The Ömen
Publicado: 27 Jun 2007 00:42
Cuando, en 1994, Oscar Mulero y su entonces compañero de cabina, Ike, se mudaron a una nueva sala en Moncloa, ya eran celebridades nacionales. Oscar Mulero fue el primer nombre de un dj serio que escuché en mi vida. Entre los años 91 y 92 ya habían regentado una sala que fue embrión de la escena madrileña y cuya influencia colea hasta nuestros días: New World. Esto último puede parecer arriesgado y especulativo, pero cuando se comparan los estilos predominantes en diferentes ciudades (teniendo en cuenta la multitud de tendencias que conviven hoy en día y todas las modas que caben en una sola década) uno se percata de que en Madrid siempre ha habido gusto por la oscuridad y el frío, por una serenidad agresiva, características muy presentes en ese rollito primigenio y que siguen siendo más que evidentes en, pongamos, un cartel del festival Klubbers (pese, insisto, al eclecticismo actual. Me estoy refiriendo exclusivamente a un cierto gusto a la hora de programar).
Ni New World fue la primera sala en la capital en la que se asoció música electrónica ambiciosa y consumo de drogas ni Mulero su primer mesías. Remontándome a una época que yo no viví me vienen nombres tan arcanos y mitológicos como Eclosión, Voltereta (no el del polígamo sino el de Cubos), o el mismo Áttica. Es verdad, Mulero no fue el primero en llegar, pero sí fue el primero que consiguió educar y curtir el oído de toda la generación pionera. Y esto lo hizo de dos maneras:
1) Siendo, por primera vez, creativo a los platos, escrupuloso y personal, cosa que en mi opinión no consiguió hasta la época del Omen. Habrá quien no esté de acuerdo, pero ahí quedan las sesiones de New World y Overdrive. Al margen de su innegable valor histórico y su delicioso desfile de himnos, en ellas se encuentra una técnica que llegaba muy justa para enhebrar los cuatro temas que había por ahí circulando.
2) Especializándose en su repertorio. Si se comparan sesiones de diferentes garitos de la ciudad entre los años 91 al 94, se deduce que había poco material en las tiendas. New World y Overdrive no fueron excepciones, pese a que delataban un gusto superior al del resto del rebaño, pero en el Omen esto dejó de ser así definitivamente. Ese año debió coincidir con la apertura de nuevos caudales de música que inundaron las maletas más privilegiadas de la ciudad, y con la aparición de tecnologías que propiciaron una hornada de temas con una pátina tan sofisticada que había que acostumbrarse a ella. Y finalmente, variedad y abundancia, de tal manera que cuando uno entraba en el Omen nunca pudiera estar seguro de si le iba a tocar una sesión desfile con los temazos más emblemáticos del momento o una marcianada plagada de excentricidades, sutiles matices y cortes irreconocibles.
El Omen duró alrededor de un año y medio, cerró en 1995. A partir de ese momento el nombre de Mulero fue catapultado hacia el estrellato internacional mientras que el de Ike se fue olvidando poco a poco. Nunca supe si esta retirada fue voluntaria, y es lógico suponer que así fue, porque Ike, al cierre del Omen, no era un nombre que necesitara ayuda para llenar salas.
Como todos sabemos, Oscar Mulero es ahora un discjockey altamente especializado en techno, un destino coherente teniendo en cuenta el primer tramo de su carrera. Pero no siempre fue así. A Mulero nunca se le pudo considerar un discjockey ecléctico (ese concepto era impensable entonces: la novedad era precisamente la escasa electrónica que había disponible, y no había ninguna voluntad de adulterarla con otros estilos), pero en la época del Ömen sí se permitía márgenes y alegrías. El trance podría ocupar el 70% de la maleta si nos ponemos a etiquetar estrictamente, pero también había techno y house del más oscuro. Y respecto a ese trance sólo puedo decir que nada tiene que ver con la mierda en la que ha degenerado el subgénero, esa pachanga playera para las fiestas de Pocholo en Ibiza. No. Cada subgénero ha tenido sus años de esplendor, y el trance brilló durante la primera mitad de los noventa con un fulgor irrepetible por su calidad, variedad, tecnología y buen gusto. A las pruebas me remito.
Aquí tenéis una sesión de 90 minutos de la nochevieja del 94-95. Ese ratito no estuvo particularmente juguetón (siempre fue un chico sobrio y nunca le gustó abusar de la pirotecnia) pero estuvo exacto y sublime; exquisito. A juzgar por los bits por minuto supongo también que este trozo estaría próximo al cierre, que son la sesiones más fáciles de encontrar hoy en día en internet. Por esta razón podría resultar monótona a oídos acostumbrados a otros saraos, y no lo es en absoluto. Es un ejemplo perfecto de su sentido del equilibrio con el color, y de su particular criterio estético, tan avanzado y singular para la época.
Quiero agregar que no soy ningún fan de Mulero en su época de megaestrella del techno, y no tengo ni idea de en qué andará metido en este momento. Supongo que en lo mismo en lo que lleva metido diez años.
Oscar Mulero@The Ömen (Madrid) Nochevieja 94-95 – Cara A-
Oscar Mulero@The Ömen (Madrid) Nochevieja 94-95 – Cara B-

Y, bueno, si alguien quiere más Mulero, por mí que se harte. (Cortesía de Clubbingspain)
Ni New World fue la primera sala en la capital en la que se asoció música electrónica ambiciosa y consumo de drogas ni Mulero su primer mesías. Remontándome a una época que yo no viví me vienen nombres tan arcanos y mitológicos como Eclosión, Voltereta (no el del polígamo sino el de Cubos), o el mismo Áttica. Es verdad, Mulero no fue el primero en llegar, pero sí fue el primero que consiguió educar y curtir el oído de toda la generación pionera. Y esto lo hizo de dos maneras:
1) Siendo, por primera vez, creativo a los platos, escrupuloso y personal, cosa que en mi opinión no consiguió hasta la época del Omen. Habrá quien no esté de acuerdo, pero ahí quedan las sesiones de New World y Overdrive. Al margen de su innegable valor histórico y su delicioso desfile de himnos, en ellas se encuentra una técnica que llegaba muy justa para enhebrar los cuatro temas que había por ahí circulando.
2) Especializándose en su repertorio. Si se comparan sesiones de diferentes garitos de la ciudad entre los años 91 al 94, se deduce que había poco material en las tiendas. New World y Overdrive no fueron excepciones, pese a que delataban un gusto superior al del resto del rebaño, pero en el Omen esto dejó de ser así definitivamente. Ese año debió coincidir con la apertura de nuevos caudales de música que inundaron las maletas más privilegiadas de la ciudad, y con la aparición de tecnologías que propiciaron una hornada de temas con una pátina tan sofisticada que había que acostumbrarse a ella. Y finalmente, variedad y abundancia, de tal manera que cuando uno entraba en el Omen nunca pudiera estar seguro de si le iba a tocar una sesión desfile con los temazos más emblemáticos del momento o una marcianada plagada de excentricidades, sutiles matices y cortes irreconocibles.
El Omen duró alrededor de un año y medio, cerró en 1995. A partir de ese momento el nombre de Mulero fue catapultado hacia el estrellato internacional mientras que el de Ike se fue olvidando poco a poco. Nunca supe si esta retirada fue voluntaria, y es lógico suponer que así fue, porque Ike, al cierre del Omen, no era un nombre que necesitara ayuda para llenar salas.
Como todos sabemos, Oscar Mulero es ahora un discjockey altamente especializado en techno, un destino coherente teniendo en cuenta el primer tramo de su carrera. Pero no siempre fue así. A Mulero nunca se le pudo considerar un discjockey ecléctico (ese concepto era impensable entonces: la novedad era precisamente la escasa electrónica que había disponible, y no había ninguna voluntad de adulterarla con otros estilos), pero en la época del Ömen sí se permitía márgenes y alegrías. El trance podría ocupar el 70% de la maleta si nos ponemos a etiquetar estrictamente, pero también había techno y house del más oscuro. Y respecto a ese trance sólo puedo decir que nada tiene que ver con la mierda en la que ha degenerado el subgénero, esa pachanga playera para las fiestas de Pocholo en Ibiza. No. Cada subgénero ha tenido sus años de esplendor, y el trance brilló durante la primera mitad de los noventa con un fulgor irrepetible por su calidad, variedad, tecnología y buen gusto. A las pruebas me remito.
Aquí tenéis una sesión de 90 minutos de la nochevieja del 94-95. Ese ratito no estuvo particularmente juguetón (siempre fue un chico sobrio y nunca le gustó abusar de la pirotecnia) pero estuvo exacto y sublime; exquisito. A juzgar por los bits por minuto supongo también que este trozo estaría próximo al cierre, que son la sesiones más fáciles de encontrar hoy en día en internet. Por esta razón podría resultar monótona a oídos acostumbrados a otros saraos, y no lo es en absoluto. Es un ejemplo perfecto de su sentido del equilibrio con el color, y de su particular criterio estético, tan avanzado y singular para la época.
Quiero agregar que no soy ningún fan de Mulero en su época de megaestrella del techno, y no tengo ni idea de en qué andará metido en este momento. Supongo que en lo mismo en lo que lleva metido diez años.
Oscar Mulero@The Ömen (Madrid) Nochevieja 94-95 – Cara A-
Oscar Mulero@The Ömen (Madrid) Nochevieja 94-95 – Cara B-
Y, bueno, si alguien quiere más Mulero, por mí que se harte. (Cortesía de Clubbingspain)