Al caer la noche su fiebre aumentó.
Le llenó de irritación descubrir que no funcionaba el inyector automático. Algo le había dicho Usi del asunto, pero se le olvidó. Le daba una infinita pereza levantarse del sofá para pedir la reparación, pero el transporto estaba desactivado. Mierda de ejercicio físico. ¿No era tan bueno? Llevaba tres mesones haciendo ejercicio, tres mesones con el transporto desactivado para moverse por la casa, y lo único que había conseguido era pescar esta infección. ¿Por qué no había sido posible librarse de la fiebre a estas alturas de la Historia? ¿De qué servía tanto progreso si una simple fiebre te hacía tan vulnerable?
Cambió los muebles a cobre, porque la visión del brillo cristalino del acero le estaba produciendo escalofríos. Cuando su estado de ánimo era bueno, el cobre resultaba muy acogedor, pero descubrió que la fiebre hacía palpitar ante sus ardientes ojos los muebles cobrizos y aumentaba el peso de sus párpados. Era como estar dentro de un inmenso útero pulsante. Tal vez por eso recordó un viejo consejo de su madre: la madera es sedante. Cambió a madera. Ahora su casa parecía la de cualquier modernete cabeza hueca, pero efectivamente se relajó.
Con un esfuerzo, se levantó y caminó hacia la consola para pedir la reparación del inyector. Después fue hasta el rincodormidor y buscó unas cápsulas en el mueblecito de al lado de la cama. Al menos, creía tener unas cápsulas en algún sitio. Y sí, las encontró. Volvió al sofá arrastrando la consola y se dejó caer. Gastó el agua que le quedaba para tragarse una cápsula e hizo bajar del techo el sumi con otra botella. Nada de ejercicio hasta que se le pasara aquella fiebre.
Esperaba que la medicina le hiciera pronto efecto, aunque desde el estómago tardaría por lo menos media hora. Ojalá hubiera recordado que había que reparar el inyector. Se recostó mirando la consola con ojos que la fiebre parecía hacer más penetrantes. ¿Qué podía hacer ahora? Sentía una desconcertante lucidez, al tiempo que su mente pasaba vertiginosamente de una idea a otra. Era la fiebre, sin duda, pero este estado de nebulosa sensibilidad pasaría muy pronto, y ¿por qué no aprovecharlo? Sin embargo, no podía concentrarse. Por algún raro capricho, se le antojó volver a usar una neuralización sexual. Ser la china aquella del GB, ¿cómo se llamaba? Era una cosa antigua de veras, de su adolescencia, diez añones atrás. La china y todos aquellos tíos, el negro, el maya, el blanco, el monstruo tripénico. Fantaciencia guarra de lo mejor, lo cual era como decir previsible, arrastrada y directa. Se puso el conector. La memoria de la consola localizó al momento la neura y se vio en medio de la llanura roja, consciente de cada uno de sus agujeros, sintiendo las sacudidas y el olor dulzón de las tres pollas del tripénico que se alternaban en su boca.
Sin embargo, la fiebre mermaba demasiado sus percepciones para que la neura funcionase adecuadamente. Pero no fue solamente el adormecimiento de su piel lo que le hizo desconectarla, sino sobre todo la idea, que no pudo desechar, de que el olor de una polla no es dulce. Una polla huele a amoniaco. Sensaciones puras, sobriedad, realismo, eso es lo que necesitamos. Comenzó a discutir mentalmente con Usi una vez más. Como no se había quitado el conector, la consola se puso en modo aleatorio y le introdujo en un debate literario. Era básico, muy básico. Alguna clase preuniversitaria en modo abierto. La literatura es fundamental. ¿Qué otro arte auténtico queda, ahora que las neuralizaciones han convertido a todos los artistas plásticos en mercaderes?, decía alguien. Bueno, está la música.Voz chillona. Sí, cierto, la música. Pero nada más. Cualquiera de nosotros puede pintar, esculpir o bailar desde el cerebro de los mejores artistas actuales. Una voz de adulto. La obra plástica ha perdido valor como resultado y sólo se presta atención al proceso creativo, que todos podemos compartir. Es estupendo que se haya hecho patrimonio común, pero se ha desnaturalizado también. Niña. Yo pinté los frescos de la Capilla Sixtina con diez años, caramba. Otra voz. ¡Tarde me parece! Risas.
Su mente flotaba en una estupenda indiferencia. La literatura es un hecho estadístico, dijo. Buena frase. ¿Buena? Se quitó el conector. Sobriedad. Realismo. Humildad, le pensó a Usi otra vez. Ya no hay arte. Y somos tantos, tenemos tanto tiempo y tantos medios, que es inevitable crear. Cualquiera lo hace en uno u otro momento a lo largo de su vida. Lo que cuenta es despojarse de adornos y de embellecimientos. Intentemos definir lo básico.
Maldita fiebre. ¿Para qué tanto progreso, si no se podía erradicar? Recordó el viaje a Fobos que había hecho el mesón pasado y la vista de Marte desde su habitación en el hotel orbital. Y luego pensó en el debate con el que acababa de conectar fugazmente. Pintura, escultura, baile, sí, todas las artes plásticas se podían poseer con las neuralizaciones. Pero todo lo demás también. Las neuras de visita a Fobos eran mejores que la visita verdadera, sencillamente. Después de Fobos, dudaba acerca de su proyecto de viajar a Tierra al añón siguiente. Probablemente no le compensaría.
Tenía sueño. La fiebre empezaba a bajar. Cambió los muebles a titanio. Que tu secreto olor neuralice mis sueños, pensó. ¿Un verso? Tocarte es un placer insuficiente/tu piel que me encanalla se merece/algo más tecnológico que mis manos desnudas. Demasiado barroco. La sinceridad no era garantía de sobriedad, pensó. Bah, alguien habría escrito ya lo que sentía. Cuando despertara lo buscaría en la consola. Era estadísticamente infalible.
Futuro imperfecto
- Marilyn Monroe
- moromielda
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Pues sí, lo he escrito yo. Si no fuese así, habría dicho quién era el autor. Como siempre, gracias por decir que te ha gustado.
No hay continuación. Mi intención no fue que pareciese que había segunda parte. Lo escribí con fiebre.
¿Qué más? Ah, sí: no creo ser misteriosa, pero lo que seguro que no soy es un señor.
No hay continuación. Mi intención no fue que pareciese que había segunda parte. Lo escribí con fiebre.
¿Qué más? Ah, sí: no creo ser misteriosa, pero lo que seguro que no soy es un señor.
- Marilyn Monroe
- moromielda
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