De pie en el cruce de caminos, nena, el sol del amanecer vuelve a ponerse. De pie en el cruce de caminos, ahora creo a mi alma, el pobre Bob se está hundiendo”. (Robert Johnson, “Crossroads Blues”)
”Tengo que seguir huyendo, la tristeza cae como el granizo. Cada día me produce nueva inquietud: hay un perro del infierno tras de mí.” (Robert Johnson, “Hellhound on my trail”)
”Esta mañana temprano, cuando llamaste a mi puerta, dije: ‘Hola Satán, creo que es hora de irnos’. Yo y el Diablo caminamos uno junto al otro. (...) Puedes enterrar mi cuerpo junto a la autopista (...) para que mi viejo y malvado espíritu coja un autobús Greyhound y se marche”. (Robert Johnson, “Me and the Devil blues”)
Robert Johnson es universalmente reconocido como la figura más relevante de la historia del blues. Vivió solamente hasta los 27 años (aunque nunca se ha podido probar su edad con precisión, pero se sabe que no tenía más de 28 cuando falleció), y durante décadas apenas tenía un nombre más allá del circuito de música blues. Desde que murió –en 1938- hasta inicios de los años 60, sólo los músicos de blues negros le consideraban una figura importante: para la mayor parte del público era prácticamente un desconocido.
Sin embargo fue la figura capital del llamado “blues del Delta”, un tipo de canción rural nacida en los campos de algodón de la ribera del Mississippi y que era una de las formas más primitivas del blues. Robert Johnson heredó las diversas formas de blues rural y las personificó en sí mismo y su particular estilo. Este blues se diferenciaba de otros estilos de canción negra por su sencillez y, especialmente, por su carácter oscuro, mundano y carnal. En el blues se llegaba a hablar sin tapujos de sexo, violencia, drogadicción, supersticiones diabólicas y todo tipo de miserias humanas. Era un estilo asociado a lo peor de los ghettos negros de cada ciudad, e incluso muchos negros más acostumbrados a música de inspiración religiosa se sentían incómodos con las temáticas de aquellas oscuras canciones.
Robert Johnson se erigió como el bluesman más importante del Delta, y fue una de las influencias básicas para figuras tan legendarias como Muddy Waters o Elmore James. A partir de los años 60, muchos músicos blancos comenzaron a reivindicar su figura (como Bob Dylan) y ayudaron a popularizar su nombre. Los Rolling Stones, Led Zeppelin o Eric Clapton hacían versiones de sus canciones y hablaban continuamente de él.
El legado de Robert Johnson se compone de 29 canciones, grabadas casi de tirón en dos únicas sesiones de grabación durante 1936 y 1937, cuando tenía –presumiblemente- 26 años de edad. Estas curiosas sesiones no tuvieron lugar en un estudio: la primera sesión fue grabada en una habitación de hotel con ayuda de un equipo muy rudimentario, y al parecer Robert Johnson tocó sentado de cara a una esquina, para aprovechar la resonancia de las paredes. La segunda y última sesión fue grabada en los locales de unas oficinas. estas dos sesiones de grabación son todo cuanto existe registrado de la voz y la guitarra acústica de Johnson: esas 29 canciones (aunque de algunas de ellas existen más de una toma) constituirían la influencia fundamental en el posterior desarrollo del blues del Delta y más tarde el blues eléctrico de Chicago. Es todo el material que nos ha quedado de él, junto a las dos únicas fotografías que al parecer se le tomaron en vida (existen algunas fotografías apócrifas e incluso alguna filmación de alguien que se suponía era él, pero han sido firmemente desacreditadas).
Una de las dos únicas fotografías que existen de Robert Johnson.

Pero además de su tremenda importancia en el desarrollo de la música popular norteamericana, a Robert Johnson se le asocia principalmente con una macabra leyenda que empezó a circular ya cuando él vivía, y que hoy en día es uno de los mitos más fascinantes de la cultura estadounidense: según esa leyenda, Robert Johson vendió el alma al diablo para poder convertirse en músico de blues.
Las habladurías en torno a Johnson no tuvieron origen en rumores extendidos tras su curiosa muerte, sino que empezaron a circular ya cuando Johnson era muy joven, entre la gente que le conocía de cerca. El Mississippi estaba plagado de supersticiones de origen africano y caribeño, y existían arraigadas tradiciones que hablaban de demonios, espíritus malignos y toda clase de extrañas ceremonias destinadas a entablar trato con ellos.
La gente que le conoció a final de los años 20 (como el mítico bluesman Son House, de quien Johnson fue una especie de discípulo) le recuerda como un jovencísimo aspirante a bluesman sin talento ninguno, un mero chico de campo casi sin cultura y sin habilidad ninguna para la música. Escribir, tocar y cantar blues eran las máximas aspiraciones del joven Robert, y para ello rondaba a los músicos de blues que conocía (como el mismo Son House) intentando aprender de ellos y que se fijasen en él. Sin embargo más de una vez le intentaron hacer desistir: no tenía talento, no podía tocar la guitarra y no escribía letras que mereciese la pena escuchar (las letras tenían una enorme importancia en el blues del Delta, a ningún bluesman se le tomaría en serio si sus canciones no resultaban expresivas a nivel de sus letras). Sentían cierta simpatía hacia él por su voluntariosa afición, pero todos tenían claro que no iba a llegar a ninguna parte.
A principios de los años 30, sin embargo, Robert Johnson desapareció durante un buen número de meses. Nadie, de entre sus personas cercanas, supo con seguridad a dónde se había dirigido. Hoy en día se piensa que estuvo, entre otros lugares, en la localidad de Clarksdale, donde habría tenido lugar su supuesto pacto con el maligno. Cuando reapareció –y siempre según testimonios del momento- había conseguido de algún modo aprender a tocar la guitarra con gran habilidad, y se mostró capaz de escribir letras repletas de poderosas imágenes poéticas, que causaron perplejidad entre el resto de bluesmen de la zona. Robert Johnson empezó a dar conciertos en los que cantaba y tocaba a la vez con mucha facilidad (mientras meses antes ni siquiera era capaz de tocar bien sin cantar a la vez) y en los que apabullaba al resto de músicos presentes con las certeras metáforas y la dura poesía de sus letras. El propio Son House –uno de los principales promotores de esta “leyenda diabólica”- afirmó después que se sintió profundamente perturbado por el inexplicable cambio experimentado por Johnson, quien había pasado en poco tiempo de ser un tipo sin talento a un cantante de blues de primera magnitud. A House, como a muchos otros, le impresionaba la repentina evolución del joven Robert y la dureza de algunas de sus letras, antes impensable entre quienes le habían conocido.
Son House.

Los rumores sobre Robert Johnson empezaron a correr como la pólvora por los ambientes relacionados con el blues, ayudados por algunas menciones (aunque escasas) que el propio Johnson hacía al diablo en algunas de sus canciones. Además, Johnson tenía la costumbre de finalizar sus conciertos súbitamente y salir con prisas del local donde había tocado, lo que acentuó la percepción que muchos tenían de él como de un sujeto extraño, oscuro y misterioso. Pronto, en el mundillo del blues del Delta, se extendió la idea de que Johnson había pactado con el diablo para lograr convertirse en músico de blues, y que lo había hecho en un cruce de caminos, de acuerdo a una vieja tradición hondamente arraigada en creencias africanas. Incluso familiares de Johnson llegaron a decir que el músico había admitido en privado esos tratos con el demonio, y que éste le había concedido su talento al precio de vivir solamente siete años más sobre la tierra.
Pese a los rumores y que mucha gente que no le conocía salvo por sus letras y lo que de él se decía tenía la idea de un Robert Johnson atormentado y siniestro, lo cierto es que su personalidad no tenía demasiado que ver con el mito. Era un tipo alegre, al que le gustaba divertirse y vivir bien, y a quien su música –pese a no ser nunca famoso en vida- le permitió viajar por los Estados Unidos e incluso Canadá. Además, su habilidad con la guitarra y su aura de músico interesante y profundo hacían que tuviese mucho éxito entre las mujeres. Así pues, Robert Johnson no era exactamente el individuo torturado del que hablaban sus letras, sino un bon vivant mujeriego y aficionado a los trajes elegantes. Era capaz de escribir letras más propias de un poeta atormentado que de un semi-analfabeto criado en el campo (metáforas como la del sol del amanecer volviendo a caer tras el horizonte dejaban a la gente sin habla), pero su persona no tenía absolutamente nada que ver con su leyenda, pese a que en su juventud sí que había tenido que hacer frente a algunas desgracias.
En el transcurso de los siguientes años su reputación en los circuitos de blues crecía a pasos agigantados. Nunca alcanzó la fama nacional, pero entre los bluesmen y el público aficionado era considerado un maestro, como ocurriría años después con un joven Bob Dylan en el circuito folk, por ejemplo.
La segunda de las dos únicas fotos que existen de él, en la que un sonriente Johnson
posa alegremente con su guitarra y un elegante traje.

Tras algunos años de viajar, dar conciertos, y revolcarse con mujeres, Robert Johnson grabó finalmente su música en disco, durante aquellas dos peculiares sesiones del hotel y las oficinas. Sólo una de aquellas canciones sería un éxito relativo en algunas regiones, y Johnson seguiría sin conocer la fama hasta su muerte, aunque estuvo a sólo un paso de conseguirlo. Sus grabaciones llegaron a oídos del avispado promotor John Hammond, a quien sus esfuerzos por popularizar la música negra y su habilidad para descubrir de la nada a artistas importantes convirtieron también en leyenda. Hammond estaba organizando un concierto de música negra que tendría lugar nada menos que el Carnegie Hall de New York parta un público blanco. En ese concierto iban a participar figuras muy relevantes del gospel, el jazz, etc. La intención de Hammond era mostrar a ese selecto público blanco neoyorquino, muy receptivo a conocer diversas facetas de la cultura de su país, las excelencias de la música negra. En el festival organizado por Hammond iban a participar figuras muy consagradas, y Robert Johnson era un absoluto desconocido. Pero cuando Hammond escuchó su blues-folk primitivo y oscuro, supo que Johnson era una estrella folk en potencia y se empeñó en tenerle en aquel importante concierto. Mandó a uno de sus ayudantes a Mississippi para que buscase y entablase contacto con Robert Johnson y le trajese hasta New York.
El ayudante de Hammond viajó hasta el estado natal de Johnson, pero para cuando llegó se encontró con una noticia inesperada: el bluesman había muerto a los 27 años. Robert Johnson estaba liado con una mujer casada, y cuando el marido de ésta tuvo noticia, se dirigió a un bar donde Johnson solía estar y le envenenó el whisky que Johnson se estaba tomando. Así, Johnson murió en el plazo previsto por su oscura leyenda, y los rumores sobre su figura se dispararon aún más. Para más inri, Johnson había muerto justo antes de haber podido convertirse en una estrella. También se sabía que Johnson había seguido mejorando con su instrumento y que incluso empezaba a sentirse interesado por tocar jazz.
Tras su muerte, y durante más de veinte años, Johnson permaneció como un secreto bien guardado en el mundo del blues. La siguiente generación de bluesmen se inspiraron en sus 29 canciones, y fue más tarde el estallido de la “british invasion” en los 60 lo que revindicó su figura a nivel mundial. El público veía que los Stones, Zeppelin o Eric Clapton tocaban constantemente canciones de Johnson, y trataban de indagar sobre aquél oscuro músico de los años 30. Mucha gente tenía problemas para introducirse en su música: al fin y al cabo es un blues muy primitivo y campestre, en el que únicamente se escucha a un hombre y su guitarra acústica. Pero eso no impidió que la figura de Robert Johnson fuese acrecentando su leyenda desde entonces, hasta el punto de que en plenos años 90 una recopilación de todas las grabaciones de Johnson llegó al número uno de las listas americanas, algo completamente impensable décadas atrás.
La leyenda diabólica de Robert Johnson se vio acrecentada aún más tras la muerte en los años 50 de otro bluesman, llamado Tommy Johnson . Éste falleció de un infarto tras un concierto, aunque no murió tan joven como Robert. De él también se rumoreaba que había tenido tratos con el diablo, aunque lo que disparó la leyenda fueron las declaraciones de un hermano de Tommy a un documental de los 70, en el que relato cómo le había contado la forma de ponerse en contacto con Satanás para convertirse en músico de blues:
”Si quieres aprender a escribir tus propias canciones, ve a donde dos carreteras se encuentran, donde hay un cruce de caminos. Ve allí, asegúrate de llegar antes de las 12 de la noche de modo que sepas que estarás a tiempo. Tienes tu guitarra y empiezas a tocar... entonces aparecerá un gran hombre negro que tomará tu guitarra y la afinará. Después él tocará una canción, y te la devolverá. Esa es la manera en que aprendí a tocar cualquier cosa que yo quiera” (Tommy Johnson, según testimonio de su hermano).
La figura del “gran hombre negro” que aparece en la oscuridad en la medianoche es una figura habitual del folklore sureño norteamericano. El origen de esa creencia está radicado directamente en África, sonde existe una divinidad que reside en los cruces de caminos. Esta divinidad fue posteriormente asimilada a Lucifer, quien, según la superstición, aparecería ante cualquiera que le invocase en un cruce de carreteras a las doce de la noche. Pese a que los músicos ingleses que ayudaron a popularizar a Robert Johnson jamás se han tomado en serio la leyenda, entre varios célebres bluesmen sureños la historia era tomada como cierta, ya que estaba hondamente arraigada en las tradiciones del Mississipi.
Tommy Johnson, otra víctima de Satán.

A esto hay que unir la enorme popularidad de Led Zeppelin en los 70. El grupo era conocido por su afición al ocultismo, especialmente por parte de Jimmy Page, quien era amigo de Anton LaVey (fundador de la “Iglesia de Satán”) y estaba obsesionado con la figura del ocultista Aleister Crowley. En torno a ellos circularon toda clase de rumores: mensajes diabólicos ocultos en “Stairway to heaven”, prácticas satánicas, etc. El momento de mayor confusión se produjo cuando el cantante Robert Plant acusó a Page de obligar al grupo a realizar un pacto diabólico para lograr su descomunal éxito. Estas acusaciones tuvieron lugar tras una serie de desgracias familiares de Plant, quien quedó muy afectado y llegó a insinuar que Page era el culpable (aunque, como sabemos, la relación entre ambos ha continuado normalmente años después de aquello). Todas estas habladurías en torno a Led Zeppelin quedaron íntimamente ligadas a la devoción del grupo por Robert Johnson, de quien llegaron a hacer versiones.
Todas estas leyendas fueron acrecentando la popularidad de Johnson hasta que en los 90 la caja recopilatoria de todas sus grabaciones ocupó (en sus dos partes) los dos primeros lugares de las listas de éxitos norteamericanas. Hoy en día prácticamente nadie se toma en serio la leyenda negra, pero lo cierto es que ya está indisolublemente unida a su figura, y la gente con buen criterio no hace nada por desmentirla ya que el pacto diabólico embellece su biografía. Es todo cuanto nos queda de él, junto a 29 canciones y dos fotografías, y es una de tantas notas de color en la cultura negra norteamericana.
Por lo demás, la música de Robert Johnson no es para todos los paladares: es demasiado campestre, primitiva y seminal como para que cualquiera la pueda disfrutar. Pero su importancia en el desarrollo de la música del siglo XX es capital, al menos en lo que respecta al blues, el rhythm & blues y todo cuanto se derivó de ellos (incluso influyó al country y el folk blanco). Fue la piedra angular de un árbol genealógico que comienza en el Blues del Delta, continúa en el Blues de Chicago y termina en el Rock&Roll y sus diferentes ramificaciones.
La leyenda negra de Robert Johnson es de aquellas historias que uno ha de creer como si fuesen ciertas, porque, si no son ciertas, verdaderamente deberían serlo. Creer en ella no es cuestión de fe o irracionalidad, sino sencillamente de buen gusto.
Y, para ilustrarla, los cruces de los que se piensa fueron el lugar exacto en que Robert Johnson pactó con el diablo (nunca se ha sabido cuál de ellos es exactamente) en la localidad de Clarksdale (Mississipi):
Este, el cruce entre las autopistas 49 y 61, es el más aceptado popularmente, hasta el punto de que la señal tiene una conmemoración del “evento” con una guitarra y un cartel que dice “The Crossroads”:


Por los testimonios de la época y según parece indicó el propio Johnson, el lugar estaría en realidad algo más alejado del centro, y se barajan como posibilidades estos:


...la verdad es que el folklore sureño norteamericano es bastante más divertido que los rollos de la Virgen y los santos que hacen llover.