Re: Auferstanden aus Ruinen
Publicado: 01 Sep 2014 19:01
Alejandría.
Desde que no bebo me cuesta más escribir.
[youtube]_Y5ayEejv5Q[/youtube]
"Artículo primero: Como todo gordo, tiendo a convertirme en mi propio héroe.
Artículo segundo: Como todo joven, me propuse ser un genio; felizmente intervino la risa.
Artículo tercero: Siempre aspiré a tener la visión del ojo del elefante.
Artículo cuarto: Comprendí que para convertirse en artista uno tiene que desprenderse de todo el complejo de egoísmos que lo llevan a la elección de la autoexpresión como único medio de crecimiento. A esto, como es imposible, ¡lo llamo la Gran Broma!"
Lawrence Durrell
Si algo podemos decir de la película Solaris (Andréi Tarkovsky, 1972) con respecto al libro homónimo (Stanislaw Lem, 1961) es que hizo con la novela lo que los rusos suelen hacer con las cosas de los polacos. El planeta/océano-pensante capaz de replicar seres vivos que sólo existían en la psique humana y erigir en su superficie formidables estructuras complejas de espuma (las simetriadas y las asimetriadas), una omnipresencia opresiva en la obra de Lem, pasa a ser una lejana imagen aérea de un mar picado, casi una foto fija, en la de Tarkovsky.
Y sin embargo, si sabemos algo de cine, puede que haya una explicación al aparente descuido del director a la hora de localizar imágenes poderosas e inquietantes del océano. La escena inicial de El Acorazado Potemkim (1925), obra magna del cine soviético, empieza con un mar Negro restallando violento contra los diques del puerto de Odessa; fragmentos de élla se repiten varias veces como metáfora: La furia del proletariado derribará los muros de la aristocracia.
Eso es lo que Tarkovsky le cuenta a los discípulos de Einsenstein. Las aguas han triunfado, han destrozado cualquier contención y han anegado a todo el planeta. Pero ¿sabéis? el mar sigue igual de embravecido y fustrado. (No es de desdeñar la posibilidad de que en la novela ese océano temoso e ineludible que realiza experimentos mentales con individuos aislados y aplastados por su poder sea también una manera un tanto alambicada de criticar las "bondades" del comunismo).
"A un día monótono otro
monótono, invariable sigue: Pasarán
las mismas cosas, volverán a pasar -
los mismos instantes nos hallan y nos dejan.
Un mes pasa y trae otro mes.
Lo que viene uno fácilmente lo adivina:
son aquellas mismas cosas fastidiosas de ayer.
Y llega el mañana ya a no parecer mañana."
"Vuelve a menudo y tómame,
amada sensación, vuelve y tómame -
cuando del cuerpo la memoria se despierta,
y un antiguo deseo vuelve a pasar por la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan
y las manos sienten como que tocan otra vez.
Vuelve a menudo y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan..."
Costantino Cavafis.
Dicen los estudiosos de la antigüedad que la biblioteca de los mil sabios sucumbió bajo el propio peso de los magníficos templos y palacios del Brucheion durante el terremoto del 356 d.C. que hundió el suelo de limo sobre el que se sustentaban hasta quedar por debajo del nivel del mar. Salvóse de la destrucción el Serapeum con su biblioteca-hija pero hubieron de llegar los monoteístas para destrozar o rapiñar lo poco que quedaba del saber helenístico.
El tiempo erosionó y conformó aquel puerto pujante y levantisco de antaño, torturado por propios y extraños con sus dispares apetencias. De su extrañamiento como centro de poder salió la ciudad sensual y adormecida, de tiempo premioso y espacios recoletos, matrimonios interconfesionales y relaciones extramatrimoniales, de historia olvidada convertida en leyenda y fábulas inventadas más reales que la vida misma, arcaica en sus tradiciones y cosmopolita por sus habitantes.
Pero el tiempo nunca es generoso. En la actualidad, abatida por los tiempos modernos, sofocada por los bigotones militares, y cinchada por los barbudos fundamentalistas, desaparecidos los extranjeros residentes sustituídos por turistas occidentales que no se salen de los circuitos, parece haber desaparecido aquella ciudad que proyectaran y recrearan Cavafis y Lawrence Durrell.
¿Existió alguna vez esa Alejandría mágica de los literatos del siglo XX?
Desde que no bebo me cuesta más escribir.
[youtube]_Y5ayEejv5Q[/youtube]
"Artículo primero: Como todo gordo, tiendo a convertirme en mi propio héroe.
Artículo segundo: Como todo joven, me propuse ser un genio; felizmente intervino la risa.
Artículo tercero: Siempre aspiré a tener la visión del ojo del elefante.
Artículo cuarto: Comprendí que para convertirse en artista uno tiene que desprenderse de todo el complejo de egoísmos que lo llevan a la elección de la autoexpresión como único medio de crecimiento. A esto, como es imposible, ¡lo llamo la Gran Broma!"
Lawrence Durrell
Si algo podemos decir de la película Solaris (Andréi Tarkovsky, 1972) con respecto al libro homónimo (Stanislaw Lem, 1961) es que hizo con la novela lo que los rusos suelen hacer con las cosas de los polacos. El planeta/océano-pensante capaz de replicar seres vivos que sólo existían en la psique humana y erigir en su superficie formidables estructuras complejas de espuma (las simetriadas y las asimetriadas), una omnipresencia opresiva en la obra de Lem, pasa a ser una lejana imagen aérea de un mar picado, casi una foto fija, en la de Tarkovsky.
Y sin embargo, si sabemos algo de cine, puede que haya una explicación al aparente descuido del director a la hora de localizar imágenes poderosas e inquietantes del océano. La escena inicial de El Acorazado Potemkim (1925), obra magna del cine soviético, empieza con un mar Negro restallando violento contra los diques del puerto de Odessa; fragmentos de élla se repiten varias veces como metáfora: La furia del proletariado derribará los muros de la aristocracia.
Eso es lo que Tarkovsky le cuenta a los discípulos de Einsenstein. Las aguas han triunfado, han destrozado cualquier contención y han anegado a todo el planeta. Pero ¿sabéis? el mar sigue igual de embravecido y fustrado. (No es de desdeñar la posibilidad de que en la novela ese océano temoso e ineludible que realiza experimentos mentales con individuos aislados y aplastados por su poder sea también una manera un tanto alambicada de criticar las "bondades" del comunismo).
"A un día monótono otro
monótono, invariable sigue: Pasarán
las mismas cosas, volverán a pasar -
los mismos instantes nos hallan y nos dejan.
Un mes pasa y trae otro mes.
Lo que viene uno fácilmente lo adivina:
son aquellas mismas cosas fastidiosas de ayer.
Y llega el mañana ya a no parecer mañana."
"Vuelve a menudo y tómame,
amada sensación, vuelve y tómame -
cuando del cuerpo la memoria se despierta,
y un antiguo deseo vuelve a pasar por la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan
y las manos sienten como que tocan otra vez.
Vuelve a menudo y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan..."
Costantino Cavafis.
Dicen los estudiosos de la antigüedad que la biblioteca de los mil sabios sucumbió bajo el propio peso de los magníficos templos y palacios del Brucheion durante el terremoto del 356 d.C. que hundió el suelo de limo sobre el que se sustentaban hasta quedar por debajo del nivel del mar. Salvóse de la destrucción el Serapeum con su biblioteca-hija pero hubieron de llegar los monoteístas para destrozar o rapiñar lo poco que quedaba del saber helenístico.
El tiempo erosionó y conformó aquel puerto pujante y levantisco de antaño, torturado por propios y extraños con sus dispares apetencias. De su extrañamiento como centro de poder salió la ciudad sensual y adormecida, de tiempo premioso y espacios recoletos, matrimonios interconfesionales y relaciones extramatrimoniales, de historia olvidada convertida en leyenda y fábulas inventadas más reales que la vida misma, arcaica en sus tradiciones y cosmopolita por sus habitantes.
Pero el tiempo nunca es generoso. En la actualidad, abatida por los tiempos modernos, sofocada por los bigotones militares, y cinchada por los barbudos fundamentalistas, desaparecidos los extranjeros residentes sustituídos por turistas occidentales que no se salen de los circuitos, parece haber desaparecido aquella ciudad que proyectaran y recrearan Cavafis y Lawrence Durrell.
¿Existió alguna vez esa Alejandría mágica de los literatos del siglo XX?