Otra vez con el puto bilingüismo
Publicado: 04 May 2007 20:41
Artículo de Quim Monzó en La Vanguardia, de hace ya un tiempo, de modo que si es un Miyagi, sea:
A Payne in the ass
La otra noche, después de cenar algo en Casa Alfonso, en Roger de Llúria, paseaba por la zona y entré con un amigo en un bar irlandés de la plaza Urquinaona. El bar se llama George Payne y está en el local donde décadas atrás estaba el cine Maryland, que luego acabó convertido en un cine porno sin nombre, como todos. Nos acercamos a la barra y miramos qué había en los estantes. No tenían Tullamore Dew -algo extraño en un bar irlandés, por cierto-, de forma que pedí: "Un Jameson". Mi amigo -que no bebe destilados- observó que había dos botellas de vino abiertas y le dijo a la camarera: "Una copa de vi negre". La camarera -una chica rechoncha- lo miró de través y le dijo: "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’".
Nos quedamos pasmados. No le dijo: "Disculpe, pero no le entiendo". No le dijo: "Perdón, ¿me lo podría decir en castellano?". No le dio ninguna de las excusas que a veces (los días que están de humor) utilizan los que se ponen tras una barra o un mostrador decididos a que sea el cliente quien se adapte a su lengua. Le dijo "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’".
Tampoco dijo "Querrá decir ‘una copa de coñac’", ni "Querrá decir ‘un vodka con naranja’". Dijo "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’", y eso demuestra que había entendido a la perfección lo que había pedido mi amigo: que sabía que "una copa de vi negre" es "una copa de vino tinto". Pero le molestaba -le ofendía- que se hubiese dirigido a ella en catalán.
Así están las cosas. A una camarera de un bar de Barcelona le parece intolerable que un cliente se le dirija en catalán. Nole dijo "Hábleme en cristiano", como se oye en muchas ocasiones (no hace falta remontarse a otras épocas), ni le lavó la boca y la lengua con jabón y agua, como a veces hacían en las escuelas con los niños que decían palabras soeces o hablaban en catalán, que debe de ser más o menos lo mismo. Indignada, le dijo: "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’".
Ésa es una escena de la otra noche, pero cada día se repiten escenas similares. ¿Adónde hemos ido a parar? Pues al 2007. Yo ya no me extraño de nada. Primero fueron veintitrés años de gobierno de CiU, con esa práctica política basada en el anar fent, en el trapicheo a la baja y -en cuestiones lingüísticas - en aquel ponciopilatiano "depèn de tu", que era la forma pujolista de decirnos "ya os apañaréis". No es extraño que ahora, llegados al poder sus sucesores tripartidos, el despelote más absoluto marque el constante avasallamiento lingüístico. ¿Habría que llamarlo mobbing, mobbing lingüístico, para quedar à la page?
¿Otra perla? Desde hace nueve lustros la librería Ona, en la Gran Via barcelonesa, vende libros. Nunca -ni siquiera durante la dictadura - había pasado por situaciones como las que a veces vive en la actualidad: gente que entra y les insulta porque sólo venden libros en catalán. Hay librerías que sólo venden libros en inglés, y los defensores de la españolidad no entran a insultarlos porque no tienen libros en español. Hay librerías que sólo venden libros de medicina y nadie entra a insultarlos porque no tienen libros de jardinería. Pero el desprecio y el odio a lo catalán -fomentado y auspiciado día a día desde los minaretes más selectos- lanza cada mañana mil y un fundamentalistas a las calles de Catalunya, entregados en cuerpo y alma a su remozado alzamiento nacional y decididos a triturarnos.
A Payne in the ass
La otra noche, después de cenar algo en Casa Alfonso, en Roger de Llúria, paseaba por la zona y entré con un amigo en un bar irlandés de la plaza Urquinaona. El bar se llama George Payne y está en el local donde décadas atrás estaba el cine Maryland, que luego acabó convertido en un cine porno sin nombre, como todos. Nos acercamos a la barra y miramos qué había en los estantes. No tenían Tullamore Dew -algo extraño en un bar irlandés, por cierto-, de forma que pedí: "Un Jameson". Mi amigo -que no bebe destilados- observó que había dos botellas de vino abiertas y le dijo a la camarera: "Una copa de vi negre". La camarera -una chica rechoncha- lo miró de través y le dijo: "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’".
Nos quedamos pasmados. No le dijo: "Disculpe, pero no le entiendo". No le dijo: "Perdón, ¿me lo podría decir en castellano?". No le dio ninguna de las excusas que a veces (los días que están de humor) utilizan los que se ponen tras una barra o un mostrador decididos a que sea el cliente quien se adapte a su lengua. Le dijo "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’".
Tampoco dijo "Querrá decir ‘una copa de coñac’", ni "Querrá decir ‘un vodka con naranja’". Dijo "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’", y eso demuestra que había entendido a la perfección lo que había pedido mi amigo: que sabía que "una copa de vi negre" es "una copa de vino tinto". Pero le molestaba -le ofendía- que se hubiese dirigido a ella en catalán.
Así están las cosas. A una camarera de un bar de Barcelona le parece intolerable que un cliente se le dirija en catalán. Nole dijo "Hábleme en cristiano", como se oye en muchas ocasiones (no hace falta remontarse a otras épocas), ni le lavó la boca y la lengua con jabón y agua, como a veces hacían en las escuelas con los niños que decían palabras soeces o hablaban en catalán, que debe de ser más o menos lo mismo. Indignada, le dijo: "Querrá decir ‘una copa de vino tinto’".
Ésa es una escena de la otra noche, pero cada día se repiten escenas similares. ¿Adónde hemos ido a parar? Pues al 2007. Yo ya no me extraño de nada. Primero fueron veintitrés años de gobierno de CiU, con esa práctica política basada en el anar fent, en el trapicheo a la baja y -en cuestiones lingüísticas - en aquel ponciopilatiano "depèn de tu", que era la forma pujolista de decirnos "ya os apañaréis". No es extraño que ahora, llegados al poder sus sucesores tripartidos, el despelote más absoluto marque el constante avasallamiento lingüístico. ¿Habría que llamarlo mobbing, mobbing lingüístico, para quedar à la page?
¿Otra perla? Desde hace nueve lustros la librería Ona, en la Gran Via barcelonesa, vende libros. Nunca -ni siquiera durante la dictadura - había pasado por situaciones como las que a veces vive en la actualidad: gente que entra y les insulta porque sólo venden libros en catalán. Hay librerías que sólo venden libros en inglés, y los defensores de la españolidad no entran a insultarlos porque no tienen libros en español. Hay librerías que sólo venden libros de medicina y nadie entra a insultarlos porque no tienen libros de jardinería. Pero el desprecio y el odio a lo catalán -fomentado y auspiciado día a día desde los minaretes más selectos- lanza cada mañana mil y un fundamentalistas a las calles de Catalunya, entregados en cuerpo y alma a su remozado alzamiento nacional y decididos a triturarnos.