
Yo os lo juro, Emmy Rossum irradia tal exculpación carnal que no podría más que amarla vestida de tul, bailando continuamente para mí, tras una urna de su mismo tamaño y con unas sangrantes cizallas de jardinería —a modo de manecillas para darla cuerda— empotradas contra el candor de su espina dorsal.
Ay Oruga, qué trucha asalamonada te ha poseído hamigo. Todas las vuestas bien valen para suscribirse bajo el tumescente garrote del Bizco.