JOIA VANIDAD III
Publicado: 03 Dic 2003 18:37
A los 29 años alcancé mi cénit personal. No fue un big-bang nada espectacular, pero sepan señores que ser consciente de estar en la cima y además saberse, sin cortapisa alguna, mediocre de la cabeza a los pies proporciona toda una serie de elocuentes y satisfactorias ventajas de los que la mayoría de los seres humanos carecen.
Que ¿qué sucedió a mis 29 años?, dos hechos fundamentales que supusieron el situarme a un nivel que de todas todas es superior al que me corresponde por méritos propios.
Primeramente y tras sólo tres meses de corta relación contraje matrimonio con Isabel una mujer infinítamente dotada de cualidades a las que yo, ni por asomo podría ni siquiera soñar con ya no digamos alcanzar, si no tan sólo poder compartir. Nunca se que pudo ver Isabel en un mediocre como yo, pero vamos támpoco me he preocupado en preguntárselo, pues la cualidad de mediocre no tiene porque implicar la imbecilidad en su poseedor.
En segundo lugar ascendí en la multinacional en la que trabajaba (y en la que continuaré trabajando ad eternum) a uno de esos puestos intermedios de mando para el que no estaba ni mucho menos preparado pero del que dificilmente sería removido. Son aquellos lugares en los que ni mandas mucho ni poco y por lo tanto como no importas es imposible que te echen, a no ser que hagas un estropicio de proporciones monumentales y mi mediocridad amigos, comporta una neutralidad en la toma de decisiones que impide que nunca pase nada, ni bueno , ni malo.
No hay nada que me apene más que ver como cientos y cientos de mediocres intentan esforzarse para conseguir metas que nunca podrán alcanzar. El mundo esta lleno de personas que boquean como peces fuera del agua auspiciando un momento, una oportunidad para demostrar y demostrarse que son capaces de algo más que de pasar sin pena ni gloria por este planeta.
Algunos creen salir de la mediocridad porque una vez consiguen centellear como un cohete de fiesta mayor y causan la admiración, o en la mayoría de los casos el estupor, de quienes los contemplan. Luego se pasan el resto de su vida recordando y recordándonos ese centelleo, rememorando una y otra vez ese momento de gloria y creyéndose tocados por una de las musas cuando en realidad tan sólo vislumbraron y de puntillas el otro lado de la cerca, esa invisible cerca que separa el gran rebaño de los mediocres, del pequeño grupo de los talentosos a la vez separados por una muralla de proporciones inabarcables de la casi inexistente élite de los genios.
La mayoría ni siquiera tienen ese relampagueo, pero aun así se niegan a reconocerse mediocres y durante toda su vida se buscan y se reinventan sin cesar, consiguiendo ser, además de unos completos mediocres, unos absolutos infelices.
Las cuatro últimas décadas del final del siglo XX y el principio de este XXI es la edad de los infelices. Millones y millones de seres que deambulan cariacontecidos por las calles de sus pueblos y ciudades creyendose mejores de lo que en realidad son, victimas, a su parecer de unas secretas circunstancias que hacen que el resto de seres humanos sean incapaces de apreciar esas ocultas cualidades que a su parecer y sólo a su parecer poseen y les hacen relumbrar por encima del resto.
Estamos en el tiempo de los triunfadores, tan sólo a ellos les es concedida la oportunidad de ser, de manifestarse. Hemos llegado a un extremo tan absurdo del triunfo por el triunfo que en estos momentos están triunfando los más mediocres entre los mediocres mostrando precisamente a la plebe eso, su mediocridad.
Los aplausos de los mediocres-infelices (medinf.) son ahora tan regalados, que cualquiera puede ser vitoreado por los más sorprendentes motivos. Ser terriblemente maleducado es cualidad apreciada por la sociedad de medinf., también lo es el acostarse con una septuagenaría o con el ex de la hija de alguien que canta, o simplemente el tener más miserias personales que la mayoría de la plebe.
Los medinf se arremolinan en torno a los televisores y viven las catódicas vidas de sus personajes aclamando sus aciertos y lamentando o abuchenado sus fracasos con un regocijo/lástima tan puro y desbordado que luego se quedan sin capacidad de reir/sufrir ante las personas que en verdad debieran serles cercanas.
Todavía recuerdo la catarsis mundial colectiva en la que se sumió el mundo ante la muerte de una isleña princesa que en su vida no logro acaparar, a pesar de tener una posición mucho más elevada que el resto y por tanto más facilidades para saltar la cerca, ni un solo mérito que la hiciera notoria en nada que no fuera su desdicha.
Los medinf. así, han congestionado los caminos de la lógica y ahora se equipara triunfar con tener talento cuando en realidad para lo primero para nada es necesario lo segundo. Buena prueba de ello lo constituyen las personas elegidas para liderar políticamente un buen número de paises, entre ellos el factotum de la mayor potencia mundial de la tierra y el paterfamilias de nuestra afligida piel de toro, por poner dos ejemplos fáciles y cuya comprensión se haya al alcance de cualquiera ya que una de las únicas cualidades de los mediocres es darse cuenta inmediatamente de la mediocridad del resto con la misma presteza y rotundidad con la que se niegan la suya propia.
Como ven puedo sentirme orgulloso de saberme enteramente mediocre, ello hace que no necesite buscar ni el consuelo de retozar cual puerco en barrizal observando las vidas del resto de los mediocres ni tenga la kafkiana necesidad de demostrar ni a mi ni a nadie que estoy dotado de resortes secretos que me permiten saltar muros y escapar del rebaño.
Saberme y reconocerme como mediocre me han convertido en una persona sumamente feliz, que goza de lo que tiene y disfruta de su vida ahora en continuo aunque sosesegado descenso hasta convertirme en una enana roja y apagarme, espero que un día lejano, sabiendo que aunque nunca he brillado ni he deslumbrado si he conseguido mantenerme encendido y al menos iluminarme e iluminar a los mios.
Vuestro, sospecho que medinf;
Dolordebarriga
Que ¿qué sucedió a mis 29 años?, dos hechos fundamentales que supusieron el situarme a un nivel que de todas todas es superior al que me corresponde por méritos propios.
Primeramente y tras sólo tres meses de corta relación contraje matrimonio con Isabel una mujer infinítamente dotada de cualidades a las que yo, ni por asomo podría ni siquiera soñar con ya no digamos alcanzar, si no tan sólo poder compartir. Nunca se que pudo ver Isabel en un mediocre como yo, pero vamos támpoco me he preocupado en preguntárselo, pues la cualidad de mediocre no tiene porque implicar la imbecilidad en su poseedor.
En segundo lugar ascendí en la multinacional en la que trabajaba (y en la que continuaré trabajando ad eternum) a uno de esos puestos intermedios de mando para el que no estaba ni mucho menos preparado pero del que dificilmente sería removido. Son aquellos lugares en los que ni mandas mucho ni poco y por lo tanto como no importas es imposible que te echen, a no ser que hagas un estropicio de proporciones monumentales y mi mediocridad amigos, comporta una neutralidad en la toma de decisiones que impide que nunca pase nada, ni bueno , ni malo.
No hay nada que me apene más que ver como cientos y cientos de mediocres intentan esforzarse para conseguir metas que nunca podrán alcanzar. El mundo esta lleno de personas que boquean como peces fuera del agua auspiciando un momento, una oportunidad para demostrar y demostrarse que son capaces de algo más que de pasar sin pena ni gloria por este planeta.
Algunos creen salir de la mediocridad porque una vez consiguen centellear como un cohete de fiesta mayor y causan la admiración, o en la mayoría de los casos el estupor, de quienes los contemplan. Luego se pasan el resto de su vida recordando y recordándonos ese centelleo, rememorando una y otra vez ese momento de gloria y creyéndose tocados por una de las musas cuando en realidad tan sólo vislumbraron y de puntillas el otro lado de la cerca, esa invisible cerca que separa el gran rebaño de los mediocres, del pequeño grupo de los talentosos a la vez separados por una muralla de proporciones inabarcables de la casi inexistente élite de los genios.
La mayoría ni siquiera tienen ese relampagueo, pero aun así se niegan a reconocerse mediocres y durante toda su vida se buscan y se reinventan sin cesar, consiguiendo ser, además de unos completos mediocres, unos absolutos infelices.
Las cuatro últimas décadas del final del siglo XX y el principio de este XXI es la edad de los infelices. Millones y millones de seres que deambulan cariacontecidos por las calles de sus pueblos y ciudades creyendose mejores de lo que en realidad son, victimas, a su parecer de unas secretas circunstancias que hacen que el resto de seres humanos sean incapaces de apreciar esas ocultas cualidades que a su parecer y sólo a su parecer poseen y les hacen relumbrar por encima del resto.
Estamos en el tiempo de los triunfadores, tan sólo a ellos les es concedida la oportunidad de ser, de manifestarse. Hemos llegado a un extremo tan absurdo del triunfo por el triunfo que en estos momentos están triunfando los más mediocres entre los mediocres mostrando precisamente a la plebe eso, su mediocridad.
Los aplausos de los mediocres-infelices (medinf.) son ahora tan regalados, que cualquiera puede ser vitoreado por los más sorprendentes motivos. Ser terriblemente maleducado es cualidad apreciada por la sociedad de medinf., también lo es el acostarse con una septuagenaría o con el ex de la hija de alguien que canta, o simplemente el tener más miserias personales que la mayoría de la plebe.
Los medinf se arremolinan en torno a los televisores y viven las catódicas vidas de sus personajes aclamando sus aciertos y lamentando o abuchenado sus fracasos con un regocijo/lástima tan puro y desbordado que luego se quedan sin capacidad de reir/sufrir ante las personas que en verdad debieran serles cercanas.
Todavía recuerdo la catarsis mundial colectiva en la que se sumió el mundo ante la muerte de una isleña princesa que en su vida no logro acaparar, a pesar de tener una posición mucho más elevada que el resto y por tanto más facilidades para saltar la cerca, ni un solo mérito que la hiciera notoria en nada que no fuera su desdicha.
Los medinf. así, han congestionado los caminos de la lógica y ahora se equipara triunfar con tener talento cuando en realidad para lo primero para nada es necesario lo segundo. Buena prueba de ello lo constituyen las personas elegidas para liderar políticamente un buen número de paises, entre ellos el factotum de la mayor potencia mundial de la tierra y el paterfamilias de nuestra afligida piel de toro, por poner dos ejemplos fáciles y cuya comprensión se haya al alcance de cualquiera ya que una de las únicas cualidades de los mediocres es darse cuenta inmediatamente de la mediocridad del resto con la misma presteza y rotundidad con la que se niegan la suya propia.
Como ven puedo sentirme orgulloso de saberme enteramente mediocre, ello hace que no necesite buscar ni el consuelo de retozar cual puerco en barrizal observando las vidas del resto de los mediocres ni tenga la kafkiana necesidad de demostrar ni a mi ni a nadie que estoy dotado de resortes secretos que me permiten saltar muros y escapar del rebaño.
Saberme y reconocerme como mediocre me han convertido en una persona sumamente feliz, que goza de lo que tiene y disfruta de su vida ahora en continuo aunque sosesegado descenso hasta convertirme en una enana roja y apagarme, espero que un día lejano, sabiendo que aunque nunca he brillado ni he deslumbrado si he conseguido mantenerme encendido y al menos iluminarme e iluminar a los mios.
Vuestro, sospecho que medinf;
Dolordebarriga