P. B, de 44 años, y con casi 15 de prisión a sus espaldas, la única razón para suplicar una castración química es su biografía. «En el año 1986 -relata- me casé. Yo ya trabajaba. Esa obsesión por las prendas femeninas y las niñas la seguía teniendo. Cuando mi ex esposa tuvo el hijo, que es una alegría enorme para cualquier padre, yo no la tuve. Si hubiera sido niña, doy saltos de alegría, supongo. Mientras ella estaba en el hospital, por la mañana trabajaba, pero por la tarde, antes de ir a verla, iba a los grandes almacenes a ver las bragas de las niñas».
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Panchita