Historia moderna de la banca española
Publicado: 04 Ene 2007 00:07
Copypasteo unos capitulos que me he encontrado de puto rebote en google y que me han encantado.
La historia a grosso modo me la conocía, pero el señor entra a un nivel de detalle que me se saltan las lágrimas.
Ahí va el primero, al final pondré linkitos y tal para que galatea no nos acuse.
El difícil nacimiento del BBV
Siempre se han querido ver grandes misterios en la génesis y desarrollo de las fusiones. Intereses ocultos que llevaban a realizar estas operaciones. Pero nunca se hablaba de que la ley española para fusiones implicaba un crédito fiscal de enorme importancia y que significaba el beneficio de varios años. Dicho ahorro de impuestos era, en la mayoría de las veces, una ayuda inestimable que tendía a corregir defectos y pérdidas de las cuentas de años anteriores. Lo que está claro es que sin la ayuda fiscal habría que pensar que la historia de las fusiones hubiera sido muy distinta.
Una operación relojera
La realidad es que la gran banca española fue creciendo desde la década de los 60 a base de la compra de entidades más pequeñas o bancos en dificultades. Puede decirse, entonces, que el capítulo de fusiones y adquisiciones es antiguo en España. No obstante lo que entendemos como historia de las fusiones hace referencia a la “soldadura” de dos bancos grandes y eso sólo comienza cuando José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo deciden unir el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya. Corría el año 1987. Pero un año antes, en 1986, Sánchez Asiaín diseña un plan para iniciar el crecimiento del Bilbao mediante la fusión con otro colega de importancia. El estudio, llamado “el de los relojes”, porque cada operación de casamiento recibía el nombre de una de las marcas suizas de relojes, examinaba las diferentes posibilidades. Por fin, se decidió por el “modelo CYMA”, desde luego marca relojera modesta, pero que comportaba nada menos que el asalto al Banco Español de Crédito. Banesto había perdido el primer puesto del ranking bancario español a favor del Banco Central, pero seguía siendo un gigante.
Y ocurrió que en sus primeros contactos nadie en el Español de Crédito se le tomó en serio. Se dice que Sánchez Asiaín habló con José María López de Letona, hombre fuerte impuesto por el Banco de España, pero que no avisó a Pablo Garnica, presidente, con talante de propietario, de la entidad. Ante el fracaso de la breve negociación previa, Asiaín lanza nada menos que una OPA inamistosa —salvaje llamada entonces— para la compra en el mercado de la mayoría de las acciones del Banesto. Fue un gran escándalo.
Nadie aprobó tampoco ese proceder pues la realidad es que hasta entonces todos los pactos entre los bancos se hacía mediante pactos entre caballeros, rodeados de misterio y discreción. Hasta el Banco Central de Alfonso Escámez se sumó a la defensa de Banesto realizando una contraopa que limitaba las posibilidades de la lanzada por el Bilbao.
Pero en el transcurso de esa batalla se demostró que el Banco de Bilbao y su gente estaba mucho mejor preparado que el Banesto. Y ahí en medio de la crisis aparece un personaje que será fundamental durante los siguientes años. Mario Conde, un abogado del Estado gallego que siendo socio de un financiero de toda la vida, Juan Abelló —hoy consejero del SCH— había reunido una importante fortuna por la venta de la compañía farmacéutica, Antibióticos SA. Ambos, Abelló y Conde se acercan. Letona, perdió todo el poder pues Pablo Garnica pudo pensar que no era fiel a la entidad y si a los “planes externos” para desalojar a la viejas familias de Banesto. Y la cuestión es que Mario Conde que había llegado a Banesto a “comprar unas cosillas” fue elegido presidente poco después de solucionado el ataque de Sánchez Asiaín. En breve tiempo, fue Conde quien consiguió desalojar a los representantes de las antiguas familias de banqueros que habían conformado durante muchos años el poder en Banesto.
Lo que López de Letona había intentado hacer con suavidad —y por encargo del entonces Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, Mario Conde lo conseguiría sin esfuerzo gracias al hundimiento psicológico de todo aquel Consejo que entregó todo el poder a Conde y Abelló sin condiciones, aunque —eso sí— en ese tiempo había sorprendido que los dos personajes invirtieran una cantidad muy notable de dinero en acciones de Banesto.
El Bilbao y el Vizcaya
José Ángel Sánchez Asiaín quedó “muy golpeado” por su fracaso ante el Banesto. Y miró hacia su tierra. El competidor creciente del Bilbao era el Banco de Vizcaya. Éste era mucho más agresivo y tradicional en materia bancaria que el Banco de Bilbao, llevado por el éxito de imagen que daba su tendencia a la modernidad y a la innovación. Pero en la “lucha en la calle” y en la contención del gasto, el Vizcaya le estaba ganando muchas batallas al Bilbao. Lo presidía un joven banquero, muy especial, Pedro de Toledo, formado en la “escuela dura” de Ángel Galíndez, su antecesor en la presidencia del Vizcaya. Y, también, en la de Alfonso Escámez. El presidente del Banco Central, entonces ya primer banco español —y con el grupo industrial mas importante del país— había aceptado el encargo de Galíndez de que placease por Madrid a Toledo. Y, al parecer, Escámez lo hizo bien. Siempre reconocería Pedro de Toledo la valía de Escámez de quien Toledo, una vez, ya casi al final de su vida dijo a un íntimo colaborador que “Alfonso Escámez es el único banquero contemporáneo español con sentido del Estado y de la utilidad de la banca en la sociedad”. Piropo, sin duda, de una enorme profundidad, que, tal vez, nunca Toledo confesó al propio Escámez.
Pero que mientras José Ángel Sánchez Asiaín miraba a su colega y paisano Pedro de Toledo, éste prefirió mirar al sur y proponer a Escámez una fusión entre el Central y el Vizcaya en las condiciones que marcara el propio Escámez. Incluso, Pedro de Toledo realizó un viaje relámpago para acompañar en Águilas, Murcia, a Alfonso Escámez en el entierro de su madre, para proponerle esa posibilidad.
Es cierto que Pedro de Toledo ya había sentido en sus carnes la agresión de Javier de la Rosa, quien compró un importante paquete de acciones del Vizcaya, para utilizarla también de palanqueta en cualquier maniobra bancaria de concentración. Toledo pidió consejo a Escámez y este le dijo que comprara el paquete a De la Rosa “como fuera”, para evitar cualquier agresión externa. Y así lo hizo Pedro de Toledo y le quedó muy agradecido a Escámez por el consejo. Es curioso que de esa operación de compra a De la Rosa y de la posterior venta de dicho paquete a “gente segura” para evitar el efecto autocartera, prohibido por el Banco de España, procedan el origen de las cuentas secretas que mucho años después le costará la continuidad y el prestigio a Emilio Ybarra, heredero y sucesor de Asiaín y Toledo en la difícil fusión del Bilbao y del Vizcaya. Pero no adelantamos acontecimientos.
Si hay que añadir que mientras Alfonso Escámez aconsejaba a Toledo que comprara las acciones a De la Rosa, un paquete de acciones del Central procedente de un fondo de pensiones británico —llamado en la jerga interna del Central el “de las viudas”—era comprado por el grupo kuwaití KIO. Esas acciones protagonizaron un asalto en toda la regla al Central de que, igualmente, hablaremos después.
BBV, fusión cruenta
Alfonso Escámez declinó la invitación a unirse de su buen amigo y discípulo Pedro de Toledo, porque, tal vez, no vio entonces la necesidad de realizar esa fusión. El presidía el primer grupo bancario del país. Y la suma del Vizcaya no le hacía avanzar nada en cuestión de ranking español. Es cierto que con Pedro de Toledo se resolvía su sucesión, su relevo. Pero eso parecía entonces muy prematuro. Y todavía no había saboreado las hieles del ataque sin piedad que tendría poco tiempo después y teledirigido desde, nada menos, el Ministerio de Economía y el Banco de España. La negativa de Escámez echó a Pedro de Toledo en los brazos de José Ángel Sánchez Asiaín. Y antes de que se hubiera pasado la resaca provocada por la OPA del Bilbao contra Banesto se anunciaba la unión de los dos grandes bancos vizcaínos. Nacía el Banco Bilbao Vizcaya (BBV) y la primera fusión de la historia reciente de la banca española.
He escrito en el ladillo “fusión cruenta”. Cruenta significa con derramamiento de sangre. ¿Fue así la fusión BBV? Mi idea es que Pedro de Toledo se dejó morir por no perder el poder. Antepuso su lucha contra Sánchez Asiaín a su salud. Y un día falleció, prácticamente a bordo de un avión privado que le llevaba a Estados Unidos para curarse “in extremis” de una gravísima enfermedad, cosa que pudo hacer antes, pero no quiso que se supiera de su debilidad física en medio de la batalla más terrible que tuvo lugar en la historia de la banca. La muerte de Pedro de Toledo ocurrió el 12 de diciembre del año 1989.
La cuestión es que lo precipitado del acuerdo entre los dos bancos fue el origen del conflicto. Asiaín se sintió muy mal tras el fracaso de la OPA de Banesto. Su prestigio —que era enorme en toda la sociedad española— se vio por los suelos. Y aceptó las duras condiciones que le impuso Pedro de Toledo para aceptar la fusión. Por supuesto estaba claro que Toledo era el sucesor, pero la gente del Vizcaya quedaba como superior en mando en el nuevo banco. Es más que probable que José Ángel —todo el mundo le llamaba por su nombre en banca, olvidando los apellidos— pensó que una vez firmada la fusión ya habría tiempo para modificar lo firmado. Y ese fue el principio del encontronazo.
La batalla fue terrible. Y pública. No se limitó a broncas de despacho. Transcendió de manera total. Y esto resultaba más que extraordinario en el mundo de la banca que se había caracterizado por una gran maestría en lavar los trapos sucios en casa, sin que apenas se supiera de encontronazos e, incluso, de diferencias. Todos los procedimientos de lucha se utilizaron en los primeros tiempos de la fusión, desde micrófonos instalados para escuchar a la otra parte hasta comunicados de prensa —hechos con el mismo papel y con idéntico logotipo: BBV—diferentes que expresaban de manera fehaciente el choque.
Y que, incluso, se contestaban y se interpelaban entre sí, con la, sin ninguna duda, intervención de algunos periodistas que enviaban inmediatamente los papeles de uno u otro a las dos partes en conflicto. Había dos aguerridas oficinas de prensa y sendos grupos de asesores externos que echaban gasolina al fuego.
La cuestión comenzó a ser ridícula vista desde el exterior, aunque era muy grave. Las bases de fusión, mal hechas, planteaban una toma de poder progresiva de los “vizcayas”, lo cual no aceptaban los “bilbaos”. Y dentro de todo ese problema sólo la difícil interlocución entre Asiaín y Toledo ponía algo de paz en la casa, aunque es indudable que ambos en “petit comité” con sus respectivos colaboradores más íntimos azuzaban el fuego de la discordia. El fallecimiento de Toledo dejó fuera de toda posibilidad ese camino y José Ángel Sánchez Asiaín quiso convertirse en presidente único del banco fusionado, sin más. La resistencia de los “vizcayas” fue numantina y muy fuerte. Se intentaba que alguien, desde las filas del Banco de Vizcaya, sustituyese a Pedro de Toledo hasta que se terminase la fusión. Se propuso a Alfredo Sáenz, hoy consejero delegado del SCH, para situarse a la misma altura que Sánchez Asiaín. No se aceptó tal iguala de buen grado, aunque las bases de fusión así lo indicaban. Se agravó aún más la guerra interna, produciéndose ya un conflicto de naturaleza nacional. El resultado final fue un laudo obligatorio del Banco de España por el que tras la dimisión obligada de a Sánchez Asiaín se le sustituía por el entonces vicepresidente del Bilbao y, por tanto, del BBV, Emilio Ybarra Churruca. Y aunque Alfredo Sáenz continuaba como vicepresidente, a todo el mundo pareció que los “vizcayas” habían perdido la guerra. Incluso el Banco de España nombró consejeros a representantes cercanos a los dos partidos políticos mayoritarios bajo la idea de que ayudaran a la pacificación.
La “última sorpresa” fue Emilio Ybarra quien llevó la entidad a la paz, con bastante acierto y con un enorme esfuerzo de conciliación. Nadie esperaba el éxito de Ybarra. Era un hombre muy apreciado por todos por su profesionalidad y buen talante personal, pero nadie, ni los del Bilbao, ni los del Vizcaya, le consideraban un “primer” espada. Por eso, tal vez, le admitieron. Y, sin embargo, aunque avalado por la suprema autoridad del Banco de España, realizó en primer lugar la pacificación, luego puso en marcha y consolidó la fusión. Con los años Emilio Ybarra convertiría al BBV en un gran banco, de enorme calidad y muy avanzado.
El asalto al Central
Algunas fuentes del Barcelona —tal vez no muy prestigiosas— informaron a Alfonso Escámez de la tenencia por parte de Javier de la Rosa de un paquete del Banco Central, dentro de la idea de hacer una operación muy parecida a la que meses antes se había planteado con Toledo y con las acciones del Vizcaya. Pero De la Rosa no pudo comunicar con Escámez. El banquero de Águilas había consolidado y potenciado un consejo regional del Banco Central en Cataluña que funcionaba con muchas atribuciones dentro del negocio de allí. Lo formaban personas prestigiosas que representaban al mundo de la empresa y de las finanzas. Procedía ese colectivo de tiempos de la integración del Banco Colonial entidad catalana prestigiosísima que, como otras muchas, entre los años sesenta y setenta pasaron a integrarse en el Central. Además Cataluña tenía “mucho sitio” en el Banco Central. El antecesor de Alfonso Escámez, Ignacio Villalonga —considerado como el gran impulsor del Central para convertirlo en un banco nacional— aunque originario de Valencia, había tenido algún cargo público en Cataluña en los años veinte y conocía y apreciaba mucho al Principado y a su gente. Pero, en fin, ese consejo tenía muy mal concepto de Javier de la Rosa, como por entonces lo tenía toda Barcelona y muy probablemente torpedeó cualquier intento de Javier de la Rosa de acercarse a Escámez.
Entonces, De la Rosa se dedicó a pasear el paquete del Central por muchos lugares. Lo extraño es que ni Escámez, ni lo más altos ejecutivos, dieran importancia a ese hecho. Tal vez creyeron que De la Rosa iba de farol.
Los socialistas y la Banca
Es necesario, ahora, describir el momento político preciso que vive la banca entonces. Felipe González había ganado las elecciones en octubre de 1983 por amplia mayoría y en 1987 iniciaba un segundo mandato ampliando su poder. Sin duda, el cambio existía. Y si bien la Unión de Centro Democrático (UCD) y los Gobiernos de Adolfo Suárez habían llevado a cabo la difícil transición política a la democracia con gran éxito, las estructuras económicas y financieras habrían permanecido con pocos cambios desde los tiempos del franquismo. Incluso, permanecían muchas leyes que limitaban la libertad de la actividad financiera, provenientes de la difícil posguerra española. Existía, pues, un talante político generalizado de que las cosas tenían que cambiar. Y junto a ese principio lógico y conveniente estaba la idea de que una serie de personajes no eran válidos para una etapa nueva.
Es más que seguro que los socialistas se equivocaron con Escámez. Tenía una fama de autoritarismo implementada por sus enemigos y por algunos de sus colaboradores más cercanos. De hecho, cuando Felipe González y Alfonso Escámez hablan por vez primera, el día del anuncio de la fusión con Banesto, el propio dirigente socialista admite entenderse mejor con Escámez que con Conde. Después, también, cuando en medio de la etapa final del acoso de De la Rosa y los Albertos, algunos de los más cercanos colaboradores de Alfonso Guerra hablan con Escámez el nivel de sintonía es bastante alto. También, Guerra cambió de idea. Es posible que si los dirigentes socialistas hubiesen conocido mejor a Escámez todo lo que iba a llegar después se evitaría. Reconocerían, no obstante, la extracción popular del banquero de Águilas y una tendencia poca financiera de su forma de ver la banca. Era más empresario que banquero.
Carlos Solchaga, navarro, ministro de Economía y Hacienda de los Gobiernos socialistas durante muchos años y tras la desaparición política de Miguel Boyer, se erige en perseguidor a ultranza de Escámez. Solchaga es un personaje bien formado. Es de los socialistas que aprenden la esencia de la economía en Estados Unidos y que el liberalismo económico es su principal credo. Sólo como paliativo del “estado gendarme”, entienden que el Estado debe ser empresario y limitar ciertos crecimientos. Pero, asimismo, hay un culto a la modernidad y ese es un credo muy importante. En fin, que tal vez en Solchaga imperan más los principios estéticos que los éticos y ahí, según él, no hay conciliación posible con Escámez.
Javier de la Rosa sigue ofreciendo a quien le quiera oír su paquete del Central, sin demasiado éxito. De hecho, reina en los medios financieros una cierta incredulidad sobre lo que De la Rosa y KIO podrían hacer con ese paquete. Pero aparece Enrique Sarasola Lerchundi, amigo personal —según dice él— de Felipe González. Y, desde luego, aceptable interlocutor entre las gentes de los medios financieros y la nueva clase política socialista, ante la cual el “establishment” tradicional del mundo del dinero apenas tiene interlocución. Conocer y tratar a “Pichirri” —ese era el apodo cariñoso de Sarasola— era la única vía posible para hablar con los personajes del Gobierno socialista. Y es Sarasola quien, al parecer, por consejo de Solchaga busca nacionalizar —españolizar—ese paquete de acciones en manos de los kuwaitíes y desde esa plataforma iniciar una negociación con Escámez.
Y los personajes para nacionalizar el paquete del Central no están mal elegidos. Serían Alberto Alcocer y Alberto Cortina, esposos de las hermanas Esther y Alicia Koplowitz, herederas del imperio de Construcciones y Contratas, S.A. Y lo que es más importante casi ahijadas de Ramón Areces, fundador de El Corte Inglés. Areces y Escámez son amigos y se han ayudado en sus respectivos negocios desde un punto de vista totalmente caballeroso. Los Albertos son amigos de la Casa, del Central. Escámez les ha vendido un 5% del Banco de Fomento —auténtica “joya de la corona” del grupo central— y les ha dado las pistas para que invirtieran en Banco Zaragozano, tras descartar el propio Escámez la entrada del Central en el banco maño. Es curioso que Escámez pensara modernizar y rejuvenecer el consejo del Banco Central con jóvenes empresarios. Los Albertos estaban en esa lista, junto a Pedro Ballvé, Antonio Beteré y otros. Pero los acontecimientos hacen que los Albertos vean más seguras una opción en la que Solchaga y Sarasola son los conductores. Y es que el poder socialista era entonces total y de Escámez se suponía es que estaba al final de su carrera.
Una fusión para salvarse
Estamos en el 23 noviembre de 1987, Alfonso Escámez ya sabe que va a pasar algo. Incluso sabe por sus amigos de El Corte Ingles que los “chicos” —Alberto Cortina y Alberto Alcocer— han propuesto que sea Construcciones y Contratas quien protagonice el “asalto del Central”. Esa idea produjo una fractura terrible en la relación amistosa entre la gente de El Corte Inglés y CYC, que sería, después, el principio del fin de muchas cosas. La cuestión es que Escámez lleva ya meses queriendo mejorar la imagen del Banco Central y los consejos itinerantes, celebrados en ciudades importantes, fuera de Madrid, es un arma adecuada. En ese día de noviembre le toca a Valencia albergar al órgano ejecutivo del banco. Valencia es además la ciudad donde se fundó el Central muchos años antes. En fin, se aprueban dos ampliaciones de capital que actúan como blindaje. La operación se encarece considerablemente para los invasores. Y al día siguiente de conocerse, Los Albertos piden hablar con Escámez. La conversación trascendental se celebra con un don Alfonso metido en la estrechísima cabina telefónica del hall del Hotel Astoria. Se ha pactado una reunión en el domicilio de Escámez en La Moraleja, de Madrid, con los Albertos. Don Alfonso la única condición que pone es que se comunique la presencia del nuevo capital —en torno a un 12 por ciento— de una manera ordenada y normal. Lo que se acuerda en casa de Escámez es dar un comunicado de esa presencia. Pero al día siguiente no será posible consensuar, por parte de los propietarios del paquete del 12 por ciento, dicha presencia pacífica y la guerra comienza. Escámez ofreció a los Albertos que estuvieran, desde el principio, en el Consejo de Administración, pero no aceptaron. Preferían mejor la presencia en dicho organismo de la “brigada de asalto”, formada, por otro lado, por gente que si sabía de contabilidad bancaria, aunque nada del negocio.
En ese contexto es como se produce el acuerdo de fusión entre Alfonso Escámez y Mario Conde. La unión entre Banesto y Central es un hecho, lo cual viene a complicar la operación diseñada desde el Gobierno. El futuro sucesor de Escámez sería Conde. Los planes de asalto ya pasaban por otras circunstancias
Alfonso Escámez comenzó profesando una admiración sincera por Mario Conde. Siempre había tenido una predilección especial por los abogados del Estado. Y Mario lo era. Admiraba también su capacidad para hacer dinero y haber querido invertirlo en un banco. De hecho, Alfonso Escámez todos sus beneficios los invertía en las empresas de las que era presidente, obviando otro tipo de inversiones y, por supuesto, no buscando sólo el rendimiento de ese capital, lejos de cualquier fórmula típicamente especulativa. Pero pronto, demasiado pronto, el presidente del Banco Central iba a saber de la ambición desmedida del nuevo aprendiz de banquero y flamante presidente de Banesto.
Los nombres de esta historia
José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo eran en el momento de la fusión del Bilbao y del Vizcaya dos grandes profesionales de enorme prestigio. En realidad, la lucha posterior fue completamente inesperada. La muerte de Toledo también fue un hecho de difícil comprensión, por el previsible deterioro físico de su persona aceptado dentro del contexto de una lucha, sin duda, terrible.
En el siguiente capítulo seguiremos hablando de estos personajes que citamos a continuación. Alfonso Escámez demostró su capacidad de lucha y que tenía una organización más dinámica dentro del Banco Central de lo que parecía por fuera. Mario Conde fue, tal vez, la gran esperanza fallida, aunque lo principal es que entendió la banca y el poder presidencial de Banesto le cegó. Lo último, lo de sus actuaciones últimas, dentro del Español de Crédito ya es harina de otro costal.
Alberto Alcocer y Alberto Cortina tenían vocación de banqueros. Lo demostrarían luego con el relanzamiento del Banco Zaragozano, pero en esos años aceptaron con ingenuidad lo que significa el poder político coyuntural.
Javier de la Rosa fue, simplemente, un especulador con mucha capacidad de convicción.
La primera Guerra del Golfo vino a hundir a KIO y el “acompañamiento” de fuerza de De la Rosa. Carlos Solchaga creía en la necesidad de modernizar el sistema financiero español, lo cual era completamente cierto.
Pero, tal vez, usó y abusó del enorme poder que tenían los socialistas durante el Gobierno de Felipe González. El entonces Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, intervino en exceso en los problemas internas de los bancos, cuando en realidad él tendría que haber sido el adalid del cambio tranquilo. No lo fue.
La historia a grosso modo me la conocía, pero el señor entra a un nivel de detalle que me se saltan las lágrimas.
Ahí va el primero, al final pondré linkitos y tal para que galatea no nos acuse.
El difícil nacimiento del BBV
Siempre se han querido ver grandes misterios en la génesis y desarrollo de las fusiones. Intereses ocultos que llevaban a realizar estas operaciones. Pero nunca se hablaba de que la ley española para fusiones implicaba un crédito fiscal de enorme importancia y que significaba el beneficio de varios años. Dicho ahorro de impuestos era, en la mayoría de las veces, una ayuda inestimable que tendía a corregir defectos y pérdidas de las cuentas de años anteriores. Lo que está claro es que sin la ayuda fiscal habría que pensar que la historia de las fusiones hubiera sido muy distinta.
Una operación relojera
La realidad es que la gran banca española fue creciendo desde la década de los 60 a base de la compra de entidades más pequeñas o bancos en dificultades. Puede decirse, entonces, que el capítulo de fusiones y adquisiciones es antiguo en España. No obstante lo que entendemos como historia de las fusiones hace referencia a la “soldadura” de dos bancos grandes y eso sólo comienza cuando José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo deciden unir el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya. Corría el año 1987. Pero un año antes, en 1986, Sánchez Asiaín diseña un plan para iniciar el crecimiento del Bilbao mediante la fusión con otro colega de importancia. El estudio, llamado “el de los relojes”, porque cada operación de casamiento recibía el nombre de una de las marcas suizas de relojes, examinaba las diferentes posibilidades. Por fin, se decidió por el “modelo CYMA”, desde luego marca relojera modesta, pero que comportaba nada menos que el asalto al Banco Español de Crédito. Banesto había perdido el primer puesto del ranking bancario español a favor del Banco Central, pero seguía siendo un gigante.
Y ocurrió que en sus primeros contactos nadie en el Español de Crédito se le tomó en serio. Se dice que Sánchez Asiaín habló con José María López de Letona, hombre fuerte impuesto por el Banco de España, pero que no avisó a Pablo Garnica, presidente, con talante de propietario, de la entidad. Ante el fracaso de la breve negociación previa, Asiaín lanza nada menos que una OPA inamistosa —salvaje llamada entonces— para la compra en el mercado de la mayoría de las acciones del Banesto. Fue un gran escándalo.
Nadie aprobó tampoco ese proceder pues la realidad es que hasta entonces todos los pactos entre los bancos se hacía mediante pactos entre caballeros, rodeados de misterio y discreción. Hasta el Banco Central de Alfonso Escámez se sumó a la defensa de Banesto realizando una contraopa que limitaba las posibilidades de la lanzada por el Bilbao.
Pero en el transcurso de esa batalla se demostró que el Banco de Bilbao y su gente estaba mucho mejor preparado que el Banesto. Y ahí en medio de la crisis aparece un personaje que será fundamental durante los siguientes años. Mario Conde, un abogado del Estado gallego que siendo socio de un financiero de toda la vida, Juan Abelló —hoy consejero del SCH— había reunido una importante fortuna por la venta de la compañía farmacéutica, Antibióticos SA. Ambos, Abelló y Conde se acercan. Letona, perdió todo el poder pues Pablo Garnica pudo pensar que no era fiel a la entidad y si a los “planes externos” para desalojar a la viejas familias de Banesto. Y la cuestión es que Mario Conde que había llegado a Banesto a “comprar unas cosillas” fue elegido presidente poco después de solucionado el ataque de Sánchez Asiaín. En breve tiempo, fue Conde quien consiguió desalojar a los representantes de las antiguas familias de banqueros que habían conformado durante muchos años el poder en Banesto.
Lo que López de Letona había intentado hacer con suavidad —y por encargo del entonces Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, Mario Conde lo conseguiría sin esfuerzo gracias al hundimiento psicológico de todo aquel Consejo que entregó todo el poder a Conde y Abelló sin condiciones, aunque —eso sí— en ese tiempo había sorprendido que los dos personajes invirtieran una cantidad muy notable de dinero en acciones de Banesto.
El Bilbao y el Vizcaya
José Ángel Sánchez Asiaín quedó “muy golpeado” por su fracaso ante el Banesto. Y miró hacia su tierra. El competidor creciente del Bilbao era el Banco de Vizcaya. Éste era mucho más agresivo y tradicional en materia bancaria que el Banco de Bilbao, llevado por el éxito de imagen que daba su tendencia a la modernidad y a la innovación. Pero en la “lucha en la calle” y en la contención del gasto, el Vizcaya le estaba ganando muchas batallas al Bilbao. Lo presidía un joven banquero, muy especial, Pedro de Toledo, formado en la “escuela dura” de Ángel Galíndez, su antecesor en la presidencia del Vizcaya. Y, también, en la de Alfonso Escámez. El presidente del Banco Central, entonces ya primer banco español —y con el grupo industrial mas importante del país— había aceptado el encargo de Galíndez de que placease por Madrid a Toledo. Y, al parecer, Escámez lo hizo bien. Siempre reconocería Pedro de Toledo la valía de Escámez de quien Toledo, una vez, ya casi al final de su vida dijo a un íntimo colaborador que “Alfonso Escámez es el único banquero contemporáneo español con sentido del Estado y de la utilidad de la banca en la sociedad”. Piropo, sin duda, de una enorme profundidad, que, tal vez, nunca Toledo confesó al propio Escámez.
Pero que mientras José Ángel Sánchez Asiaín miraba a su colega y paisano Pedro de Toledo, éste prefirió mirar al sur y proponer a Escámez una fusión entre el Central y el Vizcaya en las condiciones que marcara el propio Escámez. Incluso, Pedro de Toledo realizó un viaje relámpago para acompañar en Águilas, Murcia, a Alfonso Escámez en el entierro de su madre, para proponerle esa posibilidad.
Es cierto que Pedro de Toledo ya había sentido en sus carnes la agresión de Javier de la Rosa, quien compró un importante paquete de acciones del Vizcaya, para utilizarla también de palanqueta en cualquier maniobra bancaria de concentración. Toledo pidió consejo a Escámez y este le dijo que comprara el paquete a De la Rosa “como fuera”, para evitar cualquier agresión externa. Y así lo hizo Pedro de Toledo y le quedó muy agradecido a Escámez por el consejo. Es curioso que de esa operación de compra a De la Rosa y de la posterior venta de dicho paquete a “gente segura” para evitar el efecto autocartera, prohibido por el Banco de España, procedan el origen de las cuentas secretas que mucho años después le costará la continuidad y el prestigio a Emilio Ybarra, heredero y sucesor de Asiaín y Toledo en la difícil fusión del Bilbao y del Vizcaya. Pero no adelantamos acontecimientos.
Si hay que añadir que mientras Alfonso Escámez aconsejaba a Toledo que comprara las acciones a De la Rosa, un paquete de acciones del Central procedente de un fondo de pensiones británico —llamado en la jerga interna del Central el “de las viudas”—era comprado por el grupo kuwaití KIO. Esas acciones protagonizaron un asalto en toda la regla al Central de que, igualmente, hablaremos después.
BBV, fusión cruenta
Alfonso Escámez declinó la invitación a unirse de su buen amigo y discípulo Pedro de Toledo, porque, tal vez, no vio entonces la necesidad de realizar esa fusión. El presidía el primer grupo bancario del país. Y la suma del Vizcaya no le hacía avanzar nada en cuestión de ranking español. Es cierto que con Pedro de Toledo se resolvía su sucesión, su relevo. Pero eso parecía entonces muy prematuro. Y todavía no había saboreado las hieles del ataque sin piedad que tendría poco tiempo después y teledirigido desde, nada menos, el Ministerio de Economía y el Banco de España. La negativa de Escámez echó a Pedro de Toledo en los brazos de José Ángel Sánchez Asiaín. Y antes de que se hubiera pasado la resaca provocada por la OPA del Bilbao contra Banesto se anunciaba la unión de los dos grandes bancos vizcaínos. Nacía el Banco Bilbao Vizcaya (BBV) y la primera fusión de la historia reciente de la banca española.
He escrito en el ladillo “fusión cruenta”. Cruenta significa con derramamiento de sangre. ¿Fue así la fusión BBV? Mi idea es que Pedro de Toledo se dejó morir por no perder el poder. Antepuso su lucha contra Sánchez Asiaín a su salud. Y un día falleció, prácticamente a bordo de un avión privado que le llevaba a Estados Unidos para curarse “in extremis” de una gravísima enfermedad, cosa que pudo hacer antes, pero no quiso que se supiera de su debilidad física en medio de la batalla más terrible que tuvo lugar en la historia de la banca. La muerte de Pedro de Toledo ocurrió el 12 de diciembre del año 1989.
La cuestión es que lo precipitado del acuerdo entre los dos bancos fue el origen del conflicto. Asiaín se sintió muy mal tras el fracaso de la OPA de Banesto. Su prestigio —que era enorme en toda la sociedad española— se vio por los suelos. Y aceptó las duras condiciones que le impuso Pedro de Toledo para aceptar la fusión. Por supuesto estaba claro que Toledo era el sucesor, pero la gente del Vizcaya quedaba como superior en mando en el nuevo banco. Es más que probable que José Ángel —todo el mundo le llamaba por su nombre en banca, olvidando los apellidos— pensó que una vez firmada la fusión ya habría tiempo para modificar lo firmado. Y ese fue el principio del encontronazo.
La batalla fue terrible. Y pública. No se limitó a broncas de despacho. Transcendió de manera total. Y esto resultaba más que extraordinario en el mundo de la banca que se había caracterizado por una gran maestría en lavar los trapos sucios en casa, sin que apenas se supiera de encontronazos e, incluso, de diferencias. Todos los procedimientos de lucha se utilizaron en los primeros tiempos de la fusión, desde micrófonos instalados para escuchar a la otra parte hasta comunicados de prensa —hechos con el mismo papel y con idéntico logotipo: BBV—diferentes que expresaban de manera fehaciente el choque.
Y que, incluso, se contestaban y se interpelaban entre sí, con la, sin ninguna duda, intervención de algunos periodistas que enviaban inmediatamente los papeles de uno u otro a las dos partes en conflicto. Había dos aguerridas oficinas de prensa y sendos grupos de asesores externos que echaban gasolina al fuego.
La cuestión comenzó a ser ridícula vista desde el exterior, aunque era muy grave. Las bases de fusión, mal hechas, planteaban una toma de poder progresiva de los “vizcayas”, lo cual no aceptaban los “bilbaos”. Y dentro de todo ese problema sólo la difícil interlocución entre Asiaín y Toledo ponía algo de paz en la casa, aunque es indudable que ambos en “petit comité” con sus respectivos colaboradores más íntimos azuzaban el fuego de la discordia. El fallecimiento de Toledo dejó fuera de toda posibilidad ese camino y José Ángel Sánchez Asiaín quiso convertirse en presidente único del banco fusionado, sin más. La resistencia de los “vizcayas” fue numantina y muy fuerte. Se intentaba que alguien, desde las filas del Banco de Vizcaya, sustituyese a Pedro de Toledo hasta que se terminase la fusión. Se propuso a Alfredo Sáenz, hoy consejero delegado del SCH, para situarse a la misma altura que Sánchez Asiaín. No se aceptó tal iguala de buen grado, aunque las bases de fusión así lo indicaban. Se agravó aún más la guerra interna, produciéndose ya un conflicto de naturaleza nacional. El resultado final fue un laudo obligatorio del Banco de España por el que tras la dimisión obligada de a Sánchez Asiaín se le sustituía por el entonces vicepresidente del Bilbao y, por tanto, del BBV, Emilio Ybarra Churruca. Y aunque Alfredo Sáenz continuaba como vicepresidente, a todo el mundo pareció que los “vizcayas” habían perdido la guerra. Incluso el Banco de España nombró consejeros a representantes cercanos a los dos partidos políticos mayoritarios bajo la idea de que ayudaran a la pacificación.
La “última sorpresa” fue Emilio Ybarra quien llevó la entidad a la paz, con bastante acierto y con un enorme esfuerzo de conciliación. Nadie esperaba el éxito de Ybarra. Era un hombre muy apreciado por todos por su profesionalidad y buen talante personal, pero nadie, ni los del Bilbao, ni los del Vizcaya, le consideraban un “primer” espada. Por eso, tal vez, le admitieron. Y, sin embargo, aunque avalado por la suprema autoridad del Banco de España, realizó en primer lugar la pacificación, luego puso en marcha y consolidó la fusión. Con los años Emilio Ybarra convertiría al BBV en un gran banco, de enorme calidad y muy avanzado.
El asalto al Central
Algunas fuentes del Barcelona —tal vez no muy prestigiosas— informaron a Alfonso Escámez de la tenencia por parte de Javier de la Rosa de un paquete del Banco Central, dentro de la idea de hacer una operación muy parecida a la que meses antes se había planteado con Toledo y con las acciones del Vizcaya. Pero De la Rosa no pudo comunicar con Escámez. El banquero de Águilas había consolidado y potenciado un consejo regional del Banco Central en Cataluña que funcionaba con muchas atribuciones dentro del negocio de allí. Lo formaban personas prestigiosas que representaban al mundo de la empresa y de las finanzas. Procedía ese colectivo de tiempos de la integración del Banco Colonial entidad catalana prestigiosísima que, como otras muchas, entre los años sesenta y setenta pasaron a integrarse en el Central. Además Cataluña tenía “mucho sitio” en el Banco Central. El antecesor de Alfonso Escámez, Ignacio Villalonga —considerado como el gran impulsor del Central para convertirlo en un banco nacional— aunque originario de Valencia, había tenido algún cargo público en Cataluña en los años veinte y conocía y apreciaba mucho al Principado y a su gente. Pero, en fin, ese consejo tenía muy mal concepto de Javier de la Rosa, como por entonces lo tenía toda Barcelona y muy probablemente torpedeó cualquier intento de Javier de la Rosa de acercarse a Escámez.
Entonces, De la Rosa se dedicó a pasear el paquete del Central por muchos lugares. Lo extraño es que ni Escámez, ni lo más altos ejecutivos, dieran importancia a ese hecho. Tal vez creyeron que De la Rosa iba de farol.
Los socialistas y la Banca
Es necesario, ahora, describir el momento político preciso que vive la banca entonces. Felipe González había ganado las elecciones en octubre de 1983 por amplia mayoría y en 1987 iniciaba un segundo mandato ampliando su poder. Sin duda, el cambio existía. Y si bien la Unión de Centro Democrático (UCD) y los Gobiernos de Adolfo Suárez habían llevado a cabo la difícil transición política a la democracia con gran éxito, las estructuras económicas y financieras habrían permanecido con pocos cambios desde los tiempos del franquismo. Incluso, permanecían muchas leyes que limitaban la libertad de la actividad financiera, provenientes de la difícil posguerra española. Existía, pues, un talante político generalizado de que las cosas tenían que cambiar. Y junto a ese principio lógico y conveniente estaba la idea de que una serie de personajes no eran válidos para una etapa nueva.
Es más que seguro que los socialistas se equivocaron con Escámez. Tenía una fama de autoritarismo implementada por sus enemigos y por algunos de sus colaboradores más cercanos. De hecho, cuando Felipe González y Alfonso Escámez hablan por vez primera, el día del anuncio de la fusión con Banesto, el propio dirigente socialista admite entenderse mejor con Escámez que con Conde. Después, también, cuando en medio de la etapa final del acoso de De la Rosa y los Albertos, algunos de los más cercanos colaboradores de Alfonso Guerra hablan con Escámez el nivel de sintonía es bastante alto. También, Guerra cambió de idea. Es posible que si los dirigentes socialistas hubiesen conocido mejor a Escámez todo lo que iba a llegar después se evitaría. Reconocerían, no obstante, la extracción popular del banquero de Águilas y una tendencia poca financiera de su forma de ver la banca. Era más empresario que banquero.
Carlos Solchaga, navarro, ministro de Economía y Hacienda de los Gobiernos socialistas durante muchos años y tras la desaparición política de Miguel Boyer, se erige en perseguidor a ultranza de Escámez. Solchaga es un personaje bien formado. Es de los socialistas que aprenden la esencia de la economía en Estados Unidos y que el liberalismo económico es su principal credo. Sólo como paliativo del “estado gendarme”, entienden que el Estado debe ser empresario y limitar ciertos crecimientos. Pero, asimismo, hay un culto a la modernidad y ese es un credo muy importante. En fin, que tal vez en Solchaga imperan más los principios estéticos que los éticos y ahí, según él, no hay conciliación posible con Escámez.
Javier de la Rosa sigue ofreciendo a quien le quiera oír su paquete del Central, sin demasiado éxito. De hecho, reina en los medios financieros una cierta incredulidad sobre lo que De la Rosa y KIO podrían hacer con ese paquete. Pero aparece Enrique Sarasola Lerchundi, amigo personal —según dice él— de Felipe González. Y, desde luego, aceptable interlocutor entre las gentes de los medios financieros y la nueva clase política socialista, ante la cual el “establishment” tradicional del mundo del dinero apenas tiene interlocución. Conocer y tratar a “Pichirri” —ese era el apodo cariñoso de Sarasola— era la única vía posible para hablar con los personajes del Gobierno socialista. Y es Sarasola quien, al parecer, por consejo de Solchaga busca nacionalizar —españolizar—ese paquete de acciones en manos de los kuwaitíes y desde esa plataforma iniciar una negociación con Escámez.
Y los personajes para nacionalizar el paquete del Central no están mal elegidos. Serían Alberto Alcocer y Alberto Cortina, esposos de las hermanas Esther y Alicia Koplowitz, herederas del imperio de Construcciones y Contratas, S.A. Y lo que es más importante casi ahijadas de Ramón Areces, fundador de El Corte Inglés. Areces y Escámez son amigos y se han ayudado en sus respectivos negocios desde un punto de vista totalmente caballeroso. Los Albertos son amigos de la Casa, del Central. Escámez les ha vendido un 5% del Banco de Fomento —auténtica “joya de la corona” del grupo central— y les ha dado las pistas para que invirtieran en Banco Zaragozano, tras descartar el propio Escámez la entrada del Central en el banco maño. Es curioso que Escámez pensara modernizar y rejuvenecer el consejo del Banco Central con jóvenes empresarios. Los Albertos estaban en esa lista, junto a Pedro Ballvé, Antonio Beteré y otros. Pero los acontecimientos hacen que los Albertos vean más seguras una opción en la que Solchaga y Sarasola son los conductores. Y es que el poder socialista era entonces total y de Escámez se suponía es que estaba al final de su carrera.
Una fusión para salvarse
Estamos en el 23 noviembre de 1987, Alfonso Escámez ya sabe que va a pasar algo. Incluso sabe por sus amigos de El Corte Ingles que los “chicos” —Alberto Cortina y Alberto Alcocer— han propuesto que sea Construcciones y Contratas quien protagonice el “asalto del Central”. Esa idea produjo una fractura terrible en la relación amistosa entre la gente de El Corte Inglés y CYC, que sería, después, el principio del fin de muchas cosas. La cuestión es que Escámez lleva ya meses queriendo mejorar la imagen del Banco Central y los consejos itinerantes, celebrados en ciudades importantes, fuera de Madrid, es un arma adecuada. En ese día de noviembre le toca a Valencia albergar al órgano ejecutivo del banco. Valencia es además la ciudad donde se fundó el Central muchos años antes. En fin, se aprueban dos ampliaciones de capital que actúan como blindaje. La operación se encarece considerablemente para los invasores. Y al día siguiente de conocerse, Los Albertos piden hablar con Escámez. La conversación trascendental se celebra con un don Alfonso metido en la estrechísima cabina telefónica del hall del Hotel Astoria. Se ha pactado una reunión en el domicilio de Escámez en La Moraleja, de Madrid, con los Albertos. Don Alfonso la única condición que pone es que se comunique la presencia del nuevo capital —en torno a un 12 por ciento— de una manera ordenada y normal. Lo que se acuerda en casa de Escámez es dar un comunicado de esa presencia. Pero al día siguiente no será posible consensuar, por parte de los propietarios del paquete del 12 por ciento, dicha presencia pacífica y la guerra comienza. Escámez ofreció a los Albertos que estuvieran, desde el principio, en el Consejo de Administración, pero no aceptaron. Preferían mejor la presencia en dicho organismo de la “brigada de asalto”, formada, por otro lado, por gente que si sabía de contabilidad bancaria, aunque nada del negocio.
En ese contexto es como se produce el acuerdo de fusión entre Alfonso Escámez y Mario Conde. La unión entre Banesto y Central es un hecho, lo cual viene a complicar la operación diseñada desde el Gobierno. El futuro sucesor de Escámez sería Conde. Los planes de asalto ya pasaban por otras circunstancias
Alfonso Escámez comenzó profesando una admiración sincera por Mario Conde. Siempre había tenido una predilección especial por los abogados del Estado. Y Mario lo era. Admiraba también su capacidad para hacer dinero y haber querido invertirlo en un banco. De hecho, Alfonso Escámez todos sus beneficios los invertía en las empresas de las que era presidente, obviando otro tipo de inversiones y, por supuesto, no buscando sólo el rendimiento de ese capital, lejos de cualquier fórmula típicamente especulativa. Pero pronto, demasiado pronto, el presidente del Banco Central iba a saber de la ambición desmedida del nuevo aprendiz de banquero y flamante presidente de Banesto.
Los nombres de esta historia
José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo eran en el momento de la fusión del Bilbao y del Vizcaya dos grandes profesionales de enorme prestigio. En realidad, la lucha posterior fue completamente inesperada. La muerte de Toledo también fue un hecho de difícil comprensión, por el previsible deterioro físico de su persona aceptado dentro del contexto de una lucha, sin duda, terrible.
En el siguiente capítulo seguiremos hablando de estos personajes que citamos a continuación. Alfonso Escámez demostró su capacidad de lucha y que tenía una organización más dinámica dentro del Banco Central de lo que parecía por fuera. Mario Conde fue, tal vez, la gran esperanza fallida, aunque lo principal es que entendió la banca y el poder presidencial de Banesto le cegó. Lo último, lo de sus actuaciones últimas, dentro del Español de Crédito ya es harina de otro costal.
Alberto Alcocer y Alberto Cortina tenían vocación de banqueros. Lo demostrarían luego con el relanzamiento del Banco Zaragozano, pero en esos años aceptaron con ingenuidad lo que significa el poder político coyuntural.
Javier de la Rosa fue, simplemente, un especulador con mucha capacidad de convicción.
La primera Guerra del Golfo vino a hundir a KIO y el “acompañamiento” de fuerza de De la Rosa. Carlos Solchaga creía en la necesidad de modernizar el sistema financiero español, lo cual era completamente cierto.
Pero, tal vez, usó y abusó del enorme poder que tenían los socialistas durante el Gobierno de Felipe González. El entonces Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, intervino en exceso en los problemas internas de los bancos, cuando en realidad él tendría que haber sido el adalid del cambio tranquilo. No lo fue.