Defensa de la resurrección
Defensa de la resurrección
La resurrección de la carne es una creencia incontrastada, si bien algunos –como Goethe- sostienen que encuentra apoyo en la teleología de la naturaleza. Leibniz la vinculaba con la metamorfosis del animal y la infinita reparabilidad de la máquina corporal humana.
En cualquier caso, es un hecho dependiente de un suceso extraordinario. Y es extraordinario, por ejemplo, lo que perfecciona absolutamente la naturaleza sin negarla, más allá de lo que cabría esperar de su desarrollo temporal. Pues todo en ella, al impulsarse por razones, tiende de por sí a una perfección mayor y a conservar su ser. A lo que hay que añadir que, mientras que Natura es espléndida en recursos para conseguirlo (mediante la reproducción y el alimento), es muy avara a la hora de exponer a sus criaturas a riesgos superfluos que las conduzcan a la aniquilación.
Así, debe haber depredadores, porque hay animales que se alimentan de sangre. Y debe haber accidentes, dado que toda especie tiene un hábitat al que adaptarse y en el que progresar. Pero ¿a quién beneficia la muerte, la inactividad indefinida? Entiendo por “beneficiar” aumentar el ser, y por “ser” la capacidad de actuar y pensar.
La pregunta posee un fondo tautológico. La muerte es la disminuición subitánea del ser, su aniquilación al menos aparente, el cese de su actividad subjetiva. Luego no beneficia a nadie: ni al que muere, por supuesto, ni tampoco a los demás, en tanto que muerte. Pues ésta no es causa de ningún fin positivo o beneficioso, sólo de fines negativos. Puedes comer mi carne no gracias a que me muero, sino, principalmente, gracias a que he nacido. El primer caso sólo actúa en función de nuestra debilidad, pero el segundo es indispensable siempre: no se da depredador sin presa.
La intención es una teleología consciente. Hay muchas inconscientes: todas las demás. Resulta de suma importancia distinguir entre fines positivos (los que aumentan el ser directamente y/o lo disminuyen indirectamente) y fines negativos (los que disminuyen el ser directamente y/o lo aumentan indirectamente). Si en el universo hubiera sólo fines negativos, nada sería posible. Nada existiría, por su misma definición. En el otro extremo, un mundo donde sólo figuraran fines positivos, sería forzosamente mucho más simple que el nuestro, con menor cantidad de fenómenos y un nivel de desarrollo ínfimo de los mismos.
La muerte es el mal que niega radicalmente la posibilidad y la continuidad de todos los bienes. Este grandísimo estrago, signo de los demás, está fuera del plan inicial de Dios y entra en el mundo –según la tradición judeocristiana- por un error humano, un error de seres libres. La muerte no es un bien neto, ya que si se universalizase, nada sería. Sólo puede serlo en términos relativos en el mejor de los mundos. Pero no es lícito afirmar que la muerte es buena porque se limita a sí misma. No beneficia a nadie, a diferencia del resto de fenómenos. Sólo es "beneficiosa" limitándose a sí misma, es decir, acotando el poder de la injusticia que ella misma crea. Con todo, sería mejor que no existiera. Ahora bien, por su ausencia de fines positivos (que aumenten el ser) es, en sí, anómala, no sólo dañina.
En resumen: La muerte carece de fines positivos y es el único fenómeno en la naturaleza al que eso sucede. La muerte en sí no tiene jamás fines de esa índole; sí puede tenerlos el dolor o el presentimiento de la muerte, que son su signo (en términos populares también los llamamos "muerte", cuando decimos, por ejemplo, "pienso en mi muerte"). Con lo que la muerte es un hecho totalmente heterogéneo con el resto de sucesos naturales. Ergo cabe deducir o intuir 1) que no es natural (es, al menos, tan extraordinaria como la resurrección, aunque sea mucho más frecuente) y 2) que no es definitiva (al negar las constantes de la naturaleza). El punto 1) está en el Antiguo Testamento, Génesis, sobre el pecado original.Eel punto 2) está en el Nuevo Testamento, Evangelio, sobre la vivificación de los difuntos y la venida del Reino de los Cielos.
La enfermedad es algo excepcional durante nuestra vida y los accidentes son combatidos no sólo por nuestras defensas biológicas, sino también por el instinto y la experiencia. Tendemos a asociarnos, lo que contribuye a conservar y favorecer el desarrollo de la vida. Todo esto no es un invento o un caso excepcional, sino que se inserta en esta tendencia de la naturaleza a conservarlo todo en su estado particular más conveniente y a llevarlo a niveles de máxima perfección.
Visto lo cual, resulta absurdo presuponer que tras la muerte todo se ha acabado de forma inapelable. No vale decir que la naturaleza sacrifica a sus individuos para mantenerse ella misma como conjunto imperecederamente perecedero, siempre renovado y en flujo. Los principios generales que sirven para el todo deberían servir también para las partes. Si las constantes de conservación se debilitaran sin razón final en los organismos, el conjunto de la naturaleza se vería alterado, atraído por el caos.
Pues, al cabo, ser finito no significa ser perecedero. La propia naturaleza es finita, aunque se extienda hasta lo ilimitado, pero nada nos induce a pensar que terminará algún día. Ahora bien, todos los procesos naturales están mutuamente unidos y relacionados. Y la vida –con su particular grado de complejidad- forma parte de ellos.
En cualquier caso, es un hecho dependiente de un suceso extraordinario. Y es extraordinario, por ejemplo, lo que perfecciona absolutamente la naturaleza sin negarla, más allá de lo que cabría esperar de su desarrollo temporal. Pues todo en ella, al impulsarse por razones, tiende de por sí a una perfección mayor y a conservar su ser. A lo que hay que añadir que, mientras que Natura es espléndida en recursos para conseguirlo (mediante la reproducción y el alimento), es muy avara a la hora de exponer a sus criaturas a riesgos superfluos que las conduzcan a la aniquilación.
Así, debe haber depredadores, porque hay animales que se alimentan de sangre. Y debe haber accidentes, dado que toda especie tiene un hábitat al que adaptarse y en el que progresar. Pero ¿a quién beneficia la muerte, la inactividad indefinida? Entiendo por “beneficiar” aumentar el ser, y por “ser” la capacidad de actuar y pensar.
La pregunta posee un fondo tautológico. La muerte es la disminuición subitánea del ser, su aniquilación al menos aparente, el cese de su actividad subjetiva. Luego no beneficia a nadie: ni al que muere, por supuesto, ni tampoco a los demás, en tanto que muerte. Pues ésta no es causa de ningún fin positivo o beneficioso, sólo de fines negativos. Puedes comer mi carne no gracias a que me muero, sino, principalmente, gracias a que he nacido. El primer caso sólo actúa en función de nuestra debilidad, pero el segundo es indispensable siempre: no se da depredador sin presa.
La intención es una teleología consciente. Hay muchas inconscientes: todas las demás. Resulta de suma importancia distinguir entre fines positivos (los que aumentan el ser directamente y/o lo disminuyen indirectamente) y fines negativos (los que disminuyen el ser directamente y/o lo aumentan indirectamente). Si en el universo hubiera sólo fines negativos, nada sería posible. Nada existiría, por su misma definición. En el otro extremo, un mundo donde sólo figuraran fines positivos, sería forzosamente mucho más simple que el nuestro, con menor cantidad de fenómenos y un nivel de desarrollo ínfimo de los mismos.
La muerte es el mal que niega radicalmente la posibilidad y la continuidad de todos los bienes. Este grandísimo estrago, signo de los demás, está fuera del plan inicial de Dios y entra en el mundo –según la tradición judeocristiana- por un error humano, un error de seres libres. La muerte no es un bien neto, ya que si se universalizase, nada sería. Sólo puede serlo en términos relativos en el mejor de los mundos. Pero no es lícito afirmar que la muerte es buena porque se limita a sí misma. No beneficia a nadie, a diferencia del resto de fenómenos. Sólo es "beneficiosa" limitándose a sí misma, es decir, acotando el poder de la injusticia que ella misma crea. Con todo, sería mejor que no existiera. Ahora bien, por su ausencia de fines positivos (que aumenten el ser) es, en sí, anómala, no sólo dañina.
En resumen: La muerte carece de fines positivos y es el único fenómeno en la naturaleza al que eso sucede. La muerte en sí no tiene jamás fines de esa índole; sí puede tenerlos el dolor o el presentimiento de la muerte, que son su signo (en términos populares también los llamamos "muerte", cuando decimos, por ejemplo, "pienso en mi muerte"). Con lo que la muerte es un hecho totalmente heterogéneo con el resto de sucesos naturales. Ergo cabe deducir o intuir 1) que no es natural (es, al menos, tan extraordinaria como la resurrección, aunque sea mucho más frecuente) y 2) que no es definitiva (al negar las constantes de la naturaleza). El punto 1) está en el Antiguo Testamento, Génesis, sobre el pecado original.Eel punto 2) está en el Nuevo Testamento, Evangelio, sobre la vivificación de los difuntos y la venida del Reino de los Cielos.
La enfermedad es algo excepcional durante nuestra vida y los accidentes son combatidos no sólo por nuestras defensas biológicas, sino también por el instinto y la experiencia. Tendemos a asociarnos, lo que contribuye a conservar y favorecer el desarrollo de la vida. Todo esto no es un invento o un caso excepcional, sino que se inserta en esta tendencia de la naturaleza a conservarlo todo en su estado particular más conveniente y a llevarlo a niveles de máxima perfección.
Visto lo cual, resulta absurdo presuponer que tras la muerte todo se ha acabado de forma inapelable. No vale decir que la naturaleza sacrifica a sus individuos para mantenerse ella misma como conjunto imperecederamente perecedero, siempre renovado y en flujo. Los principios generales que sirven para el todo deberían servir también para las partes. Si las constantes de conservación se debilitaran sin razón final en los organismos, el conjunto de la naturaleza se vería alterado, atraído por el caos.
Pues, al cabo, ser finito no significa ser perecedero. La propia naturaleza es finita, aunque se extienda hasta lo ilimitado, pero nada nos induce a pensar que terminará algún día. Ahora bien, todos los procesos naturales están mutuamente unidos y relacionados. Y la vida –con su particular grado de complejidad- forma parte de ellos.
¿Otra vez?
Visita Pequeñas historias, no te arrepentirás, o si, o no, o que se yo.
Ultima actualización 5-8-2011
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No, si decia que ya estas aqui otra vez dando la chapa, el texto ni me lo he leido, no soporto currarme contestaciones y que no me contraargumentes.
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Ultima actualización 5-8-2011
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- Mr. Blonde
- Ulema
- Mensajes: 11327
- Registrado: 06 May 2005 14:24
- Ubicación: Viva el asueto!
Na dejalo, estoy buscando aquel mensaje pero no lo encuentro, debio coincidir con una caida del foro y perderse.
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Ultima actualización 5-8-2011
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- John Makako
- Pablo Pineda
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- Registrado: 15 Ago 2003 14:50