El degenerado
"Como persona directamente implicada en el caso -dado que la famosa frase del francés me fue dirigida únicamente a mí- me veo obligada a manifestar mi discrepancia por la manera y por el aire de caza de brujas y de falso puritanismo que están tomando las cosas (...). Me parece un poco surrealista el hecho de que un grupo de alumnos se sienta autorizado a erigirse en velador del honor de una presunta víctima de ‘la falta de respeto', 'el abuso de autoridad' o el hipotético 'machismo' de un profesor, si la persona directamente afectada en ningún momento ha considerado pertinente hacer oír su queja (...). Finalmente, habrá que hacer una reflexión sobre el precedente que este caso podría sentar y cómo esto repercutiría en la libertad de expresión y de cátedra del profesor -hecho que podría ser aprovechado como amenaza por aquellos alumnos que no se sintieran satisfechos por los resultados académicos y que, llevado al paroxismo, podría favorecer la creación de la grotesca figura de un censor que asistiera a las clases para velar por la moral de los alumnos y que sancionara al profesor con un recorte de sueldo por cada frase fuera de tono.”
Éstos son unos párrafos del texto, honrado y valiente, que Montse Palacin Vila dirigió al juez instructor del caso Tubau, el catedrático Isidro Molas, un hombre de progreso. Para identificarla precisamente, hay que decir que la señora Palacin es, a juicio del catedrático Tubau, una mujer que "aparte de saber francés, tiene cara de saber hacer un francés”. Cuando la señora Palacín escuchó del profesor Tubau esa frase, no quedó ni turbada, ni menospreciada, ni se sintió siquiera increpada. Así lo demuestra su texto. Pero su testimonio no ha servido para que los señores Isidro Molas y Caries Solá, otro hombre de progreso y rector de la Universidad Autónoma, hayan rectificado. Su deber es proteger al alumnado y, por tanto, han de condenar y han condenado al profesor Tubau a quedarse durante quince días sin su sueldo.
Por degenerado. ¿Qué es, hoy en Cataluña, un degenerado? Veamos... En primer lugar. alguien, por ejemplo, que practica el onanismo social, cultural, político, qué más da el onanismo... Tubau no tiene escudería que le ampare. Ni empresarial --es un periodista que va aquí y allá publicando--; ni política --ningún partido (¿eso existe hoy en Cataluña?) ha alzado párrafo o palabra en su defensa--ni siquiera, ni tan siquiera, profesional: cuando llamó al Colegio de Periodistas en demanda de solidaridad le dijeron que se la harían llegar con presteza. Ya la tiene en el bolsillo: una carta donde un remoto secretario técnico certifica que Tubau es miembro de ese colegio y que nunca hizo daño a nadie. Tubau se lo hace solo y eso, en fin, es un escándalo en la Cataluña movimentista clánica y clónica. El degenerado -que no es fálico- es félico. Le da a la lengua. Nadie que no las haya experimentado en carne propia sabe de las consecuencias de atentar, aquí, contra la lengua, el auténtico partito trasversale de la sociedad catalana. Nadie, desde la Verinosa llengua de Pericay y Toutain, había desmontado la conjura fundamentalista en torno a la lengua catalana como lo ha hecho Tubau en sus libros y en sus artículos, todos ellos fruto de un herético convencimiento: esto es, que en la lengua, en ninguna lengua, anida el Espíritu Santo, y que la lengua es, sobre todo, lo que está dentro de la boca. Félico, pues, y, además, polígamo. Es decir, alguien que no acaba de casarse con nadie, sean las bellas Cataluña o España: un hórrido y chabacano antinacionalista, más cercano al Turco que a Agustina de Aragón o la Ben Plantada.
Por último y por máximo, Tubau es un viejo, Un viejo verde como aseguran esas alumnos de piel de melocotón que le han denunciado, no después de las exabruptos del viejo, sino de que comprobaran cómo el viejo iba suspendiéndolos inmisericorde. Un viejo, y especialmente un viejo chulo, es algo muy peligroso. De alguna manera es el colmo de la degeneración. En otros países, los viejos gozan de un status. una consideración, un misterio. Se les paga y se les cuida para que estén ahí, para que informen con su presencia del perfume de una época ida, para que informen por elisión sobre el presente... Son, en fin, una especie protegida, algo subvencionable de oficio. En cualquier universidad menos casposa se mirarían a Tubau los patrones y dirían: 'Un beatnik, tú, qué lujo, un puro beatnik". Y soportarían con una inteligente resignación que Tubau creyera todavía en el provocativo efecto de hablarles a las niñas de las virtudes nutritivas de un buen francés. "El abuelete Tubau, sus cosas...", se guiñarían, uno a otro, los patrones.
Una degeneración excesiva, pues. Los doctores Molas y Solá han juzgado y han juzgado bien. La sentencia se adhiere con perfección exquisita a l’esprit du temps. Su sentencia es el espíritu del tiempo. Un espíritu que no hace una mueca porque llegara a decano de Periodismo alguien que hasta 1987, como mínimo, era votante y propagandista de Herri Batasuna --el doctor Enric Marín, sin cuya noble y abnegada colaboración el caso Tubau no existiría-, y que en cambio, y para que cunda el ejemplo, castiga cara a la pared -quince pequeños días de humillación, quince chatos y mezquinos días humillados- al degenerado -así las dictaduras, incluso las dictaduras blancas, han llamado siempre al disidente-, al degenerado Iván Tubau Cómamela, onanista, félico, polígamo y viejo verde; buen escritor, buen profesor, espléndida víctima.
(Arcadi Espada, El País, edición de Cataluña, 4 de febrero del 1995)