La desgarradora historia (del ano) de Perro de Lobo, parte dos.
Después de sorprenderle masturbándose compulsivamente con el hada de Pinocho, un extraño trauma le aconteció.
Perro se pasó horas encerrado en su cuarto sin salir. Al final tuve que abrir la puerta del cuarto por la fuerza, dado que había movido todo el moviliario configurándose una barricada a la entrada de la habitación. Tras la barricada estaba él, agazapado en una esquina. La habitación apestaba a un hendiondo olor causado por sus defecaciones y orines. Se había pasado una semana
alimentándose de la leche del suyo ano.(Sudaca de Oro's dixit)
Al ver el gigantesco trauma que Pinocho le estaba causando y que destrozaba su ya limitada mente, decidí algo distinto. Decidí comprarle el cuento de un niño (recordemos que su inteligencia es similar a la de un niño de 7 tiernos añitos) que se niega a crecer y lo que es más importante: con el que compartía un vínculo común: era condenadamente amariconado.
Así que en un intento de mantener lo poco que le quedaba al engendro de cordura, le compré un cuento de Peter Pan. Y Perro comenzó a hojearlo con lágrimas en los ojos. Pese a que tuve que administrarle unos cuantos fustazos al ver a Wendy y a Campanilla (siempre que advierte la ilustración de una figura bípeda con pechos se echa la mano a la entrepierna el muy hijoputa), Perro parecía el primate más feliz del mundo. Los siguientes días a comprarle el cuento, su comportamiento mejoró mucho, paseaba risueño todo el día por la casa haciendo todo tipo de cabriolas y gritos guturales. Viéndole, no podías dejar de ver una cierta belleza, puesto que podías ver palpablemente el parentesco que nos une con nuestros primos evolutivos, los monos, gracias a mi eslabón perdido: el 'Perro' de la casa.
Así pues, pese a seguir defendiendo a capa y espada al politoxicómano de mierda de Pinocho, una lenta, paulatina y extraña metamorfosis le iba acaeciendo.
La primera prueba la encontré un día cortándose el pelo frente al espejo del baño, mientras tenía la enciclopedia abierta, en la biografía de Cristóbal Colón. Estaba cortándose su piojoso y grasiento cuero cabelludo a su imagen y semejanza mientras una risa gilipollesca surgía espasmódicamente de su deformado rostro.
Después, la cosa empeoró. Y como. Comenzó a pasar largas temporadas recluído en el desván. Daba un poco de miedo como retumbaba la vieja singer de mi madre al compás de las carcajadas psicóticas. Solamente salía para defecar y orinar (unas buenas sesiones de palizas sistemáticas ayudaron bastante en ese plano) y picar ávida y frugalmente su pienso.
Siempre que intentaba acceder al desván el me lo impedía gruñendo y mostrándome amenazadoramente esos mejillones mal llamados uñas... (Los más terribles eran sin duda los de los pies, y hasta tuve que prohibirle el andar descalzo por la casa porque destrozaba el parqué el hijoputa) Pensé en imponerle nuevamente un castigo físico (dado que su bajo intelecto no respetraba demasiado todo aquello que no fuese contundente fuerza bruta) pero cada vez que me enfundaba la correa Perro me ponía ojillos de cordero degollado, lo cual hacía que depusiese mi actitud... Si lo hubiese sabido, llegado a aquel punto, lo habría matado a ostias. Porque fue justo entonces cuando surgió el horror. No, el de Dunwich, no. Mucho peor.
Me encontraba un día en el jardín, regándo una jardinera que está detrás del tendedero. Cuando noté una sombra moviéndome tras de mi. Al girarme y no ver nada, pensé que mi imaginación me había jugado una mala pasada y no le di más importancia, continuando con mi quehacer floricultor. Pero fue entonces cuando sentí otra sombra de nuevo, acompañada esta vez de una risita ahogada y lejana, casi imperceptible.
-"Perro, ¿estás ahí?" Pregunté.
Una nueva risita, esta vez más audible fue mi única respuesta.
Comencé a avanzar lentamente hacia el tendedero, apartando las sábanas de la colada, hasta que lo tuve frente a mi, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Mírame, ¡Soy Peter Pan! ¡Estoy volando!
Acto seguido, le propiné un inmenso pescozón y le ordené quitarse ese disfraz y quemarlo.
Pero la cosa no hizo sino empeorar.
Jamás cesó en su empeño de costurera psicótica y amanerada. Cada día me preguntaba si no estaría gestándose en mi casa un nuevo 'Billy el niño'. (Y no me refiero al cowboy, sino al psicópata del silencio de los corderos)
A diario Perro aparecía con un vestidito distinto, lo cual encendía mi furia, que caía impasible sobre su colleja y mi chimenea, que se alimentaba de sus trapitos.
Cada día uno. Era incansable. No se rendía pese a los golpes.
¡Hoy soy el hada madrina de la cenicienta!
¡Me gut-ta er culumpio!
Cuando no me ve nadie, me meto cositas por aquí, hihihihihihi...
Por si no fuese suficientemente malo, lo peor llegaría hoy mismo. Esta mañana, al llegar de trabajar. Tras aparcar el coche frente a mi casa, el entrar por el jardín lo vi pegado a la fachada. Vestido de Pinocho. Y algo dentro de mi cabeza estalló.
¡Mírame! ¡Mírame! ¡¡Choy Pinocho!!
Nunca se imaginó la paliza que iba a recibir por su mongolismo inherente.
Escribo estas líneas después de haber empleado la aguja de la singer y todos sus hilos de los disfraces en su cara. Reconozco haberme excedido. Aunque francamente, con la cara que tenía tampoco se la he estropeado demasiado. He hecho un collar con sus dientes. Le ha devuelto al menos la sonrisa durante un rato. Espero que no me haya visto hacerlo ningún ecologista, porque me metería en buen lío.
Solamente pido llegado a este punto una cosa:
déjenle ganar. Porque va a ser lo único alegre que va a recibir hoy. Piensa que él también lo haría.
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Editado: Si ahora no se ven las imágenes podéis proceder de inmediato a lamer y relamer mi bolsa escrotal.