El crítico y la mano que le da de comer

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mapoche
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El crítico y la mano que le da de comer

Mensaje por mapoche »

Ignacio Echevarría

CARTA ABIERTA A LLUÍS BASSETS,
DIRECTOR ADJUNTO DEL DIARIO 'EL PAÍS'


Barcelona, 9 de de diciembre de 2004



Estimado Luis,

como esta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos que te
son bien conocidos.

El pasado 4 de septiembre apareció en Babelia una reseña mía sobre la
novela 'El hijo del acordeonista', de Bernardo Atxaga, por entonces
recién publicada. La novela ‹interesa puntualizarlo‹ ha sido editada en
castellano por Alfaguara, que pagó un importante adelanto para hacerse
con ella, y que la lanzó como uno de los "platos fuertes" de la rentrée
otoñal. Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención
especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento y
una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña, que era
inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que ‹importa hacerlo
constar‹ me había sido solicitada por la directora del suplemento,
María Luisa Blanco, quien antes me consultó acerca de mi opinión sobre
Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor
cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto.

La publicación de la reseña provocó en la dirección del periódico una
fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato en un pautado despliegue
de artículos, entrevistas y crónicas que, en conjunto, apuntaban tanto
a paliar y neutralizar los posibles efectos de la reseña como a
compensar a Bernardo Atxaga por los perjuicios de todo tipo que ésta
pudiera acarrearle. En cualquier caso, la reacción fue tan
desproporcionada, que llamó la atención de numerosos medios de prensa
españoles, que se hicieron eco de ella de la más variada forma, en
general con sorna, pero también con escándalo y con sorpresa.

Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las dudas de
siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene sentido ejercer
la crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y
a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene sentido tratar de hacer una
crítica más o menos exigente e independiente en un medio que parece
privilegiar y defender a ultranza, sin el mínimo decoro, los intereses
de una editorial que pertenece a su mismo grupo empresarial? Haciendo
caso a quienes me recomendaban no abandonar ni ceder terreno
precisamente en momentos como éste, me resolví al final a escribir una
nueva reseña, apalabrada ya desde meses atrás, y que mandé a la
redacción de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta
ocasión de un comentario a 'El bosque sagrado', un ya clásico libro de
ensayos críticos de T.S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial,
ha publicado este mismo año.

Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue "retenida" por
ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación
se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte, con
fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi
extrañeza y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi carta que me
resistía a aceptar las explicaciones que a mí mismo se me ocurrían, y
te recordaba que llevaba catorce años colaborando con el periódico.

En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29 de
octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones de
que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión
aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las
posibilidades de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del
tono en tu opinión demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí
a la hora de valorar la novela de Atxaga.

"Se ha dicho", me escribías, "y supongo que te habrá llegado, que tu
crítica era como un arma de destrucción masiva y que el periódico hace
mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de armas contra
nadie."

Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente a
varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País, el lunes
siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso que, dentro de
todo, no deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de
crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita
en el tono que sea, pueda tener los efectos de una arma de destrucción
masiva. No deja de resultar cómica, por otra parte, la ocurrencia de
emplear la metáfora "arma de destrucción masiva" en estos tiempos que
corren. Parece que estamos todos condenados ‹unos más que otros‹ a
presumir su existencia allí donde no las hay.

En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las
explicaciones que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me
resistía a aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre
esas explicaciones se cuentan dos particularmente graves. A una ya he
hecho referencia al aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de
hacer una crítica independiente en un medio que parece privilegiar, con
descaro creciente, los intereses de una editorial en particular y, más
en general, de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece
casual que sea un libro de Alfaguara el que haya alentado tus
escrúpulos sobre el tono que eventualmente empleo a la hora de hablar
sobre un libro que considero francamente malo. Llevo muchos años
empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora
motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito,
para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de
autores como Jorge Volpi (Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta),
Jaime Bayly (Espasa) o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la
dedicada a Bernardo Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un
año a esta parte, o poco más.

Pero lo que me preocupa de verdad es que El País, del que vengo siendo
lector desde hace más de veinte años, y donde vengo escribiendo desde
hace catorce, pueda ejercer de un modo abierto la censura y vulnerar
interesadamente el derecho a la libertad de expresión, del que tan a
gala tiene ser defensor y valedor. Eso, y no otra cosa, es lo que se
desprende de la resolución de vetar a un antiguo colaborador por el
solo motivo de haber manifestado contundentemente, sí, pero también
argumentadamente, su juicio negativo acerca de una novela.

Me decías en tu carta que dudabas aún sobre qué hacer conmigo, y me
anunciabas, para "los próximos días", una "respuesta completa" a mi
petición de explicaciones. Pero ha pasado más de un mes, y supongo que
las pobres reflexiones que entonces me adelantabas no han hecho
entretanto sino cobrar cuerpo. Con fecha del mismo día 29 de octubre te
escribía yo que quedaba a la espera de tu "respuesta completa". Pero no
dispongo de una eternidad para eso. Entiendo que la espera ha
transcurrido en vano, y soy yo el que de nuevo tomo la iniciativa de
escribirte esta carta abierta para esta vez simplemente decirte adiós,
y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este
tiempo han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño
quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y
cuestionado ejercicio de la crítica.

Vale.

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tonetti
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Mensaje por tonetti »

Vaya por delante que miopinión sobre el diario 'El país' no puede ser más negativa, me resulta vomitivo y repugnante este periódico. dicho esto expreso también mi opinión sobre Ignacio Etxevarría:

Es ungilipollas de marca mayor , un lameculos supino que segurmanete ha hecho lo de la crítica a Atxaga para joder a alguien o para medir sus fuerzas con alguién, este señor se ha dedicado durante años a hacer lo que hacen todos los críticos de 'El país' y por cierto su crítica que no he elído pero que sería un mojón como casi todo loq ue escribe no fue censurada a priori sino a posteriori que hay una gran diferencia.

En cuanto a Bassets será un capullo de primera igualmente pero he tenido ocasión de escucharle un par de veces y al menos desde su poltrona se atreve a criticar a su propio periódico y al gremio preiodistico en genral cosa que payasos como Etxevarria nunca hacen hasta que no les pasa una de estas cosillas.

En definitiva:
Los críticos literarios son gentuza (creo que yo podría serlo sin problema), espero quel pintamonas de Etxevarria no se convierta en un martir de la libertad porque sería lo ultimo que nos faltaba.
Man debío de poner garrafón

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mapoche
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Mensaje por mapoche »

tonetti escribió:su crítica que no he elído pero que sería un mojón como casi todo loq ue escribe


Hela:

Babelia, suplemento cultural de El País. Sábado 4/9/2004
______________________________________________________________________
_____
Una elegía pastoral

"El hijo del acordeonista" descubre un episodio oscuro en el pasado
de su padre: su colaboración con el franquismo que desembocó en los
fusilamiento Obaba. Esto le causa una profunda conmoción que lo lleva
a cambios radicales en su existencia. Bernardo Atxaga desarrolla su
relato entre los escenarios de una idílica vida rural, una visión
acrítica de la realidad vasca y el entierro simbólico de las palabras
muertas del euskera.

EL HIJO DEL ACORDEONISTA

Bernardo Atxaga
Alfaguara. Madrid, 2004
488 páginas. 22 euros

IGNACIO ECHEVARRíA

Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de
esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir
así. Cuesta aceptar que, quien lo hace, pase por ser, para muchos,
mascarón de proa de la literatura de toda una comunidad, la del País
Vasco, cuya situación tan conflictiva reclama, por parte de quien se
ocupa de ella, el máximo rigor y la mayor entereza.

Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) nunca ha eludido -y eso le
honra- la representatividad que viene recayendo sobre él desde el
éxito clamoroso de Obabakoak (1988). No cabe dudar de las presiones
que ello comporta y de lo difícil que tantas veces ha de resultarle
abrirse paso a través de ellas. Hasta cierto punto, ello podría
servir de atenuante de la tibieza y de la confusión que rodean la
percepción que Atxaga tiene de la realidad vasca. Pero no puede de
ningún modo atenuar, por lo que toca a esta novela, el carácter tan
tópico -acusadoramente tópico, esta vez- de sus planteamientos
narrativos, la enclenque consistencia de sus personajes, la poquedad
de sus desarrollos.

El hijo del acordeonista tiene por principal escenario Obaba, la
imaginaria localidad vasca en la que viene recreando Atxaga, con
tintas arcaizantes, los atributos del ámbito rural en el que él mismo
se crió. Entre otras cosas, la novela viene a contar el deterioro y
la pérdida definitiva de ese mundo idílico por obra del progreso, sí,
pero sobre todo por la injerencia de una violencia histórica en cuya
espiral queda atrapado David, el protagonista del relato.

Las circunstancias que, hacia finales de los años sesenta, pudieron
empujar a un sano e ingenuo chavalote vasco a militar en ETA: tal
parece el asunto que Atxaga pretende ilustrar, echando mano de la
experiencia de toda su generación y, eso sí, dejando claro su actual
distanciamiento de la actividad terrorista tal y como se viene
desarrollando desde el establecimiento de la democracia.

Cuando apenas cuenta 13 años, un informe psicólogico atribuye la poca
sociabilidad de David al "apego" que siente por "el mundo rural", y
hace constar que "los viejos valores" aparecen en su
mente "confundidos con los modernos". Muy tempranamente, David siente
la llamada poderosa de formas de vida arcaicas, que lo mueven a
añorar un mundo antiguo" que sobrevive todavía en las cercanías de
Obaba. Allá frecuenta el caserío familiar de Iruain, en "un pequeño
valle verde, bucólico", que parece destinado a acoger a
los "campesinos felices (así los llama él siempre, citando a
Virgilio), junto a los cuales se siente David más a gusto que entre
sus compañeros de colegio.

El conflicto empieza cuando, siendo todavía adolescente, David
descubre poco a poco el oscuro pasado de su padre, acordeonista de
profesión, que colabora con las autoridades franquistas y que estuvo
implicado, al parecer, en los fusilamientos que tuvieron lugar en
Obaba tras la entrada en el pueblo de los facciosos, a los pocos
meses de estallar la Guerra Civil. Pese a su completa ignorancia de
lo ocurrido, David se siente "enfermo sólo de pensar que puedo ser
hijo de un hombre que tiene sus manos manchadas de sangre".

A partir de entonces, el mundo de David queda ensombrecido por la
maldad impenitente de los fascistas y sus secuaces. Ellos son el
origen de todos los males, pues no sólo son ladrones y asesinos, no
sólo son españolistas y están moralmente corruptos, sino que, para
colmo, son los que, a fin de hacer prosperar sus turbios negocios, y
siempre "llevados por su odio a las gentes del País Vasco", hacen
traer a Obaba las grúas y los camiones que con sus ruedas aplastan
las "palabras antiguas", hundiéndolas en el barro "corno copos de
nieve", dejando ver lo desigual de la lucha, qué poca esperanza había
para el mundo de los 'campesinos felices".

La progresiva toma de conciencia de este estado de cosas ocupa al
menos dos terceras partes de la novela, en las que de paso se da
cuenta minuciosa -y sonrojante- de las zozobras amorosas de David. El
resto del libro, a fuerza siempre de introducir elipsis temporales
toda vez que el relato se enfrenta a una dificultad, da cuenta de la
forma casi inevitable en que David se incorpora a ETA, organización
que, conforme a su testimonio, parece limitarse a distribuir
panfletos y hacer volar monumentos y edificios públicos. Sólo cuando
las cosas empiecen a desmandarse tomará David la decisión de emigrar
a Estados Unidos, donde a la vera de su tío Juan, poseedor de un
rancho dedicado a la cría de caballos, cumple su ideal de vida
bucólica, al lado de Mari Ann, su mujer (hija de un veterano
brigadista internacional, cómo no), y sus dos hijitas. Con ellas
juega David a enterrar en pequeñas cajas de cerillas palabras que en
la "vieja lengua" de su país van cayendo en desuso.

La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace
inservible "El hijo del acordeonista" como testimonio de la realidad
vasca. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico
de la inopia y de la bobería -de la atrofia moral, en definitiva que
no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de
forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco,
reducido aquí a un conflicto de lobos y pastores, un problema de
ecología lingüística y sentimental, al margen de toda consideración
ideológica.

Existe un huidizo concepto, el de la razón narrativa, que por su
parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato. Pero es
esta razón narrativa la que empieza por fallar completamente en El
hijo del acordeonista, novela que incumple las mínimas reglas del
decoro literario. El texto se ofrece como un desordenado "memorial"
escrito por David pero reescrito póstumamente por su amigo Joseba,
antiguo camarada en la lucha y en la actualidad conocido escritor
vasco. Un artificio tramposo que, con sus chispas metaliterarias -y
metaficcionales, dado que se insinúan aquí y allá claves
autobiográficas-, no consigue amenizarla deriva tan previsible de un
libro construido con una sentimentalidad jurásica, que en sus mejores
páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo de las novelas de José
Luis Martín Vigil. Todo servido en una prosa de seminarista, de una
cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arrobamientos (los
osos: tan inofensivos, tan inocentes, tan hermosos") y capaz de
refutar en términos como los siguientes las maledicencias que corren
en tomo a don Pedro, un indiano ricachón -pero republicano- de quien
se cuenta que labró su fortuna a costa de su hermano: "Detalles
policiales aparte, los dos hermanos se querían mucho: porque eran
Abel y Abel, y no, de ninguna manera, Caín y Abel. Desgraciadamente,
como bien dice la Biblia, la calumnia es golosina para los oídos...".
Y sigue.

Para nimbar el marco pastoral de la novela con favorecedoras luces
crepusculares, resulta que David escribe su memorial sabiéndose
víctima de una grave dolencia que pronto lo arrancará de su
particular paraíso terrenal. Aunque tarde, ha comprendido que "la
vida es lo más grande, quien la pierda lo ha perdido todo" (sic).
Pero incluso a la muerte consigue arrancarle David rasgos
embellecedores, pues en su cercanía el amor adquiere, dice, nuevas
formas: "Formas dulces, casi ideales, ajenas a los conflictos y a los
roces de la vida cotidiana". Como las del camino de salvación que
postula esta novela.

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Mclaud
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Mensaje por Mclaud »

tonetti escribió:espero quel pintamonas de Etxevarria no se convierta en un martir de la libertad porque sería lo ultimo que nos faltaba.


Pues tal parece
tonetti escribió:¿Estás intentando razonar con Maclukis? (...) BAstante dacuerdo con macklukis (...) Muy de acuerdo con lo que dice maclakis

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