El Libro de Gordón
Publicado: 09 Jul 2020 22:01
Max estaba nervioso, sabía que no debía recaer en la tentación otra vez pero la carne… es débil. “La última vez no fue tan grave”, pensó, “solo puse cola light a los niños en el campamento de verano, la ira del Arzobispo Riskettus no estaba justificada, además, pude ver en las duchas como algunos de los novicios están presentando problemas de acantosis, tienen manchas oscuras en las axilas”.
Pero Max no era consciente de que esta vez estaba siendo vigilado por el propio Riskettus a través del sistema interno de seguridad; mientras en su mano movía de arriba abajo las cuentas de un rosario elaborado con los huesos de la última vaca Cachena que pasó por su asador privado.
-“Que hijo de puta”, se dijo a si mismo Riskettus, “se ha colado en la cocina del monasterio y está sustituyendo la leche entera para las natillas por leche de soja con goma xantana para dar cuerpo…” pensó mientras movía las cuentas con más violencia. En ese momento sus ojos se pusieron en blanco y un leve murmuro surgió de sus labios:
“Rex adipem, ira tua erunt”.
Repitió sin descanso varias veces ese antiguo mantra casi olvidado, que solo los phieles mas ancianos en la phe del Santo Gordo conocen; cuando terminó, se secó el sudor grasiento que corría por su frente y observó en silencio.
Max estaba frente a la caldera, le había costado una eternidad hacer que la leche de vaca entera se fuera por el desagüe y sustituirla por leche de soja, pero ahora solo tenía que agregar un par de litros de goma xantana al depósito para dar cuerpo e imitar la sensación grasa de la leche animal y podría volver a su camastro; en ese momento se percató de que un extraño olor envolvía el ambiente. “Parece el aroma de la grasa que suda un fuet imperial El Pozo en verano, pero más rancio”. Se escucha un ruido, Max se gira en redondo sobre su cuerpo con obesa gracilidad, pero no alcanza a ver nada más que unas sobrasadas de mallorca sobre la mesa, preparadas para el desayuno del día siguiente.
-“¿Me habré dejado la puerta de la cámara frigorífica abierta?, ahora hace mucho frío aquí y estamos en junio”.
En un parpadeo, volvió a sonar el mismo ruido, pero más intenso y seguido de un gemido que sonaba como un lejano gorgojeo ahogado, el cansado corazón de Max empezó a latir con más fuerza de la habitual; en ese instante un fugaz recuerdo pasó por la mente de Max, era su abuela contándole una de las historias que los viejos le contaban a los niños para que se terminaran la cena y se fueran a dormir pronto para no quemar muchas calorías.
-“No puede ser, solo son cuentos de viejos”, se dijo a si mismo.
En un abrir y cerrar de ojos, una de las sobrasadas, la más grande y deforme, empezó a moverse como si tuviera vida propia, mientras las pupilas de Max se dilataban y el sudor empezaba a correr por su frente, pudo observar como de entre los pliegues de la roja pieza de sobrasada aparecían dos temblorosas manos grasientas de un color gris verdoso, brillante y correoso.
-“No puede ser… solo…. solo son cuentos de viejos…”.
Poco a poco las manos fueron abriéndose camino entre los pliegues de la pieza de sobrasada y dieron paso a un extraño bulbo de color rosaceo con protuberancias carnosas de color marfil.
El terror era cada vez más evidente en el cuerpo de Max, donde antes había unas mejillas regordetas y sonrosadas ahora solo había una piel pálida y llena de sudor frío.
El bulbo rosaceo, ahora pegado a unos brazos y un torso, terminó de desprenderse por completo de entre los pliegues de la sobrasada, cayendo al suelo cubierto de una extraña baba transparente y produciendo un húmedo ruido sordo. Hubo unos segundos de silencio e incertidumbre, Max estaba paralizado por un miedo que recorría cada músculo y lorza de su obeso cuerpo, en ese momento no sabía si salir corriendo o ponerse a gritar, pero sabía que estaba solo y nadie le podía escuchar.
En ese mismo momento de incertidumbre, la masa de carne pegada al bulbo rosaceo, toda de un color gris verdoso húmedo y brillante, empezó a moverse con una gracia y ligereza que no eran normales, comenzó a erguirse entre dos piernas obesas y cubiertas de pliegues de grasa chorreante; cuando terminó, Max pudo ver que el extraño bulbo era la cabeza de la criatura que coincidía con los cuentos de miedo de su abuela. La criatura se encaró en dirección a Max y el bulbo empezó a abrirse lentamente como una flor, emitiendo un sonido similar a la piel un pollo cuando es arrancada del cuerpo del animal, pero más húmedo. El interior de la extraña flor carnosa tenía un aspecto mórbido y presentaba un oscuro agujero central con cientos de pequeños dientes en línea que discurrían hacia su interior, afilados como cuchillas de afeitar, preparados para cortar y desgarrar cualquier tipo de cuero o carne por dura que esta fuese; en ese momento, la respiración de Max se detuvo y su fatigado corazón estaba a punto de explotar cuando de repente, el extraño ser hizo un gesto animal como su estuviera olfateando el ambiente mientras los pétalos de carne se movían como los brazos de un pulpo, alzó uno de sus verdosos y correosos brazos para señalarle y del centro de la flor salió un profundo rugido gutural, como el gorgoteo del agua en una galería de roca pero más violento y animal; fue entonces cuando la bestia empezó a caminar con un andar quebrado y decidido hacia el.
-“...mierda...”.
En una lejana habitación llena de monitores de cámaras de seguridad, un obeso anciano con un rosario de cuentas de hueso, observaba la escena con una expresión en el rostro que estaba a medio caballo entre el asombro y la auto-complacencia.
-“La has hecho buena, Max, el Santo Gordo ha mandado a un Demogordón a buscarte”.
Bestiario: Demogordón
Autor de la imagen: Perro de Lobo.
Los Demogordones habitan en el plano elemental adiposo de la cosmología gordoniana. Las pieles fritas de cordero escritas más antiguas que se conservan, relatan que fue el propio San Gordón quien los creó y dio forma utilizando sus propias lorzas como materia prima. Magnánimo y justo, el Santo Gordo creó estos seres obesos y siempre hambrientos para dar caza a quienes sobrepasan los límites de la phe en la comida, y ponen en riesgo las calorías de la comunidad gordoniana en reiteradas ocasiones; cuando San Gordón envía a un Demogordón a darte caza, es porque el santo quiere verte muerto, no hay redención posible.
Cuando se les asigna un objetivo, tienen la habilidad de rastrear y dar caza a sus objetivos desplazándose a través del plano adiposo, por lo que son capaces de materializarse a través de los pliegues de cualquier tipo de grasa o pieza de comida, viva o muerta.
Pero Max no era consciente de que esta vez estaba siendo vigilado por el propio Riskettus a través del sistema interno de seguridad; mientras en su mano movía de arriba abajo las cuentas de un rosario elaborado con los huesos de la última vaca Cachena que pasó por su asador privado.
-“Que hijo de puta”, se dijo a si mismo Riskettus, “se ha colado en la cocina del monasterio y está sustituyendo la leche entera para las natillas por leche de soja con goma xantana para dar cuerpo…” pensó mientras movía las cuentas con más violencia. En ese momento sus ojos se pusieron en blanco y un leve murmuro surgió de sus labios:
“Rex adipem, ira tua erunt”.
Repitió sin descanso varias veces ese antiguo mantra casi olvidado, que solo los phieles mas ancianos en la phe del Santo Gordo conocen; cuando terminó, se secó el sudor grasiento que corría por su frente y observó en silencio.
Max estaba frente a la caldera, le había costado una eternidad hacer que la leche de vaca entera se fuera por el desagüe y sustituirla por leche de soja, pero ahora solo tenía que agregar un par de litros de goma xantana al depósito para dar cuerpo e imitar la sensación grasa de la leche animal y podría volver a su camastro; en ese momento se percató de que un extraño olor envolvía el ambiente. “Parece el aroma de la grasa que suda un fuet imperial El Pozo en verano, pero más rancio”. Se escucha un ruido, Max se gira en redondo sobre su cuerpo con obesa gracilidad, pero no alcanza a ver nada más que unas sobrasadas de mallorca sobre la mesa, preparadas para el desayuno del día siguiente.
-“¿Me habré dejado la puerta de la cámara frigorífica abierta?, ahora hace mucho frío aquí y estamos en junio”.
En un parpadeo, volvió a sonar el mismo ruido, pero más intenso y seguido de un gemido que sonaba como un lejano gorgojeo ahogado, el cansado corazón de Max empezó a latir con más fuerza de la habitual; en ese instante un fugaz recuerdo pasó por la mente de Max, era su abuela contándole una de las historias que los viejos le contaban a los niños para que se terminaran la cena y se fueran a dormir pronto para no quemar muchas calorías.
-“No puede ser, solo son cuentos de viejos”, se dijo a si mismo.
En un abrir y cerrar de ojos, una de las sobrasadas, la más grande y deforme, empezó a moverse como si tuviera vida propia, mientras las pupilas de Max se dilataban y el sudor empezaba a correr por su frente, pudo observar como de entre los pliegues de la roja pieza de sobrasada aparecían dos temblorosas manos grasientas de un color gris verdoso, brillante y correoso.
-“No puede ser… solo…. solo son cuentos de viejos…”.
Poco a poco las manos fueron abriéndose camino entre los pliegues de la pieza de sobrasada y dieron paso a un extraño bulbo de color rosaceo con protuberancias carnosas de color marfil.
El terror era cada vez más evidente en el cuerpo de Max, donde antes había unas mejillas regordetas y sonrosadas ahora solo había una piel pálida y llena de sudor frío.
El bulbo rosaceo, ahora pegado a unos brazos y un torso, terminó de desprenderse por completo de entre los pliegues de la sobrasada, cayendo al suelo cubierto de una extraña baba transparente y produciendo un húmedo ruido sordo. Hubo unos segundos de silencio e incertidumbre, Max estaba paralizado por un miedo que recorría cada músculo y lorza de su obeso cuerpo, en ese momento no sabía si salir corriendo o ponerse a gritar, pero sabía que estaba solo y nadie le podía escuchar.
En ese mismo momento de incertidumbre, la masa de carne pegada al bulbo rosaceo, toda de un color gris verdoso húmedo y brillante, empezó a moverse con una gracia y ligereza que no eran normales, comenzó a erguirse entre dos piernas obesas y cubiertas de pliegues de grasa chorreante; cuando terminó, Max pudo ver que el extraño bulbo era la cabeza de la criatura que coincidía con los cuentos de miedo de su abuela. La criatura se encaró en dirección a Max y el bulbo empezó a abrirse lentamente como una flor, emitiendo un sonido similar a la piel un pollo cuando es arrancada del cuerpo del animal, pero más húmedo. El interior de la extraña flor carnosa tenía un aspecto mórbido y presentaba un oscuro agujero central con cientos de pequeños dientes en línea que discurrían hacia su interior, afilados como cuchillas de afeitar, preparados para cortar y desgarrar cualquier tipo de cuero o carne por dura que esta fuese; en ese momento, la respiración de Max se detuvo y su fatigado corazón estaba a punto de explotar cuando de repente, el extraño ser hizo un gesto animal como su estuviera olfateando el ambiente mientras los pétalos de carne se movían como los brazos de un pulpo, alzó uno de sus verdosos y correosos brazos para señalarle y del centro de la flor salió un profundo rugido gutural, como el gorgoteo del agua en una galería de roca pero más violento y animal; fue entonces cuando la bestia empezó a caminar con un andar quebrado y decidido hacia el.
-“...mierda...”.
En una lejana habitación llena de monitores de cámaras de seguridad, un obeso anciano con un rosario de cuentas de hueso, observaba la escena con una expresión en el rostro que estaba a medio caballo entre el asombro y la auto-complacencia.
-“La has hecho buena, Max, el Santo Gordo ha mandado a un Demogordón a buscarte”.
Bestiario: Demogordón
Autor de la imagen: Perro de Lobo.
Los Demogordones habitan en el plano elemental adiposo de la cosmología gordoniana. Las pieles fritas de cordero escritas más antiguas que se conservan, relatan que fue el propio San Gordón quien los creó y dio forma utilizando sus propias lorzas como materia prima. Magnánimo y justo, el Santo Gordo creó estos seres obesos y siempre hambrientos para dar caza a quienes sobrepasan los límites de la phe en la comida, y ponen en riesgo las calorías de la comunidad gordoniana en reiteradas ocasiones; cuando San Gordón envía a un Demogordón a darte caza, es porque el santo quiere verte muerto, no hay redención posible.
Cuando se les asigna un objetivo, tienen la habilidad de rastrear y dar caza a sus objetivos desplazándose a través del plano adiposo, por lo que son capaces de materializarse a través de los pliegues de cualquier tipo de grasa o pieza de comida, viva o muerta.