Una chica corriente: ni alta ni baja, ni guapa ni fea, ni gorda ni flaca, ni simpática ni antipática, ni lista ni tonta. Se diría que no destaca en nada: todo en ella es un «ni una cosa ni lo contrario».
Era la típica amiga-de-la-novia-de-un-amigo. Me cae bien y es agradable, pero en verdad no se puede decir que esté enamorado de ella ni nada semejante. Empezamos a salir juntos no porque me gustase especialmente, sino porque por entonces era la única que mostró interés por mí. Nunca he tenido demasiado éxito con las mujeres.
Cuando era más joven pensaba que algún día encontraría a mi media naranja, a alguien que sería especial, al amor de mi vida. Alguien a quien estaba predestinado a conocer. Un error. No es más que una idea estúpida que nos cuentan las películas de cine y que la mayoría de nosotros acabamos por creer. No existe el amor, sino el miedo a envejecer en soledad.
Dentro de dos semanas me caso con Aurora. Llevamos apenas dos años de relación, pero ambos creemos que no merece la pena esperar más. ¿Para qué? Al fin y al cabo, he encontrado a la mujer de mi vida.
La mujer de mi vida.
A veces me saca de quicio.
Mientras me vuelvo a poner el cinturón enciendo el televisor. A ver si puedo ver tranquilo el partido. Parece mentira que no pueda disfrutar de una noche de tranquilidad. ¡UNA PUTA POLLA ES ESO FUERA DE JUEGO! Todo el día esperando llegar a casa para relajarme y luego siempre hay sarao. Si no es por un motivo es por otro. Hoy ha sido por una puta cerveza:
Por qué no has comprado cerveza / No he tenido tiempo / Cómo es posible que no hayas tenido tiempo / He estado limpiando la casa y haciendo la comida / Seguro que has estado de cháchara toda la mañana con la zorra de Ana, vaya putón de vecina nos ha tenido que tocar / Pues la próxima vez haces tú la casa.
No debió decir eso. Sabe perfectamente que a veces pierdo los nervios. Le advertí que no volviera a faltarme al respeto. Pero ella se puso a gritarme e insultarme como una histérica. Parece que si no es con el cinturón no aprende.
Ahora está en el dormitorio llorando. Cuando acabe el partido me acercaré y le daré un beso. Curiosamente, siempre que tenemos este tipo de altercados disfruto el sexo más que de costumbre.
A veces me saca de quicio. Pero no me importa, porque la quiero.
Mientras me vuelvo a poner el cinturón enciendo el televisor. A ver si puedo ver tranquilo el partido. Parece mentira que no pueda disfrutar de una noche de tranquilidad. ¡UNA PUTA POLLA ES ESO FUERA DE JUEGO! Todo el día esperando llegar a casa para relajarme y luego siempre hay sarao. Si no es por un motivo es por otro. Hoy ha sido por una puta cerveza:
Por qué no has comprado cerveza / No he tenido tiempo / Cómo es posible que no hayas tenido tiempo / He estado limpiando la casa y haciendo la comida / Seguro que has estado de cháchara toda la mañana con la zorra de Ana, vaya putón de vecina nos ha tenido que tocar / Pues la próxima vez haces tú la casa.
No debió decir eso. Sabe perfectamente que a veces pierdo los nervios. Le advertí que no volviera a faltarme al respeto. Pero ella se puso a gritarme e insultarme como una histérica. Parece que si no es con el cinturón no aprende.
Ahora está en el dormitorio llorando. Cuando acabe el partido me acercaré y le daré un beso. Curiosamente, siempre que tenemos este tipo de altercados disfruto el sexo más que de costumbre.
A veces me saca de quicio. Pero no me importa, porque la quiero.
No puedo quitarla de mi mente. Las secretarias siempre han sido —al menos en mi empresa— mujeres muy espectaculares, pero Elena va más allá. Es un sueño, una visión, un espejismo, un hechizo.
Entró a trabajar hace ya dos meses y nada más verla me hizo perder el norte junto con algunos otros puntos cardinales. Es dulce, simpática, alegre; tiene un gran corazón y grandes tetas, cuerpo de escándalo y cara monilla, Es enormemente ocurrente, tiene unos puntos increíbles y ríe a todas horas. Y sin pareja.
Perfecta.
Ha trastocado toda mi vida. Apenas duermo y no tengo apetito. No tengo ganas de salir, de hablar con nadie ni de ocupar mi cerebro en otra cosa que no sea ella.
Dentro de una semana, la empresa organiza la típica estúpida cena navideña y he decidido que de entonces no pasa. Le haré saber lo que siento por ella. Porque es, sin duda, la mujer de mi vida; y hasta que ella no lo sepa seré incapaz de vivir tranquila.
Entró a trabajar hace ya dos meses y nada más verla me hizo perder el norte junto con algunos otros puntos cardinales. Es dulce, simpática, alegre; tiene un gran corazón y grandes tetas, cuerpo de escándalo y cara monilla, Es enormemente ocurrente, tiene unos puntos increíbles y ríe a todas horas. Y sin pareja.
Perfecta.
Ha trastocado toda mi vida. Apenas duermo y no tengo apetito. No tengo ganas de salir, de hablar con nadie ni de ocupar mi cerebro en otra cosa que no sea ella.
Dentro de una semana, la empresa organiza la típica estúpida cena navideña y he decidido que de entonces no pasa. Le haré saber lo que siento por ella. Porque es, sin duda, la mujer de mi vida; y hasta que ella no lo sepa seré incapaz de vivir tranquila.
Lo dejé todo por ella, pero no me arrepiento. Ya desde crío sentía que era una mujer especial y esta sensación se hizo más cierta según fui creciendo. Con dieciséis años lo tenía claro y decidí seguirla. Era joven, pero no dudé un instante.
Ir adonde ella me guía conlleva varias incomodidades. No me importa mi nula vida sexual ni verme sin ninguna riqueza ni pasar tantos años en perdidos lugares de Brasil y Bolivia, pues sé que a ella le agrada y eso me basta.
Es capaz de hacer que aparezca lo mejor de mí y me hace intentar ser mejor persona cada día. Encarna la perfección y ninguna otra mujer podrá nunca parecerse a ella. No en vano, albergó durante nueve meses a nuestro Salvador en su inmaculado seno. Si algo tengo claro es que soy sacerdote principalmente porque Nuestra Señora María es la mujer de mi vida.
Ir adonde ella me guía conlleva varias incomodidades. No me importa mi nula vida sexual ni verme sin ninguna riqueza ni pasar tantos años en perdidos lugares de Brasil y Bolivia, pues sé que a ella le agrada y eso me basta.
Es capaz de hacer que aparezca lo mejor de mí y me hace intentar ser mejor persona cada día. Encarna la perfección y ninguna otra mujer podrá nunca parecerse a ella. No en vano, albergó durante nueve meses a nuestro Salvador en su inmaculado seno. Si algo tengo claro es que soy sacerdote principalmente porque Nuestra Señora María es la mujer de mi vida.
No diría que quiero morir. No, no lo diría. O sólo lo diría si escribiera versos postmodernos -pues la muerte parece un deseo tan indiscutiblemente cool; parece requerir tanto inmediato respeto; quiero morir, dices; vivir es una mala costumbre, dices; y tulipanes, y temerosas murallas, y no sé qué nocturnos esplendores; qué elegante -. Pero yo no diría que quiero morir, no mentiría. Yo prefiero vivir para poder quejarme, y estar triste a veces, y tener esperanzas cutres y diversiones horteras. Como, por ejemplo, sentarme a tu lado, amor mío, y decirte sólo esto: te quiero. Te quiero. Ya sé que tú no me prestas atención. Sé que no te preocupo, sé que no te importa si yo quiero vivir o no. Sé que muchos creen que tú ya estás muerta y que yo estaría mejor muerto. Pero nada me importa. Ni siquiera que nuestros nietos se rían cuando me oyen decirte estas cosas, mientras tú me miras sin reconocerme. Tú no eres nada para sus ojos sin amor. Sólo pueden ver a una pobre anciana cuya mente ha devastado el olvido. Y nunca te verán en realidad, amor mío, mi único amor, la mujer de mi vida.
Dos fracasos amorosos consecutivos, a cual más estrepitoso y humillante, me condujeron a la situación en que me encuentro. Tras algunos momentos en los que rondé las lindes de la depresión, logré al fin esquivarla gracias a una revelación que me abordó volviendo del trabajo un martes por la tarde: es mejor odiar que compadecerse.
Dicho y hecho: desde entonces cultivo una feroz misoginia que, si bien no me proporciona demasiadas alegrías, cumple perfectamente la misión de evitarme sufrimientos. La únicas relaciones que mantengo con mujeres son las estrictamente laborales —afortunadamente, en mi trabajo sólo hay dos señoras casadas, de mediana edad y bastante desagradables— y la visita a la prostituta de guardia el último sábado de cada mes —eso sí, procurando no repetir meretriz—.
A veces la soledad me abruma, pero en esos momentos pienso en la alternativa, en una relación como las sufridas en el pasado, y entonces siento que la soledad no es una desgracia, sino una compañera.
Estoy satisfecho con la opción que he elegido: vivir sin ninguna mujer en mi vida. O mejor dicho, habiendo elegido a la soledad como la única mujer de mi vida.
Dicho y hecho: desde entonces cultivo una feroz misoginia que, si bien no me proporciona demasiadas alegrías, cumple perfectamente la misión de evitarme sufrimientos. La únicas relaciones que mantengo con mujeres son las estrictamente laborales —afortunadamente, en mi trabajo sólo hay dos señoras casadas, de mediana edad y bastante desagradables— y la visita a la prostituta de guardia el último sábado de cada mes —eso sí, procurando no repetir meretriz—.
A veces la soledad me abruma, pero en esos momentos pienso en la alternativa, en una relación como las sufridas en el pasado, y entonces siento que la soledad no es una desgracia, sino una compañera.
Estoy satisfecho con la opción que he elegido: vivir sin ninguna mujer en mi vida. O mejor dicho, habiendo elegido a la soledad como la única mujer de mi vida.
La miro y todo en ella se me antoja perfecto: pechos, caderas, culo... Entre los muslos tensos, se adivina bajo los ceñidos pantalones un triángulo impecable. El pelo y los labios son espléndidos, desde luego, pero me sorprenden menos. Lo que no me canso de admirar es la garganta, larga y lisa. Ahí está, por fin, la mujer que he esperado desde que tengo uso de razón. Y es mía, mía: la he comprado con mucho dinero y mucho dolor. He derrotado a la naturaleza traidora. Levanto bien la cabeza y vuelvo a repasar la línea de mi cuello, milímetro a milímetro, en el espejo. Sí, es perfecta. Soy perfecta. La mujer que he querido ser toda mi vida.
[P.S. Carmeliano: Hay trampa, pienso. O no. Porque la persona más importante en la vida de uno es uno mismo. Si eres una mujer, pues tú eres la mujer de tu vida. Si eres un hombre, pues un hombre. Claro.]
[P.S. Carmeliano: Hay trampa, pienso. O no. Porque la persona más importante en la vida de uno es uno mismo. Si eres una mujer, pues tú eres la mujer de tu vida. Si eres un hombre, pues un hombre. Claro.]