La voluntad desnuda, la concupiscencia animal, es el origen de todo lo malo y aberrante. Ahora bien, la voluntad guiada por la razón ya es otra cosa; no es voluntad, del mismo modo que el caballo no es un simple cuadrúpedo cuando lo monta un jinete: es un centauro... O parecido.
Los budistas acertarían en su diagnóstico si abstrayéramos la voluntad de la razón y a ésta de los fines que le son propios según el derecho natural y el divino (para estos santones no hay Dios ni naturaleza, sino apariencia de bondad y cordura). Y puesto que los ateos suelen abstraerla, por ignorancia o pasión fanática, se hacen budistas "de facto". El budismo y el maniqueísmo están muy próximos. Para ambos todo el que persevere en lo bello y grande de la vida, que empieza en el vientre de la madre, es un maldito pecador. Con tal de que se cumpla la justicia debe ser aniquilada en la Nada o en el Todo la diferencia, de la que la materia es condición y símbolo. ¿Qué mejor forma de comenzar que afirmando que uno es distinto a sí mismo?
El ateo es un esquizofrénico, porque bebe de tradiciones opuestas: de la epicúrea, que es individualista y racionalista, y de la maniquea, que también es individualista pero desde el oscurantismo. Una busca la redención de todos por el placer sensato; la otra la salvación de una exigua minoría, una comunidad iluminada que abomina de cualquier disposición voluptuosa, racional o no.
Amarse a uno mismo y asirse neuróticamente a la idea fija de quedar perpetuado, pero odiando a lo que perpetúa, es decir, a la especie. Incluso el placer no sería en el darwinismo más que un medio reproductor del poder. ¡La vida es un medio para la vida! Luego no hay vida que merezca la pena vivirse, y la existencia misma es una apostasía que se paga con la muerte. Éste es el motivo de que Darwin haya sabido canalizar tan bien la moral atea, sin ser para nada un moralista. Olvidó el resto, pero arrancó -sesgada- una ley eterna: Conservarnos, en definitiva, a expensas de las escorias biológicas que nos preceden y a las que sucedemos. Y como la naturaleza no tiene fines, sólo hay voluntad, voluntades, forcejeos. No existe ningún egoísmo que sea permanentemente solidario con el de los demás. De manera que todo el que adopta ese punto de vista "competitivo" se ama tanto como odia al prójimo.