El cuerpo de las mujeres
Publicado: 02 Jul 2007 00:04
He pensado en la distinta consideración que tiene el propio cuerpo para el hombre y para la mujer. El cuerpo de un hombre es un fin para el hombre, por lo que busca conservarlo. En cambio, el cuerpo de una mujer es un medio para la mujer: busca transformarlo para lograr algún propósito, normalmente sexual.
Las clínicas de cirugía estética hacen su agosto con las mujeres, no con los hombres. El mercado de los cosméticos se hundiría sin ellas. Y, salvo para quien guste reducirlo todo al contexto cultural o socioeconómico, está claro que históricamente las féminas se han acicalado muchísimo más que los varones. Un hombre a lo sumo quiere mantenerse, reconocerse como antaño en su apariencia. Digo "a lo sumo" porque tampoco es habitual en él una excesiva preocupación por estos temas, siempre que su salud no se vea gravemente afectada. Pero la mujer pretende remodelarse, construirse de fuera hacia afuera. Su autoimagen no es otra que la imagen que los demás tengan de ella.
Ahora bien, si el cuerpo de la mujer es un medio para la propia mujer, entonces no ostenta su propiedad moral, pues somos propietarios de aquello a lo que no hemos renunciado en favor de otra cosa. El ciudadano renuncia a su autotutela para obtener derechos; el obrero a su fuerza de trabajo para hacerse con el salario; la mujer a su cuerpo para ser admirada y poseída.
Un cuerpo sin propietario es un cuerpo sin alma. ¿Significa eso que tal condición es definitiva? No: el ciudadano puede rebelarse o exiliarse; el obrero puede despedirse; está en manos de la mujer casarse.
Para sostener la tesis de la inconsistencia psicológica femenina he dado razones una vez más, aportando observaciones que respaldan las premisas. No me consta haber incurrido en ningún sesgo relevante. Es un lugar común que las mujeres se arreglan más que los hombres y, si pueden, se transforman de arriba abajo. Una mujer, incluso sintiéndose deseada, necesita renovar su atractivo para multiplicar su abanico de amantes potenciales. De ahí su esmero en cambiar de vestuario, de "complementos", de maquillaje, de peinado, de color de pelo, de piel y de uñas, de peso, de forma y de olor. La identidad, que en los hombres se sustenta en el principio de realidad, nace en ellas subordinada al principio del placer. El placer de una mujer consiste en ser sometida.
http://fvoluntaria.blogspot.com/
Las clínicas de cirugía estética hacen su agosto con las mujeres, no con los hombres. El mercado de los cosméticos se hundiría sin ellas. Y, salvo para quien guste reducirlo todo al contexto cultural o socioeconómico, está claro que históricamente las féminas se han acicalado muchísimo más que los varones. Un hombre a lo sumo quiere mantenerse, reconocerse como antaño en su apariencia. Digo "a lo sumo" porque tampoco es habitual en él una excesiva preocupación por estos temas, siempre que su salud no se vea gravemente afectada. Pero la mujer pretende remodelarse, construirse de fuera hacia afuera. Su autoimagen no es otra que la imagen que los demás tengan de ella.
Ahora bien, si el cuerpo de la mujer es un medio para la propia mujer, entonces no ostenta su propiedad moral, pues somos propietarios de aquello a lo que no hemos renunciado en favor de otra cosa. El ciudadano renuncia a su autotutela para obtener derechos; el obrero a su fuerza de trabajo para hacerse con el salario; la mujer a su cuerpo para ser admirada y poseída.
Un cuerpo sin propietario es un cuerpo sin alma. ¿Significa eso que tal condición es definitiva? No: el ciudadano puede rebelarse o exiliarse; el obrero puede despedirse; está en manos de la mujer casarse.
Para sostener la tesis de la inconsistencia psicológica femenina he dado razones una vez más, aportando observaciones que respaldan las premisas. No me consta haber incurrido en ningún sesgo relevante. Es un lugar común que las mujeres se arreglan más que los hombres y, si pueden, se transforman de arriba abajo. Una mujer, incluso sintiéndose deseada, necesita renovar su atractivo para multiplicar su abanico de amantes potenciales. De ahí su esmero en cambiar de vestuario, de "complementos", de maquillaje, de peinado, de color de pelo, de piel y de uñas, de peso, de forma y de olor. La identidad, que en los hombres se sustenta en el principio de realidad, nace en ellas subordinada al principio del placer. El placer de una mujer consiste en ser sometida.
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