La televisión y yo (ladrillo)
Publicado: 30 Jun 2006 15:20
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La relación que he tenido últimamente con la televisión empezó con la eliminación de programas, al igual que el fumador que para quitarse de tan nefasto hábito empieza a eliminar zonas de su casa y de su vida del tabaco, convirtiéndolas en zonas si humo, así apliqué la autocensura a la parrilla de programación televisiva.
Los programas del corazón y los reality show fueron los primeros, desaparecieron de la parrilla que se ve en la tele de mi casa.
Después siguieron los deportivos, no los partidos de algún deporte o competiciones, no, los de comentarios, tertulias y los del día después fueron los elegidos para su desaparición.
Continuaron los de presentadores con invitados nocturnos, no hacían más que sacar comentarios sobre programas que tenía anulados de mi programación.
Al pasar un año de tales medidas me di cuenta que no conocía a muchos de los que veía por casualidad en los programas del corazón y más alucinante al oír, no hace mucho, comentarios de una telenovela sudaca (también excluidas, claro) a personas de todo tipo y especialmente a adolescentes en la piscina en verano hablando de gavilanes, increíble, y yo sin tener ni puta idea.
Soy feliz. También, no se me olvide, quité los programas de “lo mejor de la semana” y “lo mejor de las demás teles”.
El colmo fue en una de esas cenas de navidad con la tele a todo trapo que una pléyade de sobrinos comentaristas subnormales pretendía que fuera la recopilación del año de las telemierdas la forma de hacerme feliz y serlo ellos con cara embobada mirando sin pestañear el aparato con comentarios de sus conocimientos científico literarios sobre todos y cada uno de los temas que salían. No comentaré como terminó la reunión. Detrás de un sobrino subnormal hay una maruja hortera consentidora que tiene por madre.
Ahora sólo me graban alguna serie y bajo de la mula otras antiguas para ponerlas en ese momento tonto que todos podemos tener.
De los regalos de aquella noche no me acuerdo, pero recuerdo que se cruzan o algo así, y yo en estos casos delego con mucha elegancia y sobre todo los demás menesteres que rocen el dinero, horarios o cosas así. Bueno a lo que iba, me fui esa noche con mi copa de cava a la terraza, no tenía otra opción, al segundo vino mi chica con algo de abrigo para mí y a continuación empezaron a aparecer los demás miembros, trece en total incluidos dos de los sobrinos que intervinieron en el motín. Pronto se organizó la intendencia y las bebidas y platos de dulces y vasos surgían de todas partes, la última en entrar o salir, según se mire, fue la madre de uno de los engendros, para alegría de varios supersticiosos, que le dio la llantina y hubo que ir a consolarla hasta que se unió al grupo entre llantos y risas ante una situación tan surrealista. Dos o tres horas de cachondeo, de risas y el alucine por parte de los vecinos de mi suegra que salían a las ventanas y terrazas a mirarnos.
Tenemos a un barítono en la familia que aprovechó para dedicarnos uno de esos momentos especiales con el acompañamiento del coro más gárrulo del mundo, con música de cucharas sobre botella o vaso, pandereta desdentada a modo de tamboril y los engendros productos de la improvisación como el culo de una silla de plástico golpeado con un destornillador.
Estaba claro, los niños estábamos fuera y los viejunos zombis AMANTES DE LA CAJA TONTA, dentro.
Pues aunque no os lo creáis los sobrinos de marras ni se enteraron, ni nos miraron cuando entramos para irnos a nuestras respectivas casas, bueno a mí se me escapó una colleja, pero esa es otra historia.
Con Dios.
La relación que he tenido últimamente con la televisión empezó con la eliminación de programas, al igual que el fumador que para quitarse de tan nefasto hábito empieza a eliminar zonas de su casa y de su vida del tabaco, convirtiéndolas en zonas si humo, así apliqué la autocensura a la parrilla de programación televisiva.
Los programas del corazón y los reality show fueron los primeros, desaparecieron de la parrilla que se ve en la tele de mi casa.
Después siguieron los deportivos, no los partidos de algún deporte o competiciones, no, los de comentarios, tertulias y los del día después fueron los elegidos para su desaparición.
Continuaron los de presentadores con invitados nocturnos, no hacían más que sacar comentarios sobre programas que tenía anulados de mi programación.
Al pasar un año de tales medidas me di cuenta que no conocía a muchos de los que veía por casualidad en los programas del corazón y más alucinante al oír, no hace mucho, comentarios de una telenovela sudaca (también excluidas, claro) a personas de todo tipo y especialmente a adolescentes en la piscina en verano hablando de gavilanes, increíble, y yo sin tener ni puta idea.
Soy feliz. También, no se me olvide, quité los programas de “lo mejor de la semana” y “lo mejor de las demás teles”.
El colmo fue en una de esas cenas de navidad con la tele a todo trapo que una pléyade de sobrinos comentaristas subnormales pretendía que fuera la recopilación del año de las telemierdas la forma de hacerme feliz y serlo ellos con cara embobada mirando sin pestañear el aparato con comentarios de sus conocimientos científico literarios sobre todos y cada uno de los temas que salían. No comentaré como terminó la reunión. Detrás de un sobrino subnormal hay una maruja hortera consentidora que tiene por madre.
Ahora sólo me graban alguna serie y bajo de la mula otras antiguas para ponerlas en ese momento tonto que todos podemos tener.
De los regalos de aquella noche no me acuerdo, pero recuerdo que se cruzan o algo así, y yo en estos casos delego con mucha elegancia y sobre todo los demás menesteres que rocen el dinero, horarios o cosas así. Bueno a lo que iba, me fui esa noche con mi copa de cava a la terraza, no tenía otra opción, al segundo vino mi chica con algo de abrigo para mí y a continuación empezaron a aparecer los demás miembros, trece en total incluidos dos de los sobrinos que intervinieron en el motín. Pronto se organizó la intendencia y las bebidas y platos de dulces y vasos surgían de todas partes, la última en entrar o salir, según se mire, fue la madre de uno de los engendros, para alegría de varios supersticiosos, que le dio la llantina y hubo que ir a consolarla hasta que se unió al grupo entre llantos y risas ante una situación tan surrealista. Dos o tres horas de cachondeo, de risas y el alucine por parte de los vecinos de mi suegra que salían a las ventanas y terrazas a mirarnos.
Tenemos a un barítono en la familia que aprovechó para dedicarnos uno de esos momentos especiales con el acompañamiento del coro más gárrulo del mundo, con música de cucharas sobre botella o vaso, pandereta desdentada a modo de tamboril y los engendros productos de la improvisación como el culo de una silla de plástico golpeado con un destornillador.
Estaba claro, los niños estábamos fuera y los viejunos zombis AMANTES DE LA CAJA TONTA, dentro.
Pues aunque no os lo creáis los sobrinos de marras ni se enteraron, ni nos miraron cuando entramos para irnos a nuestras respectivas casas, bueno a mí se me escapó una colleja, pero esa es otra historia.
Con Dios.