreza. Así es algo sano y útil, mientras que tener como objetivo fundamental castigar al rico es absolutamente estéril, porque no mejorará la realidad de los pobres. Lo que tienen que hacer los gobiernos es generar más riqueza y crear sistemas de distribución que alcancen a todos.

Es curioso que la ira sea uno de los tópicos en los que han coincidido George Bush y Osama bin Laden. Ambos llevan a la práctica el convencimiento de que Dios está con ellos y que combaten al amo de los infiernos. En síntesis, vivimos ante el peligro de señores que aseguran que han identificado al Mal en todos aquellos que le llevan la contraria. Es una situación preocupante incluso desde el punto de vista clínico. Estamos en presencia de la frase-lema de la época de las Cruzadas: "Dios lo quiere".

Cuando hablamos de un dios colérico, nos referimos sobre todo al del Antiguo Testamento. Pero recordemos que Cristo incluso se lió a latigazos en el templo con los comerciantes. Fue algo intemperante por parte de aquel señor, teniendo en cuenta que los pobres mercaderes poseían todos sus permisos en regla; ninguno era vendedor ambulante ilegal. Además, se habrán preguntado por la ira de Jesús, que ni siquiera era inspector. Sin embargo ese gesto descontrolado es considerado como un ejemplo de Santa Cólera.

También se cree que una sociedad que no siente repulsión por ciertos y determinados actos, está baja de defensas.

Por supuesto que una comunidad que llama "terrorismo" el que no se respeten los semáforos, está enferma de paranoia. Pero claro, si esa sociedad permite que niños de siete años sean martirizados en el trabajo infantil, o que sus conciudadanos estén amenazados de muerte por haberse expresado en un periódico, eso es también una actitud enfermiza.

Hay veces en que la ira social, siempre y cuando no sea desproporcionada, si enfrenta un abuso o una injusticia, se transforma en una forma de cordura. La ira está relacionada con los fracasos, las frustraciones, los conflictos de cada persona.

Es cierto también que la ira es una especie de droga, que te hace sentir intensamente vivo. El iracundo lo pasa en forma estupenda mientras está enfadado, porque suben sus energías, se carga de adrenalina, y tiene la sensación de quemarse de indignación. La realidad es que si eres un poquito consciente, luego te sientes avergonzado de haberte creído un rayo destructor, como una tormenta vista desde adentro.

Por lo general procuro tener una representación humorística de las cosas, como contrapeso de la ira. Porque el colérico se toma todas las cosas en serio, las que lo merecen y las que no, con lo que pierde de vista los temas importantes. En el iracundo, no existe el sentido del humor ni siquiera para las cosas domésticas.

En lo personal creo que me pueden hacer cualquier cosa, siempre y cuando piense que la persona no tuvo mala intención. Si he pedido en un restaurante un estofado y me traen un gazpacho, digo bueno: "el gazpacho está bien", y me lo como si me convenzo de que fue un error involuntario. Pero cuando veo mala fe o arrogancia pierdo el control.

Casi siempre la ira es explosiva, apasionada, incluso trasladándose a conductas masivas. Por ejemplo, 500.000 personas en las calles de Madrid protestando por la invasión de Bush a Irak, parecían muchos individuos, pero la realidad era que había otros cuatro millones que no fueron tomadas por la ira y no salieron a la calle. Lo cierto es que son más vistosos los que toman una ciudad.

Pero lo que también ocurre es que los estallidos de ira colectiva suelen mostrarse como una simple celebración deportiva. La comparación vale porque cuando los simpatizantes de un determinado equipo de fútbol, ven que su mejor jugador ha hecho un partido horrible, todo es indignación y odio contra el hombre. Pero si marca un gol apenas comenzado el siguiente encuentro, el odio de la multitud se transforma en una adoración hacia el héroe. Es decir, que la experiencia del gran sentimiento compartido, pasa del espanto al amor sin solución de continuidad.

Lo que se opone a la ira es la paciencia. Yo soy poco paciente, pero creo que a medida que pasan los años, uno gana en realismo, ya que las virtudes no son más que distintas formas de realismo. Mientras que los vicios son simplemente el producto de una mirada poco realista. En ellos uno se considera más importante que los hechos mismos y que lo que puede producir en terceros. Con los años alcanzas a conocer tus verdaderas fuerzas en la vida, y hasta donde puedes llegar. Pero en verdad soy consciente, de que una de mis virtudes no es la paciencia, aunque yo no le guardo rencor a nadie. Infinidad de veces he regañado con distintas personas y cuando con el tiempo me los encuentro en la calle los saludo con total afecto. Claro que en estos casos no sé si no soy rencoroso o simplemente tengo problema de falta de memoria.

Lo mismo me ocurre cuando escribo algunos artículos. Llego hasta el ordenador en estado de incendio sobre tal o cual cosa. La experiencia me ha enseñado que debo pararme, esperar dos o tres días y escribir a caballo de la razón y no de la ira. Aunque con la ira seguramente me saldría algo más divertido para el lector.

También existe una paciencia constructiva, que tiene que ver con la conciencia de que muchas cosas no se pueden cambiar de hoy para mañana. Por lo tanto, si creo que el sistema financiero es abusivo, mejor que quemar los bancos con los banqueros adentro, voy a tratar de gestionar que un partido político proponga medidas y leyes que reestructuren sus funciones para que sean más útiles al conjunto de la sociedad. Seguramente esto me va a llevar más tiempo, pero va a ser más eficaz que poner una bomba en el club volando a todos los plutócratas. La paciencia es constructiva cuando aplaza una reacción virulenta, hasta tener mejores caminos para ejercerla. Claro, que si la paciencia es simplemente apatía o resignación frustrada puede ser, en ocasiones, peor que la ira.

La paciencia es operativa cuando piensas que la espera, finalmente, va a llevar a que puedas intervenir en el cambio de circunstancias y mejorar la situación. Pero en el momento en que pierdes la esperanza de lograr un cambio, entras en el peor de los mundos.

Los que siempre están impacientes son los jóvenes. En ellos la frase característica es: "esto no puede ser", pero la verdad es que puede ser porque es, y todo lo que es, es porque puede ser. En estos casos lo que deberíamos hacer es intentar arreglarlo, pero no verlo como una alteración del orden del universo, porque todas las cosas que ocurren por atroces que sean, pueden ser y son. Esto no quiere decir que nos resignemos, y si el problema dura diez segundos, años o meses, puede durar otros diez, lo que debemos hacer en esos plazos es intentar resolver la dificultad.

Es difícil ver el resultado final de ser paciente. Salvo con los hijos, con quienes en general, tienes una relación por el resto de tu existencia.

Distinta es mi visión como profesor universitario. A los educandos los ves un año y después desaparecen de tu vida y nunca sabes si lo que has hecho con paciencia ha tenido alguna utilidad. En algunas oportunidades, te encuentras con uno de ellos y te dice: "Leí aquel libro que me dijiste, tú no sabes lo que significó para mí", pero eso rara vez pasa.

La vida del educador siempre tiende a la esquizofrenia. Es el sector de trabajadores, donde se da la mayor tasa de enfermedades mentales. Los maestros mal pagados, desatendidos por la sociedad, se enfrentan con alumnos totalmente zafados. Ante el menor elemento coercitivo que utilizan para normalizar una clase les cae encima una inspección, o un padre ofendidísimo por cómo tratan a su pobre hijo. Lo real es que un educador que quiera mantener cierta disciplina está muy desprotegido.

El docente nunca debería actuar con ira, sino castigar explicando el sentido del castigo. Sin embargo, aún existen maestros que ejercen el don de la paciencia, porque todavía siguen creyendo que pueden imponer sanciones, o hacer valer su autoridad de manera razonable. Pero la mayoría se ha resignado. Amigos maestros y profesores me dicen "hombre, ya no me importa que estén escuchando tal o cual cosa con sus auriculares mientras están en mi clase; pero cuando se paran encima de la mesa, ponen la música a todo lo que da y de paso comienza a magrearse con una chica que tienen al lado…¡ me distraen!.. No espero que se reformen, pero por lo menos que me dejen dar clase y cumplir con mi trabajo".

Yo recuerdo a un paciente profesor de Hispánica que tuve en el primer año de la facultad. Daba unas clases de literatura que no me interesaban en lo más mínimo. El tema de la materia me encantaba, pero en sus manos era la más aburrida del mundo. Sin embargo, me enseñó algo extraordinariamente útil, porque desde el primer día se empeñó en que teníamos, sin ninguna posibilidad de excusas, que aprender a escribir a máquina. Insistió, insistió con toda su paciencia, algo que a mí me parecía agobiante, hasta que me compré una maquinita de escribir y aprendí con los tres dedos. Entonces a este hombre, de cuyas clases no me acuerdo absolutamente nada, le debo una de las cosas más útiles que he aprendido en mi vida.

LOS SIETE PECADOS CAPITALES
La envidia







Aunque suene contradictorio con su carácter de pecado, la envidia o anhelo de lo ajeno “es la virtud democrática por excelencia”, afirma Fernando Savater. Gracias a ella y su actitud vigilante, sostiene el autor de “Etica para Amador”, se evita que unos tenganmás derechos que otros y semantiene la igualdad social. Montaigne, Borges y Cabrera Infante son algunos de los escritores convocados por el filósofo español para apoyar esta reflexión contemporánea sobre el cuarto pecado capital escogido para esta colección.





FERNANDO SAVATER.






La envidia definida como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.

¿Qué es lo que anhela el envidioso? En el fondo, no hace más que contemplar el bien como algo inalcanzable. Las cosas son valiosas cuando están en manos de otro. El deseo de despojar, de que el otro no posea lo que tiene está en la raíz del pecado de la envidia. Es un pecado profundamente insolidario que también tortura y maltrata al propio pecador. Podemos aventurar que el envidioso es más desdichado que malo.

El envidioso siembra la idea ante quienes quieran escucharlo de que el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden la mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.

La envidia es muy curiosa, porque tiene una larga y virtuosa tradición, lo que parecería contradictorio con su calificación de pecado. Es la virtud democrática por excelencia. La gente por ella tiende a mantener la igualdad. Produce situaciones para evitar que uno tenga más derechos que otro. Al ver un señor que ha nacido para mandar dices, “¿por qué estás tú allí y no yo? ¿Qué tienes que yo no tenga?” Entonces la envidia es en cierta medida origen de la propia democracia, y sirve para vigilar el correcto desempeño del sistema. Donde hay envidia democrática el poderoso no puede hacer lo que quiera. Si hay quienes no pagan impuestos, comienza la reacción de aquellos que envidian esa situación y exigen que los privilegiados también paguen. Sin la envidia es muy difícil que la democracia funcione. Hay un importante componente de envidia vigilante que mantiene la igualdad y el funcionamiento democrático.

En la tradición cristiana es definida como “desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria”.

Este pecado propicia la sensación de que uno podría tener todo lo bueno de los otros. Si tú le envidias la mujer al otro, deberías aceptar todo lo que el otro es, quiere, piensa y siente, y por lo tanto dejar de lado todas las cosas que tú quieres, piensas, sientes . Tendrías que convertirte en el otro, algo que nadie está dispuesto a hacer. Porque todo el mundo quiere ser; tener las ventajas del otro, pero a partir de la propia concepción de uno. Nadie está dispuesto a decir: “Bórrenme a mí, y escriban al otro, porque yo lo que quiero es ser yo, con lo del otro.” El que envidia estaría en el mejor de los mundos si pudiera lograr una disociación con el otro: quitarle para sí toda la parte que no le gusta y quedarse sólo con lo que le gusta, sin tener en cuenta que todos los bienes y beneficios tienen un costo en la vida.

La envidia por lo bello está vinculada con el concepto de belleza que ha manejado el hombre a lo largo de la historia. Las esculturas y grabados prehistóricos nos muestran figuras femeninas voluminosas, incluso deformes, que reflejan el interés por la fertilidad. Los cánones de belleza griegos no toleraban ni la grasa ni los senos voluminosos. Era necesario cultivar el cuerpo para conseguir la perfección estética que consistía en, además de tener senos pequeños y fuertes, poseer un cuello fino y esbelto y los hombros proporcionados. Los griegos difundieron por Europa gran cantidad de productos de belleza, de fórmulas de cosmética, así como el culto al cuerpo y los baños; en resumen, el concepto de la estética. Actualmente, a la eterna necesidad de belleza en el mundo femenino se han unido la ciencia y un nuevo sistema de vida en el que es imposible separar la actividad diaria del aspecto personal.

El filósofo francés Denis Diderot decía que en las desgracias de nuestros amigos siempre hay un punto de contento. Lo que no quiere decir que no corras a ayudar a tu amigo, prestarle dinero, llevarlo al médico. Pero a veces un mal trago ajeno despierta la frase: “Hombre...mejor él y no yo”. Esto nos hace considerar que existe una especie de relación entre los males y los bienes que vienen en un número determinado. Si yo deseo y no tengo un automóvil de colección es porque lo posee otro. Llegamos a considerar que no hay otro coche más que “ese” para tener. Lo mismo ocurre con el mal, si al “otro” le ocurre algo, de alguna manera yo me he librado de “ese” problema.

Hay gente que no tiene dinero para comer bien en la semana, pero conserva sus mejores trajes y un gran automóvil, porque esos son los elementos que despertarán envidia en los demás. No se busca tener lujos auténticos, sino solamente estar en el escaparate para ser admirado. Este sentimiento también produce temores en los envidiados, cuando llegan a pensar que aquellos que lo envidian le quieren hacer un daño o quitarle algo. La propia naturaleza de la expresión in-video, significa literalmente “el que no te puede ver”. El bienestar del otro es un detonante. Cuando uno es un poco malicioso y quiere ver sufrir a sus enemigos, disfruta con la envidia.


Envidiar lo que no existe

Los medios de comunicación en la actualidad tienen mucho que ver con la motorización de la envidia. No hay programa de televisión o revista de actualidad donde no se nos enrostre la felicidad de una pareja mediática, las vacaciones caribeñas de incipientes modelos o el nuevo piso de la estrella de turno.

En esta sociedad lo primero que hay que lograr es crearse la fama de que eres algo, sin necesariamente serlo. La creencia de los demás de que el otro es exitoso es lo que fomenta una cadena de errores, y de envidias añadidas. Un amigo que tenía un éxito apabullante con las mujeres, siempre me decía: “Lo importante es que crean que eres irresistible. Entonces se acercan a ti para saber ‘qué tiene este tipo’”.

Muchas veces se envidian situaciones idílicas sobre las que no se tiene suficiente información. Montaigne, destacaba la envidiable sencillez natural de la convivencia de los pueblos considerados salvajes por los europeos de la época, quienes carecían de la intoxicación que las leyes civilizadas obligaban. Doscientos años después, Rousseau, Diderot, Giambattista Vico y Sade fortalecerían estas teorías, basadas en la envidia al buen salvaje. Sostuvieron el mito de la convivencia basada en la tolerancia y en la paz, sensualmente rica, pero sin impudicia, abundante en bienes comunes que eran de todos, pero al mismo tiempo de nadie. Pero las envidias suelen ser disímiles y tienen que ver con los deseos de cada uno. Frente a esta corriente de envidiosos de una forma de vida se alzó el urbano y progresista Voltaire, cuando le dijo a Rousseau: “No me hará usted andar en cuatro patas a mis años, ni me convencerá de las alegrías sin disturbio de la selva. No me gusta comer bayas silvestres y me aburren los monos. La felicidad es una buena cena, compañía, conversación agradable, una hermosa función de teatro: la noche de París”.

“El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: ‘es envidiable’”, afirmaba Jorge Luis Borges.

En mi caso me alegro de verme rodeado de escritores de mayor valía, porque la obra de los otros siempre me ha hecho disfrutar mucho más que los esforzados y siempre corregibles escritos que yo mismo genero. En particular, he sentido un gran afecto por la persona y obra de Guillermo Cabrera Infante. Durante treinta años su casa de Londres fue parada obligatoria de mis viajes anuales a Inglaterra, para asistir a las impostergables citas hípicas. Junto a él siempre estaba Miriam Gómez, una contadora sin igual de historias, fábulas y anécdotas. Conversar con Guillermo fue uno de mis tesoros intransferibles. Pocos me han nutrido como él en materia de cine o literatura. Su habilidad era innata para la conversación chispeante y divertida, basada en una erudición –que allí sí– debería calificarla de envidiable.


El ángel que no fue

La envidia que me provocaron los grandes escritores fue un motor fundamental en mi vida. Por ejemplo, la el deseo de emulación que me suscitó Borges a los dieciséis años, y luego la admiración hacia Shakespeare y Thomas Mann. Pero siempre tuve una envidia que carecía de mezquindad, nunca pretendí que el talento de los otros se borrara.

En definitiva, admiramos con lo que hay de admirable en nosotros. Nuestra parte admirable es la que admira a los demás.

Tenemos que ser agradecidos con lo sublime. Las maravillas que legaron Beethoven o Proust, fueron producto de su esfuerzo y entrega. Debemos agradecer su virtuosismo y su compromiso con el arte.

Alguna vez refiriéndome a Satanás me pregunté: “¿Qué sería de nosotros sin él?” Prácticamente nadie nos presta tanta atención como ese celoso Enemigo. Hasta Dios bostezaría sobre nuestras vidas si Satán no colaborase en el argumento que representamos con su dosis de picante.

La próxima vez que me encuentre con el diablo parafrasearé al Fausto de Goethe: “Se dará cuenta de que todo lo que hace usted por romper y destruir el orden, en el fondo lo refuerza. En definitiva todo lo que está haciendo es para bien, no para mal. Usted está trabajando como un empleado. Se rebeló contra su jefe, pero sigue siendo el empleado de siempre”.

Una vez aclarado este punto me interesaría mucho que me contara cómo hace para transformar los vicios que con el tiempo han adquirido mala fama. Y así la soberbia queda como autoestima, la envidia como justicia democrática, la ira como intolerancia ante los males del mundo. El Diablo es un extraordinario gerente de marketing que ha logrado vender cada vicio como una virtud.

El Mefistófeles de Goethe es un diablo bastante secundario, pero en el cual el autor ejemplificó con certeza la auténtica maldición de lo diabólico, su verdadero infierno: ser la coartada que justifica la necesidad del bien. Al negar implacablemente su verdadera esencia, Mefistófeles galvaniza el alma debilitada de Fausto y le insufla el ímpetu suficiente para salvarse siendo de nuevo el que ya era y que por miedo a no poder serlo del todo había renunciado a ser. A fin de cuento, es Fausto quien condena –o reitera la condena– al sentenciado Mefistófeles.

“Diábolo” significa en el medio, el que está dia bando. Es decir, lo diabólico es crear discordia, que en el fondo es lo que hacen los vicios. Porque el que quiere tener todo no deja para los demás. Los que quieren acaparar a las mujeres no dejan para los otros, los que mienten, los que envidian, los que se enfadan, son personas que crean discordias entre los seres humanos. Los viciosos son aquellos que crean desorden social.

Respecto del infierno, he tenido imágenes que supongo son las tradicionales que posee toda la gente. La cosa siempre me ha parecido muy inverosímil. Nunca pude conciliar en mi mente la idea de la bondad divina con la del infierno. Pero para mí las imágenes de Gustavo Doré en la Divina Comedia son el verdadero infierno. Mi padre tenía, y ahora lo guardo yo, la edición de dos tomos gigantescos, con la traducción de don Juan Artzenbusch de la obra del Dante, con las ilustraciones maravillosas de Doré, que siempre me encantaron y me encantan. Me pasaba el día mirando el Infierno y el Purgatorio en cada uno de sus detalles. En realidad, el Paraíso no me interesaba para nada, en cambio a los otros me los sabía de memoria. Cuando mi madre se dio cuenta a mis siete años que no veía de un ojo, me llevó al oculista. Este buen señor tenía encima de un armario un busto del escritor, yo entré y dije: “Mira, Dante Alighieri”. El oculista miró el busto, me miró a mí, al busto y a mi madre y confesó: “Pero mira qué bueno... lo he tenido toda mi vida y no sabía quién era”. Mi infierno es el del Dante... a falta de otras cosas no hay duda que es un infierno prestigioso.

Dante se mostró cuidadoso con las proporciones. De los cien cánticos de la obra, uno es de introducción y el resto se dividen en partes iguales para el Cielo, el Infierno y el Purgatorio, que son recorridos por el autor buscando a su amada Beatriz, quien se encuentra en el Cielo. Dante es acompañado por el poeta clásico Virgilio. El Infierno está compuesto por nueve círculos concéntricos en los cuáles los pecadores son sometidos a todo tipo de tormentos. El Purgatorio es una montaña con siete cornisas, que corresponden a cada uno de los pecados, y allí los pecadores tienen que llevar a cabo una serie de penitencias para poder ser admitidos en el Cielo. Precisamente ese lugar está dividido en nueve círculos brillantes al final de los cuales está Dios, y en cuyo recorrido están los más grandes santos de la cristiandad.

Pero la idea más interesante de la Divina Comedia era que Dante no mandaba a ese infierno a muertos, sino a gente que aún vivía a quienes ya les tenía preparado su propio infierno.

¿Un lugar después del mundo?

Los paraísos deberían ser de una plaza. Es decir, responder a lo que cada uno quiere. Los paraísos convencionales dan por supuesto que los deseos son homogéneos. ¡Dejemos que cada uno tenga su cielo! Muchas veces vemos gustos que los demás aprecian y que a uno le horrorizan. Para algunos el Cielo está relacionado con las convocatorias sociales: los cócteles, las fiestas, las comidas, donde muchos se mueren por ser invitados y asistir. Mi paraíso en cambio sería más solitario y discreto.

Es mucho más fácil crear un infierno que un cielo. Porque si bien los seres humanos deseamos cosas diferentes, les tememos a las mismas. De hecho los gobernantes confían más en el terror que en el premio. Porque cuando se amenaza a una sociedad con cortarle la cabeza a todo aquel que se oponga, produce un miedo generalizado, aunque haya todo tipo de reacciones, desde enfrentar la situación, hasta acatarla. Es evidente que las promesas de infiernos son más convincentes.


Se ofertan nuevos pecados

Hay actitudes que pueden considerarse como nuevas formas de pecar. Son las que se basan en la desconsideración por el otro. Por ejemplo, no son pocas las veces que le digo a un amigo: “Quedemos en comer a las dos, porque tengo que salir a las tres y media para otro lado.” Todos te dicen que allí estarán puntuales. La verdad suele ser otra, llegan veinte minutos o media hora tarde, y se las arreglan para reprocharte: “Bueno hombre... tú siempre tan puntual”. Además de la desconsideración, rozan la soberbia y la avaricia, porque llegan a la hora que quieren, porque se consideran por encima del otro, y además acaparan el tiempo de los demás.

Tal vez, el principal pecado de la humanidad, en la actualidad sea la crueldad, palabra que viene de cruor, que significa la sangre se derrama. Una persona cruel no es buena. Pero todo tiene que ver con la profesión de cada uno y las obligaciones. Llevado al absurdo, un cirujano no puede desmayarse cada vez que ve una gota de sangre, porque no es lo que se espera de él. Hay virtudes y vicios que dependen del papel que tengas en la sociedad. A algunos intelectuales y artistas se les reprocha su vanidad, pero si no tuvieran cierto deseo de exhibición o de alcanzar prestigio, no pintarían ningún cuadro ni escribirían ninguna novela. Muchos grandes concertistas necesitan tener cierto carácter exhibicionista para sentarse al piano.

El egoísmo es para muchos el gran mal de estos días. Pero no hay que olvidar que el egoísmo racional está en la base de la ética clásica. Aristóteles habla de la filautía, que es el amor a sí mismo. Se trata de un amor a uno mismo bien informado. Esto quiere decir que hay que saber muy bien qué es lo que le conviene a uno. Y esto no es tan fácil porque solemos tener imágenes de nosotros o de nuestros deseos que pueden estar suscitadas por la presión del medio, por la fascinación, por la influencia de los demagogos, etcétera. Por lo tanto, no creo que exista ninguna contraposición entre el egoísmo y las actitudes éticas, que lo único que reclaman es que realice una verdadera reflexión sobre lo que realmente me conviene. Pero también es real que el amor no tiene por qué ser informado y ese es el esfuerzo que hay que hacer: informarse.

Es curioso que en los pecados tradicionales la mentira no esté consignada y tampoco la sinceridad o la veracidad aparecen como virtud. Por lo que creo que un vicio a señalar en la actualidad es la falsedad, el ocultamiento de la realidad. La gravedad de este tema está dada porque los ciudadanos tienen que tomar decisiones para lo que necesitan información veraz.

En los sentidos fisiológico y sociológico el hecho de que todos los seres humanos provengamos de un apasionamiento físico y no de una retorta, tiene una enorme importancia simbólica. Nacemos del azar de un caos. Cuando salen estos temas recuerdo la novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz, donde todo estaba perfectamente diagramado y había seres que tenían que cumplir ciertas funciones y no otras. Así sólo había entes manipulados que habían perdido la esencia de los humanos. Corremos un gran peligro: que las personas supuestamente perfectas pierdan la posibilidad de ser perfectibles. El ser humano debe hacerse a sí mismo en forma permanente.

Publicado: 30 Ago 2005 19:35
por Bipolar
Estivi dijo:
afirma Savater al caracterizar el sexto pecado capital. Según el autor de "Etica para Amador", lo peligroso de estos


Cuando en realidad debió decir:
afirma Savater ( en adelante <el autor de "Etica para Amador">) al caracterizar el sexto pecado capital. Según el autor de "Etica para Amador", lo peligroso de estos

Publicado: 06 Sep 2005 16:04
por NORNA
La pereza
En general me gustan las reflexiones de Savater pero esto de los Siete Pecados Capitales le está quedando demasiado Bucay, un rollo digno de revistas de autoayuda.
Por cierto, las revistas de autoayuda son como los restaurantes chinos, sus títulos se basan en combinaciones de palabras clave: crecimiento, vivir, mente, feliz, sano ...