La homosexualidad en tiempos precristianos
Publicado: 01 May 2006 20:00
Tenemos evidencias de que, pese a la tolerancia generalizada en el período de hegemonía pagana, la homosexualidad no fue vista precisamente como una virtud cívica. Las pruebas son de dos tipos, positivas y negativas.
Empezando por las negativas nos encontramos con el hecho indiscutible de que el matrimonio, institución reconocida como fundamental por esas sociedades, jamás se hizo extensible a personas del mismo sexo, ni hubo pugnas a este respecto, dándose por sentada -según la costumbre y el derecho natural- su circunscripción a las uniones entre hombre y mujer. Sin embargo, no puede hablarse de que ello se debiera a una situación de dominio por parte de las castas heterosexuales, cuando se admite que individuos con un poder absoluto como Alejandro Magno o Julio César contaban con amantes masculinos conocidos.
La sociedad grecorromana, pues, renunció a lo largo de toda su historia a dotar a las relaciones de signo homosexual de un estatus equiparable al de aquellas susceptibles de engendrar nuevos miembros, reivindicación que sólo puede entenderse en el marco de la posmodernidad y a raíz de la llamada "revolución sexual" de la segunda mitad del siglo XX.
En lo tocante a las pruebas positivas, valgan tres nada desdeñables como muestra:
En primer lugar, el filósofo Platón, a pesar de sostener la legitimidad moral del erotismo sublimado y continente (amor platónico) también entre varones, lo opone sin ningún género de dudas al amor impulsivo y carnal propio de los jovenzuelos. En la narración de su famoso diálogo "El Banquete" vemos a Alcibíades irrumpir en el simposio de sabios con los modales de un amanerado y anhelando del amor de Sócrates, platónico por supuesto, más de lo que éste le podía dar. Su actitud carnalmente apasionada contrasta con el discurso sobrio y viril del maestro, articulado a través de Diotima, que define los límites del amor y resume su concepto en el de amor al bien, entendido como multiplicación o aumento del ser:
''- Impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no sólo según el cuerpo, sino también según el alma, y cuando se encuentran en cierta edad, nuestra naturaleza desea procrear. Pero no puedo procrear en lo feo, sino sólo en lo bello. La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal. Pero es imposible que este proceso llegue a producirse en lo que es incompatible, e incompatible es lo feo con todo lo divino, mientras que lo bello es, en cambio, compatible. Así pues, la belleza es la moira y la ilitía del nacimiento. Por esta razón, cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú crees.
- ¿pues qué es entonces?
- amor de la generación y procreación en lo bello.''
Ni que decir tiene que el pasaje en el que Platón pone en boca del autor de comedias Aristófanes el discurso sobre los tres tipos de andrógino, que parecen defender la pansexualidad del hombre sin mayores distinciones o jerarquías morales, no puede quedar ideológicamente por encima de la parte central del diálogo. Si hemos de juzgar las intenciones del autor valiéndonos de la filología, normal será decantarse por la argumentación de la fase concluyente del texto, protagonizada por Sócrates y Diotima, en lugar de por aquella, quizá hecha en tono jocoso, de la que se responsabiliza a alguien cuya credibilidad para Platón distaba mucho de estar afianzada (recuérdese que Aristófanes difama a Sócrates en "Las nubes" e incluso llega a asociar a los filósofos con "los mariquitas" [sic]).
No descuidamos aportar elementos biográficos de Platón en defensa de nuestra tesis. El filósofo ateniense condenó una experiencia de sodomía -supuestamente forzada- calificándola de humillante y denigrante en grado sumo. Que mantuvo su opinión hasta la vejez es algo que puede comprobarse a partir de este extracto de su última gran obra, "Las Leyes", que confirma el criterio de "El Banquete":
"... renunciando a ese trato con otros hombres, a matar intencionadamente a la especie humana, a sembrar en rocas y piedras donde nunca la semilla podrá arraigar ni tomar su propia y fecunda naturaleza".
La segunda prueba positiva procede de los historiadores romanos Suetonio y Tácito. Suetonio destacó las prácticas homosexuales, incestuosas y pedófilas en la retahíla de hechos ominosos con los que caracterizaba a los más nefastos emperadores de la dinastía Julio-Claudia. Tácito, a su vez, ridiculizó el episodio de la simulación de boda entre Nerón y su concubino travestido.
La tercera y postrera prueba la hallamos en Séneca, quien en sus "Cuestiones naturales", al tratar la naturaleza de los espejos, arremete con gran virulencia contra cierto ciudadano romano entregado, según explica, a la depravación bisexual con la ayuda de un estímulo erótico consistente en observar el reflejo de su propia imagen mientras es sometido.
http://justicia.bitacoras.com
Empezando por las negativas nos encontramos con el hecho indiscutible de que el matrimonio, institución reconocida como fundamental por esas sociedades, jamás se hizo extensible a personas del mismo sexo, ni hubo pugnas a este respecto, dándose por sentada -según la costumbre y el derecho natural- su circunscripción a las uniones entre hombre y mujer. Sin embargo, no puede hablarse de que ello se debiera a una situación de dominio por parte de las castas heterosexuales, cuando se admite que individuos con un poder absoluto como Alejandro Magno o Julio César contaban con amantes masculinos conocidos.
La sociedad grecorromana, pues, renunció a lo largo de toda su historia a dotar a las relaciones de signo homosexual de un estatus equiparable al de aquellas susceptibles de engendrar nuevos miembros, reivindicación que sólo puede entenderse en el marco de la posmodernidad y a raíz de la llamada "revolución sexual" de la segunda mitad del siglo XX.
En lo tocante a las pruebas positivas, valgan tres nada desdeñables como muestra:
En primer lugar, el filósofo Platón, a pesar de sostener la legitimidad moral del erotismo sublimado y continente (amor platónico) también entre varones, lo opone sin ningún género de dudas al amor impulsivo y carnal propio de los jovenzuelos. En la narración de su famoso diálogo "El Banquete" vemos a Alcibíades irrumpir en el simposio de sabios con los modales de un amanerado y anhelando del amor de Sócrates, platónico por supuesto, más de lo que éste le podía dar. Su actitud carnalmente apasionada contrasta con el discurso sobrio y viril del maestro, articulado a través de Diotima, que define los límites del amor y resume su concepto en el de amor al bien, entendido como multiplicación o aumento del ser:
''- Impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no sólo según el cuerpo, sino también según el alma, y cuando se encuentran en cierta edad, nuestra naturaleza desea procrear. Pero no puedo procrear en lo feo, sino sólo en lo bello. La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal. Pero es imposible que este proceso llegue a producirse en lo que es incompatible, e incompatible es lo feo con todo lo divino, mientras que lo bello es, en cambio, compatible. Así pues, la belleza es la moira y la ilitía del nacimiento. Por esta razón, cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú crees.
- ¿pues qué es entonces?
- amor de la generación y procreación en lo bello.''
Ni que decir tiene que el pasaje en el que Platón pone en boca del autor de comedias Aristófanes el discurso sobre los tres tipos de andrógino, que parecen defender la pansexualidad del hombre sin mayores distinciones o jerarquías morales, no puede quedar ideológicamente por encima de la parte central del diálogo. Si hemos de juzgar las intenciones del autor valiéndonos de la filología, normal será decantarse por la argumentación de la fase concluyente del texto, protagonizada por Sócrates y Diotima, en lugar de por aquella, quizá hecha en tono jocoso, de la que se responsabiliza a alguien cuya credibilidad para Platón distaba mucho de estar afianzada (recuérdese que Aristófanes difama a Sócrates en "Las nubes" e incluso llega a asociar a los filósofos con "los mariquitas" [sic]).
No descuidamos aportar elementos biográficos de Platón en defensa de nuestra tesis. El filósofo ateniense condenó una experiencia de sodomía -supuestamente forzada- calificándola de humillante y denigrante en grado sumo. Que mantuvo su opinión hasta la vejez es algo que puede comprobarse a partir de este extracto de su última gran obra, "Las Leyes", que confirma el criterio de "El Banquete":
"... renunciando a ese trato con otros hombres, a matar intencionadamente a la especie humana, a sembrar en rocas y piedras donde nunca la semilla podrá arraigar ni tomar su propia y fecunda naturaleza".
La segunda prueba positiva procede de los historiadores romanos Suetonio y Tácito. Suetonio destacó las prácticas homosexuales, incestuosas y pedófilas en la retahíla de hechos ominosos con los que caracterizaba a los más nefastos emperadores de la dinastía Julio-Claudia. Tácito, a su vez, ridiculizó el episodio de la simulación de boda entre Nerón y su concubino travestido.
La tercera y postrera prueba la hallamos en Séneca, quien en sus "Cuestiones naturales", al tratar la naturaleza de los espejos, arremete con gran virulencia contra cierto ciudadano romano entregado, según explica, a la depravación bisexual con la ayuda de un estímulo erótico consistente en observar el reflejo de su propia imagen mientras es sometido.
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