Sulpicia
La elegía amorosa romana supone cierto cambio respecto a las letras griegas. Si para los autores griegos la mujer siempre se halla en un plano inferior, para los romanos sucede lo contrario: para el poeta latino es la domina inspiradora de sus poemas la que se encuentra en lo alto.
La literatura antigua es, tanto en la creación como en la transmisión, como el coñac Soberano: cosa de hombres. Apenas se conocen autoras; quedan como dignos de mención los fragmentos de Safo, la décima musa, y los nombres de algunas poetisas griegas, cuyas obras se han perdido.
No implica lo anterior que no existieran lectoras. De hecho eran abundantes: la novela griega es un género concebido para el público femenino, para que en la intimidad (o reclusión, según se mire) del hogar alguna afortunada que supiera leer recitase en voz alta a un grupo de mujeres nobles y sus criadas pasajes (por ejemplo, del Dafnis y Cloe de Longo de Lesbos) que harían la envidia de Barbara Cartland o Danielle Steel.
La literatura latina también es un espacio vedado a las mujeres. Sólo una autora, como único ejemplo conocido, asoma su cabeza en un mundo exclusivo de varones: la poetisa Sulpicia.
Nacida de noble cuna, la tradición la retrata como apasionada, enérgica y muy hermosa. Frecuenta el círculo del poeta Albio Tibulo y enamorada de Cerinto, joven de clase inferior, describe sus sentimientos, la pasión y los obstáculos a su amor en seis epigramas recogidos en el Corpus Tibullianum.
Seis poemas que han sobrevivido al paso de los siglos y de los hombres como única muestra de una voz femenina en la literatura de Roma.
***
El día que te entrego a mí, Cerinto, debe serme siempre sagrado y de los más solemnes: al nacer tú, las Parcas predijeron a las jóvenes una esclavitud desconocida y te otorgaron reinar orgullosamente sobre ellas. Yo me abraso, sí, más que ninguna: mas me place abrasarme, si tu fuego responde al mío. Te suplico que tu amor responda al mío, por nuestros dulces instantes, por tus ojos y por tu Genio. Buen Genio, acepta este incienso y sé propicio a nuestros votos si aún lo inflama mi recuerdo. Mas sí desde ahora suspira por otros amores, entonces te ruego, dios santo, que abandones su hogar infiel. Y tú, Venus, sé justa también: haz que seamos ambos siervos en la misma cadena, o alivia mi cadena. Pero, mejor aún, que el mismo lazo tenaz nos una, sin que día alguno llegue a soltarlo. Mi joven amigo eleva el mismo voto, aunque más recatado: siente cierto reparo a pronunciar tales palabras en voz alta. Pero tú, Aniversario (tú eres dios, todo lo sabes), cede a nuestros deseos: ¿qué importa que sean secretos o públicos?
Elegías, III,11
Por fin llegó el amor
Por fin llegó el amor, el que se me reprocha haber ocultado a mi pudor tanto como no habérselo desvelado a nadie. Convencida por mis Camenas, Citerea me trajo a aquél y le dejó caer en mi pecho. Venus cumplió sus promesas: que narre mis goces si alguien dice no haber tenido los suyos. No quisiera yo enviar nada en tablillas selladas para que nadie lo lea antes que el mío, pero me agrada haber pecado, me molesta fingir un rostro de cara a la galería: que de mí se diga que he sido digna de un digno.
III,13
Triste se presenta el cumpleaños
¡Odioso aniversario, que habré de pasar en una maldita campiña, triste, sin Cerinto! ¿Qué más dulce que la Urbe? Una casa de campo, un río glacial a través de los campos de Arretio, ¿corresponden a una joven? Ahora, Mesala —te ocupas demasiado de mí—, descansa: estos viajes suelen ser a menudo a destiempo, pariente. Aquí, quedan, cuando me llevas, mi alma y mis pensamientos, por poca libertad que me dejes.
III,14
Cumpleaños alegre
¿Sabes que tu amiga no se inquieta ya por ese penoso viaje? Puedo ya estar en Roma para tu aniversario. Celebremos todos ese aniversario: tú no lo esperabas y lo logras de súbito.
III,15
No voy a dar un mal paso
Resulta curioso que te creas, tan seguro ya de mí, que no me voy a dejar llevar de repente por mi inexperiencia. Que te sea preferible la obsesión por la toga y una prostituta cargada con un canastillo antes que Sulpicia, la hija de Servio. Se preocupan por mí aquellos para quienes el principal motivo de preocupación es que no caiga en lecho desconocido.
III, 16
¡Cómo lamento haberte dejado anoche!
Ojalá no te sea otra vez, luz de mis ojos, una febril preocupación como me parece habértelo sido hace unos pocos días. Si, necia, he cometido alguna falta a lo largo de toda mi juventud, de ésa confieso no haber sentido más vergüenza que el haberte dejado solo la noche pasada queriendo ocultar mi pasión.
III,18
Sulpicia
- Cíclope Bizco
- Mulá
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- Registrado: 13 Ene 2004 03:43
Juvenal, amigo, de adeptos ya cuentas uno.
Tu oscura Sulpicia, de la que jamás escuché nombrar, tiene estilo ramplón, como si el mismito César nos contara sus acometidas no en una de sus degollinas bárbaras sino en un lecho con cortesanas de peluca rubia, más putas que las gallinas.
Aunque, concedo, hay traductores que se merecen bien poco el sueldo.
Tu oscura Sulpicia, de la que jamás escuché nombrar, tiene estilo ramplón, como si el mismito César nos contara sus acometidas no en una de sus degollinas bárbaras sino en un lecho con cortesanas de peluca rubia, más putas que las gallinas.
Aunque, concedo, hay traductores que se merecen bien poco el sueldo.
Al pasar Nueva Orleans dejo atrás sus lagos iridiscentes y luces de gas amarillo pálido | pantanos y estercoleros | aligátores arrastrándose sobre botellas rotas y latas | moteles con arabescos de neón | chaperos desamparados que susurran obscenidades a la gente que pasa.
Nueva Orleans es un museo de muertos.
Nueva Orleans es un museo de muertos.