Como hoy bes el día de largar intrascendencias vitales, y si no voy yo nadie entrará al trapo a este hilo, cuento que:
Hace una semana casi me mata un jabalí. Dos de la mañana, volvía de cenar con unos amigos, descansé el tiempo justo para que las cinco cervezas no me jugasen esa mala pasada y emprendí regreso a mi pazo.
Transitaba una carretera comarcal, poco iluminada y a la altura de un coto de caza en tiempos famoso por sus venados y jabalíes, pero que últimamente los lugareños afirmaban que sólo conejos, perdices y bastantes lobos seguían dándole alegrías por allí a los domingueros del fusil. Me cago en la puta madre de los jodidos lugareños de los cojones.
Un jabalí enorme, bien mantenido y de una rapidez que desconocía en esa especie se abalanzó contra mi defensa buscando una inmolación para la que no me apetecía recibir invitación; precisamente ese día, no.
Los homeless y rumanos en general se tiran a tus ruedas para arañar las rupias del pardillo desnortado, pero este, este os aseguro que venía a por mí.
Yo no iba muy rápido, 60 km/h a lo sumo, venía de una buena recta pero llegaba a una curva cerrada de izquierdas que me la conozco perfectamente y por ello ya había reducido a tercera y comenzaba a pisarle suave al freno. De las profundidades de un bosque demasiado animado para mi gusto, emergió esa mala bestia que parecía reclamar mi sitio en la proa de la Santa Compaña.
Lo vi venir, fue menos de un segundo pero lo vi de reojo. Él me vio a mí y el cenutrio se pasó por mi morro, lustroso y chulesco, como queriéndome decir: hasta aquí, negro
Me dio tiempo perfectamente a verle los hocicos sucios y el bello estropajoso sesgado por mis faros. Sólo pude volantear hacia el arcén mientras frenaba, no de manera brusca porque me temía un buen trompo y creía que no venía nadie por detrás, pero sólo lo creía. Digamos que fue una maniobra de evasión, esquivando mas que frenando bruscamente. Conseguí con eso darle de resfilón, por la izquierda de mi morro y no de frente, lo cual me temo hubiese conllevado consecuencias imprevisibles.
El impacto fue importante; el coche aguantó como un campeón y agradecí en ese momento los buenos leuros que ese modelo con carrocería reforzada me costó, y que a puntito estuve de mal-invertir en unas llantas aleadas y no sé que otras mierdas. La escena de los pantalones, el sastre y la caída, de "El gran salto", de los Cohen, podría resumir perfectamente la mezcla de alivio, y una relajación exaltada y nerviosa que dejaba entrever una mueca en arameo que perpetré.
Por el retrovisor, antes de parar en un apartado para evaluar los daños y replantear mi ateísmo, pude ver al jabalí perderse por la siniestra, sin apenas mostrar flaqueza. Los trozos de vísceras y sangre que al día siguiente descubrí en en la defensa y el costado me hicieron pensar que mi némesis casual, ese xabarín, ese porco-bravo, pudo haber sufrido peor suerte que la que yo supuse.
Al día siguiente, cuando daba parte en la benemérita del incidente para poder tener el papelorio con el que reclamar a la Xunta (garante del coto) los daños, me preguntaban si la bestia había sobrevivido al hostiazo; en ese momento me di cuenta de que prefería que fuese así, que siguiese aún hoy trotando por ese vasto monte y entre cerda y cerda violada con cariño se siguiese acordando de mí y aquellas navidades que pasamos juntos siquiera unos segundos, pero sin duda los más largos y perpetuos que he vivido hasta hoy.
Eso sí, que le quede una cojera perpetua como señal que le haga también a él acordarse de este menda y le impida nuevas proezas acrobáticas sobre mi capó.
Jubilao, lento y despasito me escribió:Claro que si me hubieras atacado por un flanco para tener acceso, y posteriormente rodeado con tus brazos permitiéndome vivir en tu barriga, ya habría sido el acabose.