pH, más que hamor, frensi.

Dolordebarriga escribió: ↑04 Ene 2021 12:42

M. Corleone escribió: ↑04 Ene 2021 12:35

Dolordebarriga escribió: ↑04 Ene 2021 12:31

Nuestra infancia transcurrió en pesetas.

"Una moneda de 50 pesetas".

Hasta Pocillo de Silice, provincia de Badajoz, no viajaron jamás las monedas de cincuenta pesetas, esas se quedaban en la capital de las Españas y en la Barcelona trabajadora, nosotros nos manejábamos con duros, la moneda plateada, y con pesetas, la moneda dorada. Todo era más sencillo allí. Rutti tiene recuerdos cambiados, debió de entrar en una de esas salas que había en Desafio Total ya de mayor y pidió que le metieran guarrerías a sus recuerdos, los míos, originales, los conservo puros y castos.

De pequeño tenía mucha asma, por lo que los médicos recomendaron a mis padres que me llevaran a un lugar de clima seco y cálido. Siguiendo estas indicaciones, un verano, mi padre alquiló una casa destartalada en Pocillo de Sílice, provincia de Badajoz. El pueblo tenía un depósito de agua de ladrillo, alto como una torre de Pisa, un tipo de edificación que yo no había visto nunca: el agua corriente era eso que salía cuando abrías el grifo. Todas las casas tenían las puertas permanentemente abiertas, con unas cortinas hechas de cuerdas de plástico de colores, que impedían el paso de las moscas. Los dueños de la vivienda vivían en la casa de al lado, un poco más arreglada. El padre tenía un Simca 1200 de color rojo, cuyo claxon interpretaba la canción "La cucaracha". Una mañana anduvimos por un campo gigantesco, llano y dorado hasta donde alcanzaba la vista, y a veces, al pisar, salían volando varias perdices. Otro día hubo un incendio, y recuerdo con la vívida intensidad de esos recuerdos infantiles únicos, a un lugareño que gritaba "Manolo, trae la pala, trae la pala". A la vista de la magnitud del incendio, yo pensaba que una pala poco podría ayudar, pero "la pala" resultó ser una excavadora de grandes dimensiones, con la que con la rapidez y habilidad de quien ya ha vivido esa situación mil veces, hicieron una gran zanja cortafuegos. Monté en bicicleta, conocí el amarillo dorado por el sol abrasador, la escasez de agua, el polvo arenoso por todas partes, las gachas, otros acentos. Mi asma mejoró. La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar.

Tú nunca has estado en Pocillo de Silice, provincia de Badajoz, Corle. No puedes pretender ser siempre el centro de todo. Tus "carhencias" emocionales, fruto de una infancia triste y sin amigos debes tratarlas con un profesional, el inventarte una vida que no has vivido no es la solución. Busca un psicólogo, uno muy bueno, él seguramente te podrá ayudar. Aquí te queremos bien, por eso mismo te aconsejamos bien.

Un abrazo y pheliz 2021.

M. Corleone escribió: ↑04 Ene 2021 12:55

Dolordebarriga escribió: ↑04 Ene 2021 12:42

M. Corleone escribió: ↑04 Ene 2021 12:35

"Una moneda de 50 pesetas".

Hasta Pocillo de Silice, provincia de Badajoz, no viajaron jamás las monedas de cincuenta pesetas, esas se quedaban en la capital de las Españas y en la Barcelona trabajadora, nosotros nos manejábamos con duros, la moneda plateada, y con pesetas, la moneda dorada. Todo era más sencillo allí. Rutti tiene recuerdos cambiados, debió de entrar en una de esas salas que había en Desafio Total ya de mayor y pidió que le metieran guarrerías a sus recuerdos, los míos, originales, los conservo puros y castos.

De pequeño tenía mucha asma, por lo que los médicos recomendaron a mis padres que me llevaran a un lugar de clima seco y cálido. Siguiendo estas indicaciones, un verano, mi padre alquiló una casa destartalada en Pocillo de Sílice, provincia de Badajoz. El pueblo tenía un depósito de agua de ladrillo, alto como una torre de Pisa, un tipo de edificación que yo no había visto nunca: el agua corriente era eso que salía cuando abrías el grifo. Todas las casas tenían las puertas permanentemente abiertas, con unas cortinas hechas de cuerdas de plástico de colores, que impedían el paso de las moscas. Los dueños de la vivienda vivían en la casa de al lado, un poco más arreglada. El padre tenía un Simca 1200 de color rojo, cuyo claxon interpretaba la canción "La cucaracha". Una mañana anduvimos por un campo gigantesco, llano y dorado hasta donde alcanzaba la vista, y a veces, al pisar, salían volando varias perdices. Otro día hubo un incendio, y recuerdo con la vívida intensidad de esos recuerdos infantiles únicos, a un lugareño que gritaba "Manolo, trae la pala, trae la pala". A la vista de la magnitud del incendio, yo pensaba que una pala poco podría ayudar, pero "la pala" resultó ser una excavadora de grandes dimensiones, con la que con la rapidez y habilidad de quien ya ha vivido esa situación mil veces, hicieron una gran zanja cortafuegos. Monté en bicicleta, conocí el amarillo dorado por el sol abrasador, la escasez de agua, el polvo arenoso por todas partes, las gachas, otros acentos. Mi asma mejoró. La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar.

Me quoteo.

Ruttiger escribió: ↑17 Sep 2020 11:09 ¡Tú no has estado en Pocillo de Sílice, provincia de Badajoz, en tu puta vida!

Dolordebarriga escribió: ↑04 Ene 2021 13:02 Tú nunca has estado en Pocillo de Silice, provincia de Badajoz, Corle. No puedes pretender ser siempre el centro de todo. Tus "carhencias" emocionales, fruto de una infancia triste y sin amigos debes tratarlas con un profesional, el inventarte una vida que no has vivido no es la solución. Busca un psicólogo, uno muy bueno, él seguramente te podrá ayudar. Aquí te queremos bien, por eso mismo te aconsejamos bien.

Un abrazo y pheliz 2021.

Iba ya por la tercera cerveza. Nunca tuvo mucho aguante con el alcohol, así que ya había llegado a ese punto en que la música suena mejor, algunas cosas suceden a cámara lenta y un hormigueo te recorre la nuca. Parecía un día más, si no fuera porque hacía ya tiempo que sospechaba que sus amigos le ocultaban algo. Por eso, cuando vio a tres de ellos en la barra, se preguntó por qué no le habían preguntado si quería otra ronda. Se acercó a ellos, y justo antes de que se callaran, acertó a oír algo así como "de la sal". Para evitar la situación incómoda de enfrentarse directamente a ellos, trató de hacerse el gracioso: "Sal, eso es lo que falta aquí, sal para unos tequilas". Recibió miradas de desprecio y poca interacción. Esto le enfureció notablemente, pero luchó por dominarse. "Qué, ¿de qué hablabais? Algo de la sal estabais diciendo, ¿no?". Miradas torvas, sonrisitas de listillo, silencios, eso fue todo lo que recibió. Hasta ahí, aún era capaz de contenerse, retener bajo la presa de la buena educación la poderosa marea que crecía en su interior. Pero entonces lo vio. Un mapa, extendido sobre la barra. Una reserva de un coche de alquiler. Una foto de una casa. Un pueblo, marcado con rotulador rojo: "Pocillo de la Sal, provincia de Badajoz". Sus manos se crisparon en un gesto mecánico, la adrenalina fluyó por sus venas como un visón cazando desprevenidas gaviotas en las islas Cíes, y un único pensamiento se apoderó del timón de su mente: matarlos a todos. Armado con un sólido taburete de madera, causó ciertos daños de consideración en la epidermis y ciertos huesos del cráneo de sus amigos. Una vez este hubo caído al suelo de baldosas y serrín sucio de la infame taberna, decidió rematarlo con un sonoro taconazo sobre la nariz, cuyos huesos fracturados penetraron en el cerebro. Envalentonado por el notable éxito de su primera incursión en el lado violento de la vida, se hizo con una cuchara sopera, y con un hábil gesto sacó de sus cuencas los dos ojos de su segunda víctima, con la que acabó definitivamente haciéndole tragar un paquete de torreznos sin agua. La tercera víctima falleció, si cabe, de una manera aún más espantosa: fue empotrado contra una televisión de tubo en el mismo momento en que un botánico loco enunciaba las propiedades curativos del orégano en "España Directo". Se giró hacia el resto de sus amigos, y murmuró "Esto es solo el principio, veréis cuando llegue a Pocillo de Sílice".

Me hicisteis el vacío, ahora vais a pagar.

Que alguien le haga casito, por favor, que se está poniendo intenso y después no nos duerme bien.

Ayer fui al Lidl, al que no voy habitualmente, pese a que me encante, porque no tengo ninguno cerca de casa. Y resulta que, como ya han pasado las fiestas, tenían de oferta los Lindor a granel (que no son realmente Lindor, son de otra marca, pero los encuentro idénticos). Clásicos, de chocolate blanco, con avellanas, con almendras, con menta, chocolate negro... Pues acabaron bastante puñados para paliar mi falta de Felipes II, pero no me estoy limitando a dos al día. Ayer cayeron siete u ocho, y hoy diría que , al pasarme todo el día en casa, van bastantes más.

Corle, sal del cuerpo de Pochola, yo te lo ordeno!

Polina escribió: ↑09 Ene 2021 22:59 Corle, sal del cuerpo de Pochola, yo te lo ordeno!

Ya que no puede entrar al tuyo, se mete en el mío.

Polina escribió: ↑09 Ene 2021 22:59 Corle, sal del cuerpo de Pochola, yo te lo ordeno!

Yo JAMÁS diría que los Lindor de Lidl son igual que los de Lindt, qué puto sacrilegio, lo he leído y no podía ni responder, de la indignación.

M. Corleone escribió: ↑10 Ene 2021 19:25

Polina escribió: ↑09 Ene 2021 22:59 Corle, sal del cuerpo de Pochola, yo te lo ordeno!

Yo JAMÁS diría que los Lindor de Lidl son igual que los de Lindt, qué puto sacrilegio, lo he leído y no podía ni responder, de la indignación.

Hasta están hechos con cacao de comercio justo, PAYASO.