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Historia moderna de la banca española

Publicado: 04 Ene 2007 00:07
por arafat
Copypasteo unos capitulos que me he encontrado de puto rebote en google y que me han encantado.

La historia a grosso modo me la conocía, pero el señor entra a un nivel de detalle que me se saltan las lágrimas.

Ahí va el primero, al final pondré linkitos y tal para que galatea no nos acuse.


El difícil nacimiento del BBV


Siempre se han querido ver grandes misterios en la génesis y desarrollo de las fusiones. Intereses ocultos que llevaban a realizar estas operaciones. Pero nunca se hablaba de que la ley española para fusiones implicaba un crédito fiscal de enorme importancia y que significaba el beneficio de varios años. Dicho ahorro de impuestos era, en la mayoría de las veces, una ayuda inestimable que tendía a corregir defectos y pérdidas de las cuentas de años anteriores. Lo que está claro es que sin la ayuda fiscal habría que pensar que la historia de las fusiones hubiera sido muy distinta.

Una operación relojera

La realidad es que la gran banca española fue creciendo desde la década de los 60 a base de la compra de entidades más pequeñas o bancos en dificultades. Puede decirse, entonces, que el capítulo de fusiones y adquisiciones es antiguo en España. No obstante lo que entendemos como historia de las fusiones hace referencia a la “soldadura” de dos bancos grandes y eso sólo comienza cuando José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo deciden unir el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya. Corría el año 1987. Pero un año antes, en 1986, Sánchez Asiaín diseña un plan para iniciar el crecimiento del Bilbao mediante la fusión con otro colega de importancia. El estudio, llamado “el de los relojes”, porque cada operación de casamiento recibía el nombre de una de las marcas suizas de relojes, examinaba las diferentes posibilidades. Por fin, se decidió por el “modelo CYMA”, desde luego marca relojera modesta, pero que comportaba nada menos que el asalto al Banco Español de Crédito. Banesto había perdido el primer puesto del ranking bancario español a favor del Banco Central, pero seguía siendo un gigante.

Y ocurrió que en sus primeros contactos nadie en el Español de Crédito se le tomó en serio. Se dice que Sánchez Asiaín habló con José María López de Letona, hombre fuerte impuesto por el Banco de España, pero que no avisó a Pablo Garnica, presidente, con talante de propietario, de la entidad. Ante el fracaso de la breve negociación previa, Asiaín lanza nada menos que una OPA inamistosa —salvaje llamada entonces— para la compra en el mercado de la mayoría de las acciones del Banesto. Fue un gran escándalo.

Nadie aprobó tampoco ese proceder pues la realidad es que hasta entonces todos los pactos entre los bancos se hacía mediante pactos entre caballeros, rodeados de misterio y discreción. Hasta el Banco Central de Alfonso Escámez se sumó a la defensa de Banesto realizando una contraopa que limitaba las posibilidades de la lanzada por el Bilbao.

Pero en el transcurso de esa batalla se demostró que el Banco de Bilbao y su gente estaba mucho mejor preparado que el Banesto. Y ahí en medio de la crisis aparece un personaje que será fundamental durante los siguientes años. Mario Conde, un abogado del Estado gallego que siendo socio de un financiero de toda la vida, Juan Abelló —hoy consejero del SCH— había reunido una importante fortuna por la venta de la compañía farmacéutica, Antibióticos SA. Ambos, Abelló y Conde se acercan. Letona, perdió todo el poder pues Pablo Garnica pudo pensar que no era fiel a la entidad y si a los “planes externos” para desalojar a la viejas familias de Banesto. Y la cuestión es que Mario Conde que había llegado a Banesto a “comprar unas cosillas” fue elegido presidente poco después de solucionado el ataque de Sánchez Asiaín. En breve tiempo, fue Conde quien consiguió desalojar a los representantes de las antiguas familias de banqueros que habían conformado durante muchos años el poder en Banesto.

Lo que López de Letona había intentado hacer con suavidad —y por encargo del entonces Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, Mario Conde lo conseguiría sin esfuerzo gracias al hundimiento psicológico de todo aquel Consejo que entregó todo el poder a Conde y Abelló sin condiciones, aunque —eso sí— en ese tiempo había sorprendido que los dos personajes invirtieran una cantidad muy notable de dinero en acciones de Banesto.

El Bilbao y el Vizcaya


José Ángel Sánchez Asiaín quedó “muy golpeado” por su fracaso ante el Banesto. Y miró hacia su tierra. El competidor creciente del Bilbao era el Banco de Vizcaya. Éste era mucho más agresivo y tradicional en materia bancaria que el Banco de Bilbao, llevado por el éxito de imagen que daba su tendencia a la modernidad y a la innovación. Pero en la “lucha en la calle” y en la contención del gasto, el Vizcaya le estaba ganando muchas batallas al Bilbao. Lo presidía un joven banquero, muy especial, Pedro de Toledo, formado en la “escuela dura” de Ángel Galíndez, su antecesor en la presidencia del Vizcaya. Y, también, en la de Alfonso Escámez. El presidente del Banco Central, entonces ya primer banco español —y con el grupo industrial mas importante del país— había aceptado el encargo de Galíndez de que placease por Madrid a Toledo. Y, al parecer, Escámez lo hizo bien. Siempre reconocería Pedro de Toledo la valía de Escámez de quien Toledo, una vez, ya casi al final de su vida dijo a un íntimo colaborador que “Alfonso Escámez es el único banquero contemporáneo español con sentido del Estado y de la utilidad de la banca en la sociedad”. Piropo, sin duda, de una enorme profundidad, que, tal vez, nunca Toledo confesó al propio Escámez.

Pero que mientras José Ángel Sánchez Asiaín miraba a su colega y paisano Pedro de Toledo, éste prefirió mirar al sur y proponer a Escámez una fusión entre el Central y el Vizcaya en las condiciones que marcara el propio Escámez. Incluso, Pedro de Toledo realizó un viaje relámpago para acompañar en Águilas, Murcia, a Alfonso Escámez en el entierro de su madre, para proponerle esa posibilidad.

Es cierto que Pedro de Toledo ya había sentido en sus carnes la agresión de Javier de la Rosa, quien compró un importante paquete de acciones del Vizcaya, para utilizarla también de palanqueta en cualquier maniobra bancaria de concentración. Toledo pidió consejo a Escámez y este le dijo que comprara el paquete a De la Rosa “como fuera”, para evitar cualquier agresión externa. Y así lo hizo Pedro de Toledo y le quedó muy agradecido a Escámez por el consejo. Es curioso que de esa operación de compra a De la Rosa y de la posterior venta de dicho paquete a “gente segura” para evitar el efecto autocartera, prohibido por el Banco de España, procedan el origen de las cuentas secretas que mucho años después le costará la continuidad y el prestigio a Emilio Ybarra, heredero y sucesor de Asiaín y Toledo en la difícil fusión del Bilbao y del Vizcaya. Pero no adelantamos acontecimientos.

Si hay que añadir que mientras Alfonso Escámez aconsejaba a Toledo que comprara las acciones a De la Rosa, un paquete de acciones del Central procedente de un fondo de pensiones británico —llamado en la jerga interna del Central el “de las viudas”—era comprado por el grupo kuwaití KIO. Esas acciones protagonizaron un asalto en toda la regla al Central de que, igualmente, hablaremos después.

BBV, fusión cruenta


Alfonso Escámez declinó la invitación a unirse de su buen amigo y discípulo Pedro de Toledo, porque, tal vez, no vio entonces la necesidad de realizar esa fusión. El presidía el primer grupo bancario del país. Y la suma del Vizcaya no le hacía avanzar nada en cuestión de ranking español. Es cierto que con Pedro de Toledo se resolvía su sucesión, su relevo. Pero eso parecía entonces muy prematuro. Y todavía no había saboreado las hieles del ataque sin piedad que tendría poco tiempo después y teledirigido desde, nada menos, el Ministerio de Economía y el Banco de España. La negativa de Escámez echó a Pedro de Toledo en los brazos de José Ángel Sánchez Asiaín. Y antes de que se hubiera pasado la resaca provocada por la OPA del Bilbao contra Banesto se anunciaba la unión de los dos grandes bancos vizcaínos. Nacía el Banco Bilbao Vizcaya (BBV) y la primera fusión de la historia reciente de la banca española.
He escrito en el ladillo “fusión cruenta”. Cruenta significa con derramamiento de sangre. ¿Fue así la fusión BBV? Mi idea es que Pedro de Toledo se dejó morir por no perder el poder. Antepuso su lucha contra Sánchez Asiaín a su salud. Y un día falleció, prácticamente a bordo de un avión privado que le llevaba a Estados Unidos para curarse “in extremis” de una gravísima enfermedad, cosa que pudo hacer antes, pero no quiso que se supiera de su debilidad física en medio de la batalla más terrible que tuvo lugar en la historia de la banca. La muerte de Pedro de Toledo ocurrió el 12 de diciembre del año 1989.

La cuestión es que lo precipitado del acuerdo entre los dos bancos fue el origen del conflicto. Asiaín se sintió muy mal tras el fracaso de la OPA de Banesto. Su prestigio —que era enorme en toda la sociedad española— se vio por los suelos. Y aceptó las duras condiciones que le impuso Pedro de Toledo para aceptar la fusión. Por supuesto estaba claro que Toledo era el sucesor, pero la gente del Vizcaya quedaba como superior en mando en el nuevo banco. Es más que probable que José Ángel —todo el mundo le llamaba por su nombre en banca, olvidando los apellidos— pensó que una vez firmada la fusión ya habría tiempo para modificar lo firmado. Y ese fue el principio del encontronazo.

La batalla fue terrible. Y pública. No se limitó a broncas de despacho. Transcendió de manera total. Y esto resultaba más que extraordinario en el mundo de la banca que se había caracterizado por una gran maestría en lavar los trapos sucios en casa, sin que apenas se supiera de encontronazos e, incluso, de diferencias. Todos los procedimientos de lucha se utilizaron en los primeros tiempos de la fusión, desde micrófonos instalados para escuchar a la otra parte hasta comunicados de prensa —hechos con el mismo papel y con idéntico logotipo: BBV—diferentes que expresaban de manera fehaciente el choque.
Y que, incluso, se contestaban y se interpelaban entre sí, con la, sin ninguna duda, intervención de algunos periodistas que enviaban inmediatamente los papeles de uno u otro a las dos partes en conflicto. Había dos aguerridas oficinas de prensa y sendos grupos de asesores externos que echaban gasolina al fuego.

La cuestión comenzó a ser ridícula vista desde el exterior, aunque era muy grave. Las bases de fusión, mal hechas, planteaban una toma de poder progresiva de los “vizcayas”, lo cual no aceptaban los “bilbaos”. Y dentro de todo ese problema sólo la difícil interlocución entre Asiaín y Toledo ponía algo de paz en la casa, aunque es indudable que ambos en “petit comité” con sus respectivos colaboradores más íntimos azuzaban el fuego de la discordia. El fallecimiento de Toledo dejó fuera de toda posibilidad ese camino y José Ángel Sánchez Asiaín quiso convertirse en presidente único del banco fusionado, sin más. La resistencia de los “vizcayas” fue numantina y muy fuerte. Se intentaba que alguien, desde las filas del Banco de Vizcaya, sustituyese a Pedro de Toledo hasta que se terminase la fusión. Se propuso a Alfredo Sáenz, hoy consejero delegado del SCH, para situarse a la misma altura que Sánchez Asiaín. No se aceptó tal iguala de buen grado, aunque las bases de fusión así lo indicaban. Se agravó aún más la guerra interna, produciéndose ya un conflicto de naturaleza nacional. El resultado final fue un laudo obligatorio del Banco de España por el que tras la dimisión obligada de a Sánchez Asiaín se le sustituía por el entonces vicepresidente del Bilbao y, por tanto, del BBV, Emilio Ybarra Churruca. Y aunque Alfredo Sáenz continuaba como vicepresidente, a todo el mundo pareció que los “vizcayas” habían perdido la guerra. Incluso el Banco de España nombró consejeros a representantes cercanos a los dos partidos políticos mayoritarios bajo la idea de que ayudaran a la pacificación.

La “última sorpresa” fue Emilio Ybarra quien llevó la entidad a la paz, con bastante acierto y con un enorme esfuerzo de conciliación. Nadie esperaba el éxito de Ybarra. Era un hombre muy apreciado por todos por su profesionalidad y buen talante personal, pero nadie, ni los del Bilbao, ni los del Vizcaya, le consideraban un “primer” espada. Por eso, tal vez, le admitieron. Y, sin embargo, aunque avalado por la suprema autoridad del Banco de España, realizó en primer lugar la pacificación, luego puso en marcha y consolidó la fusión. Con los años Emilio Ybarra convertiría al BBV en un gran banco, de enorme calidad y muy avanzado.

El asalto al Central

Algunas fuentes del Barcelona —tal vez no muy prestigiosas— informaron a Alfonso Escámez de la tenencia por parte de Javier de la Rosa de un paquete del Banco Central, dentro de la idea de hacer una operación muy parecida a la que meses antes se había planteado con Toledo y con las acciones del Vizcaya. Pero De la Rosa no pudo comunicar con Escámez. El banquero de Águilas había consolidado y potenciado un consejo regional del Banco Central en Cataluña que funcionaba con muchas atribuciones dentro del negocio de allí. Lo formaban personas prestigiosas que representaban al mundo de la empresa y de las finanzas. Procedía ese colectivo de tiempos de la integración del Banco Colonial entidad catalana prestigiosísima que, como otras muchas, entre los años sesenta y setenta pasaron a integrarse en el Central. Además Cataluña tenía “mucho sitio” en el Banco Central. El antecesor de Alfonso Escámez, Ignacio Villalonga —considerado como el gran impulsor del Central para convertirlo en un banco nacional— aunque originario de Valencia, había tenido algún cargo público en Cataluña en los años veinte y conocía y apreciaba mucho al Principado y a su gente. Pero, en fin, ese consejo tenía muy mal concepto de Javier de la Rosa, como por entonces lo tenía toda Barcelona y muy probablemente torpedeó cualquier intento de Javier de la Rosa de acercarse a Escámez.
Entonces, De la Rosa se dedicó a pasear el paquete del Central por muchos lugares. Lo extraño es que ni Escámez, ni lo más altos ejecutivos, dieran importancia a ese hecho. Tal vez creyeron que De la Rosa iba de farol.

Los socialistas y la Banca

Es necesario, ahora, describir el momento político preciso que vive la banca entonces. Felipe González había ganado las elecciones en octubre de 1983 por amplia mayoría y en 1987 iniciaba un segundo mandato ampliando su poder. Sin duda, el cambio existía. Y si bien la Unión de Centro Democrático (UCD) y los Gobiernos de Adolfo Suárez habían llevado a cabo la difícil transición política a la democracia con gran éxito, las estructuras económicas y financieras habrían permanecido con pocos cambios desde los tiempos del franquismo. Incluso, permanecían muchas leyes que limitaban la libertad de la actividad financiera, provenientes de la difícil posguerra española. Existía, pues, un talante político generalizado de que las cosas tenían que cambiar. Y junto a ese principio lógico y conveniente estaba la idea de que una serie de personajes no eran válidos para una etapa nueva.

Es más que seguro que los socialistas se equivocaron con Escámez. Tenía una fama de autoritarismo implementada por sus enemigos y por algunos de sus colaboradores más cercanos. De hecho, cuando Felipe González y Alfonso Escámez hablan por vez primera, el día del anuncio de la fusión con Banesto, el propio dirigente socialista admite entenderse mejor con Escámez que con Conde. Después, también, cuando en medio de la etapa final del acoso de De la Rosa y los Albertos, algunos de los más cercanos colaboradores de Alfonso Guerra hablan con Escámez el nivel de sintonía es bastante alto. También, Guerra cambió de idea. Es posible que si los dirigentes socialistas hubiesen conocido mejor a Escámez todo lo que iba a llegar después se evitaría. Reconocerían, no obstante, la extracción popular del banquero de Águilas y una tendencia poca financiera de su forma de ver la banca. Era más empresario que banquero.

Carlos Solchaga, navarro, ministro de Economía y Hacienda de los Gobiernos socialistas durante muchos años y tras la desaparición política de Miguel Boyer, se erige en perseguidor a ultranza de Escámez. Solchaga es un personaje bien formado. Es de los socialistas que aprenden la esencia de la economía en Estados Unidos y que el liberalismo económico es su principal credo. Sólo como paliativo del “estado gendarme”, entienden que el Estado debe ser empresario y limitar ciertos crecimientos. Pero, asimismo, hay un culto a la modernidad y ese es un credo muy importante. En fin, que tal vez en Solchaga imperan más los principios estéticos que los éticos y ahí, según él, no hay conciliación posible con Escámez.

Javier de la Rosa sigue ofreciendo a quien le quiera oír su paquete del Central, sin demasiado éxito. De hecho, reina en los medios financieros una cierta incredulidad sobre lo que De la Rosa y KIO podrían hacer con ese paquete. Pero aparece Enrique Sarasola Lerchundi, amigo personal —según dice él— de Felipe González. Y, desde luego, aceptable interlocutor entre las gentes de los medios financieros y la nueva clase política socialista, ante la cual el “establishment” tradicional del mundo del dinero apenas tiene interlocución. Conocer y tratar a “Pichirri” —ese era el apodo cariñoso de Sarasola— era la única vía posible para hablar con los personajes del Gobierno socialista. Y es Sarasola quien, al parecer, por consejo de Solchaga busca nacionalizar —españolizar—ese paquete de acciones en manos de los kuwaitíes y desde esa plataforma iniciar una negociación con Escámez.
Y los personajes para nacionalizar el paquete del Central no están mal elegidos. Serían Alberto Alcocer y Alberto Cortina, esposos de las hermanas Esther y Alicia Koplowitz, herederas del imperio de Construcciones y Contratas, S.A. Y lo que es más importante casi ahijadas de Ramón Areces, fundador de El Corte Inglés. Areces y Escámez son amigos y se han ayudado en sus respectivos negocios desde un punto de vista totalmente caballeroso. Los Albertos son amigos de la Casa, del Central. Escámez les ha vendido un 5% del Banco de Fomento —auténtica “joya de la corona” del grupo central— y les ha dado las pistas para que invirtieran en Banco Zaragozano, tras descartar el propio Escámez la entrada del Central en el banco maño. Es curioso que Escámez pensara modernizar y rejuvenecer el consejo del Banco Central con jóvenes empresarios. Los Albertos estaban en esa lista, junto a Pedro Ballvé, Antonio Beteré y otros. Pero los acontecimientos hacen que los Albertos vean más seguras una opción en la que Solchaga y Sarasola son los conductores. Y es que el poder socialista era entonces total y de Escámez se suponía es que estaba al final de su carrera.

Una fusión para salvarse

Estamos en el 23 noviembre de 1987, Alfonso Escámez ya sabe que va a pasar algo. Incluso sabe por sus amigos de El Corte Ingles que los “chicos” —Alberto Cortina y Alberto Alcocer— han propuesto que sea Construcciones y Contratas quien protagonice el “asalto del Central”. Esa idea produjo una fractura terrible en la relación amistosa entre la gente de El Corte Inglés y CYC, que sería, después, el principio del fin de muchas cosas. La cuestión es que Escámez lleva ya meses queriendo mejorar la imagen del Banco Central y los consejos itinerantes, celebrados en ciudades importantes, fuera de Madrid, es un arma adecuada. En ese día de noviembre le toca a Valencia albergar al órgano ejecutivo del banco. Valencia es además la ciudad donde se fundó el Central muchos años antes. En fin, se aprueban dos ampliaciones de capital que actúan como blindaje. La operación se encarece considerablemente para los invasores. Y al día siguiente de conocerse, Los Albertos piden hablar con Escámez. La conversación trascendental se celebra con un don Alfonso metido en la estrechísima cabina telefónica del hall del Hotel Astoria. Se ha pactado una reunión en el domicilio de Escámez en La Moraleja, de Madrid, con los Albertos. Don Alfonso la única condición que pone es que se comunique la presencia del nuevo capital —en torno a un 12 por ciento— de una manera ordenada y normal. Lo que se acuerda en casa de Escámez es dar un comunicado de esa presencia. Pero al día siguiente no será posible consensuar, por parte de los propietarios del paquete del 12 por ciento, dicha presencia pacífica y la guerra comienza. Escámez ofreció a los Albertos que estuvieran, desde el principio, en el Consejo de Administración, pero no aceptaron. Preferían mejor la presencia en dicho organismo de la “brigada de asalto”, formada, por otro lado, por gente que si sabía de contabilidad bancaria, aunque nada del negocio.

En ese contexto es como se produce el acuerdo de fusión entre Alfonso Escámez y Mario Conde. La unión entre Banesto y Central es un hecho, lo cual viene a complicar la operación diseñada desde el Gobierno. El futuro sucesor de Escámez sería Conde. Los planes de asalto ya pasaban por otras circunstancias
Alfonso Escámez comenzó profesando una admiración sincera por Mario Conde. Siempre había tenido una predilección especial por los abogados del Estado. Y Mario lo era. Admiraba también su capacidad para hacer dinero y haber querido invertirlo en un banco. De hecho, Alfonso Escámez todos sus beneficios los invertía en las empresas de las que era presidente, obviando otro tipo de inversiones y, por supuesto, no buscando sólo el rendimiento de ese capital, lejos de cualquier fórmula típicamente especulativa. Pero pronto, demasiado pronto, el presidente del Banco Central iba a saber de la ambición desmedida del nuevo aprendiz de banquero y flamante presidente de Banesto.

Los nombres de esta historia


José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo eran en el momento de la fusión del Bilbao y del Vizcaya dos grandes profesionales de enorme prestigio. En realidad, la lucha posterior fue completamente inesperada. La muerte de Toledo también fue un hecho de difícil comprensión, por el previsible deterioro físico de su persona aceptado dentro del contexto de una lucha, sin duda, terrible.
En el siguiente capítulo seguiremos hablando de estos personajes que citamos a continuación. Alfonso Escámez demostró su capacidad de lucha y que tenía una organización más dinámica dentro del Banco Central de lo que parecía por fuera. Mario Conde fue, tal vez, la gran esperanza fallida, aunque lo principal es que entendió la banca y el poder presidencial de Banesto le cegó. Lo último, lo de sus actuaciones últimas, dentro del Español de Crédito ya es harina de otro costal.

Alberto Alcocer y Alberto Cortina tenían vocación de banqueros. Lo demostrarían luego con el relanzamiento del Banco Zaragozano, pero en esos años aceptaron con ingenuidad lo que significa el poder político coyuntural.
Javier de la Rosa fue, simplemente, un especulador con mucha capacidad de convicción.
La primera Guerra del Golfo vino a hundir a KIO y el “acompañamiento” de fuerza de De la Rosa. Carlos Solchaga creía en la necesidad de modernizar el sistema financiero español, lo cual era completamente cierto.

Pero, tal vez, usó y abusó del enorme poder que tenían los socialistas durante el Gobierno de Felipe González. El entonces Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, intervino en exceso en los problemas internas de los bancos, cuando en realidad él tendría que haber sido el adalid del cambio tranquilo. No lo fue.

Publicado: 04 Ene 2007 11:52
por Stewie
Pinta conspichanchunoico. A ver si luego lo leo en un rato.

Publicado: 04 Ene 2007 12:09
por arafat
No te vayas a creer.

Yo me he leido la mitá de los capitulos y no es muy capcioso. Al menos hasta donde dan mis entendederas.

Publicado: 04 Ene 2007 19:59
por arafat
Banesto-Central: Misión imposible

Si la fusión entre el Bilbao y el Vizcaya tuvo una característica dramática y hasta trágica, la del Banesto y el Central —el imposible BECC— estuvo llena de operaciones “colaterales” y pactos cambiantes. La realidad es que el presidente del Banco Central, Alfonso Escámez buscaba una fusión para diluir el capital de los “invasores” de Cartera Central. En el capítulo de hoy presentamos los prolegómenos de esa fusión que nunca se realizó.

Decía yo, al final del anterior capítulo, que, al principio, Alfonso Escámez tenía una sincera admiración por Mario Conde. No tenía el perfil —para nada— del rancio banquero a la antigua, lo que tampoco gustaba a Escámez. Conde había realizado su irresistible ascensión en banca con su propia fortuna y su esfuerzo, no exento de una gran habilidad. Ciertamente, aprovechó una fuerte crisis interna en Banesto —producto de la coyuntura y de la historia—, pero también demostró una vivacidad muy especial para resolver los problemas. Como se recordará la crisis de Banesto llega por el acto de José Ángel Sánchez Asiaín de lanzar una OPA inamistosa contra el Banco Español de Crédito. Y aunque todo el “exterior” —es decir la totalidad del sector financiero— era contrario al experimento del presidente del Banco de Bilbao, en el “interior” —en el Consejo de Banesto— se crea una peligrosa situación de indefensión. El presidente, Pablo Garnica, y los consejeros no saben qué hacer. Y ni siquiera pueden, ni quieren, acercarse al cobijo del Banco de España. Su Gobernador, Mariano Rubio, había impuesto en la casa a un consejero delegado, ni querido, ni apenas tolerado. José María López de Letona, antiguo ministro del franquismo, tampoco pudo conseguir “enderezar” el banco al gusto del regulador. Desde lejos probablemente —y ante el previsible fracaso de López de Letona— Mariano Rubio pudo ver con alivio el órdago de Sánchez Asiaín.

La imagen de Mario Conde que les quedó grabada a todos los consejeros de Banesto era la del joven abogado del Estado tecleando él mismo sobre una máquina de escribir eléctrica IBM —los ordenadores, entonces, en los bancos estaban sólo en las bodegas— las resoluciones y los comunicados. En fin, que despejada la OPA del Bilbao, Conde se convirtió en presidente y Juan Abelló, su “jefe” y compañero en la aventura de entrada en Banesto, en vicepresidente. Pero, en fin, los detalles de ese ascenso ya quedaron dichos en el anterior capítulo.

Reflejaba, asimismo, en el capítulo anterior el principio del conflicto con Los Albertos con Cartera Central, de cara a la toma de control del Banco Central. Lo que en un principio Alfonso Escámez consideró una situación controlable, la realidad le indicó que se iniciaba una batalla muy dura. El ministro Solchaga y el Gobernador del Banco de España apoyaban dicha operación y la cuestión era acceder a los deseos de los “asaltantes” de nombrar consejeros, pero no en las personas de Alberto Cortina y Alberto Alcocer, cosa que Escámez ya había ofrecido. Los candidatos eran técnicos expertos en “pressing” como, por ejemplo, el “terrible” Romualdo García Ambrosio. Y es obvio que como hubo dificultades, en principio, para acreditar que se disponía de un 12 por ciento del Banco Central se retrasó sine die el ingreso de dichos consejeros. La respuesta de los atacantes fue contundente. Comenzaron a girarse a la sede del Central en la calle Barquillo centenares de requerimientos notariales por día. Aquello rebasó, sin duda, la secretaría del Consejo, dirigida por Juan Bule Hombre y, por supuesto, el servicio jurídico que comandaba el abogado del Estado, Juan Manuel Echevarria. Al mismo tiempo se creó un sistema de prensa que hostigaba, principalmente, a Escámez. Cartera Central copiaba las técnicas de Javier de la Rosa en el asalto a Explosivos Riotinto en la época de José Maria Escondrillas, y es que la batalla de la prensa iba a ser uno de los puntos más fundamentales en la continua lucha por el poder en el Central desde su principio hasta el fin.

Escámez: cambio de idea

La presencia de ese 12 por ciento en el capital del Banco Central está fundamentada en una alianza peligrosa. La realidad es que, en esos momentos, KIO —la agencia de inversiones estatal kuwaití— tiene muchos amigos en Londres que, en definitiva, sigue siendo la capital bancaria del mundo. La operación cuenta con el apoyo del Gobierno español y del Banco de España y los que españolizan la operación, Los Albertos, son personas muy conocidas en el conglomerado social del mundo de los negocios, que vive en plena expansión de relaciones, aspecto éste muy alejado de los tiempos antiguos. Estos son los pensamientos que pasan por la mente de Escámez que, tras una cierta prepotencia previa, reconoce que el momento es muy grave, aunque algunas personalidades de su entorno intentan convencerle de lo contrario. Y, entonces, descubre una llave para la defensa: una fusión que dividiría ese 12 por ciento a la mitad en el banco fusionado, o que obligaría a los “invasores” a invertir una cantidad considerable para hacerse con otro 12 por ciento del otro banco.

Pedro de Toledo había dado una información preciosa a Alfonso Escámez en su encuentro para optar a una fusión entre el Central y el Vizcaya. Y esa conversación se convierte, casi, en libro de texto para el banquero de Águilas. Su perspicacia, intuición y conocimiento en banca le convierte en una “gran experto” en fusiones. No necesita en principio ningún carísimo dictamen de cualquier banco americano de negocios. Él sabe que sus colegas tienen hechos esos encargos de prospectiva desde que se conoció la fusión entre el Bilbao y el Vizcaya. Probablemente, una de las mayores virtudes de Escámez es en aprehender rápidamente todo lo le lleva contrastándolo con su propio experiencia. Y llega a la conclusión que la fusión es conveniente y muy necesaria para resistir el asalto de los “carteros”.

¿Con quién?

Alfonso Escámez siempre había pensando que el Banco Hispanoamericano era el complementario al Central por la diferente especialización de su red. El Central tenía un tejido de sucursales muy denso, con fuertes implantos en ciudades pequeñas, pueblos grandes y medio rural. El Hispano era más urbano y con mayor tendencia, ya entonces, a la banca de productos. Pero el problema era Claudio Boada, negociador imposible. A Escámez se le llevaban los diablos con sólo la idea de iniciar dicha negociación dada la arrogancia de Boada. Sin ser banquero, su paso por el Hispano habia supuesto un éxito y colocaba las cosas en orden dentro de la entidad. Era el único banquero que había nombrado sucesor, en la persona del consejero delegado, José Maria Amusátegui, lo cual era verdaderamente insólito.

Pero por otro lado, Alfonso Escámez, miraba con gran curiosidad a Mario Conde y sus primeros movimientos en Banesto. La toma de poder había sido total e, incluso, espectacular. Demostraba saber lo que quería aunque no supiera una palabra de banca. Asimismo, su asociación con Juan Abelló era una garantía de que las cosas —desde el punto de vista de la ortodoxia en los negocios— se llevarían como es debido. La fusión con Banesto era una barbaridad. El descarte de oficinas redundantes sería muy grande y eso enfrentaría a la fusión con necesidad de reducir gran cantidad de personal, tema difícil dado la fuerte posición de los sindicatos de banca e, incluso, la buena relación que el propio Escámez mantenía con los representantes sindicales. Por otro lado, Escámez no estaba muy seguro de la situación patrimonial del Banesto. La decisión de enviar a López de Letona sería una exageración y una prueba del “ordeno y mando” de Mariano Rubio, pero eso no se acepta si no hay problemas. Mario Conde podría aprender banca a su lado, como lo hizo Pedro de Toledo. Aunque, desde luego, Toledosíi era un banquero. Tal vez, Alfonso Escámez, tras conocerse la fusión entre el Bilbao y el Vizcaya, pudo pensar que había perdido una oportunidad. Pero en el momento en que el presidente del Vizcaya le hizo esa propuesta no existía la menor necesidad de una fusión. Ahora era distinto. Tras el anuncio de fusión entre el Bilbao y el Vizcaya, el 22 de enero de 1988, todo habia cambiado. El primer puesto del ranking bancario ostentado por el Central quedaba pulverizado.

¿Buscando al Hispano?

Pero lo curioso es que tanto Escámez como Conde iniciaron aproximaciones al Hispano. ¿Coincidían los presidentes del Central y del Banesto en sus gustos por el banco de Boada o se habían fabricado la misma coartada para otros tipos de aproximación? Alfonso Escámez mantuvo, al parecer, una conversación telefónica con Claudio Boada “fuera de horas de trabajo”, de domicilio a domicilio. A su vez, Mario Conde conversó informalmente con José María Amusátegui en un acto social. Y no hubo mucho más. Parece, no obstante, que Amusátegui recomendó a Conde que esperara a que se produjera el relevo presidencial en el Hispanoamericano, pero eso estaba a más de dos años de distancia. De la conversación entre Boada y Escámez poco se sabe, pero no había el menor punto de encuentro.

Desconfianzas y demoras


Es posible, pues, que a partir de entonces Escámez y Conde buscaran su propio “punto de encuentro”, pero les separaban muchas cosas. Fueron desconfianzas que trajeron muchas demoras. A los oídos del presidente del Central habían llegado noticias de que tanto como Conde como Abelló se habían reunido “más de una vez” con Los Albertos. Además, el nombramiento de consejeros de simpatías socialistas como administradores de Banesto también era un punto de desconfianza para Alfonso Escámez. Por su lado, Conde sabía de la habilidad de Escámez para llevar las aguas a su molino y de cómo burlaba al propio Mariano Rubio.
Lo más sonado había sido el nombramiento como vicepresidente del Central de Luis Coronel del Palma. Y ese nombramiento respondía a un retrato robot enviado a la primera planta de Barquillo, 4, desde el Banco de España. Se trataba de contratar a alguien como vicepresidente ejecutivo de gran prestigio en el mundo financiero, que hubiera tenido importantes cargos públicos y que fuera ex gobernador del Banco de España. El “calco” de ese retrato robot era José Ramón Álvarez Rendueles, subsecretario de Hacienda, con Fuentes Quintana como vicepresidente de los primeros Gobiernos de Adolfo Suárez. Naturalmente, Álvarez Rendueles había sido antecesor de Mariano Rubio en el Banco de España Era un intento, sin duda, de “letonizar”, al estilo de Banesto, el Central. Y tras un largo periodo de contactos entre Escámez y Rendueles, el Consejo del Central nombró vicepresidente, no ejecutivo, a Luis Coronel de Palma, que fue el primer embajador de España en México, tras los años de interrupción de relaciones y, desde luego, gobernador de la entidad emisora española. Eso fue más que sonado y a Conde, aún con dificultad por su tendencia al fijador, le ponía los pelos de punta.
Debió ser Luis Valls, presidente del Popular, quien le dijo a Escámez que los socialistas del consejo de Banesto estaban para parar a Mariano Rubio, pues en alguna forma la entrada de Conde rompía los planes de Rubio de mantener un cierto control interior de Banesto. Y, bueno, eso si ya gustó a don Alfonso. Parece, asimismo, que a los pocos días, Fernando Fernández Tapias, muy cercano, entonces, a Escámez, le habia contando que la enemistad entre Rubio y Abelló era antigua y que ya habían tenido algún enfrentamiento en público. Y, en efecto, la opción Banesto comenzaba a interesarle. Sería el propio Fernández Tapias quien daría al presidente del Central, muchos datos de Mario Conde y de su forma de hacer las cosas. Sin embargo, Alfonso Escámez no quería dar el primer paso. Nunca lo habia hecho en su vida de banquero.

Fabricar el contacto

Juan Madariaga era uno de los tantos brokers que en los años 80 representan a bancos de negocios internacionales, los cuales, todavía, no han visto la oportunidad de instalarse en sucursal propia. Madariaga formaba parte de los “amigos de verano” de don Alfonso. Se habían conocido ya hacía algunos años durante los recorridos que Escámez hacía con su barquito “Aure” por las costas de Murcia y Almería. En aquellos tiempos se habló de Juan Madariaga como muñidor de la fusión Banesto Central, aunque cabe la sospecha de que fuera catapultado por el propio Fernando Fernández Tapias con conocimiento de don Alfonso.
La base de las primeras negociaciones son, ni más, ni menos, que un ciclo de conferencias, al máximo nivel internacional, que quieren hacerse en España y en él Alfonso Escámez iba a participar. Desde luego cuando Madariaga inicia el asunto ni siquiera conoce a Conde y ha de ser Juan Belloso quien se lo presenta. Bueno, tanto da.

Las idas y venidas de Madariaga por la primera planta de Alcalá-Barquillo quedan justificadas por la famosa jornada internacional. En principio, don Alfonso no cuenta a sus colaboradores más cercanos el asunto, tan solo están advertidos algún miembro de su secretaría y quien lleva los asuntos de prensa, para evitar indiscreciones. Además está intentando que la propuesta de fusión venga de Banesto. En Banesto, por el contrario, el equipo jurídico con Ramiro Núñez a la cabeza, trabaja en la redacción de una primera carta de intenciones por parte del Español de Crédito. Y los sucesivos papeles que prepara Ramiro Núñez entienden una fusión normal o “simple”; es decir, en un momento dado, las dos sociedades se funden en una sola —la fusión por absorción no parecía posible, ni siquiera a nivel jurídico, no real— y sus patrimonios se sueldan, sin más.

Pero Escámez no está en eso. Tiene una idea que propone a Conde como forma de desbloquear el envío de papeles a su despacho, sin obtención de respuesta. Se trata de hacer un holding, que actue como poder ejecutivo del nuevo banco y al que vayan fluyendo los patrimonios de ambos bancos de manera regular: “como un depósito que se llena poco a poco desde dos tuberías distintas, cuando las bodegas de los dos bancos estén vacías y el depósito esté lleno la fusión se habrá terminado”. Conde debería desear la unión rápida de los patrimonios para restallar algunos de los quebrantos heredados. Escámez prefería que lo que fuera vertiéndose al depósito del holding estuviera correspondientemente saneado y purificado. A su vez, Escámez mantiene el secreto interior, al menos oficialmente. El día que explica, todavía oficiosamente, el posible acuerdo con Banesto realiza un impresionante elogio de Mario Conde y Conde, probablemente el mayor que han oído algunos de sus más antiguos colaboradores.

No se puede dudar, que Alfonso Escámez cree en Conde y en la operación. Tras cerca de una treintena de días de tiempo previo y secreto, se anuncia la fusión el 13 de mayo de 1988. Es curioso, no obstante, que tres años después, el 14 de mayo de 1991 se anunciase la fusión del Central con el Banesto que convertiría por fin a Alfonso Escámez en el primer banquero del país, dejando chico ya al BBV.

El dibujo del holding mantendría todo el poder de Escámez hasta el día de su marcha, convirtiendo a Conde en consejero delegado por todo el tiempo, hasta la jubilación de Alfonso Escámez. Ciertamente, que tanto Central como Banesto seguían existiendo como unidades independientes, con sus consejos, sus comisiones ejecutivas, etc. y, por tanto, cada presidente mandaba en su casa. No había una situación de copresidencias, aunque, por el contrario pareciera que fuera así. Los acontecimientos trajeron, como decía, que jamás se llenara el depósito del holding. Y así el Banco Español Central de Crédito (BECC) no pasó de un buen proyecto en medio de un fenomenal bronca, más dura para unos que para otros.

La visita a Felipe


No cabe la menor duda de que la fusión entre el Central y el Banesto despejaba una sola duda: la sucesión de Escámez. Y no olvidemos que sobre tal futurible se había montado la operación de Cartera Central. Ahora el sucesor de Escámez era Mario Conde y, desde luego, nadie más. El anuncio de la fusión produjo un gran desconcierto entre los “invasores”. Y, también, en el Gobierno pues parecía que, una vez más, Alfonso Escámez se había salido con la suya. Pero hubo un detalle que no pasó desapercibido: el día 16 de mayo el presidente del Gobierno, Felipe González, recibía a Mario Conde y Alfonso Escámez. El banquero de Águilas dio mucha importancia al clima de esta entrevista que, por otro lado, no tendría contenido, sólo sería protocolaria. González estuvo muy cariñoso con Escámez y muy distante con Conde. Escámez salio de ella pletórico y Conde, cabizbajo. El Gobierno ya había elegido al enemigo a batir, Conde. Y es desde ese momento cuando cambia la relación interna de los “invasores” respecto al Central y a Escámez.

Publicado: 07 Ene 2007 16:50
por Stewie
Nada capcioso parece. Pero chanchullero es un rato, aunque, en efecto, no podía ni puede ser de otra manera.

Ahora mismo las fusiones entre amiguetes están más difíciles gracias a Bruselas, con lo que se evita que cierto tipo de personajes campen a sus anchas ayudados por contactos políticos.

El problema son las Cajas, ahí si que no hay ninguna separación entre política, banca y negocios (quicir de verdá, que vendan algo, no que jueguen con dineros). El caso más flagrante es de La Caixa, que es la entidad financiera con más sucursales de España, participaciones en Repsol, Gas Natural, Telefónica y otras... pero con un presiendente nombrado por la Cheneralitat, a cuyo partido se le prestan dineros y se le perdonan si no puede devolverlos.

3/4 de lo mismo en CaixaGalicia, Caja Madrid y las andaluzas, que ahora mismo se están fusionando para ser más eficientes, no está muy claro en qué, pero más eficientes.

Publicado: 29 Ene 2007 04:00
por Fumanchú
¿Se ha cancelado la serie por baja audiencia o es que al final se descubría que era ETA?

Desde Arrayán no me echaba al coleto un culebrón tan adictivo, oyes. Amor, mentiras, poder, cajeros automáticos, ¿Qué más se puede pedir?. Y además, ahora en mi casa ya sabemos como llegar a fin de mes y he conseguido desengancharme del TRAVIAN alumbrado por la imposibilidad de atracar con OPAS hostiles.

De mayor quiero llamarme Enrique Sarasola Lerchundi o Jose María Lopez de Letona y ascender por los rascacielos madrileños lanzando guirnaldas de billetes de 500 lerus por el rolex.




PS. Venga, Don moro, reanude la emisión aunque sea en horario de madrugada, que todavía no ha aparecido el Dioni y estoy en un sinvivir.

Publicado: 29 Ene 2007 17:48
por arafat
Ahí vamos fumanchú!

Banesto-Central: los invasores ganan

Mario Conde se convierte en el enemigo a batir por parte de los llamados “invasores”. La presión de éstos se traslada de Escámez a Conde. A su vez, Alfonso Escámez comienza a desilusionarse de la primera admiración por Conde.

Es básico para entender el problema suscitado en la fusión Banesto-Central el acuerdo de realizarla mediante la creación de un holding, llamado Banco Español Central de Crédito (BECC), que ejercería además como consejero delegado de las dos entidades, durante el periodo intermedio. Ese holding tenía varias características y la más notable es que se convertía en una especie de depósito vacío al que iban fluyendo los elementos patrimoniales de cada entidad. En un ritmo que tendrían que aprobar los Consejos de Administración de cada banco y en función de unos criterios de oportunidad, saneamiento y preparación para el trasvase. El holding, asimismo, tenía unos organismos de gestión como cualquier sociedad anónima.

El presidente del holding era Alfonso Escámez y el primer ejecutivo, Mario Conde. El holding era, asimismo, el “consejero delegado” de los bancos por fusionar. Y una vez completado el contenido y poder del holding, la fusión ya estaba hecha. La sucesión de Escámez a Conde se hacía por “medios naturales”. Es decir, Conde asumía en el nuevo banco el poder que ya tenía. También marcaba el intercambio de consejeros entre el Central y el Banesto. Eran consejeros de pleno derecho de ambas entidades.

Los Albertos en el Central


Los Albertos —Alberto Cortina y Alberto Alcocer— habían declinado varias veces su presencia en el Consejo del Central, cuestión exigida por Escámez cada vez que se suscitaba ampliación o cambio de los consejeros de Cartera Central. Lo que Escámez no quería era un aumento de consejeros procedentes de C. C. y sólo el cambio de los titulares. Tampoco Mario Conde desea ese incremento pues, obviamente, se situarían en el BECC Holding y la realidad es que esos dos jóvenes accionistas, representando un capital superior al 14% de los dos bancos —12 en el Central y 2 en Banesto—podían optar a la presidencia del banco fusionado en cualquier momento. La negociación es difícil, hasta que media el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Y es que la inmediatez de la junta del Central a celebrar el 25 de junio de 1988 se plantea tensa y escandalosa. Y es curioso que, ya alcanzado el acuerdo para la entrada de los nuevos consejeros y, entre ellos, de Alberto Alcocer y Alberto Cortina, los servicios de seguridad del Palacio de Cristal de la Casa de Campo, de Madrid, donde se iba a celebrar la junta, ven que varios “accionistas”, con su tarjeta de asistencia, llevan grandes megáfonos eléctricos de mano, mal envueltos en papel de periódico. Al menos detectan seis o siete personas con artilugios sonoros. O no se habían enterado del acuerdo o no se lo creían. En fin, son entonces, cinco consejeros para Cartera Central y, naturalmente, Los Albertos entre ellos. La llegada de los “chicos”, con su habitual simpatía, tranquiliza el consejo del Central. Pero no así el de Banesto donde los primos Alcocer y Cortina se iban a sentar en contra de Mario Conde.

La inspección “vive” en Banesto —en esos tiempos no se estilaba la presencia permanente de los inspectores en las sedes de los grandes bancos— y su extraña intuición de que Mariano Rubio no iba a continuar al frente del Banco de España no tendría confirmación posible. Parece que el mismo Conde entretejió una teoría que justificaba la salida de don Mariano. Tal vez, confundió sus deseos con la realidad. Eso le iba a pasar muchas más veces. Javier de la Rosa, muñidor y proveedor de acciones para fundar Cartera Central, cambia de estrategia, se declara contrario a Los Albertos y pretende acercarse a Conde. En esa noche, con apoyo periodístico, De la Rosa, pretende impedir, también, la llegada de Los Albertos al Consejo del Central. Tampoco lo conseguiría. Y, por ello, se abre, pues, esa nueva brecha. Felipe González siempre receló de Javier de la Rosa, aunque Carlos Solchaga le presentaba como un financiero de modos internacionales, como un broker duro. Conde había intentado negociar con De la Rosa, viejos asuntos relacionados con el padre de Javier de la Rosa y ciertos secretos relacionados con la delegación territorial de Banesto en Cataluña pudieron hacer cambiar de opinión al financiero catalán. La pregunta que, hoy por hoy, puede quedar en el aire es: ¿Qué hubiera pasado si De la Rosa y Conde se entienden antes?

Conde y el futuro de Abelló


Poco duró Juan Abelló como vicepresidente de Banesto. Entonces se dijo que el propio Abelló no pudo soportar que su “empleado”, Mario Conde, se transformara en el “gran jefe”. La realidad es que, por un lado, el trato de Conde a Abelló cambió y, por otro, se inició una “campaña” para que se fuera en la que participaron otros colaboradores de Conde, algunos muy amigos de Juan Abelló. En los periódicos se transmitía que la esposa de Abelló, Juana Gamazo, de abolengo aristócrata, no soportaba los excesos de “parvenu” de Conde. Mario Conde quería el poder absoluto y Juan Abelló se lo discutía. El 18 de marzo de 1988, Juan Abelló pide que se acuerde en documento privado la relación entre los dos socios y se reconozca su liderazgo, aunque no sea público. Conde jamás aceptó esa situación. El principio del fin de la ruptura estaba servido. Incluso se temió que Abelló votara en contra en la reunión del Consejo de Banesto para aprobar las bases de fusión con el Central. Pero no fue así: el acuerdo se aprobó por unanimidad. No ocurrió lo mismo en el Banco Central, donde los consejeros dependientes de Cartera Central: Romualdo García Ambrosio, Álvaro Alepuz y Alfonso Cortina votaron en contra. Tampoco quería Conde a estos en su mesa.

Un verano intranquilo

La agresividad de los últimos tiempos de los tres consejeros del Cartera Central se había atenuado. Escámez percibió que el enemigo a batir de estos socios era Conde y no él. No obstante, no perdonaba a Los Albertos que no hubieran aceptado ser consejeros del banco, desde el primer día, ofrecimiento que les había hecho desde mucho antes de iniciar la operación de asalto al Central. El verano es intranquilo pero improductivo, Normalmente, la tradición bancaria marca no convocar al consejo de Administración en agosto o, incluso, los más puristas, celebran una reunión a principios muy principios— o a finales —muy finales— de agosto, para así tener tiempo para las vacaciones. Pero se decide que las reuniones del BECC Holding sigan su ritmo semanal. Y así se producen las idas y venidas de consejeros y altos empleados de ambos bancos, sin que sirva para mucho. Aunque, como no hay mucho que hacer los días de acudida se celebran reuniones entre unos y otros.
Conde comienza a tener la idea de que la frialdad de Felipe González en la reunión es todo un programa operativo contra él. E inicia una nueva operación de aproximación a Alfonso Escámez, no se sabe si por razones de supervivencia o para enterarse de donde está, por entonces, el banquero de Águilas. Los encuentros veraniegos no le sirven para adivinar nada. Además, el continua moviendo hilos para sacarse a Abelló de encima. Y lo haría muy bien, pues la mayoría del medio financiero y los medios de comunicación creen que es Abelló quien se ha ido, cuando, en realidad, se realiza un conspiración muy medida para sentirse incomodo.

Todo el poder para Escámez


No puede negarse que uno de los problemas para aceptar al holding como consejero delegado de los bancos y, a su vez, que Mario Conde tuviera el poder ejecutivo en Banesto y en el propio BECC produce colisiones con la Ley de Sociedades Anónimas y eso dificulta el que se puede registrar la operación y, sobre todo, las bases de fusión. Y así se pacta previamente con el Banco de España y con el registrador un cambio. Sigue el holding, pero con una estructura de copresidentes. Termina, pues, la estela de Conde como “primus inter pares”. E, incluso, se acuerda que la sucesión de Alfonso Escámez llegaría en el año 1991, cuando en la situación anterior solo se planteaba que el BECC holding tuviera en su interior toda la estructura y propiedades de los dos bancos. Eso ocurre el 9 de septiembre, cuando —casi— los más tardíos en regresar de vacaciones por los “trabajos de agosto” todavía no han regresado.

¿Sé había enfriado la admiración de Escámez por Conde? ¿Era la influencia de Los Albertos o la presión Mariano Rubio o, incluso, del Gobierno, lo que le había hecho cambiar de idea? Desde luego, la primitiva admiración —a la que ya he aludido extensamente en los capítulos anteriores— va desvaneciéndose en Alfonso Escámez poco a poco. El exhibicionismo social de Conde, sus apariciones en la Feria de Sevilla o en la Mallorca veraniega son para Conde un comportamiento contrario al de un banquero, según don Alfonso. Una foto de Mario Conde con traje corto, sombrero cordobés y una copa de fino en la mano da la vuelta al mundo. No es lo conveniente. Escámez se ve en la obligación de advertírselo. Ni caso. Pero además la situación de Banesto —desconocida en profundidad por Alfonso Escámez— hace pensar que no es tampoco el banco ideal para unirse con el Central. Está claro —como he dicho en otras ocasiones—que la presencia de José María López de Letona en el Banesto de don Pablo Garnica, impuesta por el Banco de España, podría ser discutible, pero no era caprichosa.
El banco no estaba bien. Luis Blázquez, encargado del enlace permanente con Banesto, va encontrando anomalías y, sobre todo, prácticas muy poco bancarias para resolver los problemas.

El efecto de las supercuentas


La realidad es que “bomba-trampa” que supuso la guerra declarada por Emilio Botín, desde el Banco de Santander, con las supercuentas, tenía dos objetivos: una ganar clientes. Otra, cargarse a la competencia. El Santander con una estructura menos pesada podía remunerar las cuentas corrientes con seguridad.
Mario Conde entró al trapo de esa batalla. Y cada vez que Santander subía el porcentaje de remuneración, Banesto le seguía sin pensárselo demasiado. Mientras, tanto el Banco Central y el Popular ejercía la política del “traje a medida”. Es decir, se satisfacían las peticiones de mayores intereses a los clientes que lo solicitaban y se asumían se interesaban. El Banco Hispanoamericano, aunque en menos medida que Banesto, fue también victima de la “trampa de Botín”.

Sin embargo, Conde cree que Escámez está aceptando los cantos de sirena de Los Albertos. Sea como fuera la conflictividad de los consejos de Administración se traslada de Alcalá-Barquillo a Castellana, 9, “sede moderna” de Banesto, que muy pronto volvería a Alcalá-Sevilla, al singular edificio de Banesto, proa de barco de la calle de Alcalá.

Independientemente de los problemas de la fusión, que las hay, Mario Conde comienza una política de oposición a las decisiones del Banco de España, con las cuales iba a continuar hasta el fin de su mandato, el 28 de diciembre de 1993, cuando el banco emisor decide intervenir el banco en una operación dura, insólita y muy poco frecuente en la historia de la banca española, pero eso es adelantar acontecimientos.
Con la presencia de Los Albertos formando parte del consejo de Banesto, despejado de la operación Javier de la Rosa y llevando Alfonso Escámez las de ganar comienza lo que se convertiría en la batalla frontal a tres bandas, entre Alberto Cortina, Alberto Alcocer y Mario Conde que tomaría aspectos de “guerra sucia” y que, desde luego, terminaría con la fusión Banesto—Central, sería el comienzo del fin de Conde como banquero y Los Albertos cambiarían de vida.

Pero eso es adelantar acontecimientos, los cuales aparecerán en el siguiente capítulo.


Más nombres en la fusión

Luis Blázquez. Hombre de confianza de Escámez. También ingresó de botones en el banco. Asume grandes parcelas de poder por su enorme dedicación. Encargado de relación con Conde para los asuntos difíciles.

Epifanio Ridruejo. Hijo del banquero soriano del mismo nombre que llegó a ser Director general del ministerio de Hacienda, encargado del espinoso asunto de las divisas. Número dos oficial del banco. Bastante amigo de Los Albertos y con buena relación con el Banco de España.

Ramiro Núñez. Fiscalista, experto jurídico de Mario Conde. Consejero Secretario del consejo de Banesto. Y a quien se atribuye la operación de ahorro fiscal en la venta de Antibióticos S.A., empresa propiedad de Abelló y participada por Conde. Esa venta fue el origen de la fortuna de Conde.

Fernando Garro. Amigo personal de Conde. Encargado de Relaciones Exteriores, inmuebles, medios, etc. Importante en la relación con Abelló y, tal vez, muñidor de la ruptura.

Publicado: 31 Ene 2007 19:05
por arafat
Hago una pausa para endiñar esta cosina que se publicó antiayer en el diario de polanco:

Eldorado, bajo la Cibeles
La caja fuerte más custodiada de España guarda miles de lingotes

El oro es hoy un activo con el que se negocia en los mercados para obtener rentabilidad, por lo que periódicamente se vende parte. En 2006 España se deshizo de 40 toneladas con un beneficio de unos 500 millones de euros, según los datos oficiales. Pero España acumula 417 toneladas de oro en tres plazas extranjeras y en la sede del Banco de España. EL PAÍS ha visitado la cámara acorazada de la entidad para comprobar cómo se sienten los que se encuentran con ese tesoro.

Rara vez se cae en ello al viajar en la línea 2 del metro bajo el carro de Cibeles. "Próxima estación, Banco de España", dice la voz enlatada. Allí al lado, a pocos metros de los pasajeros que van a lo suyo, yace una de las fortunas más evidentes de España, dinero de todos que apuntala las economías del banco central y del Estado, miles de kilos de oro en barras y monedas que refulgen, millones de euros hechos metal. La cámara del oro del que fuera fundado como Banco Nacional de San Carlos en 1782 es una formidable fortaleza, una serie de galerías húmedas que llaman al sueño de la riqueza y la codicia, el cielo del tío Gilito en las entrañas de la capital.

El lingote que muestra Fernando, uno de los claveros del sanctasanctórum del edificio de Alcalá con Paseo del Prado, es una barra singular con la numeración M68026 y LF526, su carné de identidad particular. La pieza trapezoidal brilla como el sol incluso bajo la luz mortecina de la cámara y su tacto es suave y gélido a la vez. El lingote, que el amo de las llaves ha sacado al azar de una gaveta con otros 24, tiene el alma millonaria: vale alrededor de 200.000 euros, según la cotización de estos días. Cuando se sostiene entre las manos la medida áurea del becerro de la avaricia -sus aproximadamente 12,5 kilos de oro (400 onzas Troy, la medida estándar)- es inevitable maravillarse ante los más de 33 millones de pesetas que condensa el metal surafricano, como si se tuviera en vilo el salón de la casa que no se puede comprar, el crédito inalcanzable, un billete del gordo...

Un puñado de personas entran, y pocas veces, en este extraño santuario de riqueza dormida. Fernando y Mercedes llevan haciéndolo juntos como siameses desde hace más de 25 años. Se necesitan para abrir al alimón las múltiples defensas del lugar, cargados con sus manojos de llaves de formas extrañas y las combinaciones de las puertas mastodónticas agazapadas en algún lugar de su cabeza.

Fernando es un hombre afable, una enciclopedia viva del Banco de España que recita de memoria fechas, datos y nombres de gobernadores de la institución como si fueran de la familia. Asegura que su oficio, la apertura de la caja fuerte por antonomasia para el arqueo de las reservas de oro cuando lo ordenan los auditores del Banco, es algo tan prosaico como "contar garbanzos, lo mismo".

Llegar hasta la caverna donde se almacenan estos garbanzos de cuento oriental recuerda al comienzo de la serie Superagente 86, aquella que creó Mel Brooks en los años sesenta del siglo pasado en que el pobre Maxwell Smart atravesaba obstáculos sin fin para alcanzar su oficina secreta. Primero hay que bajar 35 metros desde la superficie para toparse de bruces con la primera puerta poderosa de un hipogeo que mide 4.500 metros cuadrados.

Decir que la entrada pesa 16,5 toneladas de acero es lo más significativo del artilugio mecánico, una tapa redonda y más ancha que un hombre que se recubre de vaselina periódicamente para evitar que se oxide.

Sorprende ver cómo la ley de la palanca y la pericia de los ingenieros que la diseñaron hacen que Fernando abra tamaña mole con un solo dedo una vez liberados los pernos, lentamente, sobre dos bisagras grandes como misiles. Al mínimo obstáculo, "como un poquito de suciedad", afirma el hombre, la puerta ya no encaja y debe venir el cerrajero a lijar el borde de acero para que vuelva a funcionar. La cámara es estanca gracias a lo hermético de las puertas, así que al cerrarse se siente el aire salir por la diferencia de temperatura.

El silencio dentro parece infinito, y los que se internan en él lo rompen con voz queda como si de un sacrilegio se tratara. Las distintas estancias que componen el recinto tienen el aspecto austero de un ministerio del Franquismo. Son criptas amplias y frías, de bóveda apuntada, sin decoración ni elementos superfluos. Se excavaron a partir de 1933 "a base de dinamita, pico y pala, como si fuera una mina", explica Fernando, que enseña las fotos de los obreros fabricando el hormigón armado con la boina calada, 260 personas que trabajaron día y noche para concluir la obra.

Estos hombres extrajeron 22.000 metros cúbicos de tierra en una obra que costó 9,5 millones de pesetas de la época (¡15,8 millones de euros!). La cámara, parecida en su diseño a la de la sede de la Caja de Ahorros (Sparkasse) de Viena, fue inaugurada en un mal año, 1936, tras resolver el problema del agua subterránea común en Madrid que provocó el colapso de los taludes en alguna ocasión.

Las puertas, tres hasta llegar al peculiar almacén, son los elementos más visibles de las muchas medidas de protección que no desvelan los empleados. "Nunca hemos sufrido robos y queremos que siga siendo así", previenen los celosos encargados de la seguridad del Banco. Sí se puede contar que las puertas llegaron de Pensilvania (EE UU), fabricadas por la empresa York. Tal es el peso de las tres principales -además de la ya citada, las otras llegan a las 15 y 8 toneladas-, que se contrataron unas grúas especiales para lograr bajarlas. Una vez que se atraviesa la tercera, aparece el gabinete numismático del Banco.

Ordenados en cajones forrados de terciopelo azul profundo están muchos de los escudos, reales y pesetas de oro acuñados por la entidad desde su creación y una gran selección de monedas salidas de las cecas españolas a lo largo de la historia.

Aquí se guarda el primer maravedí con caracteres latinos (siglo XII; sólo hay tres piezas más) y una medalla conmemorativa del reinado de Isabel II de 454 gramos de oro, única en el mundo. Una vez más, las cifras apabullan: la colección tiene más de medio millón de piezas. Javier, el empleado encargado del gabinete, explica que las reservas de oro se acumulaban en monedas hace años, no como ahora, cuando su forma más común es el lingote.

Miles de ellos, el Banco no da la cifra exacta, duermen en un cuarto próximo. En vitrinas de metal y cristal están alineados, tan quietos como reliquias polvorientas cuya única función es existir.

Cuenta Fernando que las personas que entran por primera vez en la caja suelen ser discretas y no dicen casi nada ante el asombro del oro, "aunque, eso sí, abren los ojos como búhos y al rato preguntan cuánto vale un lingote, esa pregunta nunca falla".
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http://www.elpais.com/articulo/madrid/E ... pmad_9/Tes[/url]

Publicado: 13 Feb 2007 13:10
por Maria Cada Dia
Las Cajas de Ahorros son más divertidas. Como su finalidad es social ( y por social puedo entender lo que me pase por el forro de los deseos), gastan en lo que les parece, y punto pelota. No tienen una junta de accionistas ante la que responder y en las Asambleas, todos tienen regalo.