El crítico y la mano que le da de comer
Publicado: 09 Dic 2004 14:27
Ignacio Echevarría
CARTA ABIERTA A LLUÍS BASSETS,
DIRECTOR ADJUNTO DEL DIARIO 'EL PAÍS'
Barcelona, 9 de de diciembre de 2004
Estimado Luis,
como esta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos que te
son bien conocidos.
El pasado 4 de septiembre apareció en Babelia una reseña mía sobre la
novela 'El hijo del acordeonista', de Bernardo Atxaga, por entonces
recién publicada. La novela ‹interesa puntualizarlo‹ ha sido editada en
castellano por Alfaguara, que pagó un importante adelanto para hacerse
con ella, y que la lanzó como uno de los "platos fuertes" de la rentrée
otoñal. Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención
especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento y
una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña, que era
inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que ‹importa hacerlo
constar‹ me había sido solicitada por la directora del suplemento,
María Luisa Blanco, quien antes me consultó acerca de mi opinión sobre
Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor
cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto.
La publicación de la reseña provocó en la dirección del periódico una
fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato en un pautado despliegue
de artículos, entrevistas y crónicas que, en conjunto, apuntaban tanto
a paliar y neutralizar los posibles efectos de la reseña como a
compensar a Bernardo Atxaga por los perjuicios de todo tipo que ésta
pudiera acarrearle. En cualquier caso, la reacción fue tan
desproporcionada, que llamó la atención de numerosos medios de prensa
españoles, que se hicieron eco de ella de la más variada forma, en
general con sorna, pero también con escándalo y con sorpresa.
Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las dudas de
siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene sentido ejercer
la crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y
a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene sentido tratar de hacer una
crítica más o menos exigente e independiente en un medio que parece
privilegiar y defender a ultranza, sin el mínimo decoro, los intereses
de una editorial que pertenece a su mismo grupo empresarial? Haciendo
caso a quienes me recomendaban no abandonar ni ceder terreno
precisamente en momentos como éste, me resolví al final a escribir una
nueva reseña, apalabrada ya desde meses atrás, y que mandé a la
redacción de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta
ocasión de un comentario a 'El bosque sagrado', un ya clásico libro de
ensayos críticos de T.S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial,
ha publicado este mismo año.
Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue "retenida" por
ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación
se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte, con
fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi
extrañeza y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi carta que me
resistía a aceptar las explicaciones que a mí mismo se me ocurrían, y
te recordaba que llevaba catorce años colaborando con el periódico.
En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29 de
octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones de
que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión
aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las
posibilidades de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del
tono en tu opinión demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí
a la hora de valorar la novela de Atxaga.
"Se ha dicho", me escribías, "y supongo que te habrá llegado, que tu
crítica era como un arma de destrucción masiva y que el periódico hace
mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de armas contra
nadie."
Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente a
varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País, el lunes
siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso que, dentro de
todo, no deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de
crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita
en el tono que sea, pueda tener los efectos de una arma de destrucción
masiva. No deja de resultar cómica, por otra parte, la ocurrencia de
emplear la metáfora "arma de destrucción masiva" en estos tiempos que
corren. Parece que estamos todos condenados ‹unos más que otros‹ a
presumir su existencia allí donde no las hay.
En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las
explicaciones que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me
resistía a aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre
esas explicaciones se cuentan dos particularmente graves. A una ya he
hecho referencia al aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de
hacer una crítica independiente en un medio que parece privilegiar, con
descaro creciente, los intereses de una editorial en particular y, más
en general, de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece
casual que sea un libro de Alfaguara el que haya alentado tus
escrúpulos sobre el tono que eventualmente empleo a la hora de hablar
sobre un libro que considero francamente malo. Llevo muchos años
empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora
motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito,
para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de
autores como Jorge Volpi (Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta),
Jaime Bayly (Espasa) o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la
dedicada a Bernardo Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un
año a esta parte, o poco más.
Pero lo que me preocupa de verdad es que El País, del que vengo siendo
lector desde hace más de veinte años, y donde vengo escribiendo desde
hace catorce, pueda ejercer de un modo abierto la censura y vulnerar
interesadamente el derecho a la libertad de expresión, del que tan a
gala tiene ser defensor y valedor. Eso, y no otra cosa, es lo que se
desprende de la resolución de vetar a un antiguo colaborador por el
solo motivo de haber manifestado contundentemente, sí, pero también
argumentadamente, su juicio negativo acerca de una novela.
Me decías en tu carta que dudabas aún sobre qué hacer conmigo, y me
anunciabas, para "los próximos días", una "respuesta completa" a mi
petición de explicaciones. Pero ha pasado más de un mes, y supongo que
las pobres reflexiones que entonces me adelantabas no han hecho
entretanto sino cobrar cuerpo. Con fecha del mismo día 29 de octubre te
escribía yo que quedaba a la espera de tu "respuesta completa". Pero no
dispongo de una eternidad para eso. Entiendo que la espera ha
transcurrido en vano, y soy yo el que de nuevo tomo la iniciativa de
escribirte esta carta abierta para esta vez simplemente decirte adiós,
y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este
tiempo han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño
quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y
cuestionado ejercicio de la crítica.
Vale.
CARTA ABIERTA A LLUÍS BASSETS,
DIRECTOR ADJUNTO DEL DIARIO 'EL PAÍS'
Barcelona, 9 de de diciembre de 2004
Estimado Luis,
como esta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos que te
son bien conocidos.
El pasado 4 de septiembre apareció en Babelia una reseña mía sobre la
novela 'El hijo del acordeonista', de Bernardo Atxaga, por entonces
recién publicada. La novela ‹interesa puntualizarlo‹ ha sido editada en
castellano por Alfaguara, que pagó un importante adelanto para hacerse
con ella, y que la lanzó como uno de los "platos fuertes" de la rentrée
otoñal. Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención
especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento y
una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña, que era
inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que ‹importa hacerlo
constar‹ me había sido solicitada por la directora del suplemento,
María Luisa Blanco, quien antes me consultó acerca de mi opinión sobre
Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor
cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto.
La publicación de la reseña provocó en la dirección del periódico una
fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato en un pautado despliegue
de artículos, entrevistas y crónicas que, en conjunto, apuntaban tanto
a paliar y neutralizar los posibles efectos de la reseña como a
compensar a Bernardo Atxaga por los perjuicios de todo tipo que ésta
pudiera acarrearle. En cualquier caso, la reacción fue tan
desproporcionada, que llamó la atención de numerosos medios de prensa
españoles, que se hicieron eco de ella de la más variada forma, en
general con sorna, pero también con escándalo y con sorpresa.
Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las dudas de
siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene sentido ejercer
la crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y
a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene sentido tratar de hacer una
crítica más o menos exigente e independiente en un medio que parece
privilegiar y defender a ultranza, sin el mínimo decoro, los intereses
de una editorial que pertenece a su mismo grupo empresarial? Haciendo
caso a quienes me recomendaban no abandonar ni ceder terreno
precisamente en momentos como éste, me resolví al final a escribir una
nueva reseña, apalabrada ya desde meses atrás, y que mandé a la
redacción de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta
ocasión de un comentario a 'El bosque sagrado', un ya clásico libro de
ensayos críticos de T.S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial,
ha publicado este mismo año.
Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue "retenida" por
ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación
se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte, con
fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi
extrañeza y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi carta que me
resistía a aceptar las explicaciones que a mí mismo se me ocurrían, y
te recordaba que llevaba catorce años colaborando con el periódico.
En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29 de
octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones de
que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión
aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las
posibilidades de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del
tono en tu opinión demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí
a la hora de valorar la novela de Atxaga.
"Se ha dicho", me escribías, "y supongo que te habrá llegado, que tu
crítica era como un arma de destrucción masiva y que el periódico hace
mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de armas contra
nadie."
Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente a
varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País, el lunes
siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso que, dentro de
todo, no deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de
crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita
en el tono que sea, pueda tener los efectos de una arma de destrucción
masiva. No deja de resultar cómica, por otra parte, la ocurrencia de
emplear la metáfora "arma de destrucción masiva" en estos tiempos que
corren. Parece que estamos todos condenados ‹unos más que otros‹ a
presumir su existencia allí donde no las hay.
En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las
explicaciones que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me
resistía a aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre
esas explicaciones se cuentan dos particularmente graves. A una ya he
hecho referencia al aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de
hacer una crítica independiente en un medio que parece privilegiar, con
descaro creciente, los intereses de una editorial en particular y, más
en general, de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece
casual que sea un libro de Alfaguara el que haya alentado tus
escrúpulos sobre el tono que eventualmente empleo a la hora de hablar
sobre un libro que considero francamente malo. Llevo muchos años
empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora
motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito,
para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de
autores como Jorge Volpi (Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta),
Jaime Bayly (Espasa) o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la
dedicada a Bernardo Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un
año a esta parte, o poco más.
Pero lo que me preocupa de verdad es que El País, del que vengo siendo
lector desde hace más de veinte años, y donde vengo escribiendo desde
hace catorce, pueda ejercer de un modo abierto la censura y vulnerar
interesadamente el derecho a la libertad de expresión, del que tan a
gala tiene ser defensor y valedor. Eso, y no otra cosa, es lo que se
desprende de la resolución de vetar a un antiguo colaborador por el
solo motivo de haber manifestado contundentemente, sí, pero también
argumentadamente, su juicio negativo acerca de una novela.
Me decías en tu carta que dudabas aún sobre qué hacer conmigo, y me
anunciabas, para "los próximos días", una "respuesta completa" a mi
petición de explicaciones. Pero ha pasado más de un mes, y supongo que
las pobres reflexiones que entonces me adelantabas no han hecho
entretanto sino cobrar cuerpo. Con fecha del mismo día 29 de octubre te
escribía yo que quedaba a la espera de tu "respuesta completa". Pero no
dispongo de una eternidad para eso. Entiendo que la espera ha
transcurrido en vano, y soy yo el que de nuevo tomo la iniciativa de
escribirte esta carta abierta para esta vez simplemente decirte adiós,
y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este
tiempo han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño
quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y
cuestionado ejercicio de la crítica.
Vale.