Página 1 de 2

Terapia

Publicado: 07 Dic 2005 00:33
por NORNA
Lo que va a continuación es un copypaste como un castillo de un relato que personalmente me encantó. Lo ha escrito un nick de internet en un foro de internet y como creo que vale la pena, os lo recopilo respetando el mismo ritmo de publicación -un capitulo por día- que el propio autor le dió (espero que éste sea favorable al copyleft).

TERAPIA ( Por Anantic)

I

- Ahora quiero que me diga dónde duele.

Estas palabras me las dijo suavemente el doctor Adrián Egea en algún momento de nuestra primera sesión. Ése fue el punto clave de la consulta, el instante en el que supe que estaba en manos de un verdadero profesional. Fue entonces cuando comprendí que iba a seguir viéndolo. Y fue entonces cuando empecé a llorar como si no hubiera manera de parar.

Sólo recuerdo un momento similar: la entrevista de Spot, el único cliente que me he reservado para uso personal. Le puse el apodo de Spot porque cuando le vi vestido, me pareció un tío "de anuncio" y, cuando le vi desnudo, por las marcas de nacimiento que le salpican todo el cuerpo. Él nunca había ido donde una dominatriz y el momento de su epifanía sobrevino con mi primera pregunta:

- ¿Hace cuánto supo que era un esclavo?

Se quedó mirándome maravillado y las lágrimas se agolparon en sus ojos. Ninguna persona lo había identificado antes y tuve que esperar un rato mientras lloraba con gratitud e incredulidad.

Había escuchado que Adrián era especial, extraordinario. Me lo dijo mi amiga Babs, y ella tenía por qué saberlo. Había consultado por lo menos cuarenta psiquiatras entre Madrid y Barcelona y él era el único que recomendaría. Sólo pudo verlo una vez, sin embargo, porque la pareja de Adrián trabajaba en la misma empresa que ella. Hacer esa primera llamada a su consulta resultó excitante. Admitir finalmente que algo andaba drásticamente mal. Llamé un lunes, un día lento para mí.

- Hola, mi nombre es Ana; Bárbara Peña me dio su nombre. No he estado nunca en terapia con nadie, pero me gustaría una cita lo más pronto posible. Desde hace algún tiempo no me siento nada a gusto con mi afición.

No mencioné qué tipo de afición era. Dejé mi número y las horas que era más fácil encontrarme. Resulta que estaba de viaje, de modo que cuando varios días después sonó el teléfono, casi me había olvidado de él.

- ¿Sí?

- Hola, soy el doctor Egea y estoy devolviéndole la llamada.

- Ah, sí. ¿Qué tal?

- Siento mucho haber tardado tanto en llamarla, pero regresé de Nueva York esta misma tarde. ¿Tiene usted unos minutos para aclarar unos detalles?

Tenía una hora libre antes de mi siguiente sesión.

-Si, está bien.

-En el mensaje decía que ya no se sentía a gusto con su afición. ¿Podría hablarme un poco más de esto, para poder hacerme una idea?

-Sí, claro- dije. Pero vacilé; dudosa de las palabras que quería emplear. - Soy dominatriz. ¿Sabe qué significa eso?

-Creo que tengo cierta idea- dijo -Pero sería mejor que me lo explicara con sus propias palabras.

-Bueno, en términos generales- dije -me pagan, usualmente se trata de hombres, para que los domine y los discipline.

-Ya veo- una pausa durante la cual me pareció escuchar que escribía -¿Y desde hace cuánto tiempo está usted en este campo?

-Creo que unos dos años.

-¿Y cuándo ocurrió, por así decirlo, el giro negativo?

-Es díficil decirlo con precisión. Yo diría que en el transcurso de los últimos dos o tres meses.

-¿Ha cambiado algo en la naturaleza de su afición, o sólo su disposición hacia ella?

-Soy yo. Todo lo demás sigue igual que siempre.

-Supongo que usted misma decide su horario.

-Correcto.

-¿Le sería posible venir a mi consulta mañana a las siete de la tarde?

Ojeé la agenda:

-Por el momento estoy libre.

-Hay una tarifa de doscientos euros para la primera consulta y evaluación. ¿Puede permitírselo?

-Sí, sí puedo- sentí un asomo de vanidad al recordar que mi tarifa por hora era más alta que la de un médico.

-Bien. Entonces espero verla mañana.

Hasta mañana.

Publicado: 07 Dic 2005 13:38
por NORNA
II
Cuando quedo con un primerizo es común que no se presente. Me preguntaba si sucedía lo mismo con los psiquiatras porque, hasta el último minuto, no sabía si acabaría yendo. Incluso cuando me hallaba fuera de su consulta, junto a la placa de la fachada en la que se leía su nombre, pensé simplemente en darme la vuelta y volver a casa. Serían muchas las veces en el futuro en que desearía que ojala hubiera sido así.
Tras aguardar unos minutos en la sala de espera, hizo su aparición en el umbral de su consulta. No había nada físicamente atrayente en su persona. Era un hombre menudo y de rostro tan adusto como el de Abraham Lincoln, cabello fino con entradas acusadas, bigote obscuro y barba.
Bien, pensé. Estaba claro que todo lo que había oído sobre transferencias tortuosas no iba a afectarme. No podía estar más lejos de mis preferencias personales; los hombres que me atraen tienen pinta de imponentes, y siento una aversión específica a los bigotes y a las barbas.

Me hizo pasar adentro y me señaló una silla. La suya estaba directamente enfrente, a un metro escaso de distancia. Me senté expectante esperando sus palabras, pero no dijo nada, sólo me miraba. Me miraba seguramente del mismo modo en que un médico de la Cruz Roja examina a una mujer famélica. Su mirada era directa e inquebrantable, llena de afligida empatía.
-Hola -dije.
La palabra misma resultó un desafío; ya me sentía desasosegada. Su cabeza se inclinó muy, muy levemente hacia un lado. Y su silenciosa interrogación pareció intensificarse una pizca.
-Mire, yo no sé cómo se supone que funciona esto -dije-. ¿Me puede ayudar?
-Me gustaría que hablara durante un rato -respondió en voz baja.
-¿Sólo hablar? ¿Sobre qué?
-Sobre cualquier cosa que considere importante. -Hablaba en un tono tan bajo que apenas podía oírle-. Y sobre la razón por la que está aquí.
Tomé aire.
-De acuerdo. Le dije por teléfono que soy una dominatriz, lo cual parece estar amargándome últimamente. Ya no me gusta lo que hago, pero sería casi impensable dejarlo. He invertido demasiado, hay demasiadas personas que me necesitan, el dinero es demasiado bueno, y yo soy demasiado buena. Me he acostumbrado mal.
-Entonces, ¿qué es lo que la trae por aquí? -preguntó.
-Se lo acabo de decir. Lo que le acabo de contar.
-Pero, ¿por qué hoy? -insistió-. ¿En lugar de la semana pasada o la próxima?
-No lo sé. ¿Qué importa eso? Aquí estoy.
De nuevo adoptó su mirada apesadumbrada. Me enfurecía. A ver ¿cuál era la puta tragedia?
Intenté continuar, y mirar más allá de él, a través de la ventana que tenía detrás.
-Ha empezado a entrometerse en mi vida real. Me estoy convirtiendo en una cabrona a tiempo completo.
Silencio.
-He empezado a creerme mi propio rollo, ¿sabe? Que soy una diosa, que soy una persona con el derecho a ser venerada y que las cosas tienen que salir siempre como yo quiero. Es difícil arrancarse el rol después de tantos encuentros.
Silencio. Pesadumbre.
-Cada encuentro se convierte en una lucha interna. -Y entonces, como si quisiera probar mi razonamiento-: ¿Va a decir algo? Quiero decir, ¿a qué espera?
-Estoy esperando saber por qué está usted aquí -respondió.
-Ya se lo he dicho. ¡Se lo he estado diciendo durante todo este tiempo! ¿Qué coño quiere de mí?
-Quiero que me diga -insistió, y su voz parecía incluso más suave- dónde le duele.
Me cogió totalmente por sorpresa. Mi boca se abrió pero, por primera vez, no salió ninguna palabra. En lugar de eso, mis ojos se llenaron de lágrimas que empezaron a caerme mientras yo lo miraba incrédula. Pensé entonces que sabía cómo debe de sentirse un árbol cuando, de repente, se le apoya una sierra en el tronco. Pasadas las capas de corteza y de madera hacia un lugar más profundo donde algo desconocido empieza a manar.
Mis lágrimas cesaron unos minutos más tarde, tan abruptamente como habían comenzado. Pero las cosas habían cambiado. Había sido humillada y no estaba segura de poder perdonarle.
-¿Desea hacerme alguna pregunta?
Era un ofrecimiento que no volvería a escuchar. No sabía mucho de procedimientos terapéuticos, pero hasta ahí llegaba, por lo que acepté.
-Sí -respondí-, muchas preguntas inadecuadas.
-Aquí -me dijo-, no hay nada que pueda calificarse de pregunta inadecuada. Puede que no responda a todas sus preguntas, pero no dude en preguntarme lo que quiera.
-Bien, -respondí-. ¿Alguna vez le excitan sus pacientes?
-Ésa es una pregunta general -observó-. Quizás lo que realmente desea saber es si usted me excita.
-Pues sí -reconocí-. Eso también. Desearía saber si se excita en general, así como si se siente excitado conmigo.
Hubo un momento de silencio. Entonces:
-Ocurre a veces- contestó-. En su caso... preferiría no responder a la pregunta.
Bien, pensé. Es bueno. Ha sido la respuesta perfecta. Si hubiera dicho que no se sentía atraído por mí, yo me sentiría ofendida. Pero si hubiera dicho que sí lo estaba, eso también me hubiera molestado.
-Vale, de acuerdo. ¿Y si -continué-, yo entrara aquí llevando un vestido transparente que tengo? ¿Qué haría usted?
-¿Qué significaría para usted? ¿Por qué iba a ponérselo?
-Sólo para joderle -respondí-. Para ver su reacción.
-Creo que dependería de si pudiera o no aplicar mi terapia en ese contexto -contestó lentamente-. Si me desconcentrara demasiado, si no pudiera ir más allá, suspendería la sesión.
Sentí un rayo de esperanza. Al menos no era fácil de amedrentar, sabía aguantar una confrontación.
Como si pudiera leer mis pensamientos, continuó:
-Volvamos a algo que comentó anteriormente, a lo de cada encuentro como una lucha de voluntades. Hábleme de eso.
-Cuando me encuentro con alguien por primera vez -le expliqué mirándole fijamente- me cuesta mucho relajarme si no logro establecer un cierto grado control.
-¿Y quién cree que tendrá el control aquí?
-Bueno, obviamente, si puedo intimidarle y controlarle, no me servirá de nada. Por otro lado, ya que he dicho esto, puedo verle yendo más allá para demostrar que es usted quien tiene el mando. Y si lo hace, estaré demasiado molesta para tan siquiera tratar con usted. Me imagino que si es realmente bueno -aunque quizás sea esperar demasiado- será capaz de cruzar esa frontera.
Me oí a mi misma. No había diferencia alguna a cuando estaba con mis clientes. Le estaba pidiendo que fuera mi jefe pero en mis términos. Y de la manera más taimada y manipuladora posible. Presentándolo como un desafío: "Si es realmente bueno..."
En vez de caer en mi trampa respondió:
-Hábleme de la línea por la que camina.
Haría esto una y otra vez. Dar la vuelta a mis afirmaciones, acomodarlas para que se refirieran a mí, sin ninguna transición.
Mi línea. Era tan fina como el borde de un cuchillo y siempre debía mantenerla afilada y brillante. ¿Podría él jamás llegar a comprender el delicado equilibro por el que debía luchar cada vez? ¿Podría yo jamás explicárselo?
-Tengo que dar a mis clientes lo que me piden sin que parezca que me importe de qué se trata- le expliqué-. Debo irme adaptando a la vez que domino. Debo infligir con precisión la cantidad de dolor que cada ser está capacitado para soportar, no más, y tampoco menos. Además, debo infundir horror y miedo, y sin embargo asegurarme de que el resultado neto de la ecuación sea el éxtasis.
-Eso suena a mucho trabajo -comentó-. Y si va a trabajar tan duro, sería de esperar que lo hiciera con algo que le satisfaga personalmente.
-Ya, me imagino que ése es mi problema.
-Dígame, ¿cree que podrá trabajar bien aquí conmigo? -preguntó.
-Creo...que le molestaré. Le obsesionaré. Haré que se arrepienta de haberme admitido.
Me estudió por un momento antes de hablar.
-Mi mayor preocupación -repuso- es que parece estar anticipando conmigo una relación antagónica, mientras que este proceso se basa, en gran parte, en una alianza entre ambos. Si cree que podría irle mejor con otra persona, puedo darle algunas referencias excelentes.
¿Pretendía abandonarme? ¿Así de fácil?
-No -dije-. Quiero seguir con usted.

Publicado: 07 Dic 2005 21:07
por Mr. Mxyzptlk
Que bueno.

Tendre que seguirle la pista al Anantic este en el otro foro para la nueva remesa de las aventuras de la dominatriz y el licenciado.

PD: La de tiempo que hacia que no me leia un relato entero en esta sección

Publicado: 08 Dic 2005 00:55
por The last samurai
Me huele bastante (mucho) a La Manticora, segunda parte de una trilogía de libros que me encontré por casualidad en un hotel y que leí por encima en mis ratos de cagalera. No me preguntéis el autor, pero en la contraportada ponía que era una pedazo de novela, y la verdad es que los trozos que leí estaban bastante bien... Y se parecían mucho a esto.

Publicado: 08 Dic 2005 13:06
por NORNA
Mr. Mxyzptlk, juega un poco hombre, deja que sea la enorme walkiria quien mande: yo decido cuando lo pongo y tú simplemente lees.

Samurai, espero que no tengas razón porque yo creí fielmente que el relato era inventado por esta persona. De todos modos eso no quita que sea igualmente interesante.

-----------------------------------------
III
Cuando volví a casa, Spot estaba esperándome fuera del edificio, tal como le había dicho que hiciera. Pasé rozándolo sin proferir palabra alguna y abrí la puerta. Me siguió escaleras arriba hacia mi apartamento. Le di la espalda para que me quitara el abrigo y lo colgara. Entonces se desnudó hasta quedar sólo con una correa de cuero y dobló su ropa apartándola de mi vista. Sólo me dirigí a él cuando lo hubo hecho.

-Cigarrillos.Café.

Cogió mi paquete de cigarrillos Marlboro 100´S que reposaba bajo el tremó, sobre la repisa de la chimenea, me puso un cigarrillo en la boca, y me dio fuego mientras yo aspiraba. Luego se retiró a la cocina.
Me encantaba mirarlo caminar desnudo por mi apartamento. Era delgado, de buena musculatura y, secretamente, pensaba que sus marcas de nacimiento eran hermosas. Parecía una fiera moteada de la jungla, un salvaje: un animal exótico que yo había domesticado.
Spot era el único cliente que había encontrado que aceptaba lo que le ofrecía, que deseaba verdaderamente servirme y que tenía el aguante necesario para hacerlo. Yo me desahogaba hasta el cansancio con él, le pegaba hasta que ya no podía levantar el brazo. Le pegaba palizas. Le hacía sangrar. Le dejaba marcas que le duraban semanas. Spot era el mejor de mis premios, y precisamente por ello, no le cobraba. Era mi esclavo, mi único esclavo verdadero.
Esa noche me sentía amable. Cuando entró con mi taza de café, casi le doy las gracias.

-¿Quieres tú una? -le pregunté. Era un gesto inhabitual en mí.
-OH, no, así estoy bien, Ama -respondió sorprendido.
-Pues entonces ven aquí -le pedí.- Mis pies requieren algo de atención.

Los masajes de pies eran el fetichismo especial de Spot. Se arrodilló junto a la duchesse-brise en que estaba sentada y, contento, me quitó los zapatos. Unos segundos después, sus fuertes y calientes manos envolvían mi cansado pie izquierdo. Siempre empezaba con el pie izquierdo. Cada uno de mis clientes tenía su modo de actuar particular; yo los conocía como imagino que un domador de leones conoce a sus fieras. Pero volviendo al tema, me estaba haciendo sentir muy a gusto. Me recliné hacia atrás y empecé a abandonarme a la sensación.
Pasados unos minutos me di cuenta -quizás porque cada cierto tiempo elevaba su mirada hacia mí- que deseaba preguntarme algo. Una de mis reglas con él era que no podía hablarme hasta que yo me hubiera dirigido a él. Por esta razón contaba con muchas horas de tranquilidad y silencio. Había veces que venía, llevaba a cabo cada una de las instrucciones escritas en una lista, y se marchaba sin que hubiéramos intercambiado una sola palabra. Si alguna vez sintió el mínimo resentimiento, nunca lo demostró. Era un buen chico.

-Adelante -le dije.
-¿Mi Ama?
-Adelante. Pregúntame lo que te ronda por la cabeza.
-Perdóneme Ama. Eso no es asunto mío. No es de mi incumbencia.
-Desde luego que no lo es. Pero te acabo de decir que me lo preguntes. No me hagas repetir una orden.

Disfruté de su breve ataque de pánico mientras trataba de dilucidar qué era potencialmente más peligroso: una pregunta audaz o la tentativa de eludir una orden. Algunas dominatrices crean estas situaciones deliberadamente, a fin de tener una excusa para castigar al esclavo de turno, indiferentes a lo que éste haga. Eso era algo que yo nunca hacía. Sólo castigaba a Spot cuando estaba verdaderamente furiosa.

-Me preguntaba de dónde viene -me dijo bajando los ojos. Tratando de no revelar su terror.
-Si te digo que puedes preguntarme algo, quiere decir que me lo puedes preguntar -le dije-. Eso no significa que vaya a responderte.
-Sí, Ama.
-Me gustaría, sin embargo, saber por qué te lo preguntabas.
-Ama, porque parece... -y su voz se perdió.
-Dime -le ordené.
-Parece más relajada, más contenta o algo.

Pensé en ese momento que él me conocía tan bien como yo le conocía a él. Quizás incluso mejor.

-Pues bien, Spot, por alguna extraña razón que no puedo ni siquiera conjeturar, voy a decirte dónde estaba. -Hice una pausa y examiné su cara. Parecía imbuida de placer, aunque no osara levantar la mirada-. He ido a ver a un psiquiatra para descubrir por qué sigo teniéndote por aquí -le dije. Emitió una débil sonrisa; enseguida centró su atención en mi pie derecho.

Evidentemente, pensó que se trataba de una broma.

Publicado: 08 Dic 2005 18:01
por Stewie
En el original, a partir del IV, hay pensamientos escritos en cursiva. No se te pase le detalle.

Me gusto, lo busqué y lo leí. Ví a Bipolar por allí, puede que sea el mismo.

Publicado: 08 Dic 2005 20:44
por NORNA
Increible. Nadie como vosotros para quitar cualquier halo de intriga a la vida.
No Stewie, no se me pasará.

------------------------------------------------

IV
Sentada en la sala de espera de Adrián vi emerger de su consulta un hombre de mediana edad y rostro sombrío. Era el paciente anterior a mí. La semana pasada lo fue una señora mayor.

Debe de esperar con ganas mi visita. Seguro que soy más interesante que toda esta gente. -Explíqueme -me decía Adrián unos minutos más tarde- qué obtiene con el sometimiento.
-Hasta 500 euros la hora -le respondí.
-¿Qué más?
-Regalos caros. Los hombres que pueden pagar mis honorarios tienen mucho dinero. Algunos me llevan de compras para que me vista en la sesión con lo que ellos quieren.
-De acuerdo, ¿y qué más?
-Un apartamento impecable. Concesión total a mis caprichos. Se puede decir que tengo chofer, masajista, cocinero, sirviente y amante a mi entera disposición. Uno o todos ellos. Las veinticuatro horas del día.

Pensé que era posible sentir su odio. ¿Cómo podría no odiar a alguien que acaba de recitar una lista de este tipo?

-¿Algo más? -fue lo único que dijo.
-Pues... Soy buena en ello. Muy buena. Esos tíos no pueden creer en su suerte cuando dan conmigo.
-Hábleme de eso.
-Debe entender -continué- que lo que hace que estos hombres me busquen es la necesidad, una necesidad que casi nadie comprende. Cuando se necesita algo con tanto desespero, se paga lo que sea -y gustosamente- por cualquier cosa que se asemeje a ello. Nadie espera que sea fantástico. Hace mucho tiempo que dejaron de esperarse nada. La oferta sadomasoquista es patética en la mayoría de los casos.
-¿Y usted?
-Yo soy de largo lo mejor que ellos hayan podido encontrar nunca. Soy joven y guapa. Tengo un buen cuerpo. Mi cara es bella y no excesivamente dura.

-Y más allá de eso -continué- tengo una comprensión profunda de sus deseos y de cómo cumplirlos. Soy perceptiva acerca de las sutilezas, intuitiva y con un buen grado de discernimiento. No estoy siempre insultando o gritando. Nunca sobreactúo. Apenas pueden creerlo cuando me conocen. Quedan desconcertados por su suerte. ¿Sabe cómo se siente uno al ser tan bueno en su campo?
Estaba segura de que lo sabía.
-¿Algo más? -preguntó.
-Bueno, el poder. Es una sensación increíble. Me siento deseada e intocable, como alguien por quien los hombres estarían dispuestos a matar o morir.
-¿Y el trabajo en sí mismo? ¿Qué sentimientos le suscita?

Consideré la pregunta por un momento.
-Siento que la mayoría de la gente quiere pensar que el sadomasoquismo no tiene que ver con ellos. Que es algo que se encuentra allá lejos, en otra parte, en un bar lleno de chalados vestidos de cuero. Pero a mí me parece que el sadomasoquismo está en todas partes; su dinámica está en el interior de todos nosotros e impregna cada cosa que hacemos.

Silencio

-A veces me parece que la práctica del sadomasoquismo es la cosa más saludable y honesta del mundo. Que las personas que lo hacen, reconocen la verdad sobre sí mismas y no le tienen miedo a esa verdad. Crean un espacio seguro y consensual en que ejercitarlo para que no haga estragos en sus vidas reales...Pero otras veces pienso que no podría afrontar otra sesión, que no soportaría a otro hombre hecho y derecho lloriqueando, suplicando y chupeteándome los dedos de los pies. Me entran deseos de matarlos, o matarme a mí misma.

Bueno, doctor. ¿Qué está sacando en claro?
-Parece que sus conflictos son muy profundos.

OH, vaya. Añadamos su nombre a mi lista de gente que quiero matar.

-¿Eso es todo lo que se le ocurre? Jamás había conocido a alguien con tanta pasión por lo obvio.
La sonrisa no llegó a alcanzar sus labios, pero sus ojos le delataron.
-¿Qué es lo que cree que voy a hacer por usted? -me preguntó.
-Es usted quien tiene la palabra, no yo. ¿Por qué cree que le pago?
-Es usted quien paga - me recordó-. ¿Por qué cree que está pagando?

Quizás debería disminuir mis pérdidas. Simplemente largarme.

-Yo puedo decirle la razón por la que espero que esté aquí -continuó tras un interminable silencio-. Espero que quiera que le ayude a entender sus conflictos para que así usted pueda tomar las decisiones más acertadas que le lleven lo más cerca posible a la consecución de su satisfacción.

Contuve un bostezo.

-¿Y para esto fue a la facultad de Medicina? -le pregunté-. Yo misma podría hacerlo. Sería mucho más fácil de lo que estoy haciendo ahora: simplemente sentarme ahí profiriendo perogrulladas psiquiátricas extraídas de una breve lista de aceptables frases de psiquiatra.
Había dejado de sonreír. Ni siquiera sus ojos lo hacían. Bueno, no podía decir que no le hubiera avisado.
-Está pensando que soy tan puta como le advertí que sería -adiviné.
-Estoy pensando -respondió- que se dejó algo cuando explicó por qué se sentía atraída por su profesión.
-¿De verdad? ¿Y qué es eso?
-Su rabia-repuso.
Rabia. Como si respondiera a su nombre, la sentí despertar dentro de mí, algo salvaje y desgarrador que me había acompañado durante un centenar de escenas de sometimiento. Cuánto deseaba que ésta fuera una de ellas. Me hubiera gustado tener un látigo que restallar, que él estuviera atado y a mi merced. Canalicé toda mi furia corporal hacia él, le odié con todas mis fuerzas, y me respondió con una mirada impasible. Los terapeutas deben estar esperando este tipo de momentos para probar que no se doblegan bajo la ira, como podría hacerlo el lomo de un camello, para demostrar que no se convierten en piedra ante la mirada implacable de Medusa. Era una sensación totalmente nueva dirigir toda mi ira hacia un hombre que ni se arredraba ni se encogía, que no tenía miedo, que no hacía nada por apaciguarme.

Pobre Spot. Casi sentí lástima por él. Alguien iba a tener que pagar por ello.

Publicado: 09 Dic 2005 15:49
por NORNA
V
Esa misma tarde, un par de horas después, me sentía en plena forma. Gozaba de una energía demoníaca para la sesión de Pedro cuyo fetiche eran los tacones de aguja. Me había regalado los zapatos que llevaba puestos, unos zapatos de cuero negro que añadían quince centímetros a mi estatura. Y me encontraba exactamente en el estado de ánimo para darle lo que quería, para follarle la boca con los tacones mientras se arrodillaba a mis pies, desnudo, con las manos atadas detrás de la espalda. Coloqué uno de mis pies sobre su cara, apretando los dedos contra el puente de su nariz, y deslicé los quince centímetros del tacón de aguja dentro de su boca. Adentro y afuera, adentro y afuera, con fuerza, con rapidez, con sevicia. Cerró los ojos, chupando en un estado de trance extático, y, al mirar su rostro arrebatado, me sentí segura para el resto de mis días. Nada en el mundo conseguiría privarlo de esto. Recorrería cualquier distancia, pagaría cualquier precio, para ser forzado a tragar el tacón del zapato de una mujer despiadada.
Antes de empezar la sesión, me había obsequiado con un atuendo que había encargado a mi medida. Un vestido de vinilo de color guinda que destacaba sobre mi piel y que se agarraba a cada curva. Me pregunté qué pretexto podría encontrar para llevarlo la próxima vez que viera a Adrián. Me encantaría ver cómo el muy cabrón rompía a sudar.

-¿Acaso se supone que debo llamarle Dr. Egea? -le pregunté en mi siguiente sesión. Llevaba unos vaqueros y una camisa de popelín. Me había sido imposible encontrar una explicación razonable al hecho de ponerme el vestido de vinilo y, además, ya me había dicho qué es lo que haría en el caso de que me vistiera de modo demasiado provocador.
-¿Por qué no hablamos de lo que eso significa para usted?
-Contésteme primero.

La tensión que se respiraba en el aire antes de que él me respondiera que no le gustaba recibir órdenes era notable.

-Puede llamarme como quiera -continuó sin alterarse.
-Bien, porque no me considero su paciente.
-¿Ah no?
-No, soy su cliente, ¿entiende? Le considero como un igual. Después de todo, yo también soy terapeuta de alguna manera.

En el silencio que siguió a esta declaración, mis ojos se toparon con sus zapatos. Eran unos zapatos negros muy normalitos, con la piel algo usada. Desgastados por la zona de los dedos. Lo que necesitaban era una buena brillada, con saliva.
Si realmente lo intentaba, conseguiría recordar el sabor del betún.

-¿En que está pensando?
Si yo lo supiera.
Intenté recordar de qué habíamos estado hablando.

-Creo que está molesto por lo que acabo de decir -contesté-.De que me haya calificado de terapeuta. De que me haya comparado con usted.
-Me pregunto si le parece difícil imaginarse la idea de ser una terapeuta y una paciente a la vez -dijo-. Por ejemplo, ¿le sorprendería si supiera que yo mismo soy un paciente? ¿Un paciente de otro psiquiatra?

No debería. Soy de las que siempre dicen que el verdadero dominio requiere un aprendizaje de esclavitud previo. Pero lo hizo, me alarmó de verdad. Me costaba imaginármelo sentado en la otra silla.
-No, no me sorprende -repuse.- Hoy en día eso es casi un cliché. El que los psiquiatras sean la gente que está más jodida.
Y mirando el reloj, añadí:
-Parece que la hora acaba de finalizar.

Observé la hora. Era yo quien anunciaba siempre cuando se terminaba la sesión. Él podía tener el poder de hacerme volver, pero no le iba a permitir que me despachara. Seguramente respiraba aliviado cada vez que la puerta se cerraba detrás de mí.

No tendré que ver a la cabrona durante una semana.

Publicado: 11 Dic 2005 16:55
por NORNA
VI

En la fantasía de Jacobo, yo era una reina. En mi mazmorra tenía una silla metálica muy vistosa que utilizaba como trono. Spot me ayudaba con esta escena, arrastrando al encadenado y aterrorizado prisionero frente a la silla que yo presidía, vestida con una túnica de terciopelo. En mi cabello una tiara de una Nochevieja. Luchando por permanecer despierta.
Jacobo reptaba lentamente hasta mí.

-Su Majestad...

Yo colocaba mi pie en mitad de su pecho y lo derribaba por el suelo de una patada.

-¿Se te ha concedido licencia para que te acerques al trono?

Repetiríamos esta parte algunas veces más, variándola en algo, antes de que Jacobo consiguiera alcanzar su objetivo fundamental. Que era conmovedoramente simple. Lo que quería era quedar arrodillado entre mis piernas, rodeando mis pantorrillas con sus brazos, y apoyar su cabeza en la parte interior de mis muslos. Mantenía esta pose de súplica tanto tiempo como yo le permitiera. De vez en cuando sollozaba un poco. Y algunas veces ponía mi mano en su cabeza y acariciaba su cabello fino y rubio.

Las sesiones con mis clientes empezaron a afectar mis sesiones con Adrián. Mientras estaba con ellos, mi mente divagaba incontenible. Al día siguiente, en la consulta, me daba por imaginarme arrodillada frente a su silla. Abrazando sus piernas envueltas en los pantalones y apoyando mi cabeza justo por encima de sus rodillas.

-Últimamente he empezado a mirar a mis pacientes de una manera más clínica -le comenté-. Tratando de imaginar qué es lo que salió mal.

Sonrió. Toda su cara cambiaba cuando sonreía. Sus marcados rasgos se suavizaban y se veía hermoso.

-¿Y a qué conclusiones ha llegado?

Había empezado a tomar notas durante nuestras sesiones. Yo me quedaba viéndolo escribir en su bloc amarillo tamaño cuartilla. Sus manos también eran hermosas.

-OH, son todos tan diferentes que sería imposible generalizar.

Las mangas de su camisa estaban subidas justo por debajo del codo. Mostraba sus brazos. Siempre pensé que eran delgados pero ahora me daba cuenta de que no, de que en realidad no eran delgados, sino vigorosos.

-¿Y qué me dice de usted misma? ¿Algo salió mal en su caso?

Sin aviso, algo dentro de mí desembocó en un arranque de cólera.

-¿Usted qué cree doctor? ¿Cree usted que yo sería una profesional del sado si no hubiera ido algo mal? ¿Por qué juega a hacerse el jodidamente tonto todo el rato?

Me apuesto a que le encantaría lavarme la boca con agua y jabón...
-¿Qué fue lo que usted cree que salió mal?
-Me parece que es usted quien debe dar respuesta a eso.

... ponerme encima de sus rodillas...
-No es un trabajo que pueda hacer yo solo -replicó-. De hecho, usted es la única que realmente tendrá las respuestas.

...y algunas veces yo también desearía que lo hiciera.

Publicado: 11 Dic 2005 16:57
por NORNA
VII
Estás mintiendo -le dije a Luís.
-No, señora -gimoteó.
-¿Acaso crees que no me doy cuenta? ¿No sabes que va a ser peor para ti?

Estábamos en la mesa. Luís estaba desnudo, la única ropa era la interior y estaba atado con esposas a una silla. Giré el flexo para dirigirlo directamente a sus ojos. Había puesto la calefacción muy alta, eso hacía que el ambiente en el apartamento fuera sofocante incluso horas después de que se hubiera ido. A Luís le gustaba sudar.
¡Hasta que extremos era capaz de llegar! Incluso ahora, cuando ya estaba tan quemada. Aunque, por otra parte, era uno de los clientes que mejor me pagaban. Y ésta era su escena predilecta: interrogatorio, tortura, confesión.

-Hace una semana te di unas instrucciones muy precisas -le recordé- acerca de lo que no se te permite hacer. -Hice una pausa para incorporarme y caminar hacia su silla. Luís estaba temblando, sudando a borbotones-. Pero no has podido resistirte, ¿verdad? Te hiciste una paja contra mis órdenes y, si no me equivoco, sólo con mirarte, puedo decir que no sólo lo hiciste una o dos veces, sino todos los días de la semana. Quizás incluso más de dos veces al día. ¿Lo hiciste o no? ¡Contéstame!
-¡No, Ama!-suplicó.

Le abofeteé tan fuerte como pude. Fue un momento increíble. Gritó. Mirando hacia abajo observé su erección tirante bajo los calzoncillos.

-¿De verdad crees que puedes mentirme a mí y quedar impune? Yo sé lo que haces ¡Lo sé todo sobre ti! Pero la peor ofensa que cometiste esta semana, Luís, -continué- fue pensar en mí mientras te masturbabas. ¿Te imaginas el asco que me da saber que me tienes en tu inmunda mente mientras tú te abandonas a este sórdido placer?

Siempre la parte más difícil de esta rutina era mantener una expresión de seriedad.

-Lo siento -dijo con voz cascada- No volveré a hacerlo, lo prometo.
-Eso es lo que dices cada semana, imbécil de mierda. ¿Qué será lo que te tengo que hacer?
-No puedo evitarlo -dijo lloriqueando.
-Sí, Luís, me parece que te resulta imposible evitarlo. Pero eso no quiere decir que siga tratando de corregirte a golpes.

Le desesposé de la silla y, agarrándole por el pelo, lo doblé sobre la mesa. Suplicó piedad mientras yo seleccionaba una pala, me acercaba a él por detrás, y de un violento tirón, le bajaba los calzoncillos. Siempre era así. Empezaba pegándole flojo para después incrementar la fuerza de los golpes hasta terminar golpeándole con virulencia. Seguía golpeándole hasta que eyaculaba, para entonces reanudar el maltrato verbal.

-Gusano asqueroso, ¿acaso te he dado permiso para que te corrieras? ¿Para expulsar tu repulsivo líquido sobre mi mesa?

Y cogiéndole por el cogote le forcé a que lamiera la superficie hasta dejarla limpia.

-Eso es, cerdo, chúpalo. Pero será mejor que acabes con todo... Como vea una sola gota... ¿A cuántas chicas has obligado a que se traguen tu escoria? La próxima vez que se te pase por la cabeza que esa cosa es un regalo divino para la especie femenina, quiero que te acuerdes de esto.