JOIA VANIDAD IV
Publicado: 06 Dic 2003 19:33
Sus fuertes manos se aferraban a la barandilla de madera de la terraza y podría jurar que la misma se estremecia bajo la presión de sus dedos. Las puntas de su cabello lacio y oscuro flotaban mecidas por el fuerte viento que azotaba la playa.
Tras las contraventanas el resto de la familia esperaba callada y temerosa que padre decidiera comenzar la reunión que él mismo había fijado para hoy a las cinco.
Lucy no había llegado todavía y tanto mamá como nosotros sabíamos que esa impuntualidad era la causa de que padre pareciera querer aplastar la barandilla con la fuerza de sus manos.
Padre nunca gritaba, padre nunca pegaba, pero su mirada y su forma lenta y concisa de decir las cosas eran suficientes para amedrentarnos a todos. Nadie le desobedecía nunca, ni siquiera mamá. Tan sólo Lucy se había atrevido en alguna ocasión a insinuar, siempre en voz muy baja apenas audible, su discrepancia con alguna de las decisiones de padre. Cuando esto sucedía padre se giraba lentamente y mirándola con sus fríos y amenazantes ojos le preguntaba si tenía alguna objeción, a lo que ella siempre incapaz de sostenerle la mirada respondía, con un atisbo casi imperceptible de rabia contenida un “no, señor padre” que tranquilizaba a mamá y al resto de sus acobardados hijos.
Por eso ahora todos estábamos realmente asustados con lo que parecía el primer acto abierto de rebeldía entre padre y uno de sus vástagos. Todos sabíamos que Lucy era la única capaz de atesorar la valentía necesaria para enfrentarse a padre, de la misma forma que ella era perfectamente consciente que nadie más era lo suficientemente osado como para apoyarla en sus cabales reivindicaciones que proferí durante las ausencias de padre al resto de la familia.
Pasaba ya medía hora del momento que había sido fijado por padre para reunirnos y hablarnos, Dios sabe sobre qué. La atmósfera dentro de la amplia sala de estar era tan sumamente tenso que el sonido de la manecilla de los segundos del gran reloj de pared retumbaba con una fuerza obscena e intimidante por toda la habitación. Nadie era capaz de moverse ni un ápice en la sala, ni siquiera Jonh, el pequeño, de tan sólo diez años, había hecho un solo comentario en todo este tiempo.
Cuando, de repente sonó en la planta baja el timbre de la puerta principal, un ahogado y unísono gemido escapó de las gargantas de Jonh, Tiffany y mamá. Yo miraba a padre, que permanecía de pie de espaldas a nosotros y pude notar como todos los músculos de su cuerpo se tensaron como la cuerda del arco de un violín al escuchar el sonido del timbre. Sin poderlo evitar, mis piernas comenzaron a temblar y tuve que apoyar con todas las fuerzas mis manos sobre ellas para disimular el pánico desbocado que sentía ante la escena que a ciencia cierta se avecinaba; y que aunque ninguno de nosotros, por la absoluta falta de referencias, sabía que iba a acontecer ahora, no albergábamos ni la más mínima duda sobre que, sucediera lo que sucediera, sería lo peor que había vivido nuestra sumisa familia hasta ese momento.
Creo, por eso, que todos en nuestro cobarde silencio sentíamos en ese momento, a pesar del pánico absoluto hacía padre, un sentimiento de admiración sin límites hacia la valiente Lucy.
El timbre volvió a retumbar en toda la casa y mamá pareciendo saltar como si sus piernas estuvieran equipadas con un par de rígidos muelles se dirigió apresuradamente hacía la puerta de entrada.
Vuestro, repleto de relatos;
Dolordebarriga
Tras las contraventanas el resto de la familia esperaba callada y temerosa que padre decidiera comenzar la reunión que él mismo había fijado para hoy a las cinco.
Lucy no había llegado todavía y tanto mamá como nosotros sabíamos que esa impuntualidad era la causa de que padre pareciera querer aplastar la barandilla con la fuerza de sus manos.
Padre nunca gritaba, padre nunca pegaba, pero su mirada y su forma lenta y concisa de decir las cosas eran suficientes para amedrentarnos a todos. Nadie le desobedecía nunca, ni siquiera mamá. Tan sólo Lucy se había atrevido en alguna ocasión a insinuar, siempre en voz muy baja apenas audible, su discrepancia con alguna de las decisiones de padre. Cuando esto sucedía padre se giraba lentamente y mirándola con sus fríos y amenazantes ojos le preguntaba si tenía alguna objeción, a lo que ella siempre incapaz de sostenerle la mirada respondía, con un atisbo casi imperceptible de rabia contenida un “no, señor padre” que tranquilizaba a mamá y al resto de sus acobardados hijos.
Por eso ahora todos estábamos realmente asustados con lo que parecía el primer acto abierto de rebeldía entre padre y uno de sus vástagos. Todos sabíamos que Lucy era la única capaz de atesorar la valentía necesaria para enfrentarse a padre, de la misma forma que ella era perfectamente consciente que nadie más era lo suficientemente osado como para apoyarla en sus cabales reivindicaciones que proferí durante las ausencias de padre al resto de la familia.
Pasaba ya medía hora del momento que había sido fijado por padre para reunirnos y hablarnos, Dios sabe sobre qué. La atmósfera dentro de la amplia sala de estar era tan sumamente tenso que el sonido de la manecilla de los segundos del gran reloj de pared retumbaba con una fuerza obscena e intimidante por toda la habitación. Nadie era capaz de moverse ni un ápice en la sala, ni siquiera Jonh, el pequeño, de tan sólo diez años, había hecho un solo comentario en todo este tiempo.
Cuando, de repente sonó en la planta baja el timbre de la puerta principal, un ahogado y unísono gemido escapó de las gargantas de Jonh, Tiffany y mamá. Yo miraba a padre, que permanecía de pie de espaldas a nosotros y pude notar como todos los músculos de su cuerpo se tensaron como la cuerda del arco de un violín al escuchar el sonido del timbre. Sin poderlo evitar, mis piernas comenzaron a temblar y tuve que apoyar con todas las fuerzas mis manos sobre ellas para disimular el pánico desbocado que sentía ante la escena que a ciencia cierta se avecinaba; y que aunque ninguno de nosotros, por la absoluta falta de referencias, sabía que iba a acontecer ahora, no albergábamos ni la más mínima duda sobre que, sucediera lo que sucediera, sería lo peor que había vivido nuestra sumisa familia hasta ese momento.
Creo, por eso, que todos en nuestro cobarde silencio sentíamos en ese momento, a pesar del pánico absoluto hacía padre, un sentimiento de admiración sin límites hacia la valiente Lucy.
El timbre volvió a retumbar en toda la casa y mamá pareciendo saltar como si sus piernas estuvieran equipadas con un par de rígidos muelles se dirigió apresuradamente hacía la puerta de entrada.
Vuestro, repleto de relatos;
Dolordebarriga