Supongo que me apasionan los zapatos parlantes, y la sensibilidad poética muy en boga con la que delicadísimamente talas las ramas de los bosques que no dejan ver los árboles.
Perdón, hablo en código. Soy esclavo de mis vicios. Me explico:
Hace aproximadamente cuarenta años, un personaje ficticio, creo (aunque pudiera ser un hecho real), de Siena, o, bueno, en general de la Toscana empezó un viaje. Acababa de terminar el Liceo (lo que venía a ser BUP y COU) y la idea era la misma que tienen todos los que se lo pueden permitir. Al terminar el insti, una escapadita a, más o menos, tomar por culo a la izquierda. Bueno, a Cabo Norte, más allá del Círculo Polar Ártico, en Finlandia.
Hay sitios más lejanos, no te creas, como Parla o la Luna.
En el hacer camino, se topan con la famosa crecida del Arno, que se llevó por delante la mitad de los fondos de gli Uffizzi, en Florencia. Y también están las revueltas estudiantiles del 68. Todo muy perroflauta.
Todo esto viene al caso porque... no lo recuerdo bien. Soy propenso a la divagación. Pero superando mis limitaciones voy a tratar de hilar.
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Ah, sí, polos. Y ramas, y árboles. Esa sensibilidad exquisita que seguro te convierte con toda naturalidad en una persona excepcional por dentro y por fuera. Usted sabe: lo que es yo, no. Que también, pero menos, y sólo los domingos, que son el día del Señor y hay que santificarlos.
Me gustan las palomitas, y claro, ¿dónde está la sensibilidad poética en un rayo láser de cuarenta megatones? Digamos que es algo plástico. Y aunque todo lo bello es absorbible por el concepto de poético, para mí lo poético (en su sentido literario puro) se circunscribe a:
El ruiseñor
posado en un ciruelo
desde hace siglos
Y cosas del mismo palo.
Que no están mal. Y ojalá fuera domingo todos los días. Pero no.
Con todo, en virtud de la capacidad analítica que se le puede aplicar a todo lo literario de manera infantilmente asequible a través del lenguaje que aprendemos a dominar desde la infancia más tierna, confieso que, aunque no sea mi lenguaje, sí se me puede convencer con semejante registro.
Los polos. Bueno, tú uno y yo otro. Ese era el punto, y claro, a mí me encantan los bosques en su frondoso rebullir, y está demostrado a través de estudios estadísticos que la vegetación tiene efectos muy beneficiosos para la salud, pero para mí un bosque lo es en toda su intensidad sólo cuando está lleno de hojas, o de agujas (¡que hay que ver como pichan!) por no discriminar. Y claro, llegas tú y te pones a podar todo el puto campo, y nos haces ver que al fin y al cabo un árbol desnudo es también un árbol. Y mucho más manejable, ¿verdad? Sí, lo tiene todo, lo reconozco, pero ¿y la fotosíntesis? ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios en un bosque desnudo de hojas?
Perdón por hablar tanto de Dios. Es una metáfora y una parte de mi registro (por la cultura en la que me he criado) no vaya a creer que yo y la inglesia congeniamos -¡Qué va! ¡Si por poco me deja sin sobrinos!-.
Volviendo a lo de antes, que es espléndido también como tema de conversación: recomendar la Meglio Gioventù a gente que está aprendiendo italiano mola.
Voy además a mencionar algo que nunca está de más mencionar. Porque luego a uno se le rompe el corazón y no es plan:

Yo es que soy de ideas fijas.
¡Escanéate las tetas!