La Tragedia De La Inteligencia
Publicado: 12 Jul 2006 01:01
Estamos condenados a pensar. La inteligencia humana es la base de todas las tragedias. ¿Acaso alguien conoce algún animal o alguna planta trágicos? ¿Alguno salvo aquellos de las fábulas o mitologías a los que se les humaniza dotándolos de inteligencia y razón?
La libertad, el bien, el mal, la moral. Todo queda regido por nuestros pensamientos, nuestros análisis, nuestras valoraciones. Todo filósofo, pensador o persona con dos dedos de frente ha sabido distinguir entre las dos actitudes principales con las que alguien se puede enfrentar a la vida: una es siendo imbécil y otra es no siéndolo. El ingenuo, el tonto el vividor, el feliz es aquel que piensa poco y que vive en parte, falto de la característica más humana día a día. Sobrevuela instantes sujeto a placeres y dolores que golpean su persona pero que consigue que resbalen y lo mezcan no comprendiéndolos y así olvidándolos facilmente para enfilar el camino hacia el siguiente. Porque su manera de vivir es chocando fortuitamente con los acontecimientos y saludándolos con la mano o pidiéndoles perdón según sea el caso.
Sin embargo, esta persona sujeta al instinto y al instante roza la vida con agrado pero no se sumerge en los abismos del que densifica las situaciones y devenir a través de sus pensamientos, como si de un mago capaz de modificar la realidad se tratara. Estos magos del buceo vital buscan, deben buscar el placer y en general y por desgracia son más perfeccionistas en su búsqueda (cosa no siempre conveniente) pero también sufren del dolor al igual que su contrario con esa mitad vital que los caracteriza como seres humanos y que es difícil domar para evitar que acabe por gobernar su tiempo. Por esta razón es fácil encontrarlo en esa soledad personal caracterizada por ojos lejanos y comentarios hirientes por realistas.
Reconozcámoslo, el pesimista ve la realidad más nitidamente y el optimista más por los sueños o por la embriaguez del desconocimiento, la suerte efímera o la fe. La única salvación de los magos de la razón es intentar recoger en su analítica el instinto animal de la ingenuidad. Evitar ese comportamiento esquizoide en el que suelen acabar, incluir el mecanicismo de la supervivencia y el desconocimiento. Crear una simbiosis o al menos un pequeño hueco para ello en su torrente de pensamiento. Les deseo suerte a todos aquellos que lo intenten. No deseo por el contrario, porque desear dolor o corrupción de los demás es uno de los horrores humanos, la desgracia para los solícitos de la ingenuidad pero sí les transmito el desprecio que siento hacia sus personas. Al contrario de lo que pensarán muchos, no por la envidia de su felicidad, sino por su negativa a aceptar la naturaleza humana, la esencia del pensamiento, la inteligencia. Sin rencor pero sí con firmeza y sin vergüenza.
¿Por qué nadie recuerda su nacimiento? ¿Es quizás una estratagema tremendamente hábil de la naturaleza para continuar con su narcisismo? Para que sigamos siendo sus componentes, sus travesaños en esta vía cíclica e infinita. Es el hombre, el animal que supone los ojos, oidos, nariz, piel y lengua unidos por el cerebro de esta realidad el único que podría darse cuenta de este engaño en el que él tanto ha creido.
La alegría del nacimiento y el miedo a la muerte. La muerte, el dejar de existir, de pensar y por tanto al mismo tiempo de sufrir pero tambíen de ser el que se es, un tremendo cerrojo, una trampa genial imposible de solucionar que evita centrar la conciencia en el otro extremo que casi toca con el temido por todos. El nacimiento, el horror de ser lanzado a la existencia, tan terrible y doloroso que nadie lo recuerda pues quedaría como un muñeco de trapo inservible para todo, incluso para la perpetuidad del conjunto. Y es que la naturaleza es ingeniera creadora de algo complejo y magnífico con partes simples, sencillas e inconscientes. Tenemos el privilegio de verla observándonos el rostro, el privilegio de ser su creación maestra, aquella que es capaz de dar fe de su existencia. De estudiarla y juzgarla al igual que hace con el resto del universo. Porque ¿qué sería de la resliad, qué sentido tendría sin que existiera la inteligencia para intentar encontrar esa paz inalcanzable que es el sentido de lo externo y lo interno?
La libertad, el bien, el mal, la moral. Todo queda regido por nuestros pensamientos, nuestros análisis, nuestras valoraciones. Todo filósofo, pensador o persona con dos dedos de frente ha sabido distinguir entre las dos actitudes principales con las que alguien se puede enfrentar a la vida: una es siendo imbécil y otra es no siéndolo. El ingenuo, el tonto el vividor, el feliz es aquel que piensa poco y que vive en parte, falto de la característica más humana día a día. Sobrevuela instantes sujeto a placeres y dolores que golpean su persona pero que consigue que resbalen y lo mezcan no comprendiéndolos y así olvidándolos facilmente para enfilar el camino hacia el siguiente. Porque su manera de vivir es chocando fortuitamente con los acontecimientos y saludándolos con la mano o pidiéndoles perdón según sea el caso.
Sin embargo, esta persona sujeta al instinto y al instante roza la vida con agrado pero no se sumerge en los abismos del que densifica las situaciones y devenir a través de sus pensamientos, como si de un mago capaz de modificar la realidad se tratara. Estos magos del buceo vital buscan, deben buscar el placer y en general y por desgracia son más perfeccionistas en su búsqueda (cosa no siempre conveniente) pero también sufren del dolor al igual que su contrario con esa mitad vital que los caracteriza como seres humanos y que es difícil domar para evitar que acabe por gobernar su tiempo. Por esta razón es fácil encontrarlo en esa soledad personal caracterizada por ojos lejanos y comentarios hirientes por realistas.
Reconozcámoslo, el pesimista ve la realidad más nitidamente y el optimista más por los sueños o por la embriaguez del desconocimiento, la suerte efímera o la fe. La única salvación de los magos de la razón es intentar recoger en su analítica el instinto animal de la ingenuidad. Evitar ese comportamiento esquizoide en el que suelen acabar, incluir el mecanicismo de la supervivencia y el desconocimiento. Crear una simbiosis o al menos un pequeño hueco para ello en su torrente de pensamiento. Les deseo suerte a todos aquellos que lo intenten. No deseo por el contrario, porque desear dolor o corrupción de los demás es uno de los horrores humanos, la desgracia para los solícitos de la ingenuidad pero sí les transmito el desprecio que siento hacia sus personas. Al contrario de lo que pensarán muchos, no por la envidia de su felicidad, sino por su negativa a aceptar la naturaleza humana, la esencia del pensamiento, la inteligencia. Sin rencor pero sí con firmeza y sin vergüenza.
¿Por qué nadie recuerda su nacimiento? ¿Es quizás una estratagema tremendamente hábil de la naturaleza para continuar con su narcisismo? Para que sigamos siendo sus componentes, sus travesaños en esta vía cíclica e infinita. Es el hombre, el animal que supone los ojos, oidos, nariz, piel y lengua unidos por el cerebro de esta realidad el único que podría darse cuenta de este engaño en el que él tanto ha creido.
La alegría del nacimiento y el miedo a la muerte. La muerte, el dejar de existir, de pensar y por tanto al mismo tiempo de sufrir pero tambíen de ser el que se es, un tremendo cerrojo, una trampa genial imposible de solucionar que evita centrar la conciencia en el otro extremo que casi toca con el temido por todos. El nacimiento, el horror de ser lanzado a la existencia, tan terrible y doloroso que nadie lo recuerda pues quedaría como un muñeco de trapo inservible para todo, incluso para la perpetuidad del conjunto. Y es que la naturaleza es ingeniera creadora de algo complejo y magnífico con partes simples, sencillas e inconscientes. Tenemos el privilegio de verla observándonos el rostro, el privilegio de ser su creación maestra, aquella que es capaz de dar fe de su existencia. De estudiarla y juzgarla al igual que hace con el resto del universo. Porque ¿qué sería de la resliad, qué sentido tendría sin que existiera la inteligencia para intentar encontrar esa paz inalcanzable que es el sentido de lo externo y lo interno?