-¿Diga?
-...
-No, no puedo.
-...
-No he podido dejar a Ángela con nadie, mi madre está trabajando, y mi hermana no ha querido quedársela.
-...
-Ya lo sé, ¿qué quieres que haga?
-...
-Vale. Divertiros mucho, ya me contaréis.
-...
-Adiós.
La niña juega por la habitación, chillando y corriendo detrás de una pelota. La rabia y la tristeza golpean a la madre, las lágrimas de decepción ruedan por sus mejillas.
-¡Cállate! – chilla a la criatura que, asustada, se inmoviliza de repente. Y luego, en un siseo – Cállate de una puta vez.
19 años. 19 años y la vida por la borda, sin poder salir con sus amigas, sin poder estudiar tranquila sin ninguna obligación. 19 años y trabajando, ganándose la vida, teniendo que aguantar las miradas, los comentarios, todos los días, sabiendo que ningún chico de su edad se acercará a ella. Sólo un desliz en su vida, a los 16 años, cuando todavía no se piensa, y la vida truncada de repente por una niña de dos años que la llama Mamá.
La niña ha olvidado ya el grito y ahora se dedica a escalar por el sofá, y golpear el cristal de la ventana cerrada con sus palmas menudas.
La madre ya la ignora, y piensa en la fiesta de aquella noche, a la que no puede ir, y en sus amigas, libres y jóvenes, divirtiéndose en ella.
La niña golpea la ventana.
Si no fuera por Ángela, ella estaría ahora divirtiéndose en aquella fiesta.
La madre abre la ventana, acaricia la cabeza de su hija y va a la cocina, a preparar la cena.