Stewie escribió:Doctor Beaker escribió:[...]
El libre comercio no ha sido siempre defendido por los ingleses, y tampoco por los estadounidenses: tanto unos como otros se dedicaron al proteccionismo más rabioso hasta que tuvieron industrias lo suficientemente desarrolladas como para competir con las extranjeras. De ahí en más, por supuesto, el libre comercio era la clave de la bonanza mundial y la abeja Maya y el país de la piruleta.
De acuerdo en general. Pero los asiáticos han pasado (y están pasando) por encima de los países centrales y sus barreras proteccionistas.
List y Hamilton* argumentaban que el librecambio sólo era beneficioso en países pequeños (escasos de materias primas o de trabajo), como podían ser Holanda o Inglaterra, y que el proteccionismo era una opción mucho más conveniente en el caso americano o el alemán.
Y tenían razón a la vista de los resultados hasta 1914.
Lo prometido es deuda:
Eduardo Galeano escribió:Friederich List, padre de la unión aduanera alemana, había advertido que el libre comercio era el principal producto de exportación de Gran Bretaña. Nada enfurecía a los ingleses tanto como el proteccionismo aduanero y a veces lo hacían saber en un lenguaje de sangre y fuego, como en la Guerra del Opio contra China, pero la libre competencia en los mercados se convirtió en una verdad revelada para Inglaterra, sólo a partir del momento en que estuvo segura de que era la más fuerte, y después de haber desarrollado su propia industria textil al abrigo de la legislación proteccionista más severa de Europa. En los difíciles comienzos, cuando todavía la industria británica corría con desventaja, el ciudadano inglés al que se sorprendía exportando lana cruda, sin elaborar, era condenado a perder la mano derecha, y si reincidía, lo ahorcaban: estaba prohibido enterrar un cadáver sin que antes el párroco del lugar certificara que el sudario provenía de una fábrica nacional.
el mismo escribió:En 1865, mientras la Triple Alianza anunciaba la próxima destrucción de Paraguay, el general Ulises Grant celebraba, en Appomatox, la rendición del general Robert Lee. La Guerra de Secesión concluía con la victoria de los centros industriales del norte, proteccionistas a carta cabal, sobre los plantadores librecambistas de algodón y tabaco en el sur. La guerra que sellaría el destina colonial de América Latina nacía al mismo tiempo que concluía la guerra que hizo posible la consolidación de los Estados Unidos como potencial mundial. Convertido poco después en presidente de los Estados Unidos, Grant afirmó: «Durante siglos Inglaterra ha confiado en la protección, la ha llevado hasta sus extremos y ha obtenido de ello resultados satisfactorios. No cabe duda que debe su fuerza presente a este sistema. Después de dos siglos, Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el comercio libre porque piensa que ya la protección no puede ofrecerle nada. Muy bien, entonces, caballeros, mi conocimiento de mi país me conduce a creer que dentro de doscientos años, cuando América haya obtenido de la protección todo lo que la protección puede ofrecer, adoptará también el libre comercio».
El jefe de una misión técnica norteamericana Brasil, John Abbink, había anticipado, proféticamente, en 1950: «Los Estados Unidos deben estar preparados para guiar la inevitable industrialización de los países no desarrollados, si se desea evitar el golpe de un desarrollo económico intensísimo fuera de la égida norteamericana... La industrialización, si no es controlada de alguna manera, llevarla a una sustancial reducción de los mercados estadounidenses de exportación. En efecto, ¿acaso la industrialización, aunque sea teleguiada desde fuera, no sustituye con producción nacional las mercaderías que antes cada país debía importar del exterior? Celso Furtado advierte que, a medida que América Latina avanza en la sustitución de importaciones de productos más complejos, «la dependencia de in sumos provenientes de la matrices tiende a aumentar. Entre 1957 y 1964 se duplicaron las ventas de las filiales norteamericanas, en tanto sus importaciones, sin incluir los equipamientos, se multiplicaron por más de tres. «Esa tendencia parecería indicar que la eficacia sustitutiva es una función decreciente de la expansión industrial controlada por compañías extranjeras.
La dependencia no se rompe, sino que cambia de calidad: los Estados Unidos venden, ahora, en América Latina, una proporción mayor de productos más sofisticados y de alto nivel tecnológico. «A largo plazo -opina el Departamento de Comercio, a medida que crece la producción industrial mexicana, se crean mayores oportunidades para exportaciones adicionales de los Estados Unidos...». Argentina, México y Brasil son muy buenos compradores de maquinaria industrial, maquinaria eléctrica, motores, equipos y repuestos de origen norteamericano. Las filiales de las grandes corporaciones se abastecen en sus casas matrices, a precios deliberadamente caros. Refiriéndose a los costos de instalación de la industria automotriz extranjera en Argentina, Viñas y Gastiazoro dicen, en este sentido: “Pagando estas importaciones a precios muy elevados, giraban fondos hacia el exterior.
En muchos casos, estos pagos eran tan importantes que las empresas no sólo daban pérdidas [a pesar del precio a que se vendían los automotores] sino que comenzaron a quebrar, esfumándose rápidamente el valor de las acciones colocadas en el país... El resultado fue que de las veintidós empresas 'radicadas' quedan actualmente diez, algunas al borde de la quiebra ...”.
Para mayor gloria del poder mundial de las corporaciones, las subsidiarias disponen así de las escasas divisas de los países latinoamericanos. El esquema de funcionamiento de la industria satelizada, en relación con sus lejanos centros de poder, no se distingue mucho del tradicional sistema de explotación imperialista de los productos primarios. Antonio García sostiene que la exportación “colombiana” de petróleo crudo ha sido siempre, estrictamente, una transferencia física de aceite crudo desde un campo norteamericano de extracción hasta unos centros industriales de refinado, comercialización y consumo en Estados Unidos, y la exportación “hondureña” o “guatemalteca” de plátano, ha tenido el carácter de una transferencia de alimentos que efectúan unas compañías norteamericanas desde unos campos coloniales de cultivo hasta unas áreas norteamericanas de comercialización y consumo. Pero las fábricas “argentinas”, “brasileñas” o “mexicanas” , por no citar más que las más importantes, también integran un espacio económico que nada tiene que ver con su localización geográfica. Forman, como muchos otros hilos, la urdimbre internacional de las corporaciones, cuyas casas matrices trasladan las utilidades de un país a otro, facturando las ventas por encima o por debajo de los precios reales, según la dirección en que desean volcar las ganancias. Resortes fundamentales del comercio exterior quedan así en manos de empresas norteamericanas o europeas que orientan la política comercial de los países según el criterio de gobiernos y directorios ajenos a América Latina. Así como las filiales de Estados Unidos no exportan cobre a la URSS ni a China ni venden petróleo a Cuba, tampoco se abastecen de materias primas y maquinarias en las fuentes internacionales más baratas y convenientes.
Disculpen la ladrillez, pero así es la cosa Mafalda.