A los 29 años alcancé mi cénit personal. No fue un big-bang nada espectacular, pero sepan señores que ser consciente de estar en la cima y además saberse, sin cortapisa alguna, mediocre de la cabeza a los pies proporciona toda una serie de elocuentes y satisfactorias ventajas de los que la mayoría de los seres humanos carecen.
Que ¿qué sucedió a mis 29 años?, dos hechos fundamentales que supusieron el situarme a un nivel que de todas todas es superior al que me corresponde por méritos propios.
Primeramente y tras sólo tres meses de corta relación contraje matrimonio con Isabel una mujer infinítamente dotada de cualidades a las que yo, ni por asomo podría ni siquiera soñar con ya no digamos alcanzar, si no tan sólo poder compartir. Nunca se que pudo ver Isabel en un mediocre como yo, pero vamos támpoco me he preocupado en preguntárselo, pues la cualidad de mediocre no tiene porque implicar la imbecilidad en su poseedor.
En segundo lugar ascendí en la multinacional en la que trabajaba (y en la que continuaré trabajando ad eternum) a uno de esos puestos intermedios de mando para el que no estaba ni mucho menos preparado pero del que dificilmente sería removido. Son aquellos lugares en los que ni mandas mucho ni poco y por lo tanto como no importas es imposible que te echen, a no ser que hagas un estropicio de proporciones monumentales y mi mediocridad amigos, comporta una neutralidad en la toma de decisiones que impide que nunca pase nada, ni bueno , ni malo.
No hay nada que me apene más que ver como cientos y cientos de mediocres intentan esforzarse para conseguir metas que nunca podrán alcanzar. El mundo esta lleno de personas que boquean como peces fuera del agua auspiciando un momento, una oportunidad para demostrar y demostrarse que son capaces de algo más que de pasar sin pena ni gloria por este planeta.
Algunos creen salir de la mediocridad porque una vez consiguen centellear como un cohete de fiesta mayor y causan la admiración, o en la mayoría de los casos el estupor, de quienes los contemplan. Luego se pasan el resto de su vida recordando y recordándonos ese centelleo, rememorando una y otra vez ese momento de gloria y creyéndose tocados por una de las musas cuando en realidad tan sólo vislumbraron y de puntillas el otro lado de la cerca, esa invisible cerca que separa el gran rebaño de los mediocres, del pequeño grupo de los talentosos a la vez separados por una muralla de proporciones inabarcables de la casi inexistente élite de los genios.
La mayoría ni siquiera tienen ese relampagueo, pero aun así se niegan a reconocerse mediocres y durante toda su vida se buscan y se reinventan sin cesar, consiguiendo ser, además de unos completos mediocres, unos absolutos infelices.
Las cuatro últimas décadas del final del siglo XX y el principio de este XXI es la edad de los infelices. Millones y millones de seres que deambulan cariacontecidos por las calles de sus pueblos y ciudades creyendose mejores de lo que en realidad son, victimas, a su parecer de unas secretas circunstancias que hacen que el resto de seres humanos sean incapaces de apreciar esas ocultas cualidades que a su parecer y sólo a su parecer poseen y les hacen relumbrar por encima del resto.
Estamos en el tiempo de los triunfadores, tan sólo a ellos les es concedida la oportunidad de ser, de manifestarse. Hemos llegado a un extremo tan absurdo del triunfo por el triunfo que en estos momentos están triunfando los más mediocres entre los mediocres mostrando precisamente a la plebe eso, su mediocridad.
Los aplausos de los mediocres-infelices (medinf.) son ahora tan regalados, que cualquiera puede ser vitoreado por los más sorprendentes motivos. Ser terriblemente maleducado es cualidad apreciada por la sociedad de medinf., también lo es el acostarse con una septuagenaría o con el ex de la hija de alguien que canta, o simplemente el tener más miserias personales que la mayoría de la plebe.
Los medinf se arremolinan en torno a los televisores y viven las catódicas vidas de sus personajes aclamando sus aciertos y lamentando o abuchenado sus fracasos con un regocijo/lástima tan puro y desbordado que luego se quedan sin capacidad de reir/sufrir ante las personas que en verdad debieran serles cercanas.
Todavía recuerdo la catarsis mundial colectiva en la que se sumió el mundo ante la muerte de una isleña princesa que en su vida no logro acaparar, a pesar de tener una posición mucho más elevada que el resto y por tanto más facilidades para saltar la cerca, ni un solo mérito que la hiciera notoria en nada que no fuera su desdicha.
Los medinf. así, han congestionado los caminos de la lógica y ahora se equipara triunfar con tener talento cuando en realidad para lo primero para nada es necesario lo segundo. Buena prueba de ello lo constituyen las personas elegidas para liderar políticamente un buen número de paises, entre ellos el factotum de la mayor potencia mundial de la tierra y el paterfamilias de nuestra afligida piel de toro, por poner dos ejemplos fáciles y cuya comprensión se haya al alcance de cualquiera ya que una de las únicas cualidades de los mediocres es darse cuenta inmediatamente de la mediocridad del resto con la misma presteza y rotundidad con la que se niegan la suya propia.
Como ven puedo sentirme orgulloso de saberme enteramente mediocre, ello hace que no necesite buscar ni el consuelo de retozar cual puerco en barrizal observando las vidas del resto de los mediocres ni tenga la kafkiana necesidad de demostrar ni a mi ni a nadie que estoy dotado de resortes secretos que me permiten saltar muros y escapar del rebaño.
Saberme y reconocerme como mediocre me han convertido en una persona sumamente feliz, que goza de lo que tiene y disfruta de su vida ahora en continuo aunque sosesegado descenso hasta convertirme en una enana roja y apagarme, espero que un día lejano, sabiendo que aunque nunca he brillado ni he deslumbrado si he conseguido mantenerme encendido y al menos iluminarme e iluminar a los mios.
Vuestro, sospecho que medinf;
Dolordebarriga
JOIA VANIDAD III
- Dolordebarriga
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Así que esto es lo sientes para tener que irte a las colonias del viejo imperio ¿eh? Ojalá algún día salga yo de la mediocridad en la dirección que busco, mientras tanto me tendré que conformar siendo un infeliz.
Por cierto, que bonito.
Por cierto, que bonito.
A la vuelta pasé por al lado de la tuya casa, saqué la cabesa desde mi hauto y grité: CHURETICAS!
una bandada de gabiotar alzó el vuelo, el sol iba sumerjiendose entre las montañias y solo me contestó el eco de mi propia vos...
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- Barbie Superstar
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Tal vez Isabel era una quinceañera, pequeñita y provinciana, con una sonrisa grande, con las manos llenas de ilusiones y los dedos bien prietos para que no se le escapase ninguna. Alguien que te miraba desde abajo, con sus ganas de crecer hasta explotar.
Alguien que despertando a tu lado descubrió que aunque estirase los dedos no había paredes, que las hipotecas estaban lejos, que mañana no había que ir a trabajar.
Tú, con tus ganas anchas, con tus manos libres, haciendo que todo sea tan sencillo que hasta parezca trivial.
Barbitas.
Alguien que despertando a tu lado descubrió que aunque estirase los dedos no había paredes, que las hipotecas estaban lejos, que mañana no había que ir a trabajar.
Tú, con tus ganas anchas, con tus manos libres, haciendo que todo sea tan sencillo que hasta parezca trivial.
Barbitas.
A los 41 años, sin embargo, mi vida alcanzó su nadir.
Trabajo como comercial a comisión, un trabajo que odio con toda mi alma y con un sueldo de mierda. Y debo dar gracias de no estar aún en el paro. Nunca debí dejar el empleo en mi empresa de toda la vida. Es cierto que mi labor se había hecho cada vez más aburrida y frustrante con los años, pero ahora veo claro que debí valorar más la seguridad y el tiempo libre que me brindaba que no un posible trabajo excitante y magníficamente remunerado. Pero no lo hice así y acepté el empleo que me ofrecía mi jefe en la empresa que él y otros socios pensaban crear. En efecto, mi sueldo era muy superior y también mayores mis responsabilidades; pero a pesar del enorme esfuerzo, con jornadas laborales de catorce o quince horas y fines de semana varios, la empresa quebró y me vi en la calle.
Aunque en la calle ya estaba en el aspecto sentimental, ya que hacía un mes que Andrea, compañera de trabajo en mi primera empresa, había decidido romper conmigo. No me dolió que me dijese que no podíamos seguir: lo que me dolió fue pensar que había dejado a una mujer tan fantástica como Isabel y a nuestra hija para esto.
Hace sólo cuatro años mi vida era perfecta. Me hallaba en lo que siempre había denominado «mediocridad virtuosa», esto es, una mediocridad consciente, satisfecha y feliz. Sin embargo, esta mediocridad fue haciéndose cada vez más consciente y cada vez menos satisfecha y feliz.
Con treinta años ni se me hubiera ocurrido hacer lo que hice después, ya que entonces me sentía realmente realizado con mi vida. ¿Qué fue entonces lo que cambió?
Yo, nada más. El trabajo que siempre había hecho con agrado se convirtió en una carga y la relación con Isabel perdió su encanto víctima de un ataque de cotidianeidad.
Ahora lo veo claro. Las personas estamos eternamente insatisfechas. Necesitamos siempre proyectos, metas, ambiciones. Y si cumplimos todos nuestros objetivos, nos buscamos otros nuevos o nos convertimos en seres desgraciados.
Esta eterna insatisfacción, este siempre querer algo más, que nos ha hecho medrar como especie, nos ha hecho a la vez infelices como individuos.
Trabajo como comercial a comisión, un trabajo que odio con toda mi alma y con un sueldo de mierda. Y debo dar gracias de no estar aún en el paro. Nunca debí dejar el empleo en mi empresa de toda la vida. Es cierto que mi labor se había hecho cada vez más aburrida y frustrante con los años, pero ahora veo claro que debí valorar más la seguridad y el tiempo libre que me brindaba que no un posible trabajo excitante y magníficamente remunerado. Pero no lo hice así y acepté el empleo que me ofrecía mi jefe en la empresa que él y otros socios pensaban crear. En efecto, mi sueldo era muy superior y también mayores mis responsabilidades; pero a pesar del enorme esfuerzo, con jornadas laborales de catorce o quince horas y fines de semana varios, la empresa quebró y me vi en la calle.
Aunque en la calle ya estaba en el aspecto sentimental, ya que hacía un mes que Andrea, compañera de trabajo en mi primera empresa, había decidido romper conmigo. No me dolió que me dijese que no podíamos seguir: lo que me dolió fue pensar que había dejado a una mujer tan fantástica como Isabel y a nuestra hija para esto.
Hace sólo cuatro años mi vida era perfecta. Me hallaba en lo que siempre había denominado «mediocridad virtuosa», esto es, una mediocridad consciente, satisfecha y feliz. Sin embargo, esta mediocridad fue haciéndose cada vez más consciente y cada vez menos satisfecha y feliz.
Con treinta años ni se me hubiera ocurrido hacer lo que hice después, ya que entonces me sentía realmente realizado con mi vida. ¿Qué fue entonces lo que cambió?
Yo, nada más. El trabajo que siempre había hecho con agrado se convirtió en una carga y la relación con Isabel perdió su encanto víctima de un ataque de cotidianeidad.
Ahora lo veo claro. Las personas estamos eternamente insatisfechas. Necesitamos siempre proyectos, metas, ambiciones. Y si cumplimos todos nuestros objetivos, nos buscamos otros nuevos o nos convertimos en seres desgraciados.
Esta eterna insatisfacción, este siempre querer algo más, que nos ha hecho medrar como especie, nos ha hecho a la vez infelices como individuos.
¿De qué se ríen? No entiendo que alguien pueda reírse de nadie sólo por no ser inteligente. ¿Qué hay de malo en ello? Soy plenamente consciente de mis limitaciones: soy lento de reflejos, se me escapan los detalles, tengo mala memoria y me cuesta asimilar instrucciones de cierta complejidad.
Todos estos son características que no podemos elegir. Uno nace con la capacidad con que nace y por mucho que me esfuerzo nunca podré superar cierto punto. Así pues, ¿por qué juzgar a la gente por aquello que no puede elegir? Es como juzgar a alguien por ser zurdo o diabético. Si hay que juzgar, ¿no sería más razonable hacerlo por aquello que sí puede elegirse?
Ser buena persona o no es algo que sí podemos elegir todos. Quizá deberían pensar esto aquellos que me tratan con desdén para sentirse mejores ante sus ojos y que, a mis espaldas, el calificativo menos despectivo que utilizan para describirme es el de «mediocre».
Todos estos son características que no podemos elegir. Uno nace con la capacidad con que nace y por mucho que me esfuerzo nunca podré superar cierto punto. Así pues, ¿por qué juzgar a la gente por aquello que no puede elegir? Es como juzgar a alguien por ser zurdo o diabético. Si hay que juzgar, ¿no sería más razonable hacerlo por aquello que sí puede elegirse?
Ser buena persona o no es algo que sí podemos elegir todos. Quizá deberían pensar esto aquellos que me tratan con desdén para sentirse mejores ante sus ojos y que, a mis espaldas, el calificativo menos despectivo que utilizan para describirme es el de «mediocre».
- Dolordebarriga
- Companys con diarrea
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- Registrado: 06 Nov 2002 20:38
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Mi querido Prez
Estupendo cameo que supongo responde, entre otras cosas, al mio en tu "La mujer de mi vida".
Tú, podríamos escribir a dos (de)mentes;
Dolordebarriga
Tú, podríamos escribir a dos (de)mentes;
Dolordebarriga