JOIA VANIDAD I
Publicado: 10 Oct 2003 02:36
Estoy apoyado en el porche observando como Lia persigue a los pelícanos que se posan sobre la arena.
Las olas siempre murmuran su nombre justo antes de morirse en la playa. Dicen que cada una tiene un nombre diferente y una historia única que contar. Cuando una ola se cansa de vivir se balancea hasta el fin de un mar y allí se extingue para siempre filtrándose sus recuerdos entre la arena de la playa.
La brisa trae olor a sal y mis pulmones perezosos protestan cuando respiro el aire salado.
El joven italiano se ha marchado esta mañana después de toda una semana de estancia. Al despedirse se me ha abrazado y ha prometido escribirme cuando vuelva a su país. Dijo que este era uno de los mejores lugares donde había estado, lo dijo con los ojos encendidos, lo dijo de verdad. También dijo que volvería, pero eso ya no es tan seguro.
Sabinne y Leen, las dos belgas continúan retozando en su habitación. El crujir de la vieja madera del hotel me lo cuenta.
En noviembre hay pocos viajeros que se alojen en “Lugar” y los días resultan encantadoramente tranquilos.
Echaré de menos las charlas con Enrico, me gusta la gente que sabe escuchar.
Lia me mira desde la orilla como invitándome a que la acompañe a perseguir pelícanos. Entro un momento en “Lugar” y escribo una nota advirtiéndoles a Leen y Sabinne de que he salido a dar una vuelta por la playa.
Ladra y mueve frenéticamente la cola cuando advierte que estoy descendiendo las escaleras del porche y me dirijo hacia ella.
La playa infinita se extiende solitaria ante nosotros.
Esta tarde me acercaré a tomar unas cervezas con Andrés y Pablo y seguramente mañana los acompañaré en la barca. Las belgas ya saben donde pueden encontrar todo lo que necesiten y visto lo visto no creo que me echen de menos. Si no cambian sus planes todavía estarán tres días más aquí.
Al poco, Lia olfatea el cadáver de una tortuga marina que ha arrebatado a los cuervos, mientras estos, a una prudente distancia, esperan a que ella se aburra y abandone su pieza.
Aprovecho que está entretenida para desnudarme y sumergirme entre las olas.
Mientras buceo dejándome llevar por las corrientes recuerdo que debo comprarle a la Sra. Luisa un saco de arroz y una docena de huevos.
Recojo mi ropa y camino desnudo dejándome secar por la brisa.
Vuestro , escriba sentado;
Dolordebarriga
Las olas siempre murmuran su nombre justo antes de morirse en la playa. Dicen que cada una tiene un nombre diferente y una historia única que contar. Cuando una ola se cansa de vivir se balancea hasta el fin de un mar y allí se extingue para siempre filtrándose sus recuerdos entre la arena de la playa.
La brisa trae olor a sal y mis pulmones perezosos protestan cuando respiro el aire salado.
El joven italiano se ha marchado esta mañana después de toda una semana de estancia. Al despedirse se me ha abrazado y ha prometido escribirme cuando vuelva a su país. Dijo que este era uno de los mejores lugares donde había estado, lo dijo con los ojos encendidos, lo dijo de verdad. También dijo que volvería, pero eso ya no es tan seguro.
Sabinne y Leen, las dos belgas continúan retozando en su habitación. El crujir de la vieja madera del hotel me lo cuenta.
En noviembre hay pocos viajeros que se alojen en “Lugar” y los días resultan encantadoramente tranquilos.
Echaré de menos las charlas con Enrico, me gusta la gente que sabe escuchar.
Lia me mira desde la orilla como invitándome a que la acompañe a perseguir pelícanos. Entro un momento en “Lugar” y escribo una nota advirtiéndoles a Leen y Sabinne de que he salido a dar una vuelta por la playa.
Ladra y mueve frenéticamente la cola cuando advierte que estoy descendiendo las escaleras del porche y me dirijo hacia ella.
La playa infinita se extiende solitaria ante nosotros.
Esta tarde me acercaré a tomar unas cervezas con Andrés y Pablo y seguramente mañana los acompañaré en la barca. Las belgas ya saben donde pueden encontrar todo lo que necesiten y visto lo visto no creo que me echen de menos. Si no cambian sus planes todavía estarán tres días más aquí.
Al poco, Lia olfatea el cadáver de una tortuga marina que ha arrebatado a los cuervos, mientras estos, a una prudente distancia, esperan a que ella se aburra y abandone su pieza.
Aprovecho que está entretenida para desnudarme y sumergirme entre las olas.
Mientras buceo dejándome llevar por las corrientes recuerdo que debo comprarle a la Sra. Luisa un saco de arroz y una docena de huevos.
Recojo mi ropa y camino desnudo dejándome secar por la brisa.
Vuestro , escriba sentado;
Dolordebarriga