Por lo que a mí respecta, y escarbando un poco en los datos biográficos, que vienen al caso en esta cuestión, he tenido siempre un temperamento religioso, aun sin contar con una cultura religiosa hasta más o menos los 18 años. Recuerdo de cuando era un niño mis pobres ideas del absoluto y del Dios personal irrepresentable, más allá de nuestras concepciones. Tampoco se me escapa que fui un maniático (no un maníaco) de conducta prematuramente rígida, hondo sentido del deber y mucho diálogo interior. Eso ayudó. En fin, yo he fluctuado entre el gnosticismo (cuyo Dios mudo y sordo sería un equivalente del Dios deísta), el ateísmo y el cristianismo. Cuando fui ateo, sólo por un año o dos de mi vida (1.999-2.000), me sentía como el Birton de la Historia de Jenni de Voltaire, al que -al cabo de las trágicas aventuras que le suceden a él y a sus compañeros- describe así:
Pour Birton, il était aussi gai et aussi désinvolte que s’il était revenu de la comédie; c’était un caractère à peu près dans le goût du feu comte de Rochester, extrême dans la débauche, dans la bravoure, dans ses idées, dans ses expressions, dans sa philosophie épicurienne; n’étant attaché à rien, sinon aux choses extraordinaires, dont il se dégoûtait bien vite; ayant cette sorte d’esprit qui tient les vraisemblances pour des démonstrations; plus savant, plus éloquent qu’aucun jeune homme de son âge, mais ne s’étant jamais donné la peine de rien approfondir.
Por suerte, duró lo que un espejismo en el desierto, hasta que pude dar una satisfacción más consistente y duradera a mis inquietudes.